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Ecos de guitarra zen

El comodoro Matthew C. Perry nunca tuvo cara de muchos amigos. Sí, hablamos de ese que aquella mañana del 13 de febrero de 1854 volvió a cruzar la bahía de Edo —la actual Tokio— al frente de ocho barcos negros e invitó al penúltimo de los Tokugawa a firmar el Tratado de Paz y Amistad (sic) que dinamitó la sakoku, el estricto y longevo aislacionismo japonés. Cuentan los registros que, para convencer a los nipones, el norteamericano trajo cámaras de fotos, el último grito en fusiles e incluso una pequeña locomotora de vapor. Pero ¿y si, en lugar de baratijas, el acartonado comodoro hubiera llevado una Fender Stratocaster bajo el brazo? Mi apuesta: samuráis y oficiales de marina agitando la melena, bailando y berreando el son canalla de los riffs escupidos por una ristra de amplificadores frente al castillo del shōgun.

Julian Cope (1957) nos cuenta cómo, en cierto modo, a esta quimera le quedaba cerca de un siglo para materializarse. El antiguo bajo y otrora excesivo frontman de The Teardrop Explodes, grupo de postpunk psicodélico de finales de los setenta, es ahora un erudito musical… con las maneras y las barbas de uno. Y Japrocksampler: Cómo el rock le voló la cabeza al Japón de posguerra (Contra, 2021) es el botón que sirve de muestra. Porque de historia a contracorriente, música en los márgenes y revisión de las raíces —sociales, estéticas, espirituales— del país nipón es de lo que trata esta rara avis de alma volcánica.

"Estamos ante un volumen llamado a convertirse en obra de referencia melómana, una biblia plagada de anécdotas a cuál más desaforada, fantásticos hallazgos musicales y personajes estrambóticos"

Cope, ya curtido en el oficio —el galés ha escrito incluso sobre monumentos megalíticos—, nos deleita con un volumen que aúna la vocación sistematizadora de un divulgador obsesivo, la capacidad para entretener de los buenos narradores y el conocimiento propio de un crítico musical. Japrocksampler habla de esa decimonónica toma de contacto entre Occidente y Japón, del crecimiento exacerbado de este último antes de la Segunda Guerra Mundial y del profundo trauma socioeconómico que siguió a los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Pero también de ídolos como el «Presley japonés» Kosaka Kazuya, del rico caldo de cultivo que fue la experimentación avant-garde tokiota, del efímero fenómeno del guitarreo eleki y de la fervorosa acogida de los Beatles en el archipiélago del sol naciente, con el consiguiente florecimiento de quintetos de traje y pelo fileteado equivalentes a nuestros Brincos, Pekenikes o Bravos, movimiento que los nipones bautizaron como «group sounds», más pronunciable que «rock’ n’ roll». Con especial detenimiento en las bandas japonesas que, hasta poco antes de los ochenta, dominaron la escena underground.

Estamos ante un volumen llamado a convertirse en obra de referencia melómana, una biblia plagada de anécdotas a cuál más desaforada, fantásticos hallazgos musicales y personajes estrambóticos que no tardarán en hacer añicos la protocolaria imagen de rigidez extrema y respeto por las normas que algunos lectores tendrán del japonés medio. Y es que allí estaba Toshi Ichiyanagi, primer marido de Yoko Ono y hoy convertido en compositor de vanguardia en la línea de John Cage o Stockhausen. Allí estaba Group Ongaku —y sus pistas de veintiséis minutos a base de entrechocar de botellas, resoplidos, gritos, ruidos de aspiradoras o sonidos de cocina—, el rock gamberro de Speed, Glue & Shinki —sirva el nombre de la banda como pista de sus aficiones y temáticas predilectas—, las portadas nudistas de la Flower Travellin’ Band, con un enorme Akira «Joe» Yamanaka al micrófono —y nada que envidiar al joven Ozzy Osbourne— o las guitarras sucias de Les rallizes dénudés, capitaneados por el legendario e incognoscible Takeshi Mizutani y su cruzada contra los estudios de grabación.

Es de alabar que Contra recupere esta joya catorce años después de su aparición en el mercado anglosajón; también que la espléndida edición incluya reproducciones de portadas a todo color y el listado de imprescindibles del autor, todo con la magnífica traducción de David Paradela López. Los interesados en la musicología no encontrarán nada similar en lengua castellana, y menos presentado de forma tan minuciosa y atractiva. ¿Cómo no caer bajo el influjo de la psicodelia sesentera con obras como Japrocksampler? Porque si alguien supo mezclar contundencia proto-heavy con espiritualidad zen, si alguien ha sido —y es— capaz de salir airoso del mejunje entre tradición y modernidad esos son los nipones. En cuanto al bueno del comodoro Perry, poco que añadir. O quizás sí, porque fue su compatriota George Breed, también oficial naval, quien se atrevería a electrificar una guitarra tan solo unos años después del incidente en la bahía de Edo, allá por 1890. Y, de aquellos polvos, estos —maravillosos— lodos.

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Autor: Julian Cope. Título: Japrocksampler: Cómo el rock le voló la cabeza al Japón de posguerra. Traductor: David Paradela López. Editorial: Contra. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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