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El cuerpo es un adverbio de lugar

El cuerpo es un adverbio de lugar

Nunca he entendido lo que es un adverbio de lugar, quizá por ello la poética de la mexicana Cristina Rivera Garza es un atlas y un cuaderno de bitácora que busca ubicarnos, señalando los espacios con su cuerpo, un cuerpo inexistente más allá de la palabra. Me llamo cuerpo que no está (Lumen, 2024) reúne su poesía completa para acercarnos a ese singular universo de experimentación lingüística, exploración de identidad y género, compromiso social y simbolismo, que convierten a su poesía en un punto geodésico en la actualidad.

La pertinencia de esta obra nos aboca al descubrimiento de una escritora de medios múltiples, que explora los límites entre los géneros de una manera experimental y habilidosa, como Viriditas (2011). Este archivo o registro, en propias palabras, recoge las entradas poéticas que publicó en su blog en verano de 2010, procedentes de comentarios, citas o publicaciones de distintas redes sociales sobre la escritura y el arte, interrogándonos sobre dónde reside la palabra poética. Ella habla de escrituras colindantes para establecer los vínculos entre las formas de su escritura y los movimientos de archivo que las producen. Aunque éste fue su cuarto poemario, el juego entre géneros o la reflexión metalingüística definitoria de su obra se perciben ya en su iniciático Los textos del yo (2005), un indagatorio poemario dividido en tres libros. Cada uno de estos gira alrededor de un espacio que delimita y define al “yo” poético: Aquí, en el lenguaje, el único lugar. Si en el primero, el hospital donde está muriendo la madre vertebra su identidad femenina como hija y cuidadora, hermana, amante, mujer, que se opone los estereotipos impuestos por la visión patriarcal de aquella:

El hombre que tú soñaste para mí llegó la piel

equivocada que era roja

(…)

sin saber

sin notarlo apenas

llegó la mujer que tú nunca soñaste para mí.

En el segundo, el Tercer Mundo, la patria, América, sitúan su geografía personal desde la que crecer(se) y crear(se), donde el lugar es la incursión de la palabra:

Te llamabas Ciudad Más grande del Mundo.

Te llamabas afortunadamente.

Te llamabas todas las cosas y cuando yo decía todas

las cosas murmuraba tu nombre más querido.

Mientras, en el tercero, las muertitas del Mar del Norte le susurran al oído las historias de sus cuerpos, cuerpos que conforman su paisaje existencial, paisaje que conforma su palabra:

Llegaron una a una como gotas; una a una como

naipes. Llegaron como llegan a veces las individuas

-indisolubles, solitarias, muertas de calor o de frío,

sucias de días, exhaustas-.

 

Supongo que todas llevan las uñas rotas.

Y a través de la apropiación de la palabra, de los neologismos, de la ruptura o alteración sintáctica (te llamabas días en que fui feliz), estos poemas narrativos sostenidos en repeticiones: anáforas, anadiplosis, epanadiplosis, polisíndeton o paralelismos, crean un ritmo vertiginoso en su lectura y recitado, para situarnos en esa cosmovisión propia llena de imágenes carníficas e indomables:

A veces se quitaban la piel y la colgaban

de los tendederos.

o

Cuando dejamos de ser pan y nos dimos a la tarea

de producir alfileres con los labios

ya sin la vida pero sí con toda la muerte por delante.

Y es que la muerte es un resonante eco en este libro, una muerte femenina y corporal en sus múltiples manifestaciones, ya que se despliega como un territorio por explorar. Así sucede también en La muerte me da por Anne-Marie Bianco (2007). El recurso al manuscrito encontrado, planteado en el prólogo por el propio editor en este poemario, da pie a que Cristina Rivera Garza, sin renunciar a su estilo, se reescriba a sí misma y se reinterprete: el estilo se nutre de la duda escritural con referencias a tachados y borrados, paréntesis que amplifican o acotan los sentidos y permiten lecturas transversales o paralelas. Un poema contiene en sí varios, como pequeñas matrioskas:

En tu sexo

(armadura tajadura tachadura) (ranura)

en el aquí de todas las cosas del mundo, me da

la muerte (que es este paréntesis) (y éste)

 

huelo como miro duelo: una colección de verbos.

El lugar de los hechos en que acontece este poemario sigue siendo la palabra que es cuerpo, que es muerte: Todo para escribir lo que escribo vela el cadáver del que no fui.

En El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color (2011) aparentemente se aleja de la muerte para reinventar lo cotidiano. Este sinestésico libro bordea la fusión de géneros literarios distintos a través de un recorrido de diez colores, esto en parte se debe a que los textos de este libro fueron publicados primeramente en su blog junto a fotografías, pero retirados tras la publicación del poemario, por ello podemos entender este libro como el antecedente de Viriditas, con quien guarda no pocas concomitancias. Aquí las convenciones se fragmentan: se acrecienta el diálogo interno entre poemas, ya anteriormente hay trazos de ello, incluso diálogos de versos entre libros, profundiza en el juego metalingüístico, por ejemplo en el poema “IV. Adorar”, y metaliterario, la escritura interrumpida desgarra los poemas que espejean, sin embargo, una iridiscente luz, donde el color se apropia de la atmósfera:

No es extraño que la libertad sea a veces una gran pared blanca.

 

El blanco, como se sabe, no es la ausencia de color.

 

A través del disco de Newton, un viejo ejercicio escolar, los niños

aprenden que el blanco resulta de la rápida combinación de todos

los colores.

(…)

La aparente calidad del vacío del color invita, por sí mismo,

a soñar.

Las almohadas adoptan poco a poco la forma de una cabeza

apocalíptica.

La niebla, a veces. La nube, que cae. El velo.

Unos colores que actúan como coordenadas espaciales: Morado es un color y es también la descripción de un sitio que ha sido habitado por un ala magnífica y es el participio del ojo que, desde lejos, me mira. Cristina Rivera Garza suspende la sintaxis y la lógica convirtiendo al lector en una prolongación de sí misma, obligándole a no ser un mero espectador del hecho poético: Y a la vera del camino, las moras. El arbusto. La mano que. El color enlaza este poemario con Viriditas (2011), ya hemos mencionado las estrechas relaciones entre ambos a varios niveles, también en cuanto al color, pues el verde está presente en todos los textos: La extraña impresión de que el pasado del verde fue siempre azul. Todo esto.

El último poemario, que conforma este extenso y respetuoso volumen con las ediciones originales, es La imaginación pública (2015). Cada una de las tres partes, en que se organiza éste, despliega con magnificencia alguno de los recursos que había sondeado con acierto previamente. En “Interpretaciones catastróficas del signos del cuerpo”, definición correspondiente a la hipocondría, la autora poetiza las dolencias que sufre a partir de las definiciones de la wikipedia sin benevolencia ninguna, enlazando con Los textos del yo. Un cuerpo desmembrado en su dolor constituye el eje que se ve expandido por el uso de los recursos lingüísticos que definen su poética:

La traque/ ostom /ía

corta

el cir/

cuito y los tu/

bosendotraq

/ueales

impiden el

ci/

errede

la glo/

tis

Mientras en “Lo propio de la máquina de cortar” se sirve de una máquina mezcladora (Lazarus Corporation) para mezclar textos de Guadalupe Dueñas y Doddie Bellamy. La textura generada con ella a partir de la selección de Cristina Rivera Garza nos conduce a un futuro poético distópico, donde la Inteligencia Artificial generará nuevos poemas a partir de los ya escritos. Quizá no sea, en realidad, tan distópico, sino el presente que negamos. Por último, “Me llamo cuerpo que no está: los enclíticos”, es una combinación de géneros que traslada al lector a lecturas cruzadas: breves aforismos y telegramas.

Atraviesa la obra de Cristina Rivera Garza la escritura y la materialidad corporal, erigida como epicentro de una narrativa poética única, que nos orienta hacia las praxis poéticas más insospechadas e indómitas, huyendo de lo previsible desafía las convenciones y estructuras gramaticales y semánticas con nuevas formas expresivas a través de un imaginario simbólico (o disimbólico) intuitivo y personal, se generan, así, a partir de la propias conexiones internas y las referencias literarias distintas capas interpretativas. Una compleja y rica topografía:

Y entonces construyo El Texto

(que es el bosque)

y dentro del Texto está La Ciudad

(y por ser la ciudad de mi texto la ciudad no tiene

nombre)

Y entonces el Texto construye el Yo

(porque sus líneas son sarcófagos también)

y Yo soy la mujer que se pierde en un bosque

El cuerpo es palabra donde encontrarnos y ubicarnos, es un adverbio de lugar, aquí y allí, aunque Nunca he entendido lo que es un adverbio de lugar. Y tal vez pueda ser también un adverbio de tiempo: un nunca, un siempre, un ahora.

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Autora: Cristina Rivera Garza. Título: Me llamo cuerpo que no está. Poesía completa. Editorial: Lumen. Venta: Todostuslibros.

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