Un año más el festival de cine fantástico terrorífico de Sitges ha aglutinado las propuestas presuntamente más arriesgadas dentro del panorama del género. No obstante, cabe apuntar que, como en cada edición, se ha intentado combinar dichas propuestas con otras mucho más accesibles, o con un porvenir en la distribución en nuestras salas mucho más factible, como son Together, Esa cosa con alas, La vida de Chuck, La larga marcha o Alpha, apuestas todas ellas de un carácter más comercial y con el objetivo de atraer a un público mayoritario y no tan exigente con los tropos propios del género fantástico terrorífico.
No todo han sido malas sensaciones, sin embargo. Más bien todo lo contrario. Más allá de las decepciones, como Alpha, la nueva propuesta de Julia Ducournau, en la que se evidencian, por un lado, importantes errores de montaje y, por el otro, dificultades más que acuciantes de la autora para construir narrativas que vayan más allá de lo reiterativo, o bien otras decepciones como The True Beauty of Being Bitten by a Tick, Tornado, We Bury The Dead, Honey Bunch, Redux Reux, Tristes Tropiques, Find your Friends, o Chien 5, entre otras muchas, habría que destacar que ha habido varias películas que han estado por encima de la calidad de las propuestas presentadas, no sólo en esta edición sino también en la de los últimos años, por ejemplo.
La primera de ellas, la película más arriesgada a nivel conceptual de todo el festival, como apuntaba muy acertadamente Manuel Iniesta, es Astrid’s Saints. Mariano Baino, director de culto que volvía a la dirección tras treinta y dos años sin dirigir (después de su obra de culto Dark Waters) ofrece, en complicidad con Coralina Cataldi-Tassoni, coguionista y protagonista absoluta de la película, una de las obras más contundentes, arrolladoras y suicidas que pudieron visionarse en el festival. Es la historia de un duelo materno, un duelo imposible que puede dialogar a la perfección con el que proponen Truffaut en La chambre verte o Cronenberg en The Shrouds, y que conduce a su protagonista a la reclusión y a la asfixia de la fe. Es una obra claustrofóbica, mordaz, sofisticada, arriesgada hasta el paroxismo, ya que no tiene miedo a ir hasta las últimas consecuencias para mostrar el sufrimiento humano.
Otra de las joyas que pudieron visionarse fue The Ice Tower, la última obra de Lucile Hadžihalilović (una de las autoras más incomprensiblemente infravaloradas del panorama cinematográfico actual). La película aborda un cuento macabro y sórdido sobre el deseo, la (re)construcción de la identidad y las oscuridades del vínculo humano. La belleza de las imágenes, metaforizando en todo momento el claroscuro narrativo, proporciona una de las experiencias artísticas más deslumbrantes que se han podido ver este año en una sala.
Asimismo, también hay que destacar la espectacular propuesta de Hélène Cattet y Bruno Forzani, Hélène Cattet con su Reflection in a Dead Diamond, en donde, a través de una constante deconstrucción formal, se establece un homenaje al cine de espías de los sesenta (sus autores no cesan de homenajear deconstructivamente diversos géneros como el giallo en su ópera prima Amer o el western en Let the Corpses Tan, entre otras). Posiblemente sea su propuesta menos hermética, tal y como apuntaba muy bien Álvaro Peña, pero al mismo tiempo ganan en solidez narrativa y formal.
Dawning, producida por SpectreVision, fue otra de las cumbres de esta edición. Con una fotografía fascinante y unas actuaciones brillantes, lo interesante de ella fue la combinación de una puesta en escena claramente bergmaniana con un viraje narrativo que se adentra plenamente a ciertas retóricas del cine de slasher. Dicho de otra manera, lo sugerente de la propuesta fue la traducción de Bergman a determinados tropos del género y, en ese sentido, la película goza de una originalidad muy destacable.
Otras propuestas interesantes, aunque algo menores, fueron Primate, The Plague, Mother of Flies o Obsession. Primate, por su carácter desprejuiciado, adentrándose por momentos en un claroscuro argumentativo, pero sin dejar de lado el aspecto lúdico. The Plague, homenaje a La chaqueta metálica, nos muestra las obscenidades del poder así como las fallas de la adolescencia (el reparto es espectacular) y de los adultos (la actuación de un contenido Joel Edgerton es descomunal en su contención y fragilidades). Mother of Flies ofrece una lectura bastante sugerente de la brujería en el mundo contemporáneo, y sobre todo intenta ahondar en la cuestión de la esperanza en el contexto de la confrontación entre los modelos médicos alternativos, mientras que Obsession propone un relato bastante irónico sobre el deseo y la rudeza en las relaciones humanas contemporáneas.
Mención aparte merecen los pases de Angel’s Egg y Jigoku, ambas en 4K, que constituyeron una verdadera experiencia estética y fílmica (pese a que muchos de los asistentes se esforzaran en arruinarla, cabe apuntar, con sus gritos, jaleos y aplausos a destiempo, sobre todo en el pase de Jigoku), y la última rareza de Ben Wheatley, Bulk, donde, en un constante homenaje al cine de ciencia ficción de los años treinta, cuarenta y a Alphaville, realiza una majestuosa reflexión subtextual sobre la naturaleza y límites del lenguaje audiovisual contemporáneo.


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