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El misterio del cisne negro, de Tetsuya Ayukawa

El misterio del cisne negro, de Tetsuya Ayukawa

Galardonada con el Premio de la Asociación de Escritores de Misterio de Japón, esta novela convirtió a su autor en uno de los autores más importantes del género. Esta ficción es una joya clásica del honkaku, un puzle narrativo con mapas, gráficos y pruebas ocultas donde cada detalle cuenta.

En Zenda ofrecemos el primer capítulo de El misterio del cisne negro (Destino), de Tetsuya Ayukawa.

***

I

Un mal día

1

Atsuko y Fumie enfilaron el bulevar comercial flanqueado por árboles en dirección a Shinbashi. Caminaban sin prisas, mirando los escaparates. Era casi mediodía, y la luz del sol de finales de primavera realzaba los colores vivos de sus atuendos: uno japonés, el otro occidental. Desde mediados de mayo, las gabardinas ligeras que tan de moda se habían puesto habían dejado de verse, e imperaban las prendas que anunciaban la inminente llegada del verano. La blusa de encaje de Atsuko podría haber resultado una elección atrevida en otras zonas de Tokio, pero allí encajaba a la perfección con el ambiente y realzaba su refinado estilo chic y deportivo.

Poco después se detuvieron frente a una joyería y miraron el escaparate.

—¡Qué bonito alfiler de corbata! —dijo Fumie señalando un alfiler dorado con forma de sable expuesto en el pequeño estante de cristal.

Atsuko entendió que Fumie no lo había dicho para obtener su aprobación, sino como una simple exclamación admirativa al imaginar el accesorio en el pecho de su esposo. Hacía diez días que el marido de Fumie había viajado al Reino Unido para participar en una convención de empresas textiles que se celebraba en Lancashire, y a la vuelta visitaría varias fábricas en distintos países, por lo que aterrizaría de nuevo en el aeropuerto de Haneda en algún momento de septiembre.

—Me gusta. Le quedaría de maravilla a un hombre delgado de piel morena.

En realidad, Atsuko no tenía ni idea de si aquel alfiler fino y curvado, que le recordaba el cuerpo de una libélula, le quedaría mejor a un hombre con la piel clara o morena; se había limitado a describir al marido de Fumie.

—Tienes muy buen ojo, Atsuko. Voy a tener que invitarte a comer —dijo Fumie riendo, como dando a entender que no se le había escapado la sutil intención de aquel comentario. Cuando reía, a Fumie se le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda, y sus labios dejaban al descubierto unos dientes blanquísimos y perfectamente alineados.

Fumie consultó su reloj de pulsera.

—¡Justo a tiempo! Ya casi es mediodía. Conozco un restaurante italiano a tres calles de aquí. Está muy cerca.

Dicho y hecho: Fumie le enlazó el brazo y se puso en marcha. Esa facilidad que tenía para tomar decisiones y pasar a la acción era un rasgo de carácter que Atsuko admiraba y que se manifestaba incluso en los detalles más nimios. Por supuesto, lo pensaba porque ignoraba la verdadera razón por la que Fumie la había invitado a acompañarla a Ginza. Si lo hubiera sabido, su reacción habría sido muy distinta.

En la tercera esquina había un restaurante de curry y, en efecto, justo al lado estaba el restaurante italiano. Bajo un llamativo toldo de rayas rosas y verdes colgaba un cartel que decía POSILLIPO. Era la primera vez que Atsuko visitaba aquel lugar, pero Fumie debía de ser una clienta habitual, porque subió con aire desenvuelto la escalera que conducía a la primera planta y se sentó a una mesa junto a una palmera china de abanico. A diferencia de la planta baja, allí reinaba la tranquilidad, y la mesa que había elegido Fumie era la más alejada de los pocos comensales que había. Más tarde, Atsuko comprendió que la elección de la mesa respondía a la necesidad de que nadie pudiera escuchar su conversación.

En el restaurante no había música ambiente, un detalle peculiar que lo diferenciaba de la mayoría de los restaurantes de Ginza, y el único sonido que acompañaba la comida era el murmullo del agua de dos fuentes de azulejos instaladas en medio de la planta. Escuchar ese sonido tras un paseo bajo el intenso sol veraniego producía una sensación de frescor y renovación, como si se limpiaran la piel sudorosa con una toalla húmeda y se refrescaran con colonia. Fumie debía de haber elegido ese restaurante en parte por su deliciosa comida y por la sensación de frescor que transmitían las fuentes, pero, sobre todo, por disponer de un lugar tranquilo en el que conversar con calma.

—No he probado nunca la comida italiana —dijo Atsuko tras lanzar una mirada fugaz a una rolliza pareja de aspecto italiano sentada a una mesa del fondo.

—Hay muchos platos, y muy elaborados —apuntó Fumie al tiempo que le ofrecía el menú, que, incomprensiblemente, estaba en italiano.

—Ah, mira. Aquí veo un plato que se llama macarrones Caruso. Creo que los probaré.

Atsuko había leído en una revista que el plato llevaba el nombre de Enrico Caruso, el inmortal cantante de ópera italiano, pero ahí terminaban sus conocimientos.

—Yo también los pedí la primera vez que vine. Fumie sonrió simpática y llamó al camarero que, con su uniforme blanco, el cabello negro azabache y la piel bronceada, era la viva imagen del tipo mediterráneo.

Durante la comida, la conversación derivó hacia los pendientes, los collares y los anillos con gemas artificiales que habían estado admirando durante el paseo. Al fin y al cabo, a muchas mujeres les divertía hablar de joyas y otros complementos de moda aunque, por su precio, no pudieran permitírselos. Pero en el caso de Atsuko y Fumie, disfrutaban de una posición económica que les permitía acceder a lo que se les antojara. Y puede que fuera precisamente ese tema de conversación el que hizo que la comida en Posillipo le supiera incluso mejor de lo que Atsuko esperaba, compensando de algún modo la falta de condimentos de los platos. Cuando terminaron de comer y les sirvieron un intenso café napolitano, Fumie se dio unos toquecitos en los labios con la servilleta y, de repente, miró a Atsuko esbozando una sonrisa cargada de intención.

—No quiero ser indiscreta, pero ¿estás saliendo con alguien ahora?

Lo brusco de la pregunta cogió desprevenida a Atsuko, que trató de disimular su turbación removiendo el café.

—No —respondió—. ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, es que hay un pequeño asunto que me gustaría comentarte.

—¿Ah, sí? ¿De qué se trata? —preguntó Atsuko sabiendo perfectamente que Fumie estaba tratando de abordar el tema de una propuesta de matrimonio.

—Verás —dijo Fumie bajando la voz, como si le confesara un asunto importante que convenía mantener en secreto—, hay un hombre al que le gustaría casarse contigo.

El rasgo más característico del rostro de Fumie eran sus grandes ojos. No solo eran grandes, sino profundos y cristalinos. Atsuko no era poeta y su mente no evocaba ningún lago helado escondido en lo alto de una montaña al mirar los ojos de Fumie; pero cuando su amiga fijaba aquellas pupilas claras en sus ojos, no podía evitar la extraña sensación de que sus sentimientos y pensamientos más íntimos quedaban expuestos. Atsuko redobló sus esfuerzos por ocultar su turbación, pero cuanto más se esforzaba, más sentía que se ruborizaba.

—Siento haberte pillado por sorpresa.

—No te preocupes —respondió Atsuko con fingida indiferencia.

A Atsuko no le interesaba lo más mínimo saber quién era el posible pretendiente, aunque, si seguía callada, corría el riesgo de que Fumie empezara a sospechar algo. Así que dijo:

—¿Y quién es ese hombre?

—El señor Haibara. Seguro que lo conoces. Es el secretario del presidente.

La mente de Atsuko evocó de inmediato la imagen de un hombre corpulento y de hombros anchos. El nombre la sorprendió un poco, pero en cuanto lo pensó con más calma, comprendió enseguida por qué Haibara quería casarse con ella. Atsuko lo conocía de haber charlado con él un par de veces en las fiestas que organizaba la empresa.

Fumie hablaba con el entusiasmo de una hermana que recomienda a su hermano como futuro esposo.

—Pienso que seríais un matrimonio ideal. Es un hombre atento y considerado con las mujeres. Estoy convencida de que la mujer que se case con él será muy feliz. Sin embargo, Atsuko no compartía esa impresión.

No pensaba que Haibara fuera ni muy atento ni muy considerado con las mujeres. Aunque era cierto que siempre que se encontraban era muy amable y atento con ella, Atsuko lo atribuía a un sentimiento interesado más que a un rasgo de carácter que manifestara de forma natural con cualquiera. Después de todo, el padre de Atsuko era uno de los directores ejecutivos de la empresa en la que ambos trabajaban. Casarse con la hija de un alto cargo le allanaría considerablemente el camino hacia el ascenso en la compañía, y era imposible que el astuto y sibilino Haibara no tuviera en cuenta este detalle. No era tan ingenua como para dejarse engañar por una estratagema tan evidente y permitir que un hombre ambicioso alcanzara sus objetivos a su costa, ni tampoco se consideraba lo bastante benévola o comprensiva con las debilidades humanas como para justificarlo.

Era imposible que Fumie dedujera la opinión que le merecía a Atsuko aquella propuesta, por más que la mirara mientras se bebía el café en silencio. Insistió, como si de verdad creyera que era la mejor de las proposiciones:

—Haibara es un secretario muy competente y el presidente lo valora mucho, ¿lo sabías? Es un hombre responsable en el que se puede confiar, y tampoco se le conocen devaneos amorosos. No te puedes ni imaginar lo agotadoras que son las relaciones familiares, pero con él te ahorrarías todo eso, porque tiene pocos parientes. Ese, desde luego, no es un detalle menor.

Fumie estaba casada con un director ejecutivo sénior de la compañía, pero seguía sin hijos a pesar de haber pasado ya los treinta, y quizá para distraerse de la tristeza que esto le causaba, se había volcado en la vida amorosa de los demás. Ya había utilizado con éxito sus dotes de casamentera en tres o cuatro ocasiones y había propiciado el matrimonio de varias parejas jóvenes de la empresa. Dado que en esta ocasión se trataba del posible matrimonio de una antigua compañera de universidad con la que tenía muy buena relación, tal vez era comprensible que afrontara el asunto con más entusiasmo del habitual.

Fumie hacía estas cosas con la mejor intención, eso lo sabía Atsuko, que también recordaba haberle oído decir a su padre que el ascenso de Haibara dentro de la compañía era cuestión de tiempo. «Es un hombre muy trabajador que se ha hecho a sí mismo», había comentado con admiración en más de una ocasión. Y, quizá a raíz de ello, hasta su madre se había formado una excelente opinión de Haibara.

—Pensaba abordar a tu padre con la propuesta, pero me pareció más adecuado hablar directamente contigo. En cualquier caso, no hay por qué decidir ahora. Háblalo con tus padres y piénsalo con calma. Al fin y al cabo, mientras no termine la huelga no se podrá hacer nada.

La voz de Fumie se apagó en un suspiro al final de la frase. Y ambas tenían buenas razones para suspirar. El sindicato de los trabajadores de la compañía Towa Textiles había iniciado una huelga hacía cosa de un mes como medida de presión para exigir a la dirección el cumplimiento de cuatro condiciones. Desde entonces, el enfrentamiento entre las partes no solo no había mejorado, sino que se había enconado y nada presagiaba que fuera a resolverse pronto.

—Oye, Atsuko, ¿por qué no vamos al cine en Hibiya? Si salimos ahora, llegaríamos a la siguiente sesión. Hace tiempo que quiero ver ese thriller —sugirió Fumie con tono desenfadado, como si quisiera disipar el ambiente ominoso que se había creado; cogió su bolso de piel de cocodrilo, y se levantó.

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Autor: Tetsuya Ayukawa. Título: El misterio del cisne negro. Traducción: Víctor Illera Kanaya. Editorial: Destino. Venta: Todos tus libros.

Tetsuya Ayukawa © Interfoto ACI.

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