Puede que la irrelevancia del rock en el universo de quienes escuchan reguetón y bailan el perreo solo sea una derrota temporal del Ritmo del Diablo, que no una doma resuelta, una sentencia definitiva. Pero también pudiera ser, como auguraba Johnny Rotten cuando la catarsis punk (1977), que aquella música, que integró a cuantos quisieron amarla con independencia de su etnia, su orientación sexual o su ideología política, enardeciendo a todos ellos como nunca había enardecido a nadie ningún himno, hubiera muerto al perder su esencia —ese espíritu que fue pilar de la sedición juvenil que sacudió las sociedades occidentales en la segunda mitad del siglo XX— en aras de la comercialidad. Si Neil Young publicara hoy su Rust Never Sleeps (1979) sería más difícil creer aquello de que el rock & roll no puede morir, que respondía a Rotten en “My, My, Hey, Hey (Out of the Blue)” y “Hey, Hey, My, My (Into the Dark)”, versión eléctrica de aquélla. Porque un día como hoy, el 10 de septiembre de 1991, el rock empezó a entonar su canto del cisne con la publicación de Nevermind, el segundo álbum de Nirvana. E incluso podríamos precisar la canción —“Smells Like Teen Spirit”—, primer corte de la cara A del álbum. Aún estábamos con los elepés, los CDs se iban abriendo camino paulatinamente.
Los arreglos y la producción se debían a Butch Vig, quien consiguió que Nevermind sonase “brillante y desgarrador a la vez”. Una paradoja que hizo que el álbum vendiera diez millones de copias. Aquí en España también fue número 1. Recuerdo que la afición hablaba del riff de apertura, que Cobain tocaba dos veces antes de que el resto de la banda entrase en la canción, haciéndose notar con toda su fuerza. Hoy consta en los anales del Ritmo del Diablo.
Como el de tantas grandezas que ha dado la humanidad, es difícil fechar el nacimiento del rock & roll, que se remonta más allá de la exaltación que causó en los espectadores más jóvenes escuchar “Rock Around the Clock” sobre los títulos de crédito de Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955); más allá, también, de “That’s All Right” (1954), primera grabación y primer éxito de Elvis Presley, el rock & roll nació con quienes —a buen seguro que tampoco fue alguien solo, en un momento dado— tuvieron la idea —toda una iluminación— de empezar a fusionar el blues, el rhythm and blues y el country. Fue un estallido cultural que puso en marcha la mayor sedición juvenil que la historia registra. Y podemos decir que aquella edad dorada empezó a entonar su canto del cisne con “Smells Like Teen Spirit”, hace hoy 34 años, porque con dicha pieza, a la que, sin embargo, le bastaron dos meses para desbancar al bueno de Michel Jackson de las alturas de la lista del Billboard, el grunge de Nirvana —y con ellos todas las formaciones de rock alternativo— entró en el mainstream entonces, lo que no había conseguido ni el punk, que, empero el afán de los Ramones, nunca llegó a cuajar en Estados Unidos.
Sin embargo, el grunge, para algunos críticos un punk más accesible —trufado, eso sí, por el heavy metal— sí que sintonizó con “Smells Like Teen Spirit”, una pieza que, además de abrir un álbum, fue el pórtico a toda una subcultura dentro del rock. Merced al grunge, volvía a molestar a los adultos, como en los mejores años de su revolución. Seattle, la escena grunge de esta ciudad de Washington, en la que sobresalían formaciones como Soundgarden, Pearl Jam o Alice in Chains, entró en el mapa del rock, como San Francisco en los días del flower power y el rock ácido californiano. Pero en el Seattle de los 90, la ingenuidad de los hippies californianos había dado paso a la angustia y a la ira. Era el final, ya no había tiempo para contemplaciones. Ése fue el telón de fondo bajo el que nació la música de la Generación X. Totalmente ajena, como se ve, al reguetón y al perreo.
De modo que ese canto del cisne del que venimos hablando —cuyo título se debe a cierto aroma a un desodorante para adolescentes que una amiga detectó en Cobain— también puede entenderse como el último respingo del rock. Kurt Cobain, principal compositor de uno de los mejores álbumes de los años 90, siempre quiso ser punk, pero su inspiración tendía al pop. Descrita por la crítica como “un himno para niños apáticos”, quien se expresó así por primera vez no tuvo que discurrir mucho: el propio Cobain solía decir, preguntado por su música: “En fin, lo que sea, da igual”. Pero esa indolencia parsimoniosa solía ser la radicalización de sus canciones. Puede que el éxito que conoció Nevermind, que también incluía piezas como “Come As You Are”, “Lithium” u “On a Plain” contribuyese definitivamente al dramático final del heraldo del grunge.
El heraldo de aquella cultura de hace 34 años quería ser un punk heroinómano, que no un dechado de virtudes y de éxitos. Seguro que significa algo ese niño de la portada del álbum, casi un bebé, que bucea tras un billete colocado de cebo en un anzuelo. ¡Larga vida al rock & roll! Todo en él es gracia. Así se escribe la historia.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: