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El viajero de la Vía Láctea (III): El Loco, soltando lastre

El viajero de la Vía Láctea (III): El Loco, soltando lastre

Fernando Benzo publica en Zenda una serie de artículos, con el nombre de El viajero de la Vía Láctea —jugando con el título de su última novela Los viajeros de la Vía Láctea—, en los que relata sus experiencias musicales. 

Lo siento, Loco, pero comienzo con un spoiler. En sus conciertos, Loquillo se permite un chiste que es toda una honesta aceptación de la realidad. Cuando canta su himno popero «El ritmo del garaje» da un giro sorpresa a la letra: ahora quien «no lo dice pero le mira mal» no es ya la madre sino la hija de su novia. Cosas de estar ya en los sesenta. Los años no pasan en balde pero eso no importa demasiado si uno sabe admitirlo con deportividad y hasta reírse un poco de ello. Y el Loco lo hace.

"Al cumplir unos años y echar cuerpo y tupé, el Loco se nos refina, pasa de pandillero a galán de película sesentera. Se transforma en el Pijoaparte de Marsé"

Me gusta cómo se ha hecho mayor este tipo. Hay una confortable coherencia en lo que va de quién era a quién es. Recorro su historia y me encuentro, como nos pasa a todos, con diferentes personajes. Ahí está el primer Loquillo, el quinto recién licenciado de la mili que se viene a la capital a hacer carrera musical o, al menos, a ver lo que se está cociendo. Larguirucho y canijo, un chulapo castizo con acento catalán. «Ser chulo en Madrid es un arte», diría en su día, con ambición de serlo. En su adictivo libro Macarras interseculares, Iñaki Domínguez menciona una pelea entre rockers y mods en que aparece este primer Loquillo y que acaba mal para él. Ese es el chaval que imaginas: un roquero macarrilla dispuesto a meterse en cualquier bronca, sin importarle si esa vez dará o recibirá, callejero y un poco matón, un chico de la calle que vive su canción.

Aquel chaval se esponjó, sin perder las esencias. Al cumplir unos años y echar cuerpo y tupé, el Loco se nos refina, pasa de pandillero a galán de película sesentera. Se transforma en el Pijoaparte de Marsé, ese papel para el que había nacido y que cometieron el error de no acabar dándoselo en la peli de Gonzalo Herralde. No puedo releer ese libro sin poner a aquel charnego del Carmelo los rasgos de este Loquillo que cada vez parece más lo que quiere parecer, que ya no necesita la chupa de cuero para hacerse el duro, que ha endurecido mirada, mandíbula y cuerpo y al que le basta un quiebro de labios para castigar. Siempre he pensado que el personaje que canta «Cadillac solitario» es, en realidad, el Pijoaparte y que esa última rubia que fue a probar el asiento de atrás no era otra que la pija Teresa.

Fotos: Juan Pérez Fajardo

Y, en una larga elipsis, de ese galán de moto y verbena salto hasta el Loquillo actual, que ya tiene edad para ser llamado Don Loco. Cuando veo ahora al Loco en el escenario, el traje negro y el tupé canoso, los pies bien plantados, los movimientos justos, la arrogancia brotando a borbotones, maneras más de crooner que de chico malo, veo a otros. Veo a un Springsteen patrio que mantiene su fidelidad al rock and roll más allá de las grietas que va abriéndole el tiempo. Veo algo de la puesta en escena de Raphael, con una teatralidad de divo que reviste sus canciones de épica melodramática. Veo también la estela de todos sus sucesores —y ahí están Bunbury, Coque Malla o Dani Martín— que le han tomado como modelo e inspiración para tirar de pose chuleta en el escenario. Y veo el recuerdo de su amado Johnny Halliday, cuando era ya una leyenda entrada en años y en carisma. Y pienso que si nuestro Loco fuese francés le tendrían ya, con esa habilidad tan francesa para el autobombo cultural, convertido en monumento nacional, mientras que aquí tendemos más a pedir para nuestros mitos la jubilación anticipada y nos reservamos los elogios para los obituarios.

"El Loco es ahora más artista que roquero, porque con los años el rock se le ha quedado un poco pequeño"

Sí, me gusta este Loco maduro que no necesita ni poner excusas ni pedir perdón, que prefiere vivir como su canción, soltando lastre. Le importa poco ser o no ser feo, probablemente ya no sea tan fuerte y me temo que se ha hecho un poco formal. Ley de vida. Pero me gusta lo que hace, que siga fiel a la estética y el espíritu del rock mientras recorre aún cientos de kilómetros para llenar un recinto tras otro, porque hay en ello dignidad, lealtad y realidad. El Loco no es de esos artistas ya veteranos que, por seguir facturando, se sube al escenario convertido en parodia de lo que fue. El Loco es ahora más artista que roquero, porque con los años el rock se le ha quedado un poco pequeño, las hechuras roqueras le han saltado y ha elegido crecer por el camino de la poesía. No sé si el señor Jose María Sanz es ahora un roquero poeta o un poeta roquero, lo que si sé es que se le escapa en discos alternos una vena lírica que tambalea, lo quiera o no, su imagen de grandullón perdonavidas, de seductor canallita, porque al final uno intuye que bajo la apariencia de malote añejo se esconde un corazón sensible. Y un tipo inteligente, porque para adentrarse en el pantanoso terreno de la poesía cantada (donde uno tiende a situar más a un Serrat o un Aute) sabe rodearse de compinches que nunca fallan, desde Luis Alberto de Cuenca a Gabriel Sopeña, cómplices necesarios en el crimen.

Fotos: Juan Pérez Fajardo

Pero saltemos de nuevo atrás, que al fin y al cabo estos artículos se alimentan sobre todo de nostalgia personal. Entro en el terreno del recuerdo propio. Voy a un sábado lluvioso de hace unos diez años. Dos padres esperamos al borde de un campo de fútbol de colegio a que escampe o no para saber si nuestros hijos jugarán por fin su partido semanal. El resto de padres y sus hijos, más inteligentes que nosotros, no han aparecido. No conozco al otro padre sacrificado y voluntarioso más allá de haber compartido banda del campo como espectadores. Hablamos por hacer tiempo. Charla insustancial que lleva, sin más, a que me comente de pasada dos cosas: que se llama Sabino y que escribe canciones. Lo menciona sin énfasis ninguno, sin darse mayores aires, como quien comentaría que es funcionario de Correos.

Se me enciende una bombilla. Joder, me cuesta creerlo: ese tipo amable, serio y discreto es nada menos que el autor de las mejores canciones de la banda sonora de mi juventud (y perdón por el topicazo). Sin ese tipo, no es posible entender a Loquillo. El Loco es a Sabino Méndez tanto como Sabino Méndez es al Loco porque, entre otras cosas, los dos juntos pusieron letra, música y voz a ese tipo que aseguraba que se convertiría en una rock and roll star si antes no le pegaban tres tiros en la puerta de un hotel. No puedo escribir sobre uno de ellos sin mencionar al otro porque ahí empezó el largo viaje musical que les lleva a ambos hasta hoy, cada uno a su manera, con sus altos y bajos, con sus caídas, resurrecciones y reencuentros, como debe ser en toda pareja roquera que se precie. Que les pregunten si no a Jagger y Richards, por no mencionar a Paul y John, salvando las distancias necesarias.

"Ni la poesía ni el rock pasan nunca de moda, aunque él se vea ya como el último clásico"

Unos años después de aquella mañana lluviosa, en que no escampó y no hubo partido pero mi yo mitómano volvió encantado a casa, el azar cruzaría mi camino con el del Loco para convertirnos en buenos amigos. Y así, a golpe de comidas en Casa Salvador, fui conociendo a este tipo, que es como se le ve, sin truco ni artificio, inquieto y peleón, con un cancionero repleto de sustancia musical más allá de los éxitos reconocibles, con ganas aún de luchar contra aforos limitados, seguratas impertinentes, empresarios fulleros y políticos sectarios. Ni la poesía ni el rock pasan nunca de moda, aunque él se vea ya como el último clásico.

Y, además, es divertido. Escribo estas líneas después de otra comida juntos. Hemos arreglado el mundo, por supuesto. Luego, me ha llevado a escuchar sus nuevas canciones, aún inéditas. No hay conformismo en ellas. No se recrea en viejas batallas, derrocha las ganas de librar nuevas. Ahí están Sabino y Sopeña. Las canciones suenan a conciertos llenos y público entregado. Suenan a un futuro aún muy largo. Suenan a salud y rock and roll.

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