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Erich von Stroheim, el hombre al que gustaba odiar

Erich von Stroheim, el hombre al que gustaba odiar

Tenía que ser así. La vida es sonora y el cine, aunque en su grandeza parezca sublimarla, no es sino un reflejo de la vida. Mas el buen cinéfilo es consciente de que uno de los mayores dramas de la historia de la pantalla fue el abandono de la imagen silente sin haber llegado a experimentar con ella hasta sus últimas consecuencias. Cuando Charles Chaplin, René Clair y tantos otros cineastas incuestionables declaraban que el Séptimo era un arte mudo, no hacían retórica. Basta con dejarse llevar por el dinamismo que alcanza el tomavistas de Lewis Milestone describiendo las trincheras de la Gran Guerra en Sin novedad en el frente (1930), rodada para el silencio y sonorizada a posteriori. Toda esa agilidad del mutismo último se pierde con las primeras cintas sonoras. Al rodar, la cámara hacía un ruido que recogía el micrófono y hubo que blindarla. Se convirtió así en un armatoste cuasi inamovible. Prácticamente, no recuperó la agilidad de las postrimerías del silente hasta que, ya a finales de los años 50, comenzaron a imponerse los rodajes en exteriores.

El mero espectador simboliza ese trauma que supuso para el cine la llegada del sonido, en el destino de aquellos actores de voces ridículas o malas dicciones, que cayeron en el olvido con el nuevo procedimiento. El buen cinéfilo prefiere hacerlo con la suerte final del gran Erich von Stroheim. Estigmatizado personalmente por Irving Thalberg, uno de los productores más poderosos y mejores del Hollywood de su tiempo, puede decirse que fue uno de los primeros malditos de la historia del cine.

"El presupuesto inicial, cifrado en 5.000 dólares, se disparó hasta los 20.000. Ahora bien, la inversión fue recuperada con creces, y Corazón olvidado fue uno de los grandes éxitos de la cartelera del 19"

Erich von Stroheim nació en la Viena de 1885. “El hombre a quien a usted le gusta odiar”, según rezaba la publicidad de la Universal en 1919, emigró a Estados Unidos diez años antes. Su pasado fue una sarta de mentiras hasta que los admiradores de su obra hicieron por descubrirlo. Cuando se ganaba la vida interpretando a pérfidos oficiales de los imperios centrales en la Gran Guerra —de ahí el eslogan del «hombre a quien gustaba odiar»— decía ser descendiente de una familia austriaca de rancio abolengo. Lo cierto era que sus padres pertenecían a la burguesía hebrea vienesa. Cadete en la academia militar de su ciudad natal, dejó atrás familia y patria por un asunto de deudas. Contratado por David W. Griffith como asesor militar gracias a sus extraordinarios conocimientos de la vida castrense, colaboró con éste en sus dos obras maestras: la apología del Ku Klux Klan que es El nacimiento de una nación (1915) y esa llamada a la buena voluntad que, paradójicamente, es Intolerancia (1916), su siguiente propuesta.

Tres años después, Von Stroheim se presentaba en el despacho de Carl Laemmle, el presidente de la Universal, para proponerle una película de la que sería guionista, director e intérprete. Le contó el argumento, le explicó su realización y salió de allí con el contrato firmado. Corazón olvidado (1919), la cinta que abre la filmografía como realizador de Von Stroheim, está ambientada en una estación alpina. Sus secuencias nos cuentan la seducción de la esposa de un cirujano estadounidense por parte de un refinado militar austriaco encarnado por el propio Stroheim. Como habría de ser habitual en el maestro, el presupuesto inicial, cifrado en 5.000 dólares, se disparó hasta los 20.000. Ahora bien, la inversión fue recuperada con creces, y Corazón olvidado se convirtió en uno de los grandes éxitos de la cartelera del 19.

"Erich von Stroheim retrata a miserables obsesivamente atrapados en un mundo tan materialista como repugnante y, como Balzac a sus avaros, les confiere la grandeza de los héroes épicos"

Esposas frívolas (1922), una de las primeras obras maestras de la Universal, también fue debida al talento de Stroheim. Su libreto volvía a ser original del realizador y él mismo lo protagonizaba, dando vida a un vividor sin escrúpulos que se hace pasar por un conde ruso afincado en Montecarlo. Valiéndose de su falsa identidad, el impostor seduce a la esposa de un diplomático norteamericano que disfruta de unas vacaciones junto a su marido en el principado. La turbulencia sexual de esta cinta, uno de los grandes mitos del cine silente, llamó la atención tanto como la fiel reproducción del casino de Montecarlo incluida en ella. Aunque los días de las películas de una bobina ya habían quedado definitivamente atrás, las seis horas del montaje inicial propuesto por el realizador a la productora resultaron excesivas. Ante este panorama, aunque Stroheim contaba con las simpatías de Laemmle, no fue suficiente para que Irving Thalberg —conocido como el Niño de las Maravillas porque con tan sólo 20 años se había convertido en el jefe de producción de todo el estudio— le mantuviera al frente del filme. El hombre a quien al público le gustaba odiar fue sustituido por Rupert Julian. La expulsión marcó el comienzo de la legendaria serie de trabas e impedimentos que dificultarían, hasta acabar por ponerle fin, la carrera del gran Erich von Stroheim, convirtiéndole en el primer maldito de Hollywood. La causa, según rezaba un texto autógrafo incluido en la contraportada de sus memorias, era que nunca había ocultado aquello “de lo que la cortesía y el buen tono quieren que no se hable, porque lo que se hace a escondidas explica el comportamiento a plena luz, y no es posible disociarlos”.

Avaricia, de Erich von Stroheim.

También fue la decidida voluntad de Irving Thalberg —quien topó con Von Stroheim en la MGM con el mismo encono que lo hizo en la Universal— la que habría de mutilar impunemente Avaricia, una de las obras maestras del mutismo. Estrenada en 1924, hubo algo en el empeño de Von Stroheim equiparable a ese afán de totalidad que impulsó a Honoré de Balzac en su Comedia humana (1830). Como el escritor francés, el cineasta, ya estadounidense, estaba obsesionado con la reproducción brutal de la realidad. También como Balzac, Von Stroheim hace de algo tan prosaico como la avaricia el principal asunto de su argumento. Sí, Von Stroheim también había sido ayudante de Griffith. Pero, a diferencia del poeta del Ku Klux Klan, su antiguo colaborador no se deja llevar por esa sensiblería que condenaría a Griffith al ostracismo ya andando en los años 30. Erich von Stroheim retrata a miserables obsesivamente atrapados en un mundo tan materialista como repugnante y, como Balzac a sus avaros, les confiere la grandeza de los héroes épicos. Al escritor le funciona; al cineasta, no tanto. La verdadera maldición viene dada por la inspiración de una obra antes que por los enemigos de su creador. Una cosa eran los seductores europeos de dulces esposas estadounidenses; otra muy distinta Avaricia, una verdadera estampa de la sociedad estadounidense en la que todos, hasta Trina (Zasu Pitts) —la chica poética canónica en todo filme silente—, eran igual de miserables y de avaros.

"Pero, más que el haber sobrepasado hasta límites insospechados todas las previsiones del rodaje, el drama de Avaricia empezó a gestarse cuando el filme estuvo acabado"

John McTeague (Gibson Gowland) es un sacamuelas que se hace pasar por dentista. Enamorado de Trina, la novia de su amigo Marcus (Jean Hersholt), se casa con ella días después de que la joven sea agraciada por la lotería. Despechado, Marcus denuncia a McTeague y las autoridades le cierran su gabinete. Sin muelas que empastar, el falso dentista cae en el alcoholismo y comienza a maltratar a Trina, quien atesora su fortuna mientras pasa calamidades junto a su marido. Deteriorada su unión hasta la degeneración y la miseria, McTeague abandona a su esposa, pero al cabo de un tiempo regresará para asesinarla y robarla.

La filmación, que en los despachos de la MGM se calculó en tres semanas de quince horas diarias de trabajo, se prolongó durante nueve meses. Pero, más que el haber sobrepasado hasta límites insospechados todas las previsiones del rodaje, el drama de Avaricia empezó a gestarse cuando el filme estuvo acabado. Consciente de su desmesura —el primer montaje duraba casi diez horas— el mismo Von Stroheim se avino a montar una copia de menor metraje.

Fue Rex Ingram quien se sentó a la moviola para reducir a 18 —unas cuatro horas y media— los 42 rollos originales. Incluso así, a Thalberg la copia le seguía pareciendo demasiado larga. Encargó un nuevo montaje a espaldas del realizador. Finalmente, la copia de Avaricia que se estrenó, de 140 minutos, apenas llegaba a ser la cuarta parte del filme concebido por Von Stroheim, quien definió aquella copia como una “mutilación de mi trabajo a manos de los ejecutivos de la MGM”.

"La perfección del lenguaje fílmico de Stroheim alcanza en sus secuencias las cotas más altas. Tanto es así que, subyugado por el vigor narrativo de Stroheim, el espectador no percibe los tremendos cortes que Thalberg impuso en el relato"

Los pocos que pudieron ver la versión íntegra hablaron de personajes e historias paralelas suprimidas por completo. Con todo, la sordidez de los ambientes de la cinta, las miserias de sus protagonistas, la amargura del tema y la ferocidad del desenlace —McTeague termina asesinando también a Marcus y acaba esposado a su cadáver en el Valle de la Muerte californiano— disgustaron tanto a Thalberg y a sus acólitos que consideraron que Avaricia no era una película recomendable. Prefirieron perder dinero antes de distribuirla adecuadamente. A España llegó en 1924. Pero su primera y única proyección hubo de esperar cinco años. Tuvo lugar en Madrid, gracias a la insistencia del escritor Ernesto Giménez Caballero, quien la presentó en el Cineclub Español, auspiciado por él mismo.

Bello como lo es siempre la verdad, el suprarrealismo de Avaricia —hay que insistir— es el mismo que el de Balzac. La perfección del lenguaje fílmico de Stroheim alcanza en sus secuencias las cotas más altas. Tanto es así que, subyugado por el vigor narrativo de Stroheim, el espectador no percibe los tremendos cortes que Thalberg impuso en el relato.

Erich von Stroheim en La gran ilusión, de Jean Renoir.

Pese a estar ya tan fatalmente estigmatizado como lo estaría al cabo de los años Orson Welles, Stroheim aún consigue poner en marcha otra película. Gloria Swanson, ya en el cénit de su carrera, será su protagonista y su coproductora. La reina Kelly será su título y su rodaje da comienzo en noviembre de 1928. Se trata de contar los amoríos entre un príncipe y una joven colegiala plebeya. Ambientados en uno de los grandes ducados alemanes en los días previos a la Gran Guerra, su asunto vuelve incidir en todas las corrupciones que interesan a nuestro cineasta. Pero el rodaje se suspende cuando el material filmado apenas sobrepasa la tercera parte del necesario. Se dice que el cine sonoro ya ha desplazado al silente y que ya no tiene sentido el arte mudo. Lo cierto es que Joseph P. Kennedy —el productor del filme junto a su protagonista— ha decidido suspender la financiación.

"Billy Wilder volvió a unir a Gloria Swanson y Von Stroheim en El crepúsculo de los dioses. Pero la estrella de ambos dejó de brillar el mismo día: fue aquel en que Joseph P. Kennedy decidió dejar de financiar el rodaje de La reina Kelly"

Con las películas habladas, Gloria Swanson y Von Stroheim no serían ni la sombra de lo que fueron en el silente. Como Welles, el cineasta se verá obligado a interpretar para poder subsistir. Todos los personajes a los que dará vida a partir de entonces serán una caricatura de ese hombre al que gustaba odiar en la pantalla silente. Incluso el capitán Von Rauffenstein de La gran ilusión (Jean Renoir, 1937), la mejor de sus colaboraciones para otros realizadores, será una vuelta a esos militares de los imperios que se llevó la Gran Guerra, siempre aferrados a viejos códigos guerreros, que fueron sus prototipos.

Billy Wilder volvió a unir a Gloria Swanson y Von Stroheim en El crepúsculo de los dioses (1950). Como es sabido, ella incorpora a una antigua estrella del silente; él, a un cineasta de aquel periodo glorioso, que estuvo casado con ella y ahora le sirve de chófer. Pero la estrella de ambos dejó de brillar el mismo día: fue aquel en que Joseph P. Kennedy decidió dejar de financiar el rodaje de La reina Kelly.

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