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Un escritor en la era de Internet

José Ángel Mañas. Foto: Ricardo Roncero

Cada vez que vuelvo a Malasaña, rejuvenezco veinte años, y me retrotraigo al Madrid de los noventa. Me veo a mí mismo con mi Bombers, mis vaqueros rotos, mis Martens desgastadas, mis greñas, mi dorada inconsciencia. Me veo bajando por Velarde, camino de la Vía Láctea y del Dos de Mayo, o andando hasta la calle de Manuela Malasaña. Allí estaba nuestro cuartel general, el bar el Potoso. Bebíamos mucho y ligábamos lo que se podía: tampoco era tanto.

Hoy me he detenido en un garito. Al entrar en los aseos, me ha sorprendido el hombre que me escruta desde el espejo. Uno siempre se ve por dentro con dieciocho años, pero enfrente tengo a un cuarentón en toda regla: canoso, cansado, y con esa mirada inclemente con que uno se observa a sí mismo a partir de una cierta edad. La chupa de pana, ajustada, juvenil, no engaña a nadie.

"Siempre fue difícil llegar. Pero hace veinticinco o treinta años, en la época en que estaban en auge autores como Delibes o Marsé, una vez alcanzado cierto grado de reconocimiento, mantenerse resultaba relativamente sencillo."

Veinte años me separan del tipo que publicó Historias del Kronen, y en veinte años he cambiado en casi todo. Si antes escribía de noche, ahora lo hago de día; si antes tenía amigos, hoy tengo mujer; si antes tenía perro, hoy tengo dos hijos; si antes apenas hablaba, hoy me cuesta callar; si antes tenía miedo a la gente, hoy tengo miedo al miedo y llevo siempre a mano una pastilla para las crisis de ansiedad.

Ese par de gramos que podía llegar a pulirme en una noche se han convertido en una tila a la hora de acostar.

El mundo también ha cambiado. Por ejemplo, cada vez más gente me considera un autor consagrado. Ya van varios correos en que se dirigen a mí en esos términos, «un autor consagrado como usted». Recientemente me han invitado a unos cursos de verano de El Escorial, para participar en una mesa redonda sobre el asunto («De jóvenes promesas a consagrados»). Supongo que es normal. Son quince años dedicados a esto. Pero da que reflexionar.

Una joven promesa tengo la impresión de saber lo que es; un consagrado, no.

Al final, rumiándolo, he concluido que un autor se consagra cuando revalida el prestigio literario obtenido con su primer éxito y prueba que no fue una cuestión fortuita, que no le sonó la flauta por casualidad, como al burro de Iriarte.

Siempre fue difícil llegar. Pero hace veinticinco o treinta años, en la época en que estaban en auge autores como Delibes o Marsé, una vez alcanzado cierto grado de reconocimiento, mantenerse resultaba relativamente sencillo.

Si uno garantizaba la calidad —cosa que se presuponía—, entonces sacaba novela, esta llegaba a las librerías, aparecían media docena de artículos, el público se enteraba, y a lo largo de los siguientes meses iba pasando tranquilamente por caja. El proceso tenía un tempo tranquilo, y había una fidelidad natural al autor. Muy mala tenía que ser una obra para que no se conservaran más o menos los lectores conseguidos.

En cuanto a la publicidad, con un par de cadenas de televisión para todo el país y un puñado de diarios de máxima tirada, no había que romperse la cabeza. Bastaba con que un escritor saliera en uno de los programas estrella, para que, al día siguiente, todos estuvieran al tanto de que presentaba novedad.

"Se ha perdido en buena medida la fidelidad al autor. Funciona más un éxito de título que de firma, con lo cual a menudo se tiene que volver a luchar la batalla, con cada nueva propuesta, como si se fuera novel."

Hoy se publican setenta mil libros por año. Y destacar entre esa avalancha de títulos es extraordinariamente difícil. En las librerías apenas hay espacio. Hay que darse codazos; y eso a sabiendas de que si en dos semanas tu título no se mueve, desaparece. El tiempo de exposición —la vida de un libro— se ha reducido drásticamente. También se ha perdido en buena medida la fidelidad al autor y, salvo casos excepcionales, funciona más un éxito de título que de firma, con lo cual a menudo se tiene que volver a luchar la batalla, con cada nueva propuesta, como si se fuera novel.

Amén de que, con veinte cadenas de televisión y una cantidad ingente de prensa escrita, que se llegue a conocer una obra, no ya literaria, sino musical, o de cualquier tipo, es tremendamente laborioso. Hay que invertir un esfuerzo descomunal, y ni siquiera es seguro que merezca la pena.

Las dificultades se han multiplicado y se han reducido, de la peor manera, las probabilidades de escalar esa resbaladiza ladera que lleva a la consagración literaria.

 Y en ello estamos.

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Sinopsis de Un escritor en la era de Intenet:

Un escritor en la era de InternetUn escritor en la era de Internet, más que un diario de escritor, es el diario de un esteta, de alguien interesado por el arte en sus múltiples facetas, que reflexiona a vuelapluma, de manera desordenada y turbulenta, a veces con entusiasmo visceral, y otras con templanza e ironía, sobre el extraño mundo que nos rodea. El conjunto lo sustenta la voz de una personalidad tan singular en la escena literaria contemporánea como es José Ángel Mañas. Quien no conozca su obra, descubrirá aquí un temperamento en carne viva, un hombre en conflicto permanente con la modernidad, que en su estilo, hosco y crudo, tan característico, desvela su pensar más íntimo y nos demuestra cómo, siendo artista, se puede sobrevivir a la era de Internet. A veces no hay más solución, para luchar contra el caos, que cabalgar sobre él. Mañas firma, con este, su libro más personal y desnuda, ante los lectores, su pensamiento.

Autor: José Ángel Mañas. Título: Un escritor en la era de Internet. Editorial: Huerga & Fierro.

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