Inicio > Libros > No ficción > Ese libro, que avance

Ese libro, que avance

Ese libro, que avance

Este libro se adentra en el un mito de origen: el barrio. A través de un ejercicio de memoria y de reconciliación, el autor recorre diferentes historias que suceden en esos lugares abiertos, puntos de tránsito y encuentro, que son las calles, las plazas, los parques, ahí donde se hace comunidad. 

En este making of Sergio Galarza explica cómo escribió Barrio Moscardó (Candaya).

***

Uno de los mayores tópicos de la escritura es el bloqueo literario. Le ha pasado a la mayoría de los escritores que conozco, y en mi caso ha retrasado la escritura de algún libro, pero nunca ha llegado a convertirse en una tragedia. A estas alturas considero que tragedias son otras cosas, como tener que luchar contra cientos de viajeros a primera hora de la mañana, de camino al trabajo, para cambiar de andén por culpa de un tren averiado. En todo caso hay un manual más grueso que 2666 pero del tamaño de un puño y escrito por Jason Rekulak, que se titula The Writer’s Block. Se trata de un compendio de ideas para estimular la creación. Es muy divertido y puedo confirmar que da resultado. Me ha servido para encontrar mi propia manera de desbloqueo. Aunque no me sirvió para escribir Barrio Moscardó, que en un principio se tituló Querido barrio, porque éste es un libro postergado más que bloqueado.

Empecé a escribirlo en 2019 con la intención de recuperar a los personajes más memorables de Los Sauces, mi barrio original en Lima, Perú. Quería contar un paisaje que se extingue cada vez más rápido en las ciudades importantes, donde el turismo aniquila lo familiar en favor del negocio de unos pocos con más poder que la mayoría, o donde la delincuencia y el terror de los padres impide a los niños crecer con la libertad de otras generaciones que eran dueñas de sus calles. Y como soporte de ese paisaje busqué apuntalar la definición de barrio que yo había conocido: una construcción de lazos vecinales que crecían con la complicidad de las esquinas, las tienditas y las canchas de fulbito, estructurados por un lenguaje propio que estiraba los significados como un chicle que nunca perdía su sabor. Ahí cabían la solidaridad y la alegría, pero también el odio y la discriminación. Las relaciones que fui estableciendo con mis vecinos según entraba en la adolescencia estuvieron marcadas por la oposición que alimentaban los prejuicios de mis padres. Parecía que casi todos representaban todo lo que me habían dicho que no debía ser: vago, vicioso, bueno para nada, misio (pobre), sin estudios superiores. Pero en ese rechazo había una omisión muy grande: sólo unos pocos de esos vecinos habían gozado de las mismas oportunidades que en mi familia, salvo la abuela, habíamos tenido. Y la verdad era que gracias a mi convivencia con niños de toda clase en mi cabeza se había formado una idea de sociedad más cercana a la realidad que la defendida por mis compañeros del colegio privado al que asistía: para ellos los pobres no habían hecho bien su trabajo (lo siguen creyendo).

"Nunca había trabajado de noche y esto me obligó a reorganizar la custodia de mis hijos. La única literatura que existía para mí eran los términos ferroviarios"

Estaba tratando de enfrentarme a mis complejos de clase y aclarar más el paisaje de mi barrio cuando me separé de la madre de mis hijos y tuve que abandonar la escritura para concentrarme en estudiar una oposición, mi única salvación financiera. No miento si digo que me olvidé del archivo de Querido barrio. Dejé de leer cualquier texto que no fuera una ley o el reglamento que desde hace unos años rige mis seis días de trabajo. Aprobé la Oferta de Empleo Público y tuve que seguir una formación de tres meses, al final de la cual debía aprobar otro examen o me echaban a la calle. Mientras, me dedicaba a acondicionar el piso que había comprado gracias al contrato con la empresa pública que podía echarme. Escribía resúmenes en unas fichas que en otra época había utilizado para hacer un mapa de mis novelas y libros de relatos. Mis nuevos personajes eran Responsables de Circulación y Encargados de Trabajo y sus dramas eran, entre otros, comprender un Libro de Bloqueo (gran coincidencia). Aprobé ese nuevo examen y a continuación tuve unas prácticas en una estación de Mercancías antes de llegar a mi plaza provisional, un CRC (Centro de Regulación de la Circulación). Allí debía obtener una habilitación que me permitiera ejercer las funciones de Responsable de Circulación. No fue sencillo. Nunca había trabajado de noche y esto me obligó a reorganizar la custodia de mis hijos. La única literatura que existía para mí eran los términos ferroviarios.

"Si bien mi rol de padre me llenaba, la pérdida de mi otra faceta me daba rabia, porque uno cree que puede con su vida y más y al final del día la única energía que sobra apenas alcanza para meterse en la cama"

Y no fue hasta llegar a mi plaza definitiva, otro CRC en Madrid, que volví a abrir aquel archivo. No lo hubiera hecho de no ser por las preguntas constantes de algunos conocidos: “¿Qué estás escribiendo ahora?”. Respondía que nada, a lo que replicaban que debía aprovechar mi situación de funcionario (se equivocan, soy personal laboral), porque seguro el tiempo me sobraría. Ante su insistencia acepté el abandono de Querido barrio, como quien reconoce a un hijo bastardo. Y con el paso de las semanas entendí que su escritura era una deuda con mis hijos. Con otras personas también, pero sobre todo con ellos. Cuando eran pequeños y más exigentes por su dependencia sentía que me robaban mi tiempo de escritor. Ya no había momentos para teclear y lo poco que leía eran sus cuentos infantiles. Si bien mi rol de padre me llenaba, la pérdida de mi otra faceta me daba rabia, porque uno cree que puede con su vida y más y al final del día la única energía que sobra apenas alcanza para meterse en la cama. Entonces trabajaba en una librería y recibir tantas novedades resultaba abrumador.

Y si en este tránsito de estados las cosas salieron bien pese a que mi pronóstico era un descarrilamiento personal, fue porque mis hijos me ayudaron a resistir. Querido barrio se transformó en Barrio Moscardó, una reconciliación con el paisaje de mi adolescencia y el descubrimiento de un lugar muy parecido a Los Sauces aquí en Madrid. Además cuenta los procesos de desclasamiento que he vivido desde que me mudé a Madrid, es un ensayo testimonial, y creo que podría ser la experiencia de muchos otros, en esta lucha desigual por un espacio que pueda llamarse hogar. Es el libro que más me ha costado terminar y el que me ha devuelto mi faceta de escritor. Ahora tomo apuntes para el siguiente. A veces me bloqueo si no consigo visualizar un capítulo más. Entonces, me digo a mí mismo, parafraseando a un compañero ferroviario cuando ve un tren detenido: “Ese libro, que avance”.

—————————————

Autor: Sergio Galarza. Título: Barrio Moscardó. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros.

4.5/5 (11 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios