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Euclides y la Escuela de los tontos

Euclides y la Escuela de los tontos

Hubo un tiempo en el que los padres nos inculcaron la lectura con frases como “El saber no ocupa lugar” o “Nunca te acostarás sin saber una cosa más”.

La lectura de Las infinitas vidas de Euclides: Historia del libro que forjó nuestro mundo, de Benjamin Wardhaugh, me sirve de excusa para mostrar el desasosiego cada vez que oteo el panorama de la educación, ya sea la referente a las normas cívicas de respeto, o entendida como el conjunto de conocimientos transmitidos.

El señor Euclides, como otros tantos a lo largo de la historia de la Humanidad, dedicó tiempo, ganas y pasión a la transmisión altruista del conocimiento. Gracias a otros que se encargaron de traducir su libro Los elementos al griego, al hebreo, al árabe o al urdu, o a otros que lo escondieron, lo custodiaron, lo difundieron, lo imprimieron o lo explicaron, conceptos matemáticos o geométricos del día a día pudieron añadir piedra sobre piedra para que el humanismo nos librase de las explicaciones teológicas del mundo que nos rodea.

"Poco a poco el discurso disruptivo y planificado de ciertas corrientes políticas ha permeado, desprestigiando la labor y autoridad de los docentes"

Jactarse de no leer son actitudes cada vez más festejadas y normalizadas en diferentes espectros de nuestro día a día. El problema más grave no es no leer, sino el no tener la necesidad de aprender mediante la lectura, que es una de las mejores formas de encontrar conocimiento en el camino y absorberlo para el próximo cruce de caminos que se nos presente, cien metros más allá o dos años después.

Con tristeza observo cómo la otrora recompensa y reconocimiento por el esfuerzo se ha reconvertido en una excesiva relajación por las actitudes y aptitudes académicas. Lo que antes era visto como un premio —la oportunidad de estudiar— ahora es visto como una presión o estrés para las nuevas generaciones, cuyos padres han deslegitimado la importancia y el privilegio de estudiar y aprender.

Poco a poco, el discurso disruptivo y planificado de ciertas corrientes políticas ha permeado, desprestigiando la labor y autoridad de los docentes, pero también de médicos y otros garantes del sistema de bienestar.

Este enemigo en casa no es el resultado de ocho generaciones de abandono, en las que la erosión ha permitido socavar el peso de la filosofía, la historia o el pensamiento crítico. La hecatombe ha sido fruto de la dinamita que esos mismos privilegiados han insertado en las grietas de sus mismos cimientos en una sola generación. Y lo peor de todo es que lo han hecho conscientemente, con alevosía, y sin dudar sobre los efectos ya plausibles en la pobreza de los discursos de odio que circulan como la pólvora tanto en las redes como sobre las baldosas de las ciudades.

Cada vez más los alumnos retranquean su propio pons asinorum*, rindiéndose demasiado pronto ante las dificultades normales que toda comprensión requiere. Y lo peor es que la misma sociedad, incluyendo a los padres, justifican que las exigencias del listón de la educación sean cada vez más bajas o laxas.

"Además de promover la desidia, esa tabula rasa ofrece una oda al desánimo para los alumnos que sí creen en el estudio"

Ya nadie repite curso, cuando antes era algo normal tener repetidores en clase. Cierto es que en ocasiones esa situación evidenciaba que algunos alumnos que repetían hasta tres veces el curso lo único que demandaban era no obligarlos a una trayectoria formativa encorsetada. Muchos de ellos preferían ser soldadores, electricistas o albañiles, en un tiempo en el que estaba mal visto no estudiar. Y de ese prejuicio resultó una necesidad hoy en día de mano de obra especializada. De aquellos barros estos lodos.

Repetir un curso, o la repesca de volverse a examinar en septiembre, después de un verano hincando el codo, permitía sobre todo inculcar el esfuerzo y el valor de las segundas oportunidades. Frente a eso, el sistema educativo actual ejerce de apisonadora de la resiliencia, promulgando que no pasa nada. Total, te tomas una relaxing cup of café con leche y de paso viertes cicuta con embudo en el gaznate de los pérfidos profesores que quieren hundir la fulgurante carrera de los niños.

Tanto si se estudia de forma pertinaz como si se aprueba directamente sin empollar, todos seremos iguales, porque avanzaremos al mismo paso. Eso es hablando en plata confundir la velocidad con el tocino, y la igualdad democrática de los derechos frente a las obligaciones como ciudadano. Además de promover la desidia, esa tabula rasa ofrece una oda al desánimo para los alumnos que sí creen en el estudio y conocimiento como herramienta personal y colectiva.

Y para rematarlo, el hecho de dar la oportunidad de aprender a niños y jóvenes que a menudo no tienen ni para comer, o llegan de un lugar donde la palabra futuro no existe, es visto como una competencia, en vez de como un ejercicio de motivación personal y colectivo.

"La analogía del récord de salto de altura puede resultar bastante aproximada para mostrar que la mejora humana viene dada por la sana competencia"

La analogía del récord de salto de altura puede resultar bastante aproximada para mostrar que la mejora humana viene dada por la sana competencia. En todo avance intelectual siempre ha estado delante un reto, un desafío, una necesidad por entender o solucionar algo, ya sea encontrando una cura a una enfermedad, dividiendo un átomo, o hallando un principio matemático para comprender las leyes de la física.

Culpar a los políticos es la excusa fácil. Pero cuando un amigo me sugirió el otro día que mejor sería estar gobernados por eficientes robots, mis cejas sufrieron un ictus. Esa noche apenas pegué ojo, porque escuchar de una persona formada una afirmación tan rotunda me dejó seriamente preocupado. Al día siguiente volví a hablar con él y, retomando el tema, le dije sin acritud que quizá el problema no son los políticos, porque precisamente también son humanos y salen del mismo lugar que cualquier hijo de vecino, transitando por la misma autopista de la vida, guiados todos por Caronte con su barca. El problema es querer delegar en los políticos decisiones de gran calado que hemos ido menospreciando y arrinconando, como qué y cómo estudiar, priorizando el qué pensar o a quién votar o seguir. El problema somos nosotros, porque en esto no hay un grupo de Nosotros, otro de Vosotros y otro de Ellos. En este barco sin fronteras, sin pisos y sin banderas —salvo las que estúpidamente hemos ido creando desde tiempos del bueno de Euclides— estamos todos. Y si nos escoramos a babor huyendo de estribor, una ley de la física nos hace volcar a todos.

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* Pons asinorum es el nombre que comúnmente se usa para la Proposición 5 del Libro I de los Elementos de Euclides. Aludía a la incapacidad para comprender que en los triángulos isósceles, los ángulos en la base son iguales entre sí, y si se prolongan los dos lados iguales, los ángulos situados debajo de la base son iguales entre sí. El puente de los asnos era por tanto el límite para aquellos cuadrúpedos que no son capaces de cruzar el puente, y por ende adquirir el conocimiento.

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