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Fernando Marías: «Una muerta vive en mí»

Fernando Marías: «Una muerta vive en mí»

Foto de portada: Asís G. Ayerbe

En 2019, Ennio Morricone dio en Madrid sus dos últimos conciertos en nuestro país, un año antes de su fallecimiento. La canción que cerró las actuaciones, y con la que el compositor italiano se despidió de nuestro país, fue La luz prodigiosa, interpretada por la cantante Dulce Pontes. Este tema lo compuso el director de orquesta romano para la adaptación cinematográfica de la primera novela de Fernando Marías. Cuando Véronique Lebrun Lapierre y el autor del libro eligieron este título no imaginaban que sería la última que interpretaría el creador de la banda sonora de Cinema Paradiso en los escenarios españoles, ni que ella —Véronique— acabaría consumida por el alcohol y tampoco que Marías publicaría una obra que empezase con la frase: «Te incineraron con una novela mía entre las manos».

Conversamos en Zenda con el autor de Arde este libro.

—En la primera página de su libro ya conocemos el planteamiento, el nudo y desenlace, pero sin embargo seguimos avanzando aunque ya sepamos cómo acabará todo, deseando que intervenga un Deus ex machina que nos lleve a otro final. ¿Cómo debería haber acabado esta historia?

"Durante demasiado tiempo fue un final que venía hacia nosotros, como una maldición inexorable, visible"

—No puedo imaginar un desenlace distinto al que tuvo. Durante demasiado tiempo fue un final que venía hacia nosotros, como una maldición inexorable, visible. Ahora, una vez terminado el libro, me permito a veces fantasear con otros posibles finales, más suaves, más dulces, o simplemente finales no trágicos, pero enseguida se muestra absurdo. La realidad no se puede cambiar. Lo vivido es lo vivido y lo será siempre. Aun así, es cierto que me propuse el reto narrativo de terminar con una escena que resultara de alguna manera luminosa, triste pero luminosa. Creo que, extrañamente, el sombrero rosa de las últimas páginas lo consigue.

—»Te mató el alcohol y fui yo quien te enseñó a beber». ¿Cuánto tiempo ha necesitado para escribir, y asumir, esta frase? ¿Cuántas veces empezó este libro y cuántas lo tuvo que dejar?

—Responsabilidad: una de las palabras más duras y sólidas que existen. Cuando se refiere a un hecho doloroso que nosotros propiciamos tratamos de evitarla, con ideas como nadie es responsable de nadie o la culpa no es solo nuestra, siempre el otro tiene su parte. Ambas son ciertas, pero por mucho que las usemos la responsabilidad sigue ahí, inamovible, hasta que nos atrevemos a mirar. Yo tardé mucho en hacerlo y cuando empecé ya no pude dejarlo. ¿Maté a una persona? No. ¿Introduje a una persona en el mundo que contribuyó a llevarla a la muerte? Sí.

—»Los muertos no mueren del todo hasta que los que los recordamos también hayamos muerto». ¿Es su obra una reivindicación de la necesidad de la memoria? 

"Descubrí que quería luchar contra el olvido de una persona, contra el olvido de Verónica"

—Cuando tuve el libro entre las manos, no cuando lo acabé, sino cuando tuve entre las manos el primer ejemplar, ya una presencia física, descubrí que quería luchar contra el olvido de una persona, contra el olvido de Verónica. Quise contar que fue una persona buena, dejar constancia de ello. Puede parecer cursi, pero es la verdad. Creo que escribimos contra el olvido de aquellos a quienes amamos. Es cierta esa frase: los muertos solo mueren cuando muere el último que los conoció. Pero es todavía más cierto que los escritores tenemos una herramienta más poderosa para enfrentarnos al olvido: nuestra palabra escrita.

Días de vino y rosas, la película de Blake Edwards, refleja esa bajada a los infiernos de dos alcohólicos —juntos—. Muestra ese proceso de justificación, y retroalimentación, entre dos personas para seguir bebiendo. ¿Es más sencillo dejar el alcohol para alguien que bebe en soledad que para una persona que comparte su adicción con su pareja?

—Esa película marcó brutalmente mi adolescencia. Cuando la vi de nuevo, hace no mucho, con el libro ya acabado, pensé que la historia que narra es la misma que vivimos Verónica y yo: alcohólico induce a beber a mujer abstemia y años después ella muere alcoholizada y él se salva. La misma historia, exactamente. La misma terrible historia. Cada historia de alcoholismo es distinta, con sus propios matices de horror. Creo que es más fácil dejar de beber, o intentarlo, solo. Me parece casi imposible que dos personas adictas decidan a la vez dejar el infierno y volver a la vida. Esa pareja está rota sin retorno. Si uno consigue dejarlo deberá escapar del otro. Un extoxicómano no puede convivir con un toxicómano.

—¿La autodestrucción de un alcohólico es voluntaria o involuntaria?

"Nuestra sociedad debe agregar la idea del alcoholismo como enfermedad. La mayoría de la gente piensa que el alcohólico bebe por diversión o vicio"

—El alcoholismo es una enfermedad muy grave. En realidad, esa cuestión sería como preguntarse si un enfermo de cáncer se adentra en la enfermedad voluntaria o involuntariamente. Nuestra sociedad debe agregar la idea del alcoholismo como enfermedad. La mayoría de la gente piensa que el alcohólico bebe por diversión o vicio. Al principio puede haber algo de eso, lo hay sin duda. Pero casi nadie lo entiende como enfermedad. Para empezar, muchos alcohólicos.

—¿Cuánto daño ha hecho ese retrato idealizado del alcoholismo de autores como Edgar Allan Poe, Scott Fitzgerald, Jack London o Dylan Thomas?

—Puede haber hecho mucho, a mí me lo hizo. Recuerdo muy bien, y lo cuento en el libro, cómo en mi adolescencia me parecía que el escritor, el creador alcohólico, era un inabarcable héroe del Romanticismo. Los héroes son muy peligrosos para los jóvenes, que se entregan, yo lo hice, a la pasión por ese mito sin detenerse a mirar el lado letal.

—También idolatramos a escritores que han muerto jóvenes, como John Keats y Percy Shelley, y a todos esos músicos que nos dejaron a los 27 años. ¿Por qué esa obsesión en el mundo de la cultura con dejar un bonito cadáver?

—Tal vez porque resulta muy barato para el espectador. Muere Jim Morrison, no yo; muere James Dean, no tú. Lo observamos y es gratis hacerlo. Es un espectáculo más, el espectáculo del heroico cadáver joven. Eso por un lado. Y por otro, responde a la fascinación por lo no culminado, por lo abortado a mitad de su deslumbrante periplo… Todavía me pregunto hoy cuántos discos habrían editado, además de Morrison, Janis Joplin o Jimi Hendrix, y cito a estos tres porque murieron en un breve espacio de tiempo, casi a la vez. Imaginemos: Morrison vive hoy y ha grabado una serie de discos geniales y editado poemarios de gran calidad. Es la opción A. La opción B sería que sobre los años ochenta la música de The Doors deja de interesar y los nuevos creadores vanguardistas empiezan a ver a Jim como un héroe del pasado, que ha engordado y saca discos mediocres hasta desaparecer del panorama cultural a principios de los noventa. ¿Cuál de las dos opciones es la real, o cuál de los otros cientos de opciones posibles? De todas formas, no creo que ninguno de los jóvenes y hermosos cadáveres a los que aludimos deseara y mucho menos eligiera serlo. Simplemente, ocurrió.

—En este libro hay también un personaje secundario que acapara gran protagonismo, Madrid —Malasaña, más concretamente—, que evoluciona de la misma forma que los personajes. Usted dice en el libro que se creían inmortales a principios de los 80. ¿Cómo fue esa euforia de los años de la Movida en Madrid? ¿Qué sentimientos tiene ahora hacia su ciudad adoptiva?

"Fue una euforia dorada en la que Madrid puso la Movida y yo —y toda mi generación— pusimos nuestra juventud"

—Fue una euforia dorada en la que Madrid puso la Movida y yo —y toda mi generación— pusimos nuestra juventud: enamoramiento, pasión y amor verdadero, eso vivimos con Madrid en aquella época. Es una ciudad a la que amo, vivo aquí hace cuarenta y seis años. Trasladarme a cualquier otra ciudad del mundo sería para mí equivalente al exilio. Si la vida me llevara a vivir en Toledo o Guadalajara, creo que cogería el AVE todas las mañanas para pasar el día en Madrid, maquinando cómo volver.

—El Bilbao de los 80 también tuvo su leyenda negra con la heroína. ¿Alguna vez se ha imaginado cómo habría sido su vida en su ciudad natal?

—Eso lo he pensado muchas veces. La vida es la que es, lo vivido es lo que se vivió, pero me fascina pensar cómo los pequeños detalles podrían haberlo cambiado todo. Por ejemplo, cuando vine a estudiar en 1975 recuerdo que un mínimo problema administrativo estuvo a punto de obligarme a posponer la entrada en la universidad hasta el curso siguiente. Finalmente pudo resolverse, pero me pregunto si no habrían cambiado entonces mis circunstancias en Bilbao como para ya renunciar a venir a Madrid. ¿Quién sabe? Química y azar: eso es lo que somos.

—Afirma que ha vivido en las películas desde niño. También que creyó estar dentro de un musical de Hollywood, un Gene Kelly de Bilbao. ¿Cuál ha sido la importancia del cine en su vida?

—El cine me descubrió el universo de la imaginación. A partir de ahí vino todo lo demás. Por tanto, mi deuda con el cine ha sido y es extraordinaria. Sin la imaginación yo moriría.

—Por momentos su historia me recordó a la película Báilame el agua, protagonizada por Unax Ugalde y Pilar Ayala, que cuenta la historia de dos amantes al margen de los demás, que caminan de forma permanente en el precipicio, hasta que caen. Incluso el final es parecido, con canción de Los Secretos incluida, un grupo que aparece en las primeras páginas de su libro.

—No la conozco, pero la voy a buscar inmediatamente. Me gusta mucho ver las miradas de otros sobre esta cuestión: amor dorado y abismo sin fondo. De alguna manera, me arropa.

—»El alcoholismo se mitifica o se desprecia, pero no se nombra» ¿Por qué hay este tabú en la sociedad española sobre el alcohol? ¿Por qué no hablamos claro sobre el alcoholismo y sus terribles consecuencias?

"Un alcohólico solo trae problemas y disgustos. Solo lo miran cara a cara quienes conviven con él o están muy cerca"

—Creo que es más cómodo para la sociedad mirar para otro lado. Un alcohólico solo trae problemas y disgustos. Solo lo miran cara a cara quienes conviven con él o están muy cerca: pareja, amigos íntimos y verdaderos, hermanos, padres… Los demás quieren huir. Un alcohólico solo trae problemas, no puede traer nada bueno, y si lo trae, antes o después lo quebrará. No te puedes fiar de él, nadie que conozca el problema va a contratarlo en ningún ámbito, sea el del cine o el del transporte por carretera. ¿Por qué arriesgarse a traer a tu entorno un problema que puede ser grave? Esta actitud, legítima por completo, crea esa especie de burbuja alrededor del alcohol.

—Uno de los momentos más duros de su libro narra cómo cuando ella está en la clínica de desintoxicación el médico le recuerda que no pueden llevarles colonia a los pacientes… por si se la beben.

—Lo había oído de niño, seres monstruosos de diferentes inframundos capaces de beber colonia. Me aterrorizaba esa imagen. Por eso, aquella apacible tarde soleada del hospital me resultó un topetazo brutal, algo así como si toda mi vida hubiera viajado a gran velocidad en un coche para estrellarme contra esa pared: Mi pareja podía beber colonia. Terror. Realidad.

—La línea entre acabar como Verónica y como lo hizo usted es muy fina. Su separación se produce cuando usted decide dejar de beber —después de varios episodios de epilepsia— y ella no hacerlo. ¿Cuántas veces pensó en dejarse llevar? ¿Cómo logró ser firme en su propósito?

"Me parecía infame dejarme llevar. Verónica no tenía proyecto. Por eso no sobrevivió"

—Porque tenía el proyecto de escribir novelas. Me resultaba intolerable morir de esa forma absurda sin haberlas escrito. Me parecía infame dejarme llevar. Verónica no tenía proyecto. Por eso no sobrevivió. Para mí, el alcohólico debe cumplir dos condiciones para salir del infierno: una, decidir —él y nadie más que él puede decidirlo— dejar de beber. Y dos, que haya un proyecto aguardándole fuera.

—En una entrevista que leí a Steve Earle, el cantante americano, que acabó en la cárcel por sus problemas con las drogas, declaraba que un adicto no deja de serlo nunca. También Richard Harris se resignaba a ser siempre un alcohólico aunque tuviera periodos en los que no bebía —o lo hacía con menos intensidad—. ¿Está de acuerdo con esas afirmaciones?

—Sin duda. Hay que estar atento al diablo. Yo, por ejemplo, dejé de beber el uno de octubre de 1997. Han pasado casi veinticinco años. Estoy convencido de que si bebiese algo de alcohol no recaería, pero de todas formas no voy a arriesgarme en ningún caso. La buena noticia para mí es que no lo añoro, no pienso en ello nunca. He hablado con bastantes alcohólicos en estos años. Un cineasta muy famoso me reconoció que lo añoraba cada día. Eso es lo habitual. Yo tuve suerte.

—Hasta el final en su relación hubo esperanza. Ya no vivían juntos, ella estaba en Francia, enferma, y se compraron una casa juntos, la madre de Véronique pagó su parte… En el libro llama a este acto «una tregua de futuro negro».

"Una muerte como la que aquí se cuenta no se va jamás. Vives con ella. Va contigo"

—Es un acto bastante incomprensible, en realidad. Verónica y yo lo hacíamos todo a contracorriente, esto también. Comprar esa casa cuando ella no vivía ya aquí le dio un poco de alegría, de esperanza… Si hubiese que decidir esa compra hoy sé que ambos haríamos lo mismo.

—¿Con Arde este libro ha conseguido cerrar su círculo?

—Este sí, tal vez… Pero percibo que se han abierto otros. Una muerte como la que aquí se cuenta no se va jamás. Vives con ella. Va contigo. Es lo más intenso de lo vivido. Una muerta vive en mí. ¿Qué puede ser más intenso que eso?

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