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François-Henri Désérable: «Irán es coraje y hospitalidad»

François-Henri Désérable: «Irán es coraje y hospitalidad»

François-Henri Désérable (Amiens, Francia, 1987) es autor de varias novelas, entre ellas la divertidísima Mi dueño y mi señor, que le valió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Hoy publica en Cabaret Voltaire (con traducción de Lola Bermúdez Medina) El deterioro de un mundo: Una travesía por Irán, la crónica de su viaje a la República Islámica de Irán en plena ola represiva por las manifestaciones que se sucedieron tras la muerte de Mahsa Amini, la joven detenida y asesinada por el régimen por no llevar colocado el velo de forma adecuada.

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Usted decidió viajar a Irán para seguir los pasos de Nicolas Bouvier, que había publicado en 1963 Los caminos del mundo, un libro sobre un largo viaje que había realizado diez años antes por varios países. Dice usted en su libro: «Para mí, el descubrimiento de Bouvier, a los veinticinco años, tuvo un impacto como he conocido pocos en mi vida de lector. […] Los caminos del mundo se convirtió en mi Biblia. El Evangelio de la ruta según san Nicolas». ¿Qué tenía de especial el libro de Nicolas Bouvier para que se lanzase a seguir su senda?

"Después de leer a Bouvier se me metió en la cabeza pasar la mitad de mi tiempo viajando y la otra mitad en mi casa escribiendo lo que había visto"

Leí Los caminos del mundo porque mi hermana, tras regresar de un periplo por Irán, me dijo: «Tienes que leerlo». Me sumergí en la lectura y desde la segunda página me deslumbró el estilo de Nicolas Bouvier, y supe desde un primer momento que, si conseguía mantener el nivel, se iba a convertir en uno de mis libros de cabecera. A menudo, cuando leía a escritores viajeros o relatos de viajes, tenía la impresión de que habían sido escritos bien por escritores que no habían viajado realmente, o bien por viajeros que no sabían escribir, y raramente me llenaba la literatura de viajes. No digo que no haya buenos escritores viajeros, que algunos hay, pero Bouvier fue mi primer deslumbramiento en la literatura de viajes, y tras leerlo se me metió en la cabeza pasar la mitad de mi tiempo viajando y la otra mitad en mi casa escribiendo lo que había visto. Un día, años más tarde, estaba en Ginebra dando una conferencia sobre uno de mis libros y resultó que en la sala estaba Manuel Bouvier, el hijo de Nicolas Bouvier, y, como yo había hablado de su padre, me invitó a su casa y después fuimos a la tumba de Nicolas Bouvier. Y aquel día, ante su tumba, me prometí rehacer una parte de Los caminos del mundo y atravesar Irán de un extremo al otro siguiendo sus pasos.

De todos los países que había recorrido Bouvier, ¿por qué eligió Irán? 

Bouvier atraviesa varios países. Primero atraviesa la antigua Yugoslavia, luego Turquía, Irán, y acaba su viaje en Paquistán. Pero la mayor parte de Los caminos del mundo transcurre en Irán. Del año y medio que dura su viaje, pasa un año en Irán, y la mayoría de las páginas de su libro están dedicadas a Irán. Pero además es una civilización milenaria, un país con una historia muy rica y que tiene sobre todo reputación de ser muy hospitalario, y yo quería comprobar en persona si lo que se decía sobre la hospitalidad del pueblo iraní era verdad o no. Bouvier, en Los caminos del mundo, dice: «Aquí, donde nada funciona, hemos encontrado más hospitalidad, altruismo, delicadeza y ayuda de los que se encontrarían dos persas viajeros que llegasen a mi ciudad, donde, en cambio, todo va bien». Me dije que tal vez 70 años más tarde esa hospitalidad del pueblo iraní podría haber desaparecido, pero no ha sido así, sino que sigue intacta. Jamás, a lo largo de todos mis viajes, me he encontrado un pueblo tan hospitalario, tan curioso por el extranjero, tan benévolo y tan acogedor.

¿Qué queda en el Irán de hoy del Irán que describió Nicolas Bouvier?

"Cuando Bouvier habla del vino que bebe, de las mujeres, todo eso ha cambiado. Hoy las mujeres llevan velo, no se puede consumir alcohol"

Poca cosa, desgraciadamente. El Irán de Bouvier ha cambiado mucho. Una de las primeras cosas que me sorprendió es el crecimiento demográfico. Cuando Bouvier va a Isfahán, tiene 200.000 habitantes. Hoy Isfahán es una ciudad de dos millones de habitantes. Cuando va a Zahedán, en Baluchistán, es un pueblo de 15.000 habitantes. Hoy Zahedán debe de tener unos 600.000 habitantes. Las ciudades han crecido enormemente. Eso es lo primero. Lo segundo es que Irán es hoy una república islámica y, cuando Bouvier habla del vino que bebe, de las mujeres, todo eso ha cambiado. Hoy las mujeres llevan velo, no se puede consumir alcohol y no se puede bailar en la calle. Ha habido muchos cambios, pero hay dos cosas invariables. Una es la belleza de los paisajes y de las ciudades: Isfahán es una ciudad magnífica, Shiraz también es muy bonita, y el desierto de Lut, que atravesé para ir a Baluchistán, es sublime. La otra, como decía antes, es la hospitalidad del pueblo iraní.

Hoy, con internet, tenemos acceso a mucha información sobre infinidad de sitios en los que jamás hemos puesto un pie. ¿Se escribe un libro de viajes en 2023 de la misma forma en que se escribía en 1963?

Yo nunca escribiría sobre un viaje de Barcelona a Madrid porque ya sabemos muchas cosas de esos lugares, hay muchísima información en internet. Pero cuando uno va a Irán y se sale un poco de los caminos trillados y acaba en Baluchistán, le aseguro que no hay muchos viajeros que vayan allí y que no se ha escrito mucho sobre esos lugares, y sí que se puede aportar una mirada nueva sobre lo que se ve. Sí que es verdad que hoy en día la parte dejada al azar se ha reducido por el uso de internet, porque desde París puedes ver el interior de un cuarto de hotel de Zahedán, en Baluchistán, y leer los comentarios que han dejado los clientes en Tripadvisor. Pero si internet ha reducido el azar, también podemos prescindir de él, y cuando yo viajo, al menos por esos parajes, intento hacer un uso muy moderado de internet y me dejo guiar lo más posible por los azares del viaje.

¿Todavía hay viajeros, o ya somos todos turistas?

"Lo que distingue al turismo del viaje es que el viaje, como decía Bouvier, solo se hace a pequeña velocidad"

Hay una buena definición de un escritor francés, cuyo nombre no recuerdo, que dice que el turismo consiste en llevar a gente que estaría mejor en su casa a lugares que estarían mejor sin ellos (risas). La cuestión es qué distingue al viajero del turista. Yo creo que el turista ve lo que ha venido a ver, mientras que el viajero ve lo que ve. El viajero no tiene un itinerario predefinido, se deja llevar por el azar. Y también lo que distingue al turismo del viaje es que el viaje, como decía Bouvier, solo se hace a pequeña velocidad. La lentitud es consustancial al viaje, mientras que en el turismo disponemos de un cierto número de días e intentamos sacarles el máximo provecho viendo la mayor cantidad de cosas posible. En cambio, el viajero no vacila en aburrirse en el viaje y, paradójicamente, no se aburre. Pero sí, pienso que aún es posible viajar y no quedar reducidos a nuestra condición de meros turistas.

Fue a Irán a finales de 2022, en plena ola de represión por las manifestaciones que se estaban produciendo tras la muerte de Mahsa Amini. Habían detenido a varios periodistas extranjeros. Habían detenido incluso a un español que viajaba a pie al mundial de Catar y que excarcelaron en enero de este año tras quince meses en prisión. Mucha gente le aconsejó que no viajara a Irán. ¿Por qué decidió ir allí a pesar del peligro al que se exponía?

—“Mucha gente” es sobre todo el gabinete de crisis del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia, que me llamó cuando estaba en el avión a punto de despegar, así que ya era tarde para renunciar a mi viaje. Pero en general sabía los riesgos que corría. Conocía la historia de ese español que habían arrestado en Saqqez, en el Kurdistán iraní, por ir a la tumba de Mahsa Amini cuando se dirigía a pie a Catar. Había oído hablar de la italiana que estaba en prisión por colgar en Instagram fotos de las manifestaciones, como también había oído hablar de los nueve franceses que se pudrían en las cárceles de la República Islámica, acusados falsamente de espionaje, y que en cierta forma eran rehenes de Estado, porque la República Islámica practica la diplomacia de rehenes. Estaba al corriente de todo eso, sabía los riesgos que corría y, sin embargo, me parecía legítimo tomar esos riegos porque los periodistas no tenían acceso al país y porque, como muchos de nosotros, estaba conmovido por el coraje de la juventud iraní, por esas mujeres iraníes que se atrevían a salir a la calle sin velo para desafiar a ese régimen liberticida que es la República Islámica. Y como yo no era periodista, como no tenía carné de prensa, pude conseguir un visado turístico y me pareció que desentenderme del asunto, cuando podía ir a Irán y dar testimonio de lo que veía, sería una falta de coraje. Así que conocía los riesgos, pero no eran mayores que los de un reportero. El riesgo era que me arrestaran. Había poco riesgo de morir allí. No es como si me fuese a Kiev bajo las bombas rusas. El riesgo era una detención arbitraria, y era un riesgo muy elevado, pero pensé que valía la pena.

Isfahan. Foto: François-Henri Désérable

¿No tenía miedo?

"Iba con precaución porque sabía muy bien que había espías, los Basij, que son las milicias de paisano de la Guardia Revolucionaria, que podían vigilar mis movimientos"

No, no tenía miedo. Bueno, cuando el Ministerio de Asuntos Extranjeros me llamó cuando estaba en el avión, durante el viaje sí que pensé que tal vez me detendrían nada más poner el pie en suelo iraní. Pero una vez pasé la frontera, ya no tuve miedo. Hubo momentos en que estaba receloso, pero no era miedo, era más bien recelo. Iba con precaución porque sabía muy bien que había espías, los Basij, que son las milicias de paisano de la Guardia Revolucionaria, que podían vigilar mis movimientos y con qué gente hablaba. Hubo momentos en que tuve mucha precaución, pero no, no tenía miedo.

Este libro tiene un gran valor porque nos ofrece un testimonio de primera mano de Irán. Porque una cosa que descubrió es que un periodista que escribía sus crónicas sobre lo que sucedía en el país y que usted creía que estaba en Irán jugándose la vida, en realidad estaba cómodamente en su casa en París.

—Sí, no citaré su nombre, pero tuve que vérmelas con un periodista francés —o con una periodista, porque tampoco diré si es hombre o mujer— de un gran diario que escribía sus artículos sobre Irán sin precisar nunca si estaba en Irán, y cuando leías sus artículos tenías la impresión de que estaba en pleno meollo. Me puse en contacto con él para preguntarle si podríamos quedar a mi llegada a Teherán y, al final, me contó que no estaba en Teherán. Ahora bien, se puede escribir El barco ebrio sin haber visto nunca el mar, que es de hecho lo que hizo Rimbaud. Se podría escribir el Quijote sin haber visto molinos, pero yo no tengo esa imaginación. Necesito ir a los sitios para hacerme una idea de lo que pasa y jamás me habría sentido legitimado para escribir sobre Irán desde la terraza de un café parisino. Parece que hay gente a quien esto no le plantea ningún problema, pero no es mi concepto de lo que debe ser un reportaje.

Dice en su libro que, en 2022, «a principios de noviembre, en Teherán, la mitad de las chicas de menos de treinta años salían sin velo». ¿Qué pensaba cada vez que se encontraba a una de esas mujeres por la calle?

"Me di cuenta enseguida de que al menos la mitad de las mujeres menores de treinta años no llevaban velo, porque eran esencialmente mujeres jóvenes"

Era sorprendente porque, cuando llegué a Teherán, sabía que existía ese movimiento de mujeres que osaban desafiar al régimen saliendo a la calle sin velo, pero pensaba que era un epifenómeno, creía que solo serían algunas mujeres las que no lo llevarían. Y resulta que empiezo a caminar por las calles de Teherán por la mañana y me cruzo con una, lo cual me llama la atención. Luego veo otra y, cinco minutos más tarde, había visto diez. Me di cuenta enseguida de que al menos la mitad de las mujeres menores de treinta años no llevaban velo, porque eran esencialmente mujeres jóvenes. Me parecía algo muy valiente, hermoso y noble, y de hecho había muchos hombres que, cuando se las cruzaban, les hacían con la mano la V de la victoria, o les guiñaban un ojo o las felicitaban. Había una especie de simpatía popular hacia esas mujeres que se atrevían a salir sin velo. Pero esto era en las grandes ciudades, fundamentalmente en Teherán, en Isfahán y en Shiraz. En las ciudades más pequeñas y en los pueblos, las mujeres siempre llevaban velo y muchas incluso llevaban chador, con lo que disimulaban también las formas de sus cuerpos.

Desierto de Lut. Foto: François-Henri Désérable

El peligro al que esas mujeres se exponían era enorme. En su libro cuenta las atrocidades que se cometen en las prisiones iraníes. Dice usted: «Y luego, por supuesto, las violaciones. Cuentan algunos casos de jóvenes implorando que les dieran la píldora: no quieren, encima, quedarse embarazadas de sus verdugos. Cuentan también los casos de jóvenes que, recién salidas de la cárcel, se suicidan o no se atreven a poner los pies en la calle: como a veces filman las violaciones, a las víctimas les interesa tener mucho cuidado, ya que los vídeos podrían aparecer en Internet». Esto es lo que puede suceder —lo que sucede— cuando eres prisionero político en la República Islámica.

"Hay informes de Amnistía Internacional, hay muchos testimonios y no es un secreto que la República Islámica practica alegremente la tortura"

Sí, todo eso está documentado. Hay informes de Amnistía Internacional, hay muchos testimonios y no es un secreto que la República Islámica practica alegremente la tortura. Una de las especialidades de la casa es que te meten en una celda minúscula, solo, bajo un neón de luz cegadora que te priva del sueño y que te vuelve loco, tras lo cual te arrancan una confesión. Si yo no he dormido en ocho días, me puedes hacer decir que he matado a Kennedy, confesaré todos los crímenes que no he cometido. Así que te arrancan una confesión bajo tortura y te condenan con cargos tan vagos como enemistad con Dios o corrupción en la tierra, que quiere decir todo y nada a la vez, y pueden meter lo que sea dentro de esos cargos. Después te condenan a muerte, te ahorcan al alba con una grúa sin haber informado a tu familia y te entierran por la noche en un descampado sin que tu familia esté presente porque no quieren que se produzcan revueltas durante el entierro. Esta es la realidad del régimen de la República Islámica. Y muchas mujeres —y no solo, porque también ha habido hombres— han denunciado violaciones por parte de sus verdugos, algunas de estas violaciones se grababan, y sí, había mujeres que pedían que les diesen la píldora para no quedarse embarazadas de sus verdugos. Una de las cosas que a mí más me impresionó en Irán fue cuánto miedo tenían los manifestantes. A menudo leía en la prensa: «El miedo ha cambiado de bando». Pero no había cambiado de bando. Todos tenían mucho miedo, pero no tenían miedo de morir: tenían miedo de ir a prisión. Tenían miedo de ser arrestados, torturados, de que les arrancasen confesiones, de que los condenasen a muerte y de que los ejecutasen una mañana antes del rezo. De eso tenían mucho miedo. Y sin embargo el coraje se iba imponiendo poco a poco al miedo, y eso era admirable. Así que con este libro, en cierto modo, lo que hago es atestiguar el coraje de la juventud iraní frente a ese régimen liberticida.

En Isfahán se encuentra a una joven opositora que se aprende poemas de memoria por si algún día la encarcelan.

Sí, me la encontré en una pequeña montaña de Isfahán, el monte Soffeh. Me contó que estaba muy implicada en las manifestaciones y que sabía muy bien que tenía muchas posibilidades de que la arrestaran, y que se preparaba para la eventualidad de la prisión aprendiendo poemas de memoria. Me decía: «Si me arrestan, si me torturan, si me privan de mi libertad, de mi dignidad, de mi familia, de mis amigos, de la comida, hay una cosa que no me podrán quitar: los versos, los poemas que me he aprendido de memoria y que me recitaré mientras espero la muerte o la libertad». Cuando escuchas eso de boca de una chica de veinte años y tú tienes casi el doble de su edad y ni un cuarto de su coraje, lo mínimo que puedes hacer es dar testimonio de ello.

Si a usted lo encarcelasen, ¿qué poemas se llevaría a la prisión?

Yo estoy imbuido de poesía francesa, así que me sé de memoria muchos poemas de Rimbaud, de Verlaine, de Aragon, básicamente de la poesía francesa de finales del siglo XIX y de principios del XX. Imagino que serían esos los poemas que me recitaría esperando la muerte o la libertad. De hecho, el título de mi novela Mi dueño y mi señor es un verso de Verlaine (François-Henri Désérable me recita con voz melodiosa el poema de Verlaine). Sí, sin duda son esos los poemas que me recitaría.

La joven de Isfahán, que se juega la vida publicando en Instagram vídeos contra el régimen, critica a las influencers occidentales que se cortan un mechón de pelo en solidaridad con las mujeres iraníes: «Esfuerzo mínimo, pensaba Firuzeh, para un máximo rendimiento: exigía poco tiempo, no presentaba ningún riesgo, generaba muchos likes y tranquilizaba sus conciencias». ¿Qué opina sobre este asunto? ¿Esos gestos son una frivolidad o tienen una cierta importancia?  

"Comprometerse en las redes sociales tal vez no sea gran cosa, pero no es lo mismo que nada."

Es difícil responder a esa pregunta. Esta chica se burlaba sobre todo de las influencers que, entre una publicidad de pintalabios con un código promocional y una foto en bikini en la playa, se cortaban un mechón de pelo sabiendo muy bien que eso les podía reportar muchos likes y un capital de simpatía, y es cierto que ese gesto anodino de cortarse un mechón frente a la cámara de tu apartamento en París o en Madrid no te compromete a gran cosa. Los riesgos son mínimos, mientras que si lo haces en Irán los riesgos son considerables. Y por eso esta chica estaba rebotada contra el gesto de esas occidentales que a menudo denotaba más ostentación que compromiso. Yo en este asunto estoy un poco dividido. Pienso en el poema del pastor Martin Niemöller que dice: «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, no dije nada porque no era comunista…» y que acaba diciendo: «Cuando vinieron a buscarme a mí, ya no quedaba nadie para protestar». Cuando reflexiono sobre este poema, me digo que comprometerse en las redes sociales tal vez no sea gran cosa, pero no es lo mismo que nada. Es cierto que en el silencio puede haber emociones elocuentes y que no es necesario mostrar públicamente tu indignación para que te conmueva la desgracia de algunas personas, pero creo que a veces también es bueno alzar la voz, aunque sea de una manera tan poco arriesgada como en Instagram, en Facebook o en Twitter.

Keshit. Foto: François-Henri Désérable

Dice usted que Irán, más que una teocracia, es una cleptotanatocracia.

Sí, porque el 60% de la economía está en manos de la Guardia Revolucionaria, que manda a sus hijos a estudiar a prestigiosas universidades americanas. Así que es un régimen que acapara las riquezas del pueblo, y es por tanto una cleptocracia, y que se mantiene en el poder mediante la muerte y el miedo a las ejecuciones, y por tanto también es una tanatocracia. Es una cleptotanatocracia porque es un régimen totalmente corrupto y que no tiene la menor intención de caer porque no quiere perder sus prerrogativas económicas. Hay gente en la República Islámica que tiene mucho que perder si la República Islámica cayese. Por otra parte, el aspecto teocrático de Irán no llama la atención; lo que llama la atención es que los iraníes son bastante poco religiosos. Yo he estado en muchos países musulmanes y, cuando el muecín llama a la oración, la vida se para, la gente saca su alfombra, la orienta a la Meca y se pone a rezar. No es para nada el caso de Irán. El hecho religioso no impregna a la sociedad iraní. Muchos iraníes no creen en Dios, o son creyentes pero poco practicantes. Es por tanto una teocracia de Estado pero que, de facto, no se traduce en cómo vive la gente, y eso es algo que me sorprendió mucho. No me lo esperaba en absoluto.

Dice en su libro: «Basta con abrir los ojos: prácticamente todo el mundo en Irán se opone al régimen». Pero al mismo tiempo muestra un cierto escepticismo sobre el hecho de que los atentados a las libertades individuales, como el uso obligatorio del velo, puedan hacer caer el régimen, y afirma: «No hay revolución posible sin crisis económica. Si hubiera habido pan en París el 5 de octubre de 1789, las mujeres nunca se hubiesen manifestado en Versalles. Con pleno empleo, una moneda fuerte y una economía floreciente, no habría tantos iraníes en la calle».

"Para que un régimen se derrumbe, la aspiración a la libertad no suele ser un factor suficiente"

Hago esa analogía con uno de los acontecimientos desencadenantes de la Revolución Francesa, porque la Revolución empieza con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, pero uno de los acontecimientos más importantes es la marcha de las mujeres sobre Versalles, que van a buscar al rey para reclamarle pan porque ya no quedaba harina en París para hacerlo, y estoy convencido de que el estómago vacío, que en cierto modo es una metáfora para hablar de una situación económica desastrosa, es uno de los motores de la revolución. Para que un régimen se derrumbe, la aspiración a la libertad no suele ser un factor suficiente. Fíjese en la historia reciente, en las primaveras árabes, con los pueblos rebelándose contra sus dirigentes. Todo empezó en Túnez con un joven vendedor de fruta llamado Mohamed Bouazizi que se inmoló prendiéndose fuego. ¿Y por qué? Porque le habían vuelto a denegar su permiso de trabajo. Así que la miseria suele ser uno de los motores principales del derrocamiento de un régimen, de la revolución. Una de las razones por las que el Sah de Persia cayó en 1979 no es solo porque el pueblo aspirase a una mayor libertad —de hecho, había más libertad en la época del Sah que hoy—, sino porque la situación económica era desastrosa y porque el Sah también acaparaba las riquezas de su pueblo. Yo me encontré a mucha gente en Irán que iba a manifestarse no solo para que las mujeres pudiesen ir por la calle sin el velo, sino simplemente porque estaba harta de la inflación, de la moneda iraní, que fluctúa sin cesar, de la tasa de paro cada vez mayor, de la vida que cada vez estaba más cara. Estoy convencido de que es complicado tumbar un régimen si no se da una situación económica difícil.

¿Qué futuro le augura a Irán? ¿Cree que el régimen acabará cayendo?

No quiero aventurarme a dar un pronóstico, porque es la mejor forma de quedar como un idiota dentro de unos años. A largo plazo no veo cómo el régimen puede mantenerse, porque el rechazo es ampliamente compartido. Pero a corto plazo hay una guerra asimétrica entre, de un lado, un régimen con medios coercitivos muy fuertes, con ametralladoras, con una justicia que condena a muerte a cualquiera que alce la voz contra la República Islámica, y del otro lado los manifestantes, que no tienen más que sus pies para caminar, sus manos para ponerlas en forma de bocina alrededor de sus bocas y su voz para gritar su desesperación, sus sentimientos de injusticia y su cólera. Así que la asimetría es muy fuerte. Y además hay otro factor que me hace dudar de la caída del régimen a corto plazo, y es que no hay una figura a cuyo alrededor pueda cristalizar el descontento. La mayoría de los opositores iraníes están en prisión y no hay una persona que congregue a toda la oposición a la República Islámica. Se ha hablado del hijo del Sah, pero hace 44 años que está en el exilio en Estados Unidos y su legitimidad para erigirse en portavoz del pueblo iraní me parece muy débil. No creo que sea una solución.

En Kermán, cuenta que, dos calles más allá de una manifestación que está reprimiendo la policía, se celebran unos esponsales. La abuela de la novia lleva un chador, la madre lleva un hiyab y la novia no lleva nada. Llega un grupo de músicos y empieza a tocar, y la joven se pone a bailar. Cita usted entonces esta frase de Kundera: «Parece que existe en el cerebro una zona muy específica que podríamos llamar la memoria poética y que graba lo que nos ha maravillado, lo que nos ha emocionado, lo que da belleza a nuestra vida». Y añade: «Si tuviera que llevarme una sola imagen de Irán, sería esta». ¿Por qué le conmovió tanto esa escena?

"Había dos mundos que entraban en colisión en ese momento, y asistir a esa escena tan fortuita fue algo que me emocionó mucho"

De entrada, fue algo bastante inesperado, y fue magnífico ver a esa joven que estaba rodeada de mujeres con chador o con velo y que de pronto empieza a chasquear sus dedos, a dar palmas, y se levanta y se pone a bailar. Había un contraste absoluto entre las mujeres con chador y esa joven que decide tomar las riendas de su destino y reivindicar su libertad de bailar en un lugar en el que bailar en público está prohibido y en el que te pueden enviar a prisión por ello, y de hecho ese ha sido el caso de muchos jóvenes. Había por tanto en esa escena una encarnación de Irán, de su pasado, o de su presente, y en cierta forma de su futuro. Había dos mundos que entraban en colisión en ese momento, y asistir a esa escena tan fortuita fue algo que me emocionó mucho.

Qom. Foto: François-Henri Désérable

Más adelante, en el desierto de Lut, señala: «Habría que ser Lawrence de Arabia para describir el desierto. Me gustaría saber hacerlo, pero no sé». ¿Encontró en el desierto los límites de su escritura? 

No solo en el desierto. Creo que no soy lo bastante bueno para describir paisajes. Puedo hacerlo en pocas líneas, pero no sirvo para escribir páginas y páginas. Uno debe conocer sus límites y yo los sentí aún más en el desierto, que suele ser un paisaje muy monótono y hay que ser muy bueno para poder describirlo. Recuerdo algunas páginas de Pierre Loti, que escribió un libro llamado Hacia Isfahán, que contiene descripciones muy hermosas del desierto y de Persépolis. Yo soy incapaz de hacer algo parecido, así que prefiero ser humilde y decírselo al lector y citar a los que sí que son capaces de hacerlo.

Dice hacia el final del libro: «Solo hacía un mes que recorría el país, pero ya no era el mismo. Si uno viaja, no es para extasiarse ante otros lugares, sino para regresar con una mirada diferente». ¿Qué ha cambiado en su mirada hacia Irán?

"Varias de las cosas que me sorprendieron es que la mayoría de los iraníes no son practicantes en materia religiosa, que no hay en Irán un antiamericanismo primario"

Una de las definiciones que prefiero sobre la literatura es de Faulkner, que dijo que «escribir es como encender una cerilla en un bosque en la noche: no te sirve para ver más claro, pero sí para percibir el espesor de la oscuridad». Yo creo que el viaje tiene también esa virtud, que tiene la capacidad de agudizar tu mirada, que lleva posándose todos los días sobre los mismos sitios y ha acabado por embotarse. Cuando viajas, agudizas tu mirada y la acostumbras al espesor de la oscuridad. A mí este viaje a Irán me ha permitido hacerme una idea más ajustada de ese país y de su gente. Y varias de las cosas que me sorprendieron es que la mayoría de los iraníes no son practicantes en materia religiosa, que no hay en Irán un antiamericanismo primario —no es que los iraníes lleven al gobierno americano en sus corazones, pero no tienen nada contra los americanos— y también que hay una libertad religiosa. Yo he visto en Irán iglesias, templos zoroastristas, sinagogas… Me sorprendió mucho saber que se podía ser judío en Irán. Y también me sorprendió que no hubiese una mezquita suní en Teherán, cuando en Teherán hay un millón de suníes. Y por tanto, cuando se habla de República Islámica, es la República Islámica Chií, que se hace en perjuicio de los suníes. De hecho, las dos provincias de mayoría suní son el Kurdistán y Baluchistán, y son las dos provincias que han sido reprimidas con mayor dureza. No es casualidad que Mahsa Amini fuese originaria del Kurdistán iraní y que fuese una musulmana suní en un país que es una república islámica chií.

Precisamente en el Kurdistán iraní, en Saqqez, donde fue enterrada Mahsa Amini y donde empezaron las manifestaciones, es usted interrogado por la Guardia Revolucionaria Islámica y le dan tres días para abandonar el país. Ahí se acaba su libro, pero quería preguntarle: ¿qué pensaba en el vuelo de regreso?

Ahí hubo dos cosas, porque primero tuve que abandonar Saqqez y, en el autobús a Teherán, me di cuenta del peligro del que había escapado. Antes le he dicho que no tuve miedo, pero sí que tuve miedo a posteriori. Pero el verdadero momento en que pasé miedo fue al tomar el avión de regreso porque sabía que era frecuente que arrestasen a extranjeros al abandonar el país. Reservé un vuelo a las dos o a las tres de la madrugada, pensando que tal vez de noche la Guardia Revolucionaria estaría durmiendo. Tenía mucho miedo de que me arrestaran. No sabía si los guardias de Saqqez habrían enviado mi informe a Teherán, porque me habían fichado. Tenía miedo de que me detuviesen de nuevo y, cuando salí del espacio aéreo iraní, fue un gran alivio y por fin pude respirar.

¿Qué es Irán para usted? 

Para mí, Irán siempre será sinónimo de una virtud que tal vez no es la más practicada en nuestra sociedad occidental, donde hemos olvidado su significado, y esa virtud es el coraje. El coraje de la juventud iraní me maravilló y me conmovió. Así que Irán siempre quedará ligado al coraje. Al coraje y a la hospitalidad. Sé que puede parecer un poco ñoño, pero Irán, antes que ciudades, pueblos o paisajes, es los rostros de los que he conocido. Es el coraje de la juventud iraní.

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