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Fruta que no has de morder

Fruta que no has de morder

Si conoce usted la lengua de Goethe, puede que el vocablo «Bildungsroman» le resulte familiar. Si no, quizás solo vea una agrupación de letras de difícil pronunciación para hispanohablantes; una que, además, recuerda a un edificio anglosajón —por aquello de «building». Y lo cierto es que, cuando el filólogo alemán Johann Karl Simon Morgenstern (1770 – 1852) acuñó el término en 1819, sí hablaba de edificar: en concreto, de cimentar el paso a la vida adulta. Así, definió las llamadas «novelas de aprendizaje», textos destinados a narrar el desarrollo —físico, moral o psicológico— de un personaje, desde su infancia/juventud hasta su madurez. ¿Ejemplos? Partiendo de un embrionario lazarillo, podemos citar, entre otros muchos, el Demian (1919), de Hermann Hesse,  La montaña mágica (1924), de Thomas Mann, o incluso El guardián entre el centeno (1951), de J. D. Salinger.

El caso de Paraíso podrido (Amor de Madre, 2021), primera obra literaria publicada en castellano por la cantautora y música noruega Jenny Hval (1980), es doblemente representativo: por un lado, encontramos una novela corta sobre el despertar del deseo sexual y la aproximación sensorial a la experiencia queer; por otro, una trama que germina y florece en un edificio de la ficticia urbe costera de Aybourne, Reino Unido.

"El estilo de Hval es limpio; sus metáforas, efectivas"

Las similitudes con Llámame por tu nombre (Alfaguara, 2007) —la novela de André Aciman adaptada por Luca Guadagnino en la oscarizada película homónima de 2017— son solo espirituales: pese a que ambas obras revisten carácter iniciático, Hval consigue diferenciarse introduciendo un planteamiento más ambiguo, poético y rico en matices. Su protagonista es una universitaria lejos de su tierra natal, que habla una lengua extranjera, que no cuenta con más apoyos que los que ella misma se procura. Y que se topa de frente con una realidad neblinosa que no tiene intención alguna de hacerle hueco; un entorno ajeno, al que mira —y que la mira— desde la barrera. De ahí la sensación de incomodidad, de que el partido seguirá jugándose esté o no ella en el equipo, que nos acompaña a lo largo de buena parte del libro, erigiéndose en triste recordatorio de la angustia existencial que aquellos/as cuya naturaleza no es la norma experimentan desde que el mundo es mundo.

Con todo, en la exploración consciente —e inconsciente— de los cuerpos y las emociones, Hval no solo enuncia la fórmula del miedo a besar los labios que te han sido vedados o pasear de la mano de quien amas, sino que también encuentra rastros palpitantes de belleza en lugares insólitos. La compositora traslada su más que probado talento musical a este pequeño volumen, que encierra tantas texturas como la mejor de sus canciones: el paraíso siempre estará podrido a ojos de algunos/as —y puede que hasta a los propios. Como tal, huele a manzanas bíblicas en descomposición, tiene el tacto mojado de los fluidos, sabe a muffin relleno de sustancia oscura, ofrece la porosidad de los hongos que se reproducen bajo la bañera, se sirve de las patas de una araña para recorrer nuestra espalda en las noches de verano. Eso es lo que lo convierte en el paraíso.

"La sensibilidad literaria de Hval se respira en cada párrafo y en cada silencio de Paraíso podrido"

Por el contrario, el estilo de Hval es limpio; sus metáforas, efectivas. La objetividad participa del hipnótico baile de la poesía, y nos libramos de la moral(ina) que algunas novelas de formación primigenias arrastraban consigo. Nada se idealiza y todo se describe en esta deliciosa novelette; en la sencillez de la mirada de Little Jo descubrimos laberintos, sentimientos innominados que empujan desde dentro. Y lo que es mejor: no restan valor ni tratan de dirigir la experiencia de autodescubrimiento previa a la edad adulta, sino que la retratan con fidelidad en todo su vívido —y doloroso— esplendor.

El mosaico lo completan el arraigo, la (in)adaptación al entorno, la asimilación entre personas y caracteres, el cuestionamiento —sin necesidad de invectivas— de conceptos sacralizados o la injusta confusión en la que se ven obligados a moverse quienes escalan el monte del autoconocimiento; viajeros que enfrentan cuerpos y cerebros con una valentía que emerge de lo más hondo —valentía que ya quisiera para sí más de uno/a.

La sensibilidad literaria de Hval se respira en cada párrafo y en cada silencio de Paraíso podrido, y apuesto a que incluso el propio Morgenstern —que, por cierto, significa «estrella de la mañana»— suscribiría mis palabras: en las páginas de esta novela que es la vida, nada aprenderemos si antes no lo hemos sentido.

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Autor: Jenny Hval. Título: Paraíso podrido. Traductoras: Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz Serrano. Editorial: Amor de Madre. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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