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Herencia y memoria

Herencia y memoria

Estando cerca el 50º aniversario de la muerte de Franco, quería contar que una de las mayores satisfacciones que me está dando mi novela Herencia, desde que se publicase el pasado mes de enero, es recibir de los lectores, de todas las ideologías, felicitaciones unánimes por la objetividad e imparcialidad de la historia que se cuenta. Haber conseguido eso en el escenario de polarización y división en el que desgraciadamente nos encontramos me hace sentir que no todo está perdido, que estamos a tiempo para entender que la memoria no tiene por qué ser motivo de enfrentamiento.

Cuando me planteé escribir una historia que retratase el escenario al que se enfrentaba nuestro país en 1975 con la muerte del dictador, no era consciente de la cantidad de hechos que desconocía de aquel tiempo. Yo entonces tenía siete años, y tuve que documentarme e investigar mucho para hacerme una idea real de lo incierto y espinoso que era el panorama. Una vez asombrado por todo lo que tenía delante de mí, me propuse construir un relato que explicase el comportamiento de unos y otros protagonistas teniendo en cuenta sus orígenes y experiencias vitales, una narración que consiguiera que el lector entendiese por qué pensaban y actuaban de una determinada manera, sin entrar a juzgar quién era mejor o peor, más decente o menos honesto. Indudablemente, los hechos históricos reales que aparecen en la novela son los que son —excepto una sorprendente e intencionada ucronía final— y condicionan de por sí la percepción que tiene el lector de los personajes, pero intenté en todo momento alejarme de calificaciones y valoraciones que pudieran condicionar la interpretación y aprehensión de sus acciones. Numerosos lectores me han confesado que, habiéndose acercado a la novela pensando que tendría un claro sesgo ideológico, se han sorprendido gratamente al comprobar que la exposición de los acontecimientos o las motivaciones y postulados de los protagonistas no son juzgados de antemano, sino explicados para que se comprendan como parte de aquel difícil escenario en el que estábamos. Estas impresiones sobre el libro me hacen sentirme realmente bien y muy satisfecho de haberlo conseguido.

Otra circunstancia que destaca entre las reacciones de los que leen la novela es su estupefacción ante el desconocimiento de determinados hechos de aquellos años, como si la instauración final de la democracia hubiera corrido una inmensa cortina de humo sobre ese tiempo de incertidumbre y tensión que fueron los últimos meses de vida de Franco.

—¿Esto pasó de verdad? —se preguntan muchísimos lectores, jóvenes y no tan jóvenes, al descubrir episodios tan sorprendentes que parecen fruto de la ficción, pero que sucedieron realmente en nuestro país y marcaron la personalidad de aquella sociedad de hace medio siglo. También, entre los lectores que vivieron aquel tiempo, se produce la emoción de recordar algunos episodios que habían olvidado, porque la memoria del ser humano está diseñada para deshacerse de aquello que nos incomoda o nos hace sufrir, y da prioridad a la remembranza positiva y evocadora de un pasado mejor de lo que fue.

Pero la memoria real de aquel 1975 es necesaria para entender lo que somos ahora. Todo el engranaje que se había construido en cuarenta años de dictadura, más sólido en unos aspectos que en otros, fue el que condicionó el camino de nuestra democracia liberal, que no pudo tener otra transición que la que tuvo porque venía de donde venía. La memoria y el conocimiento de aquel tiempo no puede ser bueno para los partidos progresistas y malo para los conservadores. Ese es un planteamiento erróneo, promovido por los partidarios del enfrentamiento y la polarización. Lo que hay que transmitir, especialmente a los jóvenes, que son los más manipulables, es que todos somos herederos de aquello, de unos y de otros, de los que pensaban de una manera y de la otra, de los que querían cambios y de los que no, porque, finalmente, todos participaron en el proceso que nos ha conducido a donde estamos ahora mismo.

Quien conoce de verdad la España de hace cincuenta años no puede pensar que aquel país era mejor que el que tenemos ahora, por muy imperfecto que sea y por muchas cosas que haya que arreglar. Ojalá Herencia siga contribuyendo a que lectores de todas las generaciones conozcan o recuerden de dónde venimos para saber a dónde no tenemos que volver a ir. Y que la lectura renazca como una forma de rebeldía contra la manipulación y la desinformación de las redes sociales; y los libros recuperen su poder frente a la dopamina de las pantallas y devuelvan a los lectores la capacidad de concentración y análisis profundo que el adictivo scroll infinito nos está haciendo perder.

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