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Hijo de acero, de Montserrat Claros

“Ese cacharro náutico no podrá servirnos por ahora. Para más adelante, ya se habrá vuelto cuerdo el inventor”. ¿En qué lugar del mundo se desprestigia uno de los mayores inventos de la historia y se pronuncia una frase como ésa? Efectivamente, en España.

El autor de esta sentencia fue el entonces presidente del partido conservador y uno de los mayores artífices de la restauración monárquica, Antonio Cánovas del Castillo. Uno de tantos encargados, entre envidias y sobornos, de hundir en la miseria la excelencia de este país, como el caso de este proyecto llevado a cabo por un inteligente marino cartagenero, Isaac Peral.

El siglo XIX fue un periodo frenético. Europa avanzaba hacia una guerra, pero también florecía en todos los campos del saber. Se perfila, por entonces, el futuro de España, bastante negro, como saben. Sobre el escenario se sitúan actores de una historia encasquillada, sin resolver, que se viene repitiendo hasta nuestros días. Son los tiempos de la alternancia de poder entre los dos partidos dinásticos, el conservador y el liberal, definidos por Benito Pérez Galdós como “hipócritas… igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático”. Y en medio de ese siglo, un genio lucha contra viento y marea para ver reconocido uno de los mayores inventos de la Historia: el submarino, o como su creador lo llamaba, el “hijo de acero”. Un arma de guerra infalible e invisible. Tras demostrar con creces que su diseño funcionaba, el gobierno del país lo desautorizó y mandó desmantelar. No tiene sentido, ¿verdad? Tal vez se preguntarán ustedes los motivos. En este libro apasionante, que espero que muchos lectores descubran, están las claves, las respuestas.

"El caso de Isaac Peral es un ejemplo paradigmático del científico que cree en su proyecto y se encuentra por el camino mil y un obstáculos de todo tipo."

“Mi invento es un buque de guerra. Invisible, indetectable, un fantasma de acero capaz de defender las costas de España. No un artilugio fantástico donde vivir aventuras sacadas de la mente de un novelista. Una realidad eficaz en tiempos de guerra”. Isaac Peral supo crear una máquina revolucionaria, no sólo capaz de navegar sumergida a considerable profundidad, sino de disparar torpedos con gran precisión. Una idea que ya había rondado por la mente de anteriores científicos, como Narcís Monturiol o David Bushnell, pero que hasta ese momento, pese a los ensayos efectuados, todavía parecía más cercana a la ciencia ficción. Gracias a las nuevas aportaciones de Peral la historia naval mundial estaba a punto de cambiar. Pero no la de este país. El insigne protagonista de esta magnífica obra tuvo que luchar desde el principio contra la despiadada campaña que se orquestó desde la prensa —siempre bajo la tutela de intereses políticos— para denostar la valía de su ingenio y poner a la opinión pública en su contra durante la pionera botadura mundial del primer submarino, usando como excusa los planes de austeridad del gobierno, que apostaba por la creación de una flota ligera de combate, una idea estratégica naval originaria de Francia (Jeune École). Tuvo asimismo que enfrentarse contra sus propios gobernantes, incluyendo ministros corruptos, como el almirante José María Beránger o el capitán de fragata Víctor Concas. Sus propios compatriotas y camaradas de mar.

«El dueño del pañuelo sabrá traer el infierno a la Tierra y llevará a la muerte a millones de personas. Ese pañuelo me habló de madres desesperadas, de huérfanos, de ciudades destruidas. De naciones arrasadas. He sentido en su interior el dolor insoportable del mundo».

Pero entre sus enemigos de alta alcurnia hubo uno que destacó por encima de todos, su nombre era Zacharias Basileios, un turco más conocido como Basil Zaharoff. Se trata de uno de los personajes más oscuros, enigmáticos y fascinantes de la historia de nuestro viejo continente, nombrado Sir por el imperio británico y apodado “El comerciante de la muerte”, por su exitosa carrera como traficante de armas. Si hay seguidores de Hergé entre los lectores de esta reseña recordarán que ese mismo personaje aparece en La oreja rota. Fue el creador del “Sistema Zaharoff”, que consistía en vender las mismas armas a varios países y dejar que se mataran entre ellos mientras él se enriquecía.

Isaac Peral

Isaac Peral

En aquel entonces era agente de la Nordenfelt y trató de comprar a Peral la patente del submarino. Ante la negativa de éste comenzó a tejer sus hilos en la España mezquina y sobornable de esos días, afianzando sus contactos a través del romance que mantuvo con la que sería el amor de su vida, la aristócrata doña Pilar de Muguiro, esposa del Duque de Marchena.

Algunos aceptaron gustosamente la corrupta tarea, y comenzaron los sabotajes al submarino. En total fueron cuatro de los que Peral salió airoso. Pero no consiguió librarse del nefasto informe oficial emitido por el ministro Beránger, quien ordenó desmantelar finalmente el submarino, a pesar del éxito rotundo de su inicial botadura en septiembre de 1888 en la bahía Cádiz. Unos años más tarde, una España sumida en plena crisis perdía frente a Estados Unidos sus últimas colonias de ultramar (Cuba, Puerto Rico, Filipinas).

“Yo le aseguro que si este día se estuviese celebrando en Francia o en Inglaterra, los periodistas de esas naciones no se pronunciarían abiertamente en contra del increíble invento. Sencillamente, lo apoyarían. Porque hay que ser muy necio para desprestigiar uno de los mayores logros de la humanidad.”

En medio de tanta hostilidad, varios amigos fieles acompañarán al genio en su odisea, como su delineante, Everardo Barbudo, y especialmente el reportero de El Imparcial, Jeremías Rudi, un joven soñador, lector de Verne, que viajó a San Fernando para conocer de primera mano el controvertido invento. Él vivirá al lado de Peral la experiencia que cambiará su vida. Dará, asimismo, fiel testimonio de su ingente obra, y de su lucha titánica no solo contra su enemigo de película, sino contra sus mismos compatriotas y colegas, asistiéndole para que su ciencia no caiga en el profundo pozo de la calumnia y el olvido.

"Montserrat Claros escribe de una forma tan honesta, rigurosa y delicada, que es literalmente imposible no entrar en la historia"

Es ésta una historia novelada, pero real, escrita y recreada de forma fascinante por Montserrat Claros. En el fondo, es un viaje a muchos viajes, no solo el del submarino, sino también a los lugares que un día otros soñaron. Llegar a la luna, navegar sumergido, explorar los rincones más inhóspitos de la tierra, eran sueños locos que estaban en la mente de audaces novelistas hasta que llegó el futuro.

Botadura del submarino

Botadura del submarino

Pero también es desesperante porque también recuerda lo mal que España trata a sus más brillantes “hijos”, salvando alguna excepción. Los responsables de turno de cada siglo, con la complicidad de oportunistas o cobardes, han ignorado, o eliminado directamente, a escritores, científicos, músicos, pintores, filósofos, etc. El fracaso de Peral es uno de los más escandalosos de la historia reciente, para nuestra vergüenza, y la extraordinaria escritora gaditana que acabo de conocer gracias al libro que tengo ante mí, se ha propuesto hacerles justicia recordando sus increíbles hazañas.

“Peral ha hecho algo útil para la ciencia y para España, la Historia le hará justicia y todos, inventores, jueces y público tendrá que comparecer ante ella.”

Montserrat Claros escribe de una forma tan honesta, rigurosa y delicada, que es literalmente imposible no entrar en la historia, y comprender la visión y la frustración de ese hombre genial, como fue Isaac Peral luchando contra una firme conspiración. Hay en este libro emociones de aventura, de peligros, de viajes. Ningún amante del mar, o de nuestra historia debe perderse este libro.

portada-hijo-de-aceroMontserrat Claros Fernández (San Fernando, Cádiz), es licenciada en Filosofía y ha sido profesora de esta materia en educación secundaria en Ceuta y Málaga. Apasionada del mar y gran estudiosa de la Historia naval de los siglos XVIII y XIX, se dedica ahora a la escritura, entre viaje y viaje, pues es además una trotamundos infatigable y recorre el planeta inspirada en historias de hombres y mujeres que admira. Su primer libro, La biblioteca del capitán, está basado en la expedición científica de Malaspina llevada a cabo entre 1789 y 1794 por América, Asia y Oceanía, y ha sido varias veces número uno en ventas en la sección de «Aventuras en el Mar» de Amazon Kindle en México. Hijo de acero es su segunda obra, que ya va por su segunda edición. También ha estado entre los libros más vendidos en la sección de Aventuras en Kindle de España, México y EEUU, y fue elegida la tercera mejor novela histórica por la web literaria Todoliteratura. A la escritora gaditana le mueve una razón para emprender sus obras literarias: la historia ha encerrado en el olvido y el silencio a personajes dignos de admiración, que deberían haber sido considerados héroes. Ella se propone dar a conocer sus vicisitudes, desconocidas en muchos casos, mostrárnoslas de forma novelada, partiendo siempre de una extraordinaria documentación histórica. En la obra de Claros, aventura, viajes y ciencia van de la mano.

Entrevista a Monserrat Claros, autora de Hijo de acero

—Montserrat, ¿cómo ha sido el trabajo de documentación de esta obra?

—Cuando terminé de escribir La biblioteca del capitán seguí leyendo sobre la expedición Malaspina y sobre los que habían tenido alguna relación con ella. Me quedé bastante tiempo enganchada con aquel excepcional episodio de nuestra historia. Así llegué a la obra de Pedro de Novo y Colson, un oficial de la Armada de finales del XIX que fue el primero en rescatar y publicar, para España, la Memoria del Viaje de Alejandro Malaspina. Entre sus libros, leí uno titulado Misceláneas, en el que vi por primera vez el nombre de Isaac Peral asociado al de Basil Zaharoff al relatar su nefasto encuentro y las consecuencias que tuvo para el proyecto del submarino. Aquello me pareció tan escandaloso que empecé, inmediatamente, a buscar bibliografía sobre Isaac Peral. Pero eso no fue suficiente. Para recrear todo el ambiente de la época tenía que tener muy claro cómo describir los escenarios de España, París y Londres en los que se desarrolla la historia. Debía indagar sobre los personajes secundarios, estudiar qué otros buques de la Armada y mercantes jugaron un papel en todo aquello, cómo era el Arsenal de la Carraca de la época, qué tipo de proyectos científicos se estaban llevando a cabo de forma paralela a la construcción del submarino y que tenían alguna relación con Peral, debía ser rigurosa con el resto de acontecimientos históricos y culturales que se estaban produciendo. En definitiva, un larguísimo etcétera. He mimado cada trama de la novela. Y para ello había que leer mucho. Estuve más de un año entre libros y páginas virtuales de prensa histórica, antes de escribir ni una sola palabra de Hijo de acero. Curiosamente, Pedro de Novo y Colson acabó siendo uno de los personajes de la novela, ya que fue íntimo amigo de Isaac Peral. Estuvo presente en todas las pruebas que se hicieron al submarino en el Arsenal de la Carraca.

—Mientras leía el libro, me he estado acordado de varias cosas (y personas). Me acudía esa frase de «¡que inventen ellos!». Sin embargo, como se recuerda también en la Historia de España de Menéndez Pidal, “fueron aquellos tiempos escenario de amplio desarrollo científico y cultural, de impulso intelectual acelerado”. Ramón y Cajal, quien lideró la regeneración científica en este país, era coetáneo a Isaac Peral y otros grandes inventores como Juan de la Cierva o Torres Quevedo. También fue era de la expansión del ferrocarril, Exposiciones Universales y del auge de los inventos. ¿Cómo se las arreglaban aquellos que anhelaban el progreso para fusionarse con Europa?

—Pues con mucho esfuerzo y absoluta dedicación. Casi siempre desarrollaban su trabajo solos y sin el apoyo necesario. El caso de Isaac Peral es un ejemplo paradigmático del científico que cree en su proyecto y se encuentra por el camino mil y un obstáculos de todo tipo. Y aun así, Peral fue capaz de sortearlos hasta que la nave submarina de su invención, la que revolucionó la Historia de la Navegación para siempre, superó todas las pruebas que tuvo que evaluar la Junta Técnica en el Arsenal de la Carraca. Además de eso, tuvo que hacer frente a poderosísimos enemigos que boicoteaban su trabajo. Espero que podamos hablar de ello más adelante. Es absolutamente cierta esa contradicción que mencionas. Peral tuvo detractores muy poderosos, pero el submarino también disfrutó de una auténtica legión de admiradores en España y en todo el mundo. De hecho, el inventor recibió numerosísimos reconocimientos internacionales.

—A los cinco meses de la explosión de júbilo nacional, de las felicitaciones de la Regente María Cristina de Habsburgo y Lorena, del Gobierno y del Parlamento, el inventor del submarino fue desautorizado y su proyecto abandonado. Los informes desfavorables emitidos por la Junta dejaron totalmente indefenso a Peral, llegando a solicitar su baja en la Armada. He leído que entre las causas del brusco final del proyecto de Peral podía estar el del temor a un enfrentamiento con la entonces hegemónica Gran Bretaña y que algunos creyeran los informes en los que se le acusaba de estar favoreciendo el regreso de la República en plena restauración monárquica, tan peleada por Cánovas. En tu opinión, ¿cuál crees que fue la causa principal?

—En aquellos días, difamar la figura de Isaac Peral y la brillantez del logro revolucionario de su nave submarina de propulsión eléctrica se convirtió en el deporte nacional. Una de las muchas calumnias que circularon es ésta que mencionas de favorecer el regreso de la República; una acusación que, en aquel contexto, resultaba muy grave. Nada más lejos de la realidad histórica pues, entre otras cosas, es cierta la visita del matrimonio Peral a la reina Isabel II en París para hacerla partícipe de la construcción del Submarino que se estaba llevando a cabo en el Arsenal de la Carraca. Éste es uno de los muchos gestos del inventor que ponían de manifiesto su adhesión a la Corona. La prensa enemiga hizo un excelente trabajo para generar hostilidad hacia Peral y su proyecto, un trabajo orquestado por la Inteligencia británica y sus largos tentáculos que todo lo manejaban. Esos tentáculos alcanzaron no sólo a directores de periódicos y revistas de prestigio en España. También corrompieron a miembros de la Armada que facilitaron el hundimiento de Isaac Peral y su extraordinario invento. Inglaterra tuvo un papel muy importante en el rechazo del proyecto de construcción del submarino para la Armada española. Los ingleses comenzaron a temer que la electricidad fuese la fuente de propulsión de los buques, dando al traste con el monopolio que disfrutaban siendo los proveedores del carbón que alimentaban las calderas de los barcos a vapor de media Europa. Más tarde, quisieron comprarle la patente del submarino a Peral porque lo que no podían soportar, ni permitir, es que España construyera semejante arma para su flota. Cuando Peral se negó a venderla, comenzó una auténtica guerra sucia de acoso y derribo contra Peral y su proyecto, en la que todo valía. Sabotajes, difamación en la prensa, sobornos a miembros destacados de la Armada española para zancadillear a Peral… Todo esto sirvió para que, finalmente, la Junta Técnica y el Consejo de Marina acabaran destinando el Submarino Peral a ser las letrinas del Arsenal de la Carraca. Y esto que te digo no es un eufemismo. El casco del Submarino Peral sirvió, durante un tiempo, para lugar de desahogo del personal de la Carraca. Tal fue el grado de abandono y desinterés del Gobierno español por algo que deseaban todas las Armadas del mundo.

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—¿Cómo pudo ser posible hacer naufragar un proyecto que hubiera beneficiado tanto a España? ¿No supieron ver venir la guerra que se avecinaba y el peligro que corrían las colonias de ultramar, o no les interesó? ¿Hasta qué punto tuvo que ver la influencia de Basil Zaharoff?

—Has dado en el clavo, Susana. Isaac Peral tuvo la terrible desgracia de encontrarse en su camino con Basil Zaharoff, un agente comercial de una empresa de armamento pesado inglesa que, además, pertenecía al ejército de espías al servicio de la Inteligencia británica. Zaharoff fue la pesadilla del comandante Peral y de los cinco oficiales bajo sus órdenes que hicieron navegar la nave, y a los que nadie conoce. Sabemos de memoria los nombres de los tres primeros hombres que pisaron la Luna, pero muy pocos saben cómo se llaman los cinco tripulantes del Submarino Peral que fueron los primeros en navegar sumergidos en el mar un buen puñado de millas, regresando a la superficie sanos y salvos comandados por Peral. Una heroicidad a la altura del alunizaje de 1969. Unos españoles son capaces de sobrevivir a un periplo perfecto en rumbo bajo el mar, un medio tan hostil para los humanos como el espacio, y el acontecimiento, hoy por hoy, no tiene la mínima trascendencia. Definitivamente, la Inteligencia británica hizo muy bien su trabajo. Sus efectos aún perduran desde finales del XIX. Y Zaharoff fue el cerebro de todo aquello. Un maestro de la extorsión y el soborno. Frente a aquel tsunami de intoxicación que orquestó Zaharoff, ayudado por un puñado de esbirros situados estratégicamente en España, el submarino no tuvo la más mínima posibilidad. A pesar de que logró navegar sumergido, regresar a la superficie, y disparar sus torpedos, superando todas las pruebas prescritas. Las colonias, y todo lo demás, pareciera que a aquel Gobierno se la traía al pairo. Y si no era así, lo que demostraron es que fueron unos títeres manejados por los hilos de Zaharoff. Así de triste. Te aseguro que escribir la canallesca trama que se urdió alrededor de Peral fue apasionantemente triste, si se me permite la expresión.

—Me he fijado cómo describes al personaje, honesto, sobrio y profundo. Has hecho una labor de documentación extraordinaria. ¿Qué has podido saber sobre la personalidad de Isaac Peral?

—Peral demostró poseer valores hoy en desuso, yo diría que casi censurados actualmente. Tenía pundonor y creía en él mismo. Creía en su idea y albergaba una fuerza de voluntad inquebrantable para llevarla a cabo. No sólo era un brillante científico, además era un genio al servicio de su país. Y lo que recibió a cambio fue el descrédito, el insulto y la humillación de buena parte de sus coetáneos. Afortunadamente, también disfrutó de amigos incondicionales que supieron apreciar su excepcional valía. Pero no tuvieron la fuerza suficiente para neutralizar la feroz campaña de descrédito que sufrió aquel oficial de la Armada que se atrevió a mostrar su genialidad para ponerla al servicio de España. En Hijo de acero creo que aproximo al lector a la extraordinaria personalidad de una mente privilegiada que tuvo la capacidad de luchar prácticamente solo frente a enemigos muy poderosos. Pero cuando el temporal arrecia tan fuerte, es difícil mantenerse a flote.

—Peral provenía de una larga tradición marinera. Por problemas de economía familiar le dijeron que tenía que ser contable, pero ya desde bien jovencito se mostró obstinado e ingresó en la Armada, 16 años, a Manila por el Cabo de Buena Esperanza. También estuvo en Filipinas y Cuba, toda una gran experiencia ultramarina. Realizó viajes temerarios para la época. De guardiamarina a alférez y teniente de navío, a ingeniero y profesor de física, además de dominar inglés y alemán. Era un hombre renacentista. ¿Cuándo y cómo empezó a idear su ingenio para conseguir hacerlo realidad? ¿Cómo empieza a fraguarse? ¿Cuál fue su motivación? ¿Fue patriótica? Tal vez vio venir la crisis de las colonias de ultramar, consciente de nuestra debilidad naval, frente el expansionismo de Gran Bretaña y Alemania. ¿Quién dominó más, el inventor, el patriota, el obstinado…?

—Pues yo creo que en la vida de Peral se dieron las circunstancias propicias para que pudiera dedicarse por completo al estudio y a la Ciencia que, realmente, eran sus pasiones, dando como resultado la invención que revolucionó la Historia de la Navegación. En el viaje a Filipinas enfermó de cierta gravedad, y a su regreso a España fue destinado a la Escuela de Ampliación de Estudios de la Armada, como profesor de física matemática. En ese tiempo pudo cristalizar las ideas geniales que conformaron su Proyecto de Torpedero Submarino. Es así como lo llamó. Poco después, en 1885, se produjo el incidente con Alemania en las Islas Carolinas del Pacífico, un territorio bajo jurisdicción española. Esa amenaza alemana a las costas españolas fue el detonante para que Peral presentara el proyecto de su arma submarina al Ministerio de Marina, recibiendo la autorización y la financiación para iniciar su construcción en el Arsenal de la Carraca. Podemos pensar que entró en juego más de una variable propiciando el invento revolucionario. Peral quiso que la Armada española tuviese un arma disuasoria para prevenir el ataque de potencias extranjeras allí donde estuviesen sus costas. Realmente tuvo motivaciones patrióticas en su empeño. Su destino como profesor de física matemática en San Fernando le facilitó sus idas y venidas al Arsenal para estar pendiente de la construcción de la nave. Nadie le relevó de su actividad docente. Compaginaba ambas cosas. Él y su familia se mantenían del exiguo sueldo que recibía por las clases. Nunca recibió nada por su trabajo en la construcción del submarino. Con esto se pone de manifiesto su fuerza de voluntad y su obstinación porque, además, tuvo que sobreponerse a cada sabotaje, a cada golpe que recibía de sus enemigos durante todo el desarrollo del proyecto. Y el amor al mar y a la Ciencia cimentaron esa dedicación plena para llevar a cabo toda su labor. Es difícil saber qué hay en la mente de un genio para que lo empuje a luchar tanto por una idea. Pero yo creo que Peral es un ejemplo de todo eso que apuntas. El patriotismo, la obstinación y su capacidad inventora entraron en juego en la creación del Submarino.

—¿Qué hizo Peral después de que acabaran con su sueño? ¿siguió inventando?

—Hemos estado hablando hace un momento de la fuerza de voluntad de Peral. Imagínate cómo sería, que después de que su hijo de acero (así llamaba al submarino), fuese desechado por el gobierno y él abandonara la Armada, siguió en la vida civil registrando en la Oficina de Patentes nuevos inventos ligados al uso de la energía eléctrica. Entre ellos hay un ascensor eléctrico y un modelo de varadero circular. Además, fundó varias empresas, y una de ellas fue la primera fábrica de acumuladores eléctricos en España. En el edificio de esa fábrica, situada en la calle Mazarredo de Madrid, hace poco se asentó la sede de Google Campus. Es curiosísimo el hecho de que el nombre de nuestro insigne inventor esté unido al de una empresa tan emblemática en nuestros días.

—Melchor Fernández Almagro, corresponsal de El Imparcial, dijo en esos años: “No estaba el pueblo español muy sobrado, en verdad, de motivos para abrigar ilusiones de ningún género, y todo el caudal de que pudiese disponer lo invirtió en la empresa, patriótica y científica a la par, del Submarino”. De modo que desde un periódico igual que el que sale en la novela se dio apoyo a Peral. ¿Está inspirado en Jeremías Rudi, en Fernández Almagro?

—Yo tenía claro que para escribir la novela debía perfilar bien cuáles fueron los tres pilares que entraron en juego en aquella conjura que se tejió alrededor de Peral. Uno de ellos lo formaba la jauría de traidores dentro de la Armada que le hicieron la vida imposible. Otro fue la nefasta influencia de Zaharoff manejando los hilos de la conspiración. Y la prensa jugó un papel fundamental para generar en la opinión pública una enorme hostilidad hacia el inventor y el arma submarina. Pero, a pesar de todo, también tuvo amigos en este sector. Y el periódico El Imparcial apoyó a Peral desde el principio. Por eso, me pareció buena idea crear el personaje del periodista Jeremías Rudi que, finalmente, se convirtió en el hilo conductor de la novela. Me permitió contar la historia desde la cercanía y a pie de calle. No fue especialmente Fernández Almagro el que lo inspiró, sino el papel fundamental que jugó la prensa en aquella tela de araña tejida alrededor y en contra de Isaac Peral.

—Cánovas llegó a acusar a Peral de que era un loco tras un sueño descrito en una novela de Julio Verne. No deja de ser curioso que él mismo fuera quien sugirió a los redactores de la Constitución de 1876 para el título referente a los españoles: “Ponga usted que son españoles todos aquellos que no pueden ser otra cosa”. Parece una sentencia escrita hoy en día. Si hasta los mismos responsables de quitar de enmedio a los más válidos parecen estar desencantados, ¿por qué seguimos igual?

—Es sólo una opinión personal, pero creo que ese desencanto, esa poca confianza que hemos arrastrado en las posibilidades de los españoles para alcanzar cualquier cometido, tiene su origen precisamente en la interiorización del sentimiento de fracaso que propiciaron hechos históricos deleznables. Como, por ejemplo, el arresto de Alejandro Malaspina y la confiscación de toda la documentación que aportó a la Corona tras su famosa expedición, que es precisamente la que está relatada en mi primera novela La biblioteca del capitán. Con aquel hecho se apeó a España, y de un plumazo, el de Godoy en este caso, de los vientos de la Ilustración que recorrían Europa. Mientras que otros expedicionarios del siglo XVIII, como Cook o Bouganville, publicaban sus resultados en Inglaterra y Francia, aquí los confiscábamos, y desterrábamos al ostracismo a Alejandro Malaspina. Esta misma actitud de desprecio de los gobernantes españoles hacia sus destacados la sufrieron muchos otros con anterioridad. Y Peral no iba a ser menos. Cuando su Submarino fue desechado por el Gobierno español, se cerraron en el país un buen número de Academias Superiores en donde se formaban ingenieros, matemáticos, etcétera, porque no tenían alumnos que formar. El mazazo que recibió el inventor, y todos sus incondicionales, hizo que los jóvenes interiorizaran ese complejo de inferioridad, asumiendo que en España nada podía salir adelante. Y mucho menos en el ámbito del Conocimiento y de la Ciencia. Es cierto que Zaharoff influyó mucho en todo aquel escándalo, que ha sido muy silenciado, pero hay que reconocer que contó con traidores de todo pelaje. Entre ellos, un anglófilo recalcitrante como Beránger. De nuevo se nos apeó del engranaje de la Historia. Se nos apeó de la Revolución Industrial. Creo que hemos tenido muy mala suerte.

—Existieron prototipos de submarinos antes del que inventó Peral. El primer sumergible de la historia fue el Turtle de David Bushnell, en 1776. Luego vinieron otros modelos, como el de Robert Fulton, y uno de los más decisivos, Narcís Monturiol, cuyas aportaciones en la investigación de la navegación submarina supusieron un avance tremendo, pero en sus modelos seguían existiendo importantes limitaciones técnicas, y no tuvieron una aprobación oficial. ¿Cuáles fueron las principales novedades en el submarino de Peral respecto al de sus antecesores?

—Ser titular de un invento supone dar respuesta a lo que a priori se espera y se exige del objeto inventado. Al arma submarina se le pidió autonomía e independencia sin necesidad de asistencia exterior. Para ello debía tener un tipo de propulsión que lo permitiera. Y fue el uso revolucionario de la energía eléctrica a bordo del buque lo que dotó al submarino de esa propulsión sostenible. Tenía que ser capaz de albergar a una dotación completa, sin riesgo de sus vidas, que lanzara torpedos durante un combate tanto sumergido como en emersión. Y por supuesto, un buque debe poder seguir el rumbo establecido por el comandante, y en este caso debía hacerlo navegando bajo el mar. Todo esto, y mucho más, lo hizo posible Peral con el submarino de su invención. El “Aparato de Profundidades”, el que hacía que la nave se sumergiera, fue el invento estrella por el que se daban tortas muchas empresas de armamento pesado europeas. Sobre todo en Inglaterra. El purificador de aire, o la torre óptica, precursora del actual periscopio, fueron otras de las genialidades de Peral que hicieron viables, por primera vez, todos los requisitos que debía cumplir un submarino torpedero.

—En aquel entonces, y según tengo entendido también ahora, la formación en la Armada era excepcional. Marinos como Peral salían de allí con amplios conocimientos en diversas materias. Y se construían buenos barcos, pero en series reducidas, de modo que no se podía crear una flota uniforme, lo cual dificultaba crear una “Armada Invencible” moderna. ¿A qué se debió esa falta de coordinación?

—En aquellos años fue notoria la deficiencia operativa de los Arsenales y Astilleros españoles. En esos tiempos de crisis económica, causada por las Guerras Carlistas o los conflictos en Marruecos, estaban tan mal dotados que cuando se llevaba a cabo la botadura de algunos de los navíos construidos en ellos, al resto de potencias europeas les había dado tiempo a engrosar sus flotas con unidades bastante más modernas. Por no hablar de los cambios políticos. Cada nuevo Ministro de Marina entrante desechaba el plan de escuadra de su predecesor, retrasando hasta lo indecible la renovación de la Armada. Algo así como lo que ha pasado con nuestros planes de estudio en las últimas décadas. Y ya conocemos los resultados. La Armada española nunca volvió a ser la misma desde el desastre de Trafalgar. Eso es una realidad. Se perdió la batalla, y con ella todo el magnífico prestigio e influencia que nuestra Marina había tenido durante siglos. Y aunque en la década de 1870 llegamos a recuperar algo de influjo, lo cierto es que finalmente acabamos el siglo con otro desastre naval.

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—En tu opinión, ¿la presencia del submarino Peral hubiera decantado la guerra contra los EEUU a favor de España?

—Probablemente, sí. Y lo digo porque unos años más tarde, en 1901, el almirante George Dewey dijo en el Congreso de los Estados Unidos que si los españoles hubiésemos tenido uno o más de los submarinos inventados por Peral, le habría sido imposible conquistar Cavite. Curiosamente, se pronunció de esta manera durante la petición de fondos al Congreso para construir submarinos para la Armada Norteamericana. De seguro que hubiésemos perdido las colonias, o se hubiesen emancipado, tarde o temprano, pero en otro proceso histórico muy distinto, ya que Estados Unidos no nos hubiese ganado ninguna guerra.

—La reina regente María Cristina, la única que apoya desde el poder a Peral, ¿fue una buena regente?

—A mí me interesa la figura de la regente María Cristina de Habsburgo en tanto en cuanto apoyó a Peral de manera incondicional. Jugó un papel muy importante en su protección. En Hijo de acero abordo este aspecto. Aunque aún más estrecha fue la relación que tuvo Peral con la reina exiliada Isabel II. Toda aquella historia me resultó interesantísima. Fue estupendo poder escribir sobre las dos reinas y su cercanía al insigne inventor.

—La presencia de las mujeres en tu novela es importante. Son mujeres fuertes, como Carmen Cencio, la esposa de Peral. También aventureras como Nelly, o periodistas como Patrocinio de Biedma cuyas crónicas ocupan primeras portadas en un mundo de hombres. También son mujeres que se baten solas, como nuestro inventor. Rudi las admira. ¿Haces una proyección de esa admiración a través de él? ¿Hablas a través de Carmen Cencio?

—Si quieres que te diga la verdad, yo creo que los novelistas hablamos a través de todos nuestros personajes. Admiro muchísimo a las mujeres fuertes que aparecen en Hijo de acero. A todas. Porque me resulta asombroso cómo consiguieron hacer lo que realmente querían sin tutelajes de ninguna índole. Eso, ahora, sigue siendo complicado para muchas mujeres. Imagínate cómo sería entonces. Me fascinaron las periodistas, corresponsales y escritoras de la época como Patrocinio de Biedma o Natalia Fernández de Castro. Se atrevieron a desarrollar una vida con ideas propias. Algo que molesta a muchos, incluso hoy en día. Me fascinó la viajera Nellie Bly. Ella sola se merecería una novela. El personaje de Jeremías Rudi la admira profundamente. Y en ese sentido, creo que tienes razón al decir que yo misma, como autora, proyecto mi propia admiración en él. En cuanto al personaje de Carmen Cencio, la esposa de Isaac Peral, resulta imprescindible para entender la realidad cotidiana de un oficial de la Armada de finales del XIX, que está construyendo un buque revolucionario para la Historia de la Navegación, y que tiene que mantener a nueve miembros de su familia con un sueldo irrisorio por su trabajo como profesor de física matemática, porque no recibía paga alguna por la construcción del submarino. Carmen Cencio encarna esa fortaleza ante la dura cotidianeidad. Es un personaje maravilloso.

—En este libro confluyen, además de valores como integridad y honestidad, la lucha titánica de los genios solitarios en un país ingrato. Dices una frase que me parece lapidaria: “No hay mayor ofensa para un ser humano que el hecho de arrebatarle la propiedad de sus ideas”. Qué agotador ver siempre repetida la misma historia. ¿Ves alguna solución?

—Sí, resulta agotador. Pero no sólo el hecho de que te arrebaten ideas, que puede ser algo muy extremo, sino que no te hagan ni puñetero caso cuando las tienes, que supongo que será algo mucho más común. O que te las boicoteen. Como le ocurrió en varias ocasiones al insigne inventor. Peral luchó a brazo partido para sacar adelante su proyecto. Cuando rechazó la oferta de compra de la patente del submarino por parte de la empresa de armamento pesado para la que trabajaba Zaharoff, éste pasó directamente a la guerra sucia para arrebatarle la idea. Escribir sobre esto fue apasionante y doloroso a la vez. Tenía que enfrentar esa integridad y honestidad que nunca abandonó a Peral con la personalidad pérfida y canalla de un tipo sin escrúpulos como Zaharoff. En la novela hay capítulos muy interesantes sobre este asunto.

—Tú procedes de un ambiente de mar y hasta conoces uno de los confines del Océano Glacial Ártico, pues he leído que has estado nada menos que en las Svalbard. Decía Julio Camba en La rana viajera si llegarían a existir algún día “máquinas maravillosas que nos lo hagan todo”. En cierta medida, veo a Verne también en este libro, y a aventureros como Shackleton batiéndose en solitario contra el destino. ¿Te apasiona la aventura, verdad?

—Me apasiona relatarla. Yo diría que me entusiasma escribir historias en las que la aventura genuina sea un ingrediente principal. De hecho, mis dos novelas publicadas hasta ahora así lo confirman. Y en Hijo de acero era imposible que Julio Verne no estuviese presente de alguna manera. Tanto es así que más de un lector opina que la novela es un homenaje a Verne. Si te das cuenta, la mayoría de las cosas que merece la pena contar son, en cierta manera, aventuras. Sean del tipo que sean. Es posible que el hecho de que mi padre navegara mucho durante toda su vida me ha influido a la hora de forjar la manera en la que percibo el mundo de la literatura. Le he escuchado contar historias fantásticas de lugares en los que desembarcó, o de grandes temporales capeados a bordo del Juan Sebastián de Elcano. Todo esto ha hecho que acabe admirando a aventureros como Shackleton, como tú mencionas; porque dieron un paso más allá de los límites establecidos, se atrevieron a ir un poco más lejos en la línea del horizonte. Y porque supieron luchar no sólo contra la Naturaleza, sino contra todo lo que le saliese al paso. Eso es admirable. Alejandro Malaspina es uno de mis favoritos, entre otros muchos motivos por la carga filosófica que destila su pensamiento, del que dejó constancia escrita en su diario de a bordo o en su correspondencia. No sé si me puedes aplicar el calificativo de «aventurera», porque desde mi punto de vista el concepto de aventura está unido al concepto de riesgo. Cuando viajo a latitudes árticas, como las Svalbard o Groenlandia, por ejemplo, lo hago con todas las garantías. Yo no he arriesgado el pellejo jamás. Pero estos hombres y mujeres de los que estamos hablando, sí. Arriesgaron sus vidas y fueron responsables de otras muchas. Ellos sí se han ganado los galones del aventurero. Malaspina y su dotación llegaron al Ártico navegado océanos sin GPS y sin pronóstico del tiempo. Peral y sus oficiales han sido pioneros en conquistar un medio tan hostil para la vida humana como es el fondo del mar. Nellie Bly cruzó el mundo sola a finales del siglo XIX. Vivieron la aventura en estado puro. Hoy por hoy, eso es un bien codiciado difícil de encontrar y, además, tiene un sabor descafeinado. Hoy, en cuanto a los viajes, todo está medido y cartografiado. Un satélite puede fotografiar un colibrí libando flores en el corazón de la selva amazónica. O en lo que queda de ella. Nos avisan con cinco días de antelación que debemos sacar el paraguas o amarrar la flota pesquera. Todo eso es maravilloso. Pero el sentido de la aventura ha cambiado mucho, ya que hemos controlado cientos de variables que nos facilitan una mejor supervivencia en el mundo. De hecho, se han inventado los deportes de riesgo para cubrir esa necesidad de algunos de sentirse en peligro, de estar en la cuerda floja. Ellos tienen que programar la peripecia que quieren vivir. Construirla a su medida. Muchos buscan sentir el riesgo tirándose por un puente atado a una cuerda, subiendo ochomiles o circunnavegando el globo en solitario. Pero no lo olvidemos: aunque son grandísimas proezas dignas de admiración, porque la Naturaleza no está domesticada, los que las llevan a cabo están continuamente en contacto con la ayuda y la asistencia exterior. Los hay también que calman esa necesidad haciendo safaris fotográficos a Chernobyl, o viajando a países en guerra, que también los hay. Y el colmo es que te puedes colocar unas gafas, en el salón de tu casa, para aparecer en un escenario apocalíptico en donde la salvación del planeta dependa sólo de ti. Lo dicho, la aventura a la carta. Pero aquellos hombres y mujeres de siglos pasados no podían coger una radio o un teléfono para decir “por favor, sacadme de aquí” cuando se encontraban en dificultades mientras hacían su trabajo, viajaban o lo que fuese. Por eso merece la pena relatar sus historias. Al menos, a mí me lo parece.

—¿Hay algo personal sobre este libro que te apetecería contar, además del precioso y respetuoso homenaje a Peral y el ajuste de cuentas que haces?

—Pues he de decirte que no era consciente de ello cuando escribía, pero finalmente también ha resultado ser un pequeño homenaje al Cuerpo de Semaforistas de la Armada, al que perteneció mi padre cuando ya dejó de tener destinos en submarinos, en otras unidades de superficie, o en el Juan Sebastián de Elcano, en el que estuvo embarcado cuatro veces. La última parte de Hijo de acero se desarrolla en el lugar en el que viví mi infancia, en la Fortaleza del Monte Hacho de Ceuta. Allí estaba ubicada la Casa Vigía donde los semaforistas de la Armada hacían sus guardias sobre el Estrecho de Gibraltar. Una atalaya desde la que se contempla uno de los paisajes más bellos que he visto nunca. Recuerdo como si fuera ayer cómo mi padre me enseñó a interceptar con un catalejo de trípode, fabricado a principios del siglo XX, la estela que dejaban los submarinos cuando navegaban sumergidos a cota de periscopio atravesando el Estrecho de Gibraltar. Si el mar estaba en calma, la cosa era medianamente fácil, pero si el Estrecho sacaba a pasear sus marejadas de levante, vislumbrar la tenue estela que deja un periscopio entre tanta espuma era para nota. Todo aquello, en plena guerra fría, me parecía apasionante. Y ahora me lo parece mucho más. Cuando supe que Ceuta formó parte, históricamente, de una de las pruebas que tuvo que realizar el Submarino Peral a propuesta de la Junta Técnica, agradecí la suerte de poder escribir sobre aquellos escenarios, sobre el lugar extraordinario lleno de historia, y geográficamente espectacular, en el que jugaba de niña. Me consta que para algunos lectores esos capítulos son sus favoritos.

—Hablemos de Basil Zaharoff, Caballero Honorario del imperio británico, confidente de los Reyes, quien se hizo con una de las mayores fortunas del mundo a través del boicot y la corrupción. Hablemos de su doble faceta, que a mí personalmente me resulta una de las cosas más interesantes de este libro. Además de vender sus armas a los ejércitos de ambos bandos, fue gran comunicador, afamado y de excelente reputación. Me llama la atención su cinismo y frialdad absoluta en todos los negocios, siempre al servicio de sí mismo, pero con una debilidad, Pilar de Muguiro. Ella fue la única persona a la que el llamado “comerciante de la muerte” dedicó su faceta más desconocida e íntima, la de un hombre enamorado. Y tú dices en el libro que desprecia a los traidores como Beránger que envuelven sus razones en algo patriótico. ¿Qué has podido averiguar sobre él? ¿Cómo definirías este personaje? ¿Y cómo pudo una persona así tener contentos a todos los bandos?

—El desprecio de Zaharoff por Beránger en la novela es una licencia que me tomé para construir un personaje tan novelesco como Zaharoff. No hay ningún documento que afirme tal cosa, pero sí se sabe que era tremendamente inteligente y cuál era su actitud frente al mundo. Creo que es posible que pensara eso de aquel traidor. Cuando empecé a indagar sobre “El Mercader de la Muerte” me costaba trabajo creer lo que leía. Parecía ser una ficción, creada a propósito, por lo canallesco de su proceder. Pero una vez más, la realidad superaba a la ficción. Tú lo estás definiendo muy bien. Siempre al servicio de sí mismo. Era capaz de generar conflictos entre países si con ello obtenía beneficios para su empresa de armamento pesado. Aunque, en ese sentido, las cosas no han cambiado mucho. Lo curioso del caso es que Zaharoff es muy poco conocido, habiendo influido tanto en la España y la Europa de aquella época. En mi novela se traslucen las claves de por qué es esto posible. Pero lo cierto es que para tener a todos los bandos contentos, como tú dices, su método era sencillo. Era tremendamente locuaz y persuasivo, diciendo a cada uno lo que quería escuchar. Y desde luego, como complemento, las estrategias de la extorsión y el sabotaje las dominaba absolutamente. Si sabes todo esto sobre este ser tan abyecto, resulta muy atrayente el hecho de que tuvo una vida amorosa fascinante. Amó mucho, y le amaron mucho. Tuvo hijos. Parecía estar por encima del bien y del mal. En Hijo de acero creo que se reflejan, con bastante claridad, las dos caras de Basil Zaharoff. El hombre que no tuvo piedad de un genio como Isaac Peral.

—Me gusta mucho la idea que plasmas: la lealtad, hasta el final, del Hijo de Acero.

—La lealtad incluso a los recuerdos. El personaje del periodista, Jeremías Rudi, encarna muy bien esto que mencionas. Y creo que hoy tenemos algo más claro qué fue lo que pasó con el submarino, porque ha habido personas leales a la memoria del insigne inventor. Si por algunos dependiera, el recuerdo de Peral se hubiese borrado de todas partes. Hay aún sectores que no soportan la realidad de la idea genial que llevó a cabo un “oficialillo”, como algunos le llamaban. Todavía tiene detractores feroces. Insisto en que la Inteligencia británica hizo muy buen trabajo para intentar hundir el prestigio de Peral. Pero no lo ha conseguido del todo. Ahora sabemos, afortunadamente, qué hubo detrás de esa saña con la que fue atacado el inventor desde diversos estamentos españoles. La lealtad de Peral hacia sí mismo y hacia la Corona, junto a la que practicaron sus incondicionales con él, está en el sustrato de toda la novela.

—¿Qué sucedió después del desmantelamiento del submarino? ¿Alguien llegó a tener las patentes originales de Isaac Peral? Se dice que en Francia se sacó un modelo casi clavado al de Peral poco después.

—Efectivamente. Los franceses fueron los primeros en construir un modelo muy parecido al submarino Peral. Y lo hicieron con todo el hermetismo que el asunto requería. No como en España, que a pesar de que era un proyecto secreto para la Armada, el 8 de septiembre de 1888, día de la botadura del Submarino Peral, el Arsenal de la Carraca, y todo San Fernando, eran una fiesta. Allí estaba todo el mundo sin excepción. No te voy a contar como ocurrió esto para no destripar demasiado la novela, pero lo cierto es que, después de que España abandonara el proyecto, Tudor puso a la venta la batería inventada y patentada por Isaac Peral. A partir de ahí, hubo campo libre para que algunas potencias europeas construyeran submarinos para su flota.

—Jeremías Rudi representa la parte más soñadora, es el complemento perfecto a la figura recta y sobria de Peral. En él convergen muchas aventuras, aunque Peral con los pies en el suelo, y Rudi en la Luna, literalmente. Por eso se llevan tan bien. La mente fantasiosa del último frente a la metódica y científica de Peral, ¿es así?

—Estás en lo cierto, Susana. Jeremías Rudi es un soñador que divaga sobre imprecisiones que no concluyen en nada. Pero admira al inventor sobre todas las cosas. Peral es otro soñador, con la diferencia de que él sí sabe a dónde va y cómo tiene que llegar, caminando por el sendero trazado por la Ciencia y la experimentación. Sabe desde el principio que quiere construir un arma submarina para defender las costas españolas. Y, en mi novela, acaba apreciando mucho al periodista y agradece todo lo que éste le ofrece. En Hijo de acero se complementan a la perfección.

—Citas muchos personajes históricos en la novela: el matemático José de Echegaray, el oficial historiador Novo y Colsón, la periodista Patrocinio de Biedma, la primera mujer que dio la vuelta al mundo Nellie Bly, el astrónomo Cecilio Pujazón… Es un verdadero recorrido por el ambiente romántico de esa época, lejos de la atonía que se vivía a nivel político —como la describiría Galdós: “tiempo de bobos, de lenta parálisis” —. ¿Las reuniones en casa de la Condesa Rattazzi se produjeron de verdad? Me recuerda en algo a las salonnières de la Francia prerrevolucionaria.

—Sí. Jugué con eso para recrear el ambiente ilustrado que se vivió en Cádiz hasta la pérdida de las colonias. Cádiz fue una ciudad pujante en el terreno económico y cultural durante todo el siglo XVIII. Y ese halo lo arrastró hasta finales del XIX. Teatros, revistas culturales, tertulias literarias y filosóficas de relumbrón, dotaban a Cádiz de un brillo especial. Y Patrocinio de Biedma tenía mucho que decir en todo aquel maremágnum. Escribió ensayo, novela y teatro. Fundó y dirigió la revista Cádiz. Ella fue, así como su revista, uno de los referentes culturales de la ciudad. Por eso no es difícil imaginarla, junto a su íntima amiga la Condesa Ratazzi, organizando veladas tan memorables como la que se describen en Hijo de acero.

—Cuéntame algo sobre la gitana Zafira, la que ve el negro futuro de nuestro viejo continente.

—Zafira es uno de los poquísimos personajes de ficción de la novela. Una mujer cuyos propios poderes psíquicos la traen por la calle de la amargura. Ella tiene un extraño encuentro con Everardo Barbudo, el delineante en el equipo del inventor que ayudó a Peral a plasmar los planos del submarino en el papel. Este encuentro llega a revelarle a Rudi algo importante que cambiará la percepción del periodista sobre un asunto que se trae entre manos. Zafira es un personaje apasionante que dota a la novela de un contrapunto que no obedece a la racionalidad científica, y que ayuda al lector a comprender con qué, y a qué, se está enfrentando Isaac Peral.

—Peral, como el malogrado Malaspina, estaba siendo perseguido por su genio. ¿Piensas seguir haciendo justicia a los olvidados y los maltratados por la Historia? Personalmente, te animo encarecidamente a que lo hagas.

—Pues te voy a hacer caso. En la medida de lo posible. Porque aunque es fácil encontrar personajes maltratados por la Historia, muchos ya han recibido tratamiento literario. Y de otros hay muy poca documentación, por lo que resultaría muy complicado construir una novela histórica sobre ellos. Habría que fabular demasiado al no tener datos concretos con los que armar la narración. Si tienes la suerte de encontrar ese personaje injustamente olvidado, del que no se ha escrito una obra que lo acerque al público lector en general, no sólo a los especialistas, lo difícil es buscar el tono apropiado para crear una novela alrededor de ellos. El tono adecuado. Eso que hace que se lea hasta el final o se deje a medias por tediosa. Se tienen que dar todos estos ingredientes, pero seguiré haciendo todo lo que pueda.

—¿En qué parte del libro te has divertido más elaborándolo?

—Me lo paso en grande todo el tiempo. Con todos los personajes. Con todas las tramas. Escribir novelas es vivir otras vidas. Viajar a otros lugares. Como leer. O quizá, mejor. No sabría decirte. Lo que sí es cierto es que durante la creación de los personajes ficticios que me han ayudado a contar la increíble epopeya vivida por Isaac Peral, como Zafira o Jeremías Rudi, podía fabular con más libertad sobre ellos por el hecho de que no me sentía obligada a seguir unos parámetros rígidos dictados por el rigor histórico. Y cuando perfilo personajes reales con una trayectoria vital muy definida, como Isaac Peral o Basil Zaharoff, el sentido de la responsabilidad me puede, y no fabulo demasiado, sólo lo justo para darles vida. Intento atenerme a lo que voy descubriendo en la documentación que manejo. No tengo una parte favorita de la novela. Todas me parecen apasionantes. La construcción del submarino, la trama del espionaje industrial, el Cádiz romántico e ilustrado, París, Londres, la vida familiar de Isaac Peral, los grandes personajes de la cultura que le acompañaron… Me gusta todo. Ha sido una suerte poder hacer una inmersión en este fascinante pedazo de nuestra Historia, en aquel escándalo largamente silenciado.

—Te están felicitando en todas partes por esta magnífica obra, y no es de extrañar. ¿Cuál será tu próximo proyecto, si se puede explicar?

—También es una novela histórica sobre la Armada española. En este caso vuelvo al siglo XVIII. Me encanta éste periodo. No lo puedo evitar. Me topé, por casualidad, con un libro antiguo que me dio la clave para comenzar a escribirla. Espero que guste a los lectores.

—Muchas gracias por todo, Montse, y mi más sincera enhorabuena.

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Autora: Monserrat Claros. Título: Hijo de acero. Editorial: GoodBooks. Venta: Amazon y FNAC

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