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¿Internet nos hace idiotas?

¿Internet nos hace idiotas?

Hace años, un buen amigo mío pronunciaba un discurso ante un círculo de empresarios, la mayoría de ellos relacionados con el sector de medios. Hablaba sobre la influencia de la televisión en el ciudadano y arrancaba con estas palabras su intervención: “Si en la época de Cervantes hubiera existido televisión, Don Quijote, en lugar de loco, se habría vuelto tonto”.

Yo me pregunto qué habría sido del hidalgo caballero de haber vivido Cervantes rodeado de www, Yahoo, Amazon, eBay, mp3, smartphones, Google, iPods, Wifi, YouTube, Wikipedia, Twitter, Facebook, Whatsapp… ¿Se habría vuelto quizás idiota?

¿Cómo influye Internet en nosotros? ¿Mejora o empeora nuestras mentes? ¿Nos hace idiotas o inteligentes? ¿Cuál es su influencia en nuestra conducta social? ¿Nos convierte en superficiales?

Algunos creen ciegamente en Internet: ”Nos conecta con todos —dicen—, permite relacionarnos con el mundo entero; nos ofrece amistad, entretenimiento, placer, conocimiento…”. Los escépticos mantienen que Internet tiene justo el efecto contrario: “No nos conecta con todos, sino siempre con los mismos, nos hace menos felices y puede que hasta más estúpidos”.

"El mundo digital promueve otro estilo de lectura: se busca la rapidez, la lectura superficial pero eficiente y la interactividad"

Nicholas Carr fue hace años editor ejecutivo de la Harvard Business Review y es ahora un reconocido escritor americano que escribe sobre tecnología. Se describe asimismo como un adulto digital que fue joven analógico. En 2008 escribió un artículo en la revista americana de divulgación científica y cultural The Atlantic titulado Is Google Making Us Stupid? (¿Google nos hace estúpidos?), con el que abrió la puerta a una interesante polémica que él mismo se encargó de alimentar con posteriores publicaciones. Carr se confesaba víctima de alguna rara enfermedad, que debía además ser contagiosa porque percibía los mismos síntomas en sus amigos más cercanos. Se sentía incapaz de pensar relajadamente, de realizar análisis en profundidad, de revisar un informe o de mantener por más de unos pocos minutos la concentración en la lectura de un buen libro. El patógeno responsable de esta enfermedad tenía un nombre: Internet.

Los libros han inducido desde antiguo en el ser humano unos determinados hábitos de lectura y estudio. Los libros se leen con atención, en un ambiente de tranquilidad y sosiego, en silencio, con una máxima concentración en la lectura. El mundo digital, por el contrario, promueve otro estilo de lectura: se busca la rapidez, la lectura superficial pero eficiente y la interactividad. Coloca además a nuestro alcance, con un solo clic, un mundo entero de información en el que es fácil perderse.

"Internet nos empuja a la multitarea y nos aleja de la reflexión"

Este hábito de leer rápido y poco está contribuyendo al nacimiento de una generación escasamente habituada a la lectura. Cuando se invita a un joven a leer una novela de cierta extensión, incluso de la categoría del Quijote o Los miserables, su rechazo es inmediato. A mí mismo me han acusado más de una vez de escribir colaboraciones demasiado extensas en Zenda. Internet y el mundo digital están esculpiendo con esos cinceles las conductas de nuestros jóvenes. Pocos son ya capaces de memorizar un número de teléfono o de buscar en orden alfabético; no saben más que recorrer textos cortos y en diagonal, porque se han convertido en meros scrollers.

Internet nos empuja a la multitarea y nos aleja de la reflexión, haciéndonos buenos en la búsqueda y procesamiento de la información, pero ineficaces a la hora de profundizar en ella. Aunque son muchas las influencias que a lo largo de la vida recibimos de elementos externos (antes hablábamos de la televisión), Internet es un caso muy especial, porque de ella nos llegan continuos estímulos, de forma repetitiva, intensa y adictiva. Capta nuestra atención insistentemente de forma permanente, mucho más allá de lo que lo hacen la televisión, la radio o los periódicos. Basta con que mires a tu alrededor, en la calle, en el metro, en la consulta del médico…

 

Internet tiene efectos neurológicos en nosotros

La ortodoxia científica clásica mantenía, hasta no hace mucho, que el cerebro formado de un adulto era inalterable. Se pueden crear y eliminar dinámicamente conexiones neuronales sobre la base de nuevas experiencias y conocimientos a medida que son adquiridos, pero no modificar la arquitectura global del cerebro. Sin embargo, a finales de los años sesenta, se demostró empíricamente (mediante experiencias realizadas con monos) que esto no era del todo cierto. Los investigadores descubrieron que al inutilizar la mano de un mono, su cerebro se reorganizaba para compensar el daño. Más tarde, tal conclusión se reafirmó al observar que en personas discapacitadas el cerebro se había readaptado de manera que las zonas encargadas de recibir señales sensoriales de las partes afectadas “miraban” ahora a otras partes periféricas para recibir esas percepciones desde ellas. Es lo que sucede a las personas ciegas cuando las zonas del cerebro encargadas de procesar estímulos visuales toman control de los centros táctiles.

"¿Quién puede aportar evidencias de que Internet sea capaz de remodelar masivamente el cerebro?"

Esta forma de plasticidad cerebral se ha observado también en gente sana. Muchos profesionales especializados en determinadas habilidades manuales (músicos, artesanos…) tienen las zonas del cerebro responsables de procesar las señales recibidas de los dedos más desarrolladas que el resto de la población; o los conductores, en los que la región del cerebro que almacena imágenes espaciales se desarrolla bastante más que en las otras personas. Esta capacidad de remodelación del cerebro, adaptándose a las circunstancias del sujeto, sin duda es bueno, pero podría convertirse en algo perjudicial si la adaptación fuese perniciosa a causa de una exposición a malos hábitos. Cuando esto sucede, la reorganización del cerebro en su adaptación al nuevo escenario puede ocupar áreas cerebrales antes dedicadas a otras valiosas habilidades.

Este es el riesgo que corremos cuando abusamos de Internet. Al menos así opina Michael Merzenich, uno de los artífices de los experimentos de los años sesenta y pionero en la neuroplasticidad, quien advierte que la continua exposición a Internet y a aplicaciones online como Google puede tener consecuencias neurológicas importantes. No todos en la comunidad de neurocientíficos aceptan esa advertencia y opinan, por el contrario, que la experiencia no altera el cerebro de forma tan drástica. Después de todo, ¿quién puede aportar evidencias de que Internet sea capaz de remodelar masivamente el cerebro?

Es posible que Gary Small pueda hacerlo. En 2008, este profesor de siquiatría en la universidad de UCLA escaneó el cerebro de una docena de experimentados usuarios de Internet mientras realizaban búsquedas en Google. En paralelo hizo lo propio con una docena de neófitos. La actividad cerebral registrada fue diferente en ambos grupos. Los experimentados internautas activaron durante la prueba una zona del cerebro asociada con la resolución de problemas y la toma de decisiones, en tanto que, en los novatos, tal zona se mantuvo en todo momento en reposo. Ninguna diferencia se apreció entre la actividad cerebral de los dos grupos al someterlos a pruebas tradicionales de lectura o escritura. Cuando los novatos se dedicaron a navegar por Internet una hora al día, en tan solo cinco días sus cerebros adquirieron los mismos patrones que los veteranos. Cinco horas bastaron para reescribir el cerebro de los novatos.

"En Internet se prima la rapidez, la información escueta pero abundante, con formatos (hipertextos) muy poco adecuados para favorecer la retención"

Desgraciada o afortunadamente, la marcha atrás es igual de rápida. Cuando se abandona la actividad, se olvidan inmediatamente las habilidades adquiridas. ¿No te suena familiar aquello de “dejé de practicarlo y ya no sé hacerlo”? Los experimentos de UCLA parecen demostrar que Internet hace trabajar más al cerebro, lo que, evidentemente, favorece la inteligencia. Pero favorece solo la llamada inteligencia “fluida”, la que interviene en la resolución de problemas y en la toma rápida de decisiones; la que permite adaptarse y enfrentar situaciones nuevas de forma ágil, sin necesitar aprendizaje o experiencia previa. Existe sin embargo otra forma de inteligencia, llamada “cristalizada”, que constituye el grado de desarrollo cognitivo logrado mediante el aprendizaje y la experiencia. Internet parece ser un fuerte aliado de la inteligencia fluida y en la misma medida enemigo hostil de la inteligencia cristalizada. Esto sucede, según Carr, porque la inteligencia cristalizada se nutre de los conocimientos almacenados en nuestra memoria más profunda, conocimientos que se adquieren a partir de la experiencia y del estudio y que solo pueden retenerse si la cantidad de información mostrada ante nosotros es medida y limitada y si el individuo está en un estado de concentración adecuado para asimilarla. Si esta información no se refresca periódicamente desaparece en poco tiempo.

En Internet se prima la rapidez, la información escueta pero abundante, con formatos (hipertextos) muy poco adecuados para favorecer la retención. Es decir, todo lo contrario a estos principios.

La información y el conocimiento

Internet pone a nuestra disposición un mundo entero de información de forma cómoda y rápida. Ya nadie (salvo algún nostálgico o nostálgica) tiene en casa la enciclopedia Espasa, ni diccionarios; ni tan siquiera libros, en muchos casos. Todo está en Internet. Internet ha conseguido socializar la información y al mismo tiempo, en cierta medida, devaluarla, porque la información se hace menos valiosa cuando está al alcance de todo el mundo.

"Internet ha disparado exponencialmente el conocimiento, pero no así el intelecto"

¡Pero, atención! No es oro todo lo que reluce. Si el internauta no tiene la formación ni la personalidad adecuada para distinguir lo que es blanco de lo que es negro puede acabar desinformado e intoxicado, porque en Internet hay de todo: desinformación, mentiras, bulos, estafas… Ahora mismo se está propagando por la Red la noticia de que el brote de listeriosis surgido recientemente en Andalucía ha tenido en realidad su origen en Cataluña.

Es innegable que Internet ha contribuido también de forma decisiva al desarrollo del conocimiento. Es más, ha creado una industria alrededor de él. El modelo de empresa industrial, tipo General Motors, basada en activos tangibles, en grandes fábricas y en productos materiales, ha dado paso a empresas surgidas en el seno de Internet, como Google, basadas precisamente en el conocimiento. Estas empresas son ahora, en el siglo XXI, el motor de la economía mundial.

Internet ha disparado exponencialmente el conocimiento, pero no así el intelecto. Alguien dijo: “Internet nos permite conocer más y saber menos”. Esta afirmación no puede menos que ser cierta, porque, si todo está en Internet, fácil y rápidamente accesible, ¿para qué necesitamos saber?, ¿por qué esforzarnos en aprender nada? Internet nos regala una memoria externa repleta de conocimiento; una memoria que no se sustenta en materia gris, sino en servidores de silicio a los que podemos estar permanentemente conectados. Y, por si fuera poco, gracias a Google, este universo de conocimiento puede ser explorado en solo un instante. ¿Para qué molestarnos en estudiar y en aprender entonces? Después de todo, los libros no dejan de ser también memorias externas que tenemos a nuestro lado. Es más, en su momento, el mismo Sócrates nos advirtió de que lo escrito podría ser causa de atrofia de la memoria humana.

No vamos a ser tan alarmistas como Sócrates. Afortunadamente, el transcurrir de los siglos ha demostrado que sus temores eran infundados, quizás porque no hemos utilizado los libros como sustitutivo de la memoria, sino como vehículo para transportar el conocimiento.

¿Qué podría suceder si confinamos todo nuestro conocimiento en el exterior? ¿No has vivido nunca ese momento en el que se ilumina tu cerebro arrojando claridad sobre aquel problema que llevaba obsesionándote durante días? Parece como si al desconectarte de él, la solución emergiera por sí sola ante ti. O, ¿qué me dices de esa vez que te despertaste en medio de la noche y tuviste aquella magnífica idea? Estas situaciones no son casuales. Tu subconsciente trabaja permanentemente sin que repares en ello, y lo hace utilizando las experiencias y los conocimientos que tienes grabados en tu memoria. Si todo esto estuviera fuera de ti, una parte fundamental de tu mente quedaría inutilizada.

"Internet no nos hace idiotas, pero puede hacernos sentir más listos de lo que en realidad somos"

La creatividad humana aparece fundamentalmente en esos momentos de lucidez en los que el cerebro aparenta estar inactivo. El uso reiterado de la web hace más difícil para nosotros retener información y la memoria externa no es suficiente para aflorar la creatividad.

Conclusión:

Internet no nos hace idiotas, pero puede hacernos sentir más listos de lo que en realidad somos; la evidencia sugiere que agudiza en nosotros las habilidades cognitivas, pero nos hace menos creativos y más torpes a la hora de retener y profundizar en el conocimiento. Es evidente que también crea en nosotros hábitos nuevos, que se extienden a muchos ámbitos de nuestra vida: lectura, compra, relaciones sociales, entretenimiento…. Y dudo mucho que nos haga más felices.

La cuestión es: ¿alguien sería capaz de prescindir de todo lo que nos han traído Internet y el mundo digital y retornar a nuestra vida de hace treinta años? ¿A la medida de cuál de estos dos mundos quieres reconfigurar tu cerebro?

Aunque resulte difícil de creer, en el tiempo que me ha llevado escribir estas líneas, no he mirado ni una sola vez mi buzón de e-mail, ni el Facebook, ni el Twitter, ni el Whatsapp… (bueno, quizás solo un par de veces).

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