En la tradición de Pregúntale al polvo, de John Fante, en la que el memorable Arturo Bandini se ve forzado a trabajar como carnicero y que muestra la cruda vida de los trabajadores durante la Gran Depresión, e Indignación, de Phillip Roth, en la que Marcus Messner trabaja en la carnicería kosher de su padre, se encuentra la novela Invernal (Libros del Asteroide, 2025) de Dario Voltolini, finalista del Premio Strega 2024.
Lo que nos lleva a lo dicho por Dario Voltolini en la Biblioteca Cívica Primo Levi en mayo de 2024, en el sentido de que se trata de una novela autobiográfica o, digamos, en la que emplea con ahínco la tan de moda autoficción. En esta ocasión afirmó que le había tomado cuarenta años decidirse a escribir la historia del padre, pero que, una vez tomada la decisión, la escribió en apenas dos meses; seguramente el autor la llevaba desde siempre en su cabeza y algo de esto se denota en la arquitectura narrativa catártica. La voz empleada es la de una primera persona que con frecuencia se asemeja a una cercana tercera persona.
Así, en esta intensa novela corta, vemos que la vida del padre gravita en tres polos: la carnicería; su afición a la cacería; y su pasión por el fútbol. La casa no es refugio para un hombre tan inquieto, lugar en el que se torna taciturno. Gino es básico y complejo al mismo tiempo, fumador empedernido de cigarrillos Nazionale. La novela tiene mucho humor, sobre todo al principio, como cuando compara las multitudes del mercado de Torino a una “versión insurreccional de la Bolsa de Wall Street”; decir que un corte de carne es hecho con la hoja de sicario de un cuchillo; afirmar que los “mensajeros celestiales son unos esnobs”; o, cuando se taja el dedo pulgar —que logra rescatar— y, superado el episodio, esgrimir que “como no es pianista, vuelve al trabajo”.
A veces pareciera que algunos pasajes emergieran de una suerte de duermevela o frontera de conciencias. En varias frases se detecta el ánimo de entender cómo funciona la mente, el poder de la imaginación, y de qué manera prevé acontecimientos que todavía no han sucedido. A ello se suma el lenguaje figurado que se utiliza a menudo para referirse a ciertas cosas, personas o situaciones (París es “la gran ciudad”; el informe médico es “el libro del enigma”; “sin sueños el sueño”, para referirse al insomnio): el lenguaje y la historia por momentos adquiere tono de fábula en la que se acude a un mosaico de recuerdos.
El autor asimismo emplea palabras particulares como hipnagogia; servotimón; psicopompa; psicoterraza; sansebastián; puertaventana. Se embarca en elaboraciones para discernir, por ejemplo, la diferencia entre “clase” y “estilo” pero que ilustra con un ejemplo práctico con jugadores de fútbol (Gerd Müller y Gigi Riva). Hay pasajes cargados de prosa poética e incluso capítulos de una solo página que parecen poemas.
El resultado de todo lo anterior es una prosa estilísticamente sofisticada. La narración muta, poco a poco, de lo concreto en cuanto las técnicas y el oficio de carnicero hacia lo abstracto-filosófico, luego del incidente al rebanarse el dedo pulgar. Ello se empieza a notar en pequeños cambios excéntricos en la conducta del padre, tales como regalar a un cliente un trozo de hígado de primera calidad y exhibir cierta lentitud y calma desconcertante en el agitado mercado. El narrador nos hace creer que esto se debe al proceso de recomposición en el cuerpo de la herida del dedo, pero lo que ocurre, en realidad, es que este acontecimiento se solapa con la aparición de un cáncer de extraña y atípica naturaleza: “Hasta las más misteriosas invenciones fantasmagóricas de la mente necesitan materiales para componerse. Y en esos trayectos suyos, él los reproduce, los acumula en el depósito nebuloso del que, en la ilusión del sueño, los extraerán futuras personas para fantasear sus propias ilusiones”.
Un rasgo que atraviesa la novela es la humanización de las víctimas del carnicero. Aquel que se desempeñó y creció en el vértigo de este oficio desarrolla una honda empatía: “El vendedor al detalle sabe con certeza que, si existe una frontera entre los animales y los hombres, él está del lado de las bestias. Aunque las descarne, las deshuese. Aunque las triture, las abra, las corte en lonchas. Las acuchille. Las rompa. Les dé caza”. Habla de criaderos nazis de pollo y hasta se solidariza con las bacterias “al fin liberadas, como esclavos tras la caída del imperio”.
Luego de muchas consultas médicas se determina que los cambios de comportamiento se deben a un tumor. Al aparecer el linfosarcoma prolinfocítico el humor no desaparece pero toma una dimensión negra e irónica. La lucha contra el cáncer es un emblema de guerra cuando describe la batalla entre el sarcoma y el general —la vincristina— y sus (fármacos) aliados. O cuando emplea analogías con el fútbol, como cuando el padre regresa al mercado —no abandona el trabajo pese al diagnóstico— y dice que no está seguro de seguir siendo hincha de la Juventus y de no haberse convertido, a fuerza de transfusiones de sangre, en seguidor del Torino.
Dada la extraña naturaleza del cáncer, los médicos recomiendan su traslado al Instituto Gustave Roussy, en la ciudad de Villejuif, en Francia, especializado en tumores raros y complejos. El resultado del partido de fútbol: “Sarcoma ha ganado de manera aplastante”. Irónicamente, ha ocurrido el mismo año que Italia gana el Mundial de Fútbol, en 1982. Ha sucedido mientras trasladaban a Gino en ambulancia entre ciudades de Francia, en sincronía con un extraño enfriamiento del cuerpo del hijo a las tres de la tarde de un día muy caluroso. Enterarnos del nombre del hijo en la última página es de una conmovedora belleza poética cuando el padre en la ambulancia dice: “Despedidme de Dario” (como el autor, Dario Voltolini). La muerte es el invierno en verano.
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Autor: Dario Voltolini. Título: Invernal. Traducción: Celia Filipetto. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros


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