Si en Volver a dónde (Seix Barral, 2021) —una obra de Antonio Muñoz Molina que hibrida ensayo, crónica y novela— el narrador en pandemia se transporta a la infancia a través de los sentidos y gracias a las plantas del balcón de su piso en Madrid que lo conecta con la huerta de su padre y el mundo campesino en el que creció, algo similar ocurre en el ensayo El verano de Cervantes (Seix Barral, 2025) en el que el autor se remonta a su primera lectura de Don Quijote a los diez años.
El verano de Cervantes es un ensayo que se aproxima más en su espíritu iluminador a Todo lo que era sólido (sobre la crisis económica, política y social de España) o a Pura alegría (sobre literatura). A su vez incorpora episodios personales que retratan la lectura obsesiva y cíclica de Don Quijote desde la niñez hasta la del hombre de sesenta años: “Don Quijote no solo es el libro que he leído más veces a lo largo de mi vida; es también el que más veces he comprado”. Miguel de Cervantes, junto a Michel de Montaigne y Marcel Proust son el pináculo de las lecturas del narrador nacido en Jaén: “Los tres son improvisadores que se concentran en unidades fragmentarias”. Vamos atando cabos: improvisación suena a escritura desatada.
Llama mucho la atención precisamente el subtítulo escogido: “Una escritura desatada”; que puede que se refiera al mismo tiempo a Don Quijote y al ensayo de Muñoz Molina. La escritura de El verano de Cervantes ocurrió durante muchos y sucesivos veranos —en pausas de escritura de novelas del autor—. Se trata de una obra bien investigada que incluye una selección de lecturas. La prosa de Muñoz Molina es la de la frase larga que solo él sabe construir de esa manera y por la que hay que dejarse llevar, como ocurre en una buena sesión de jazz. Y eso puede dar la sensación de ser también desatada, aunque se trate de un ensayo racionalmente construido.
El verano es la estación en la que transcurre Don Quijote y nos queda claro que es el tiempo más adecuado para la lectura del clásico. Cuando el autor era estudiante la obra le “alegraba la sequedad, el tedio, los presagios del fin del verano”, ello a pesar de que “a los cerebros exaltados por la literatura el calor acaba por trastornarlos”. Qué feliz coincidencia editorial el lanzamiento de El verano de Cervantes en los albores del verano de 2025.
Muñoz Molina anota a mano en sus cuadernos cada verano pero su concepción oculta se remonta más tres décadas atrás cuando llegó a la Universidad de Virginia, antes de ser director del Instituto Cervantes de Nueva York. Fue el profesor Jeffrey T. Bersett quien le informa de que Freud fue influenciado por Don Quijote, al punto de admitir en una carta que lo consideraba tan importante como la medicina, y le comenta que existe la especulación de que el método de conversación en el diván pudo habérsele ocurrido a Freud a partir de los diálogos de la obra de Cervantes. Bersett, cabe destacar, aparece como personaje en No te veré morir (Seix Barral, 2023).
El 3 de agosto de 2015 Antonio Muñoz Molina publica en su blog personal una nota que tituló “El veraneo de Cervantes” en la que dice: “Como tengo vacaciones en el periódico desde esta semana y he suprimido cualquier rastro de obligación literaria o laboral, mi único oficio es leer y releer… Me sumerjo y me recreo y me colmo en Cervantes como un abejorro en una flor llena de polen: me enharino, me embadurno”. La idea del ensayo ahora publicado estaba plasmada diez años atrás.
La investigación tiene la singularidad de abordar la influencia que tuvo Don Quijote sobre grandes escritores. Nos encontramos varios capítulos en los que Muñoz Molina ilustra de manera amena y erudita la marcada huella sobre Stendhal, Charles Dickens, Mark Twain o Thomas Mann; a la vez que emparenta las dimensiones del logro cervantino con Montaigne y Proust. “Don Quijote es una gran enciclopedia del mundo, un retrato completo de la sociedad, tan ambicioso, aunque mucho más sintético, como La comedia humana de Balzac”, sostiene el autor. Las mujeres en Cervantes son eje central: Dulcinea, Dorotea y el avanzando monólogo de libertad de Marcela. Cervantes ha impactado a escritoras como George Eliot, Jane Austen o Charlotte Lennox.
Muñoz Molina afirma en distintas partes del texto que Don Quijote son dos novelas marcadas por una separación de una década: la primera en forma intuida de 1605 —más de tono humorístico— y la acabada de 1615 de madurez —que mantiene el humor pero ya con algo de amargura: “Barcelona es la ruina de Don Quijote…. sufre un escarnio público como de fantoche de carnaval” —. La de 1615 la considera una suerte de deflagración narrativa.
A medida que realiza la autopsia literaria de Don Quijote —un tratado crítico y disperso sobre todas las artes de la literatura— nos identifica puntos que animan a la relectura del clásico: Don Quijote está lleno de novelas que se han callado y que apenas se han esbozado; cada persona tiene su nombre en la novela y un linaje; Cervantes nunca describe un paisaje; la mutación es constante y es el principio activo que sostiene el relato (así como muta Moby-Dick); hay un juego constante de saltos de puntos de vista; en Cervantes la forma natural del discurso es la conversación (así como en Shakespeare es el monólogo); y un punto central: los peligros de la ficción.
El juego de la ficción y la realidad empieza muy pronto en Don Quijote, por solo decir que el protagonista tiene en su biblioteca un libro del escritor que lo ha inventado. Cervantes siempre aparece en la novela (a la manera de Velázquez en Las meninas) y desaparece: es un polizón de su propia obra. Esto nos hace pensar, como lectores, que autoficción y metaliteratura son terminologías relativamente recientes para algo que ya había sido desplegado siglos atrás por Cervantes.
En la mente de don Quijote está la locura autoritaria y programática del que quiere imponer sobre la realidad los preceptos delirantes de las teorías de los libros. Don Quijote tiene una opinión muy elevada de sí mismo. Es soberbio y piensa que las mujeres se sienten irresistiblemente atraídas por él. Celebra y exagera sus propias hazañas. Sabemos que el heroísmo de don Quijote no es más que un simulacro, una impostura. Ante los verdaderos hombres de acción, don Quijote se queda empequeñecido, anulado, borroso. Su coraje es solo interpretativo: performativo, podría decirse, con pedantería contemporánea, afirma Muñoz Molina.
Don Quijote sufre una alucinación voluntaria producto de su egocentrismo y su lectura compulsiva de libros de caballería; es la borrachera verbal que brota de la imaginación: “Cervantes, muy sensible siempre a los síntomas del trastorno mental, constata con alarma que los libros pueden hacer desvariar y enloquecer a las personas, cuando estas les conceden demasiado crédito, o cuando no saben distinguir la ficción de la realidad”. Hacia el final del ensayo, producto quizás de los insomnios cervantinos de Muñoz Molina, el narrador decide convertir la ficción en realidad y, así, sigue la huella de el Quijote por caminos del campo. El autor se pone a sembrar y llega a Ademuz para dormir una noche sólida como solo la pueden disfrutar aquellos que se dedican al arduo trabajo de la tierra.
Todo lo cual sitúa a Don Quijote en una indiscutible actualidad ante el surgimiento de la inteligencia artificial, que borra la línea entre lo real y lo inventado. Una reflexión que cabría mencionar es si la lectura exagerada de una obra literaria hace que un libro se convierta en un refugio antiaéreo para protegerse de las bombas de la realidad. De la lectura al acto de escritura Susan Sontag dijo: “Escribir es una locura… Tienes que estar obsesionado”. Si es así, la literatura habrá servido a la raza humana en su mayor preservación y, además, ni más ni menos, conlleva al gozo de poder tener en nuestras manos libros como El verano de Cervantes: una escritura desatada para ser leída con la tranquilidad y el calor del verano que comienza.
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Autor: Antonio Muñoz Molina. Título: El verano de Cervantes. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros.
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