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Ironizar la Revolución

Desde Los de abajo (1916), de Mariano Azulea, hasta La muerte de Artemio Cruz (1962), la Revolución mexicana ha ocupado buena parte de la producción literaria de México. Autores que, casi por consenso, retrataron el descontento, la corrupción, la crueldad de los líderes, las egolátricas luchas de poder entre caudillos y, en suma, la traición a los ideales revolucionarios. Son obras que cuentan este hito histórico desde la solemnidad y el drama. En cambio, Los relámpagos de agosto (Altamarea, 2025) de Jorge Ibargüengoitia, persigue el mismo fin pero centrado en la ironía y el humor.

Este autor atípico deja atrás la dramaturgia al publicar Los relámpagos de agosto en 1965 (sin abandonar las crónicas o los artículos periodísticos). La transición del teatro a la novela se deja colar en la manera en que fluyen los diálogos en Los relámpagos de agosto y por su estructura distante de la complejidad. A los que tenemos un conocimiento limitado de la Revolución, esta intensa y efectiva novela corta nos acerca a las intrigas e idiosincrasia de facciones ávidas de mando, centrada en la última de las rebeliones que da paso, a partir de 1929, a la institucionalidad mexicana.

El uso de la primera persona, en tono cercano, irónico y humorístico, hace de lo más soportable a personajes despreciables al mostrar sus muchas equivocaciones y miedos. Juan Villoro, en su estupendo libro de ensayos La utilidad del deseo (Anagrama, 2017), sobre la obra de Ibargüengoitia, destaca: “Un sentido de la ironía capaz de entender las tragedias como divertidas peripecias de la comedia humana… Su humor deriva de actuar con sensatez en un entorno absurdo… Era un “raro” que tenía la condición, aún más rara, de ser popular entre lectores exigentes”.

"El capítulo referido al intento de unificación de múltiples partidos políticos en uno solo es hilarante y nos recuerda el humor de Jaroslav Hašek, aunque la trama de esta obra sea más bien de naturaleza anarquista"

Algo que llama la atención al lector es el hábito de algunos personajes —en esta obra con pasajes de novela de guerra— de referirse al propio país como destino de sus desplazamientos: “en tres trenes largos rumbo a México”; “llegamos a México”; “un susto en México”; “me fui a México”. No se trata de una falla narrativa sino de algo legítimo en el imaginario mexicano. La nota de entrada de El vértigo horizontal (Almadía, 2018) de Villoro lo explicaría:

“Voy a México”, dice alguien que está en México. Todo mundo entiende que se dirige a la capital, que en su voracidad aspira a confundirse con el país entero. Extrañamente, ese lugar existe.

La novela está contada por el general de división José Guadalupe Arroyo (Lupe) desde un tiempo distante de la Revolución —y suponemos que en algún lugar en Estados Unidos— con el fin de contraponer unas supuestas memorias escritas por el Gordo Artajo, un excompañero de armas. En el ingenioso prólogo lo llama calumniador, así como malagradecido a German Trenza y desgraciado a Vidal Sánchez. En una “Nota explicativa para los ignorantes en materia de historia de México” al final del libro, Ibargüengoitia afirma, como espejo de la novela, que Álvaro Obregón, Pancho Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza “fueron los padres de una nueva casta militar cuya principal ocupación entre 1915 y 1930 fue la de autoaniquilarse”; como en efecto ocurre a los personajes de la novela que nos compete.

Lupe tiene una elevadísima imagen de sí mismo, que el narrador siembra a lo largo del texto. El general se considera un gran conocedor de los caracteres humanos, cargado de méritos, con un carácter bonachón, leal a los amigos, generoso con las personas en desgracia. Dice que para su mujer, Guadalupe, “espejo de mujer mexicana”, es un cáliz amargo ser esposa de un hombre tan íntegro. Su visión de sí mismo, sin embargo, se contrapone con el hecho de que no duda en meter preso o pasar por las armas a cualquiera que sea un tropiezo en sus propósitos (casi que de manera ligera y por motivos nimios o impulsivos), o a individuos adinerados para extorsionarlos.

El capítulo referido al intento de unificación de múltiples partidos políticos en uno solo es hilarante y nos recuerda el humor de Jaroslav Hašek en Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, aunque la trama de esta obra sea más bien de naturaleza anarquista. El general avanza, no sin obstáculos y, a través de maniobras políticas, logra posiciones de alta jerarquía. Toma militarmente varias ciudades y acepta hacerse cargo de una operación al norte de México, que resulta ser una emboscada. Su estrella, dice, se apaga en 1928. Es motivo de análisis que este es el año en el que nace Ibargüengoitia en Guanajuato. En la novela, por cierto, Guanajuato toma el nombre ficticio de Cuévano; ciudad que luego sería central en otra de sus novelas, Estas ruinas que ves, publicada diez años más tarde.

"La complicidad de favores reina en la Revolución en esta amena novela elogiada con entusiasmo por Italo Calvino, en cuya obra, como en la de Ibargüengoitia, se ironiza el pasado"

¿Pero por qué  “relámpagos” y por qué “agosto”? En la emboscada que le montan a Lupe al pedirle que se dirija con sus tropas al norte fronterizo, el embajador de Estados Unidos lo amenaza al decirle que, de caer una sola bala del otro lado de la frontera, Estados Unidos le declararía la guerra a México (operación militar que no podría llevarse a cabo sin que esto sucediera). La acción “relámpago de agosto”, llamada así por la contundencia de la sorpresa de un viaje relámpago en un mes de agosto, es abortada ante la advertencia gringa. Ibargüengoitia ironiza de nuevo: da el título de la novela a un evento que no llega a ocurrir para ilustrar las torpezas de los militares.

Mucho son los anglicismos empleados en el texto, lo que revela la influencia que ejercía la nación del norte sobre México: hall; palm beach; water; American Smelting; Stetson (sombrero); Studebaker (auto); o shrapnel (metralla). En el desarrollo de los acontecimientos nos enteramos de que los trenes jugaron un papel decisivo para el transporte de oficiales, tropas y armas en las luchas entre caudillos militares en un país cuatro veces más grande que España (una locomotora es motivo de la carátula de la edición de Altamarea).

Una vez capturado, Lupe se salva de que lo fusilen. Al principio de la novela invita a comer a bordo de un tren a un general venido a menos, Macedonio Gálvez, quien luego en un descuido en la cabina le roba su pistola. Ese general —como todo es tan dinámico— está ahora a cargo de ejecutar a Lupe pero decide perdonarle la vida por haberlo invitado a comer y ayudado con lo de la pistola cuando él estaba tan mal. Lupe aclara: “Esto último, huelga decir, es una gran mentira. Él se robó mi pistola de nácar y yo hice lo posible para que lo capturaran y lo pasaran por las armas… Claro, en ese momento no estaba yo con alientos para contradecirlo”. La complicidad de favores reina en la Revolución en esta amena novela elogiada con entusiasmo por Italo Calvino, en cuya obra, como en la de Ibargüengoitia, se ironiza el pasado. Como dice la cita de Calvino en la contratapa del libro: “Jorge Ibargüengoitia dispara sin escatimar salvas”.

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Autor: Jorge Ibargüengoitia. Título: Los relámpagos de agosto. Editorial: Altamarea. Venta: Todostuslibros

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