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Jeffrey Dahmer

A las buenas, querido lector.

¡Cuánto tiempo sin vernos!

Lo cierto es que he estado alejado un poco más de un mes de Zenda, pero todo ha sido por una buena causa. ¿Descanso? Ya quisiera yo. O mejor dicho, no. Prefiero estar activo, y si es haciendo lo que me gusta, ¿qué más puedo pedir?

Pues sí, he estado preparando lo que vendrá en los primeros meses de 2019. No me aprietes las tuercas, porque no puedo contarte de momento nada. Sólo que saldrá mi nueva novela y… ¡Quieto, Blas! No lo puedo evitar…

Sea como sea, he estado trabajando a tope, pero ya me tienes aquí de nuevo, con una nueva entrega de Asesinos en serio. Como quería regresar a lo grande, lo voy a hacer con uno que, muy probablemente, te suene de algo: Jeffrey Dahmer o, como era conocido: «el carnicero de Milwaukee».

Es verdad que este apodo no fue el único, ya que también se le conoció como: «el caníbal de Milwaukee»; aunque esto último podría considerarse un poco de spoiler.

Lo suyo es que, como siempre, nos remontemos al inicio de la historia, de su historia. Puede que esto nos ayude un poco más a comprender la personalidad de Jeffrey, aunque, volviendo al tema de los destripes —mejor esta palabra que la de spoiler, ¿verdad?—, puede que te desconcierte, porque su génesis es muy distinta en ciertos aspectos a la de muchos de los peores asesinos en serie de la historia.

Vamos allá.

"Él intentaba hacer amigos en los nuevos sitios en los que vivía, pero apenas le daba tiempo porque en nada le tocaba variar de nuevo "

Jeff, como se le conoció en el ámbito familiar, nació un veintiuno de mayo del año 1960. Lo hizo en el seno de una familia de clase media. Seguro que estás pensando que de pequeño era un niño raro, sin amigos y que ya presentaba síntomas de lo que acabaría siendo de mayor. Pues tal y como te he adelantado un poco más arriba, no, todo lo contrario. Jeff era un niño con una vitalidad arrolladora y muy extrovertido. Nada fuera de lo común. Un niño más al que le encantaba jugar. ¿Cuándo empezó a cambiar? Está claro que no siempre pudo ser así, ni el cambio llegó de un día para otro. Las constantes mudanzas a las que se vio sometido en un corto espacio de tiempo, debido al trabajo de su padre como químico, hicieron que el pequeño Jeff fuera perdiendo parte de esa frescura que lo caracterizaba. Él intentaba hacer amigos en los nuevos sitios en los que vivía, pero apenas le daba tiempo, porque en nada le tocaba variar de nuevo, y esto fue creando en él una inseguridad que lo acabaría marcando de por vida. Su padre tampoco es que estuviera fino en este asunto pues, supongo que pensando que era lo mejor para él y deseando que volviera el niño de antes, le «obligaba» a esforzarse para congeniar con los niños de los nuevos destinos que le asignaban. Esto creó un cóctel que lo único que consiguió fue que Jeffrey sintiera pavor a relacionarse con sus semejantes. Entonces fue cuando llegó el Dahmer aislado, el solitario, el, digamos, rarito; pero como puedes ver, no es algo que siempre fue así, y que se acabó forjando por una situación impuesta.

A la vez que su carácter fue evolucionando a uno más huraño, comenzó su obsesión con la anatomía. Evidentemente, no fue a nivel humano, sino animal. Antes de que te escandalices, te contaré que esto mismo que hacía Jeff lo han hecho personas que se han acabado convirtiendo en famosos cirujanos. No es que quiera justificar nada, es que no debemos juzgar a la ligera y pensar que lo que hacía era un claro síntoma de lo que se acabaría convirtiendo, pues creo que es mucho más que esto.

El caso es que le gustaba despedazar animales muertos. La primera vez, según relató él mismo, fue con un perro muerto que encontró en la carretera. Lo llevó a un cobertizo que tenía fuera de casa y ahí lo abrió en canal. Comenzó a estudiar su anatomía por dentro, y esto le fascinó, si bien él mismo comenta que no sintió ningún tipo de excitación, ni sexual ni de ningún otro tipo al hacerlo. Todo era mera curiosidad. Y sí, como te he comentado antes, muchos ahora cirujanos también hacían esto, así que no es síntoma de nada. Jeff relata que, ayudado por ácidos que conseguía a través de su propio padre, hacía prácticas para separar los huesos de la carne de los animales para poder observarlos en todo su esplendor. Jeff era muy curioso, al parecer.

Otro de los motivos que cambiaron la personalidad de Jeffrey fue que sus padres comenzaron a discutir a todas horas. Sé que estarás pensando que con una violencia extrema, y que eso hizo que el joven Jeff desarrollara una personalidad psicopática, ¿a que sí?

"Sus bromas eran bastante macabras, humor negro, por llamarlo así. Entre sus más famosas estaba lo de imitar a gente con parálisis cerebral o síndrome de Down"

Pues no. Eran discusiones como las que puede tener cualquier pareja, de las que acaban en ruptura y que sí pueden agriar algo el carácter de los hijos —no me las quiero dar de psicólogo, hablo en términos generales—, pero sin rastro de violencia ni entre ellos ni hacia sus hijos. Lo malo es que Jeffrey estaba en esa época de la que te he hablado muy inseguro, muy introvertido. Esto hizo que se lo tomara como algo personal. Empezó a considerar si no sería culpa suya todo lo que estaba pasando, y esto no hizo que mejorara sus relaciones con los demás. Al contrario, se aisló más. Cuando llegó su época de instituto, todo volvió a cambiar. Nunca dejó de ser un buen estudiante, eso sí, aunque lo cierto es que, digamos, iba un poco a su bola y sacaba buenas notas si le interesaba la asignatura. Si la encontraba motivadora. Al cambio que me refiero es sobre su personalidad: de pronto se convirtió en el payasete de la clase y ganó cierta popularidad así. Sus bromas eran bastante macabras, humor negro, por llamarlo así. Entre sus más famosas estaba lo de imitar a gente con parálisis cerebral o síndrome de Down. Se hizo bastante famoso por esto en el instituto, donde hasta llegó a crear tendencia con este tipo de bromas.

También fue en esta época cuando empezó a notar que algo no andaba demasiado bien dentro de él. Fue justo cuando empezó a ser consciente de su identidad sexual. Lo primero, se dio cuenta que era gay. ¡Qué problema! ¿No?

Puede que ahora no te lo parezca. O puede que sí. Pero en la época en la que estaba, en el lugar en el que estaba, la homosexualidad era un tema tabú. Pero a lo bestia. Eso hizo que, por un lado, no pudiera vivir su sexualidad de una manera natural, como debería haber sido. Por otro lado, hizo que no conociera ningún otro gay con el que poder hablar y relacionarse. Su frustración creció y trajo consigo una serie de fantasías que, al principio eran inofensivas, pues sólo mantenía relaciones en ellas. El problema llegó después, cuando esto no era suficiente y sentía la necesidad de imaginar que los poseía, los sometía y, en ultima instancia, los mataba. Además, cuenta que casi siempre fantaseaba con autoestopistas.

Estos pensamientos lo asustaban bastante. De hecho, él pensó en que todo se quedaría ahí, en meros pensamientos que nunca lo llevarían al punto al que llegó. Yendo un poco más lejos, puedo afirmar —ya que él mismo lo contó así—, que sus dos primeros crímenes no los cometió de manera premeditada. Explicándome algo mejor: no fue a buscar expresamente ese crimen y no lo tenía planificado.

El caso es que, para contártelo mejor, debería ponerte en situación:

La relación entre sus padres ya había acabado. Las discusiones no cesaban y era imposible que siguieran juntos, así que se separaron. Jeff y su hermano menor se quedaron con su madre, pero el día del que te voy a hablar su hermano estaba con su padre. Su madre se había echado nuevo novio y, queriendo vivir a tope esa relación, se marchó unos días a un motel, dejando a Jeffrey solo en casa. Jeff, desde que comenzó a tener esos pensamientos y deseos tan oscuros, había decidido que una de las formas en las que podía apaciguarlos era ahogándolos en alcohol. Sé lo que vas a pensar, que no es la solución a nada, vale, pero él lo pensó así. Empezó a beber muy joven, en su época de instituto, y cuando digo beber no lo digo como hacen todos los jóvenes de hoy en día, sino con borracheras casi diarias que le trajeron más de un problema. También fumaba hierba, aunque no a grandes escalas.

"Ya en casa comenzaron a fumar y la actitud de Jeff fue cambiando a una un tanto más cariñosa con el autoestopista. Este mostró su rechazo de inmediato pues no era gay y se levantó de inmediato"

Bien, su madre estaba en el motel con David, su nueva pareja, y él, como casi cada noche, se marchó a un bar a beber. A la vuelta, ya de madrugada, vio una sombra en la carretera, casi llegando a casa —faltaba más o menos un kilómetro— y redujo la marcha del coche. Al pasar por su lado, vio que era un autoestopista. Este no llevaba camiseta y era bastante atractivo. Jeff no lo pudo evitar, ya que esta era la imagen con la que comenzaban sus fantasías, y detuvo el coche. Esperó a que el chico pasara a su lado y, sin pensarlo demasiado, se ofreció a llevarlo a casa e invitarlo a fumar hierba. El joven dudó, pero acabó aceptando y se montó en el coche.

Ya en casa comenzaron a fumar, y la actitud de Jeff fue cambiando a una un tanto más cariñosa con el autoestopista. Este mostró su rechazo de inmediato, pues no era gay, y se levantó de inmediato. Jeffrey se puso muy nervioso, no sabía qué hacer para retenerlo, así que sin pensarlo se levantó también y agarró una barra de pesas que tenía en su cuarto y le golpeó con ella en la cabeza. Ese momento de ira no decreció con ese acto, ni mucho menos: con la barra todavía en la mano, se abalanzó sobre él y se la colocó sobre el cuello. Apretó con todas sus fuerzas hasta que el pobre chico dejó de moverse.

Tardó apenas unos segundos en recuperar la conciencia sobre sí mismo y se dio cuenta de lo que había hecho. Se puso más nervioso todavía. No sabía qué hacer. Contempló el salir corriendo para pedir ayuda, pero algo le hizo quedarse y tratar de ocultar aquello.

Total, ¿quién echaría de menos a ese autoestopista?

Lo primero que hizo fue tomarlo en peso y bajarlo al sótano. Necesitaba pensar y optó por echar el cuerpo al suelo y acostarse al lado. Quería dormir para ver si al día siguiente se le ocurría qué hacer. No durmió, pero sí decidió: lo cortaría en pedazos y se desharía del cuerpo así.

Por la mañana fue a una tienda de caza y compró un gran cuchillo. Regresó a casa y se dispuso a hacer lo que tenía previsto. Pensó que no sería muy distinto a lo que hacía con los animales. Cuando le rajó la barriga, que fue lo primero que hizo, sintió una gran excitación sexual y cuenta que no le quedó más remedio que masturbarse. Tras esto, le cortó un brazo y ya después fue haciéndolo con el resto del cuerpo. Metió los pedazos en tres bolsas de basura.

"Se cometieron muchos errores policiales con Jeffrey Dahmer, a cada cual más esperpéntico"

En su ingenio por no dejar huella, esperó hasta la madrugada para salir a tirar las bolsas al vertedero. Las metió en la parte trasera de su vehículo —sí, la trasera, no el maletero— y salió. Él no se dio cuenta, pero bien por los nervios o bien por un descuido, fue todo el rato con el coche pisando la línea de fuera de la carretera. Esto trajo consigo que una unidad de la policía se diera cuenta y lo pararan para ver qué pasaba. Esto que te voy a contar es veraz, aunque te cueste creerlo. Es uno de los muchos errores policiales que se cometieron con Jeffrey Dahmer, a cada cual más esperpéntico.

Bien. Lo primero que pensaron es que estaba borracho, así que le hicieron una prueba de alcoholemia y le pidieron los papeles del vehículo. Todo estaba en orden, no estaba borracho y el coche era de su madre. De pronto se dieron cuenta de que había tres bolsas dentro en la parte trasera y que el hedor que desprendían era insoportable. Le preguntaron qué era y, a pesar de lo nervioso que se puso Dahmer con las explicaciones y que no se sostenía por ningún modo lo que les dijo —que cerca de su casa no tenía donde tirar la basura y por eso iba al vertedero—, decidieron no mirar qué era y lo dejaron marchar.

Imaginemos por un momento que hubieran hecho su trabajo. ¿Cómo habría acabado la historia? Ya lo digo yo, con dieciséis víctimas menos. Pero no fue así. Y, como digo, no fue la primera vez.

Después de este episodio no fue al vertedero a deshacerse de las bolsas, por miedo. Al contrario, regresó a su casa y decidió hacerlo de otra manera. Tampoco es que fuera muy hábil, pues arrojó las bolsas a una gran tubería que tenían allí y esperó que nadie reparara en ellas. De hecho, nadie lo hizo. Así que dos años después pudo regresar y sacar los huesos que habían quedado dentro de las bolsas. Los colocó en el suelo, puso una manta encima y los golpeó con un martillo hasta que los hizo polvo. Esparció los restos por el jardín de casa.

Hasta ocho años después —del asesinato, no de esto que te he contado ahora— no volvió a matar. ¿Qué hizo durante ese período? Pues intentó varias cosas sin éxito, como ir a la universidad y alistarse en el ejército. En ambas cosas fracasó. Lo que sí le salió bien es que consiguió dejar la bebida. Se fue a vivir con su abuela a un pueblo cercano a Milwaukee y allí se convirtió en un devoto hombre de fe. Esto le cambió bastante, incluso sus fantasías disminuyeron en frecuencia e intensidad. Un día estaba en una cafetería y un muchacho joven y apuesto se acercó a él. Le dejó un papel encima de la mesa en el que le ofrecía sus servicios sexuales en el lavabo. Las fantasías irrumpieron de nuevo con violencia en su mente y, en un intento de alejarse de ellas, robó un maniquí para ponerlas en práctica en soledad y sin hacer daño a nadie.

"La bestia ya estaba liberada. Ahora es cuando de verdad comenzaba el horror que sembró"

Esto lo consiguió apaciguar levemente, pero el monstruo que habitaba en él le pedía salir a gritos y otro día se dejó llevar. Es curioso porque, como te he contado con el primer asesinato, no lo buscó expresamente. Salió a un bar de ambiente gay de la zona —recordemos que el tiempo había pasado y algo sí había evolucionado la zona— y allí conoció a un chico. Le propuso ir a un motel, para dar rienda suelta a su pasión. Él no para de contar que lo único que quería era una relación sexual sana, pero lo cierto es que llevaba consigo somníferos para poder someter a su amante a su voluntad. Eso sí, parece verdad que no quería matarlo.

El caso es que al día siguiente se despertó con el cadáver del chico al lado. Su cuerpo estaba lleno de contusiones y hasta él tenía signos de que hubieran forcejeado. Dahmer insiste en que no recuerda qué pasó, pero la frialdad con la que actuó a continuación no tiene nada que ver con la improvisación y el nerviosismo de su primera víctima. Se vistió y, tranquilo, salió en busca de una tienda de maletas. Allí compró una enorme y con ruedas. Echó el cuerpo dentro y salió del motel. Fue a casa de su abuela y allí lo descuartizó. Al contrario que la otra vez, no lo hizo de manera brusca. Deshuesó el cadáver, con la precisión que había adquirido con los animales y hasta se permitió quedarse con la calavera de su víctima, a modo de trofeo.

Fuera buscado o no, Jeffrey le había tomado el gusto a este tipo de actos y había entendido que era la única manera en la que podía saciar su ansia. La bestia ya estaba liberada. Ahora es cuando de verdad comenzaba el horror que sembró.

Esta vez solo pasaron dos años para ceder a sus impulsos y, bajo el mismo modus que la segunda víctima, sedujo a un nuevo hombre al que acabó drogando, abusando de él y matando. No lo descuartizó al momento, pues sus nuevas fantasías incluían prácticas necrófilas que acabaron a la semana, cuando según él el cuerpo olía demasiado y no le quedó más remedio que descuartizarlo y deshacerse de él.

Con su cuarta víctima, más de lo mismo. Después, un cambio fundamental hizo que su baño de sangre se acelerara y las víctimas cayeran más rápido: se alquiló una vivienda para él solo. Además, su cabeza también dio un nuevo giro y, si ya no eran preocupantes sus fantasías posesivo-homicidas, ahora le había dado por idear un nuevo método de sumisión para sus víctimas. No se le ocurre otra cosa que hacerles una trepanación craneal con un taladro para, después, echarles ácido por el agujerito resultante. Lo que esperaba obtener era un zombi, para que nos entendamos. Quería una persona consciente pero sin voluntad alguna para poder hacer él lo que quisiera. De esta forma, tuvo su segundo encuentro con la policía, en el que casi lo pillan. Es decir, el segundo error policial.

"Cuando llegó a casa, esperando encontrar ese muchacho anulado, encontró otra cosa bien distinta. La policía estaba en la puerta con él, sentado en la acera"

Sedujo a un muchacho de trece años de origen asiático —sí, sé lo que estás pensando. Él alegaba en una entrevista que pensaba que era mayor, que como los asiáticos siempre tienen cara de niño… Ojo, dicho por él— y se lo llevó a casa con la condición de echarle unas cuantas fotos por dinero. Después de administrarle somníferos, le hizo la trepanación craneal y le introdujo el ácido. Satisfecho con esto, se marchó al bar a beber. Ah, sí, se me había olvidado contarte que había vuelto por esas lindes. Cuando llegó a casa, esperando encontrar ese muchacho anulado, encontró otra cosa bien distinta. La policía estaba en la puerta con él, sentado en la acera. Estaba desnudo, tapado solamente por una manta que ellos le habían puesto. Jeff, lejos de ponerse nervioso, como la primera vez, sacó a relucir su personalidad de psicópata —ya sabemos que son mentirosos por excelencia— y se acercó hasta ellos para contarles que era un amigo suyo que estaba demasiado borracho y que se había desorientado. La policía no lo creyó en un primer momento, pero él insistía, y los acompañaron a casa.

Una vez dentro, la policía echó un vistazo rápido —cuando digo rápido es que miró en el salón y ya está— y vieron las Polaroid que Dahmer le había sacado al pobre chaval. Así que creyeron la historia de que era amigo suyo y se marcharon sin más. No digo que en todos los casos se deba sospechar hasta límites insospechados —sí, sé que me ha quedado raro—, pero es cierto que si se hubieran detenido a observar que en verdad era un niño, algo les habría llevado a plantearse que no todo andaba tan bien. Si, además, le hubieran mirado bien, hubieran visto que en su cabeza había restos de sangre seca y un agujero bastante visible. Entonces y solo entonces, quizá hubieran optado por revisar bien la casa de Dahmer y no hubieran tenido que buscar demasiado, ya que encima de la cama de su habitación había otro cadáver con el que Jeff se divertía.

Casi nada.

Supongo que pensarás que el horror de los actos de Jeffrey Dahmer no podía ir más allá, ¿verdad? Es lógico que lo pienses, pero si te digo que en su obsesión por tener el control de sus víctimas llegó un momento en el que empezó a comérselas, ¿me creerías? Más te vale que sí. El por qué lo hizo, según él, fue porque pensaba que así formaban parte de él y así sentía el control absoluto sobre ellas. No puedo pedirte que lo entiendas, yo tampoco lo hago, pero tengo que contártelo para que podamos ver el nivel que llegó a alcanzar su mente.

Los asesinatos se fueron sucediendo hasta que alcanzó —que se sepa— el número de diecisiete víctimas mortales. Todos hombres y todas con el mismo modus operandi. Las seducía, las poseía, las mataba y, en algunos casos, se las comía.

Entiende que no entre en detalle de los diecisiete asesinatos. No lo creo conveniente, y si lo he hecho con los primeros ha sido porque he creído necesario hacerlo para saber cómo empezó todo y como fue evolucionando. Estuvo matando hasta julio de 1991. ¿Cómo lo descubrieron? La que iba a ser su última víctima logró escapar, medio drogado y aturdido, y pidió ayuda a una patrulla que pasaba cerca de la casa de Jeff. De manera inmediata pidieron refuerzos y se procedió a su detención. En el registro se encontraron cosas de lo más variopinto, que bien podrían haber formado parte de un museo de los horrores —no sé por qué, pero esto me ha recordado a Ed Gein en cierto modo—.

"Se le juzgó con un jurado popular. Él intentó que lo tomaran como a un loco. Quería ir a un manicomio, no a una cárcel"

Había más de ochenta Polaroids con distintas prácticas que había realizado con sus víctimas, vivas y muertas. Además, un gran bidón de unos doscientos litros de capacidad en el que tres torsos humanos se estaban descomponiendo. Dentro de la nevera hallaron el verdadero horror. Una cabeza los recibió en un primer momento, acto seguido y, tras revisar varios paquetes que había también dentro, comprobaron que eran trozos humanos que Dahmer conservaba para su propio consumo. Había tanto en el frigorífico como en el congelador.

Además de todo, hallaron dos esqueletos casi completos formados por huesos humanos que él mismo había ido recolectando de las víctimas. Con esto último se llegó a hablar de que Dahmer lo que preparaba era una especie de templo para realizar rituales pues, según decían, se había visto atraído por las ciencias ocultas. Esto es algo que, de verdad, no se sabe a ciencia cierta. Lo que sí se sabe es que no estaba dispuesto a detenerse. Él mismo contó que sus planes consistían en seguir matando unos seis meses más, al menos. Que luego ya vería, aunque difícilmente podría parar.

Se le juzgó con un jurado popular. Él intentó que lo tomaran como a un loco. Quería ir a un manicomio, no a una cárcel. El juzgado entendió que un loco se comportaba como tal todo el tiempo y que la meticulosidad de sus planes —sobre todo a partir de la tercera víctima— demostraba que era consciente de lo que hacía todo el tiempo, así que se desestimó y se le condenó a quince cadenas perpetuas.

Cuando entró en la cárcel ocurrió algo que, por desgracia, pasa en muchas ocasiones con este tipo de presos. Y es la aceptación y la expectación que levantan en algunos. Prueba de ello fue la de cartas que recibió de admiradoras pidiéndole matrimonio. Es cierto que Dahmer era atractivo. Era alto, tenía los ojos azules y su rostro siempre estaba sereno. A ellas no les importaba que fuera homosexual, algo que ya impedía que él sintiera algo, de manera evidente; pero no solo eso, lo que menos les importaba es que fuera un psicópata asesino en serie.

Dahmer murió dos años después de entrar en prisión. Bueno, más que morir, lo mataron. La ironía quiso que fuera un preso, golpeándolo con una barra de ejercicios, el que acabara con su vida.

Y, querido lector, hasta aquí este artículo. Disculpa por la demora en traerlo y vuélveme a disculpar si no estoy en dos semanas exactas aquí. Yo lo voy a intentar, pero no te puedo prometer nada porque, por suerte, tengo mucho trabajo editorial ahora. Sea como sea volveré con algo potente, intentando que no decaiga el listón. Si quieres contarme algo, lo que sea, tienes mi email: blas@zendalibros.com. Si quieres, también me puedes seguir en Twitter y contarme lo que quieras por allí, siempre contesto y es más rápido: https://twitter.com/BlasRuizGrau

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