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La avenida de senderos que se bifurcan

La avenida de senderos que se bifurcan

Fui a Vallecas un día después de la gran nevada para visitar a Daniel Remón porque acababa de publicar su primera novela, Literatura. Remón y yo somos amigos desde hace muchos años. Leemos todo lo que escribe el otro, lo comentamos, nos hacemos notas y correcciones, y luego nos vamos a tomar una cerveza. La escritura y la cerveza son dos de las cosas que nos unen. Hay más. Por ejemplo, después del confinamiento nos dio por jugar al pádel. Dicen que ha sido uno de los deportes más practicados en estos meses. Pero Remón se lesionó el hombro por no estirar bien y ahora no podemos jugar. Visitar librerías es otra afición que compartimos. Hablar de la literatura que intentamos hacer nosotros y de la que hacen los demás también nos acerca. Además, tenemos amigos en común y nos representa la misma agencia literaria. Por lo tanto, esto no será, no podría ser, una reseña al uso ni una crítica más o menos objetiva de la primera novela de Daniel Remón, publicada recientemente por Seix Barral. En todo caso, podría ser algo así como un capítulo extra del libro, una escena eliminada del montaje final. Un cuentito de Navidad, una declaración de amistad, o una muestra de agradecimiento. En definitiva, una invitación a la lectura de Literatura, una novela emotiva, original, divertida y profunda. La novela que cualquier lector apreciará leer; la novela que cualquier escritor habría deseado escribir.

"Durante años de escritura, Remón se negó a hablar de sus sentimientos, de sus emociones, de sus miedos, anhelos o debilidades"

Salí del metro en Portazgo y esperé a que llegara Remón. Vino bien abrigado. Guantes, gorro, bufanda, mascarilla, y una mochila. Dentro de la mochila, yo lo sabía, estaba el ejemplar de Literatura que tenía pensado regalarme. Caminamos por la avenida de la Albufera buscando un bar abierto mientras Remón me contaba que había estado dos días encerrado en casa porque tenía que terminar su próximo guion. Al salir, descubrió que los vecinos de la calle en la que vive habían quitado la nieve de la calzada. A Remón le tocó ir a por sal para esparcirla y evitar resbalones. Al parecer, algún vecino se había enfadado con él por no haber salido a ayudarles, y Remón estaba preocupado. Caminábamos por los senderos que otros ciudadanos habían abierto en las aceras. Si me hubieran avisado, me dijo, habría bajado a ayudar. La sensibilidad exacerbada, o lo que otros llamarían fragilidad, también es algo que compartimos Remón y yo. No siempre fue así. Durante años de escritura, Remón se negó a hablar de sus sentimientos, de sus emociones, de sus miedos, anhelos o debilidades. Remón ha escrito mucho, guiones de películas como Casual Day, Paradiso o Intemperie, obras de teatro como El Diablo y cortometrajes como El fracaso. Pero en casi todos esos textos, aun siendo algunos de ellos marcadamente autobiográficos, había una distancia prudencial entre el autor y la obra, una barrera de seguridad, como si Remón escribiera un poco así, con guantes, gorro, bufanda y mascarilla para mantenerse a salvo. Para no mostrarse.

Se me ocurrió que podíamos ir al VIPS a merendar. Estos meses he ganado peso y por eso, y a pesar de eso, se me antojaron unas tortitas con nata, pero no de cualquier nata, como dice la publicidad de dicha franquicia, sino de la nata especial VIPS. Nos sentamos en una mesa desde la que podíamos ver la calle y yo pedí las tortitas y Remón un sándwich mixto. Cuando estaba en el instituto, me dijo Remón, varias veces hice pellas para desayunar en el VIPS. Cuando yo estaba en el instituto, hacía pellas para irme a un descampado a fumar porros. La comparación me parece idónea para evidenciar algo que Remón y yo no compartimos, o no del mismo modo: la sensación de plenitud. Entonces me parecían una maravilla, me dijo Remón sobre los desayunos del VIPS; ahora sé que no son para tanto, y no sé si es porque han cambiado o soy yo el que lo ha hecho. En los artículos o reseñas de este tipo que de vez en cuando hacen algunos de los grandes nombres de la literatura suelen presentarse sentados a la mesa de un asador y, mientras degustan una carne a la brasa, comentan extasiados los matices de un Rioja Gran Reserva. El otro día, en el VIPS, Remón pidió una Pepsi Max y yo un vaso de agua. Esa es otra de las características de la primera novela de Remón. No hay pose. No hay alarde. No hay artificiosidad. Todo es tan real, tan sencillo y también tan increíble como merendar en el VIPS de la avenida de la Albufera y recordar “las arenas movedizas que llamamos adolescencia”.

"Un lugar donde quedarse mientras afuera cae la nieve. Una hermosa y verdadera demostración de literatura, y de amor"

A la hora de pagar, Remón le pidió al camarero una bolsa para que pudiera guardar mi ejemplar de Literatura. Nos trajeron una en la que estaba escrito «gracias por confiar en nosotros». Remón me entregó el libro, estaba dedicado, y en una de las solapas habían incluido una frase que alguna vez escribí sobre él. Dice algo sobre un monstruo y una batalla. El monstruo interior, la batalla de la literatura. El monstruo del que habla Remón en su novela, el monstruo del que huyen los personajes, el monstruo que no quiere enseñarle a su sobrino Teo, a quien está dirigido el cuento, es algo más. Es, como dice Remón, una advertencia. Una señal de peligro y una llamada a la acción, una forma misteriosa que trata de comunicarse con nosotros porque sabe que necesitamos un cambio. Un aviso de que algo no está funcionando del todo bien, un golpe de realidad que nos demuestra que no estábamos preparados. Como una pandemia. Como una gran nevada. Como la muerte de tus padres. Lo otro, la batalla de la escritura, es algo que aprendí de otros maestros y que ahora toca desaprender. Remón estuvo conmigo en la presentación de mi último libro. Allí volvimos a hablar de literatura. Cuanto más me empeñaba yo en señalar el camino del escritor como una lucha constante, más torcía el gesto Remón. La literatura no es una lucha, dijo entonces él sin vehemencia pero con rotundidad, es un viaje. No estamos luchando, más allá de la necesaria batalla con el lenguaje, afirmó; simplemente viajamos, escribir es viajar y leer es viajar y la literatura es un viaje y como tal viaje hay que estar preparado para cualquier cosa que pueda pasar, pero no con la alerta y la desconfianza con la que se preparan un guerrero o un soldado, sino con la ilusión y la alegría del viajero.

Nos despedimos a la entrada del metro Nueva Numancia. Yo tenía que volver a casa para preparar la cena y él tenía que acercarse a un local del barrio donde seguían distribuyendo sal. «No sé cómo encarar la reseña de tu novela», le dije a Remón. «No quiero anticipar nada de la trama, no quiero emitir juicios de valor, y tampoco quiero obviar la amistad que nos une. Pero quiero escribir sobre ella porque tu novela me ha hecho mejor escritor, mejor lector, pero sobre todo, y aunque suene a tópico de mercadillo, mejor persona. Porque Literatura es un cuento fabuloso, o más directamente una fábula, en el que nosotros, los lectores, aprendemos más que los protagonistas, incluso que el narrador. Un lugar donde quedarse mientras afuera cae la nieve. Una hermosa y verdadera demostración de literatura, y de amor». Al escucharme decir aquello, Remón se encogió de hombros, me dio las gracias por lo que sea que fuera a escribir, y se marchó caminando por un sendero que alguien, mientras él escribía e imaginaba otras rutas para nosotros, había abierto para él.

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Autor: Daniel Remón. Título: Literatura. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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