Tras el viaje a Bélgica, y ya de vuelta a Barcelona, con la impaciencia de que llegara raudo el fin de semana venidero, nos provocaba impaciencia el disfrutar de uno de los momentos más preciados para un coleccionista.
Dos plantas de la casa de Cantonet se mantenían ocupadas por tres vitrinas en cada una de ellas, algunas de estilo colonial y otras exclusivamente de vidrio. Todas ellas con iluminación interior, lo cual daba realce a todo lo expuesto.
Dicha colocación conllevaba un contraste de pareceres enriquecedor entre nosotros. Acabábamos con la puesta en escena de las figuras comentadas, pasando a ingresar a nuestra colección y a ser expuestas para placer de nuestros ojos.
No debió pasar mucho tiempo hasta que Mª Carmen leyó por internet la constitución de una asociación de amantes de Tintín, asociación en la que sencillamente se intentaba aglutinar todo tipo de personas que les gustara la obra gráfica de Hergé. Todo esto estaba muy bien y pintaba de color de rosa pero personalmente le dije que si lo deseaba se informara y si no se veía nada extraño, en función de las condiciones, se adhiriera en calidad de asociada.
Eran unos tiempos en que yo todavía me encontraba en una situación de mucho recelo. Al margen de la fallida empresa con mi hermano, tuve otras decepciones considerables con otros parientes que no me pusieron nada fácil el ofrecer confianza a personas desconocidas. En el marco empresarial tampoco pasábamos una situación relajada. En aquel momento en este país cualquiera que deseara ser moroso en cuantías no exageradas se permitía el lujo de serlo y encima de jactarse de ello si convenía. Los talones sin fondos como pagos por trabajos realizados eran ciertamente frecuentes y el nivel de impagados podía ser preocupante e incluso alarmante.
Emocionalmente, me encontraba como un gato escocido, y personalmente preferí quedarme a la expectativa sin entrar a formar parte de dicha asociación tintinesca, no fuera que sus intenciones no tuvieran el nivel altruista que se le suponía. En principio era una asociación “sin ánimo de lucro”, pero en el contexto en que se vivía, ese slogan se tenía que demostrar y prolongar en el tiempo.
El caso es que Mª Carmen me sugirió que hiciéramos acto de presencia en la primera actividad pública de dicha asociación, y así lo hicimos, aunque en mi caso fuera como mero espectador. Se trataba de una conferencia sobre Tintín y la fotografía. Asistimos a dicho evento y a simple vista nos encontramos, a distancia larga, con personas de aspectos y conductas normales. Compartimos, dialogamos y generamos cierta empatía con un buen número de miembros de la junta directiva de dicha asociación. Cabe destacar que la presencia en dicha junta de Joan Manuel Soldevilla, del cual ya sabíamos su existencia como comisario de la exposición “Rayos y truenos”, ayudó a romper el hielo con el resto de integrantes de dicha directiva.
Toda esa sinergia condujo a la inscripción de Mª Carmen como asociada a dicha organización, con el carnet número 36. Personalmente me quedé a la expectativa viendo cómo se irían desarrollando los acontecimientos en dicho colectivo. Así y todo, a partir de ese momento nuestra colaboración con dicha asociación fue aumentando.
Teniendo en cuenta que la directiva de dicha asociación estaba compuesta inicialmente por hombres y que las parejas de algunos ellos, más que no estar por la labor, diríamos que en algún caso le tenían a Tintín un odio ulceroso, la presencia de Mª Carmen y nuestras iniciativas daban un aire de apertura y cierta esperanza a llevar a cabo proyectos tintinescos, como así fue. También es verdad que las envidias hacia nosotros se notaban y palpaban en el ambiente.
Por aquel entonces nuestro compromiso con Tintín se fue afianzando, no solo como coleccionistas sino como impacto emocional positivo, llegando a crear nuestra imagen corporativa mediante un logotipo ilustrado por Laura de Castellet. Ese logotipo daría en el futuro identidad propia a Cantonet y fue estandarte de innumerables actividades que fuimos desarrollando con la ayuda de personas y tintinólogos de bien. Como no podía ser de otra forma, también tuvimos que afrontar algún que otro obstáculo, como el que explicaré.
Se formalizaron lo que fue llamado els dijous tintinaires (los jueves tintineros). Consistían en reunirnos el último jueves de cada mes en un lugar concreto para poder hablar de nuestra afición en común e individualmente de su dedicación ociosa (investigación, idiomas, coleccionismo de libros, de sellos, de coches, de figuras). Cada uno de nosotros aportaba sus conocimientos relacionados con su faceta tintinesca. El lugar de encuentro y reunión era la primera planta de el Café Viena de la Calle Pelayo de Barcelona.
Bien es verdad que nuestra actividad ociosa de coleccionismo en general inicialmente rivalizaba de buen rollito con los eruditos e investigadores de la obra de Hergé, los cuales acostumbraban a tener una tendencia anticonsumista del tema. Su afición se basaba en conseguir información mediante investigación informática y de otras índoles, todo ello para crear sus propios estudios y tratados sobre la obra de Hergé. Eso sí, lo compartían con sus acólitos tintineros más próximos con el afán de crearse un famoseo poco reconocido y de nivel bajo, dada su falta de apuesta, coraje y ambición comercial.
Esta cierta rivalidad que provocaban las distintas prácticas tintinescas llevó un jueves de los mencionados a que recibiéramos un cierto desprecio y desaire por nuestra actividad como coleccionistas, de tal manera que salimos de la reunión tintinesca mensual con un mal de sabor de boca considerable. Nos sentimos como desplazados del ámbito coloquial con que se desarrollaban las charlas tintinescas y nos dolió particularmente porque ese desprecio con ciertos aires de superioridad lo detectamos por parte de algún que otro miembro de la junta directiva de Tintincat.
No soy de los que mira hacia otro lado delante de cualquier afrenta, por lo que llegados al sábado tarde, decidí escribir una carta dirigida a la junta directiva manifestando nuestro malestar, provocado por la actitud de algunos miembros de la misma hacia nosotros y a nuestra actividad tintinesca como coleccionistas.
Les indiqué que si la junta directiva consideraba que las personas que se dedicaban a coleccionar lo que fuere no eran merecedoras de ser respetadas y de pertenecer a dicha entidad solo tenían que informarnos al respecto y nos apartaríamos de ella mediante la petición de dar de baja a Mª Carmen como socia de la entidad.
Todo ello recordándoles que coleccionistas de Tintín lo somos todos. Todos a los que nos gusta sus lecturas o los recuerdos de ellas, los cuales están bien guardados, clasificados y archivados en nuestro cerebro. La colección de dichas viñetas, secuencias, escenarios, personajes, narrativa, etc. son bien latentes mentalmente en nuestro día a día y son deleite de recuerdos de infancia que aunque no volverán, nos resistimos a olvidar.
Al mismo tiempo quise recordarles que no existe ningún aficionado a Tintín que siéndole regalada una figura, prenda u objeto, lo rechace con la mueca de disgusto porque se lo hayan ofrecido. Sea un día una figura, otro día un cuadro, otro día un llavero, otro día unos posavasos; sea lo que fuere lo que te regalan, no se conoce tintinófilo que muestre desagrado con dicho ofrecimiento. Por tanto, que no se engañen: coleccionistas lo somos todos y nuestra actividad va en función de muchos aspectos relacionados con la disponibilidad de espacio, economía, apetencias y lamentablemente por el nivel de tolerancia y comprensión con la persona con que compartes la vida; tolerancia y comprensión que por lo que hemos conocido en muchos casos, dejan mucho que desear.
A la vuelta del escrito enviado a la junta directiva de Tintincat tuvimos como respuesta una disculpa formal de su presidente por la inapropiada conducta de algunos de sus miembros, admitiendo el mal enfoque que habían protagonizado. Disculpa que por otro lado se entiende, ya que dicho dirigente es conocido y considerado como un coleccionista afamado, particularmente a todo lo que rodea a la aventura de Las joyas de la Castafiore.
A razón de lo escrito, un buen día nuestro amigo Joan Manuel Soldevilla nos explica una experiencia propia acontecida en su entorno familiar. Pasados unos cuantos años de actividad tintinesca y habiendo escrito con mucho éxito unos cinco libros sobre Tintín y Hergé, su hija le preguntó si él se consideraba coleccionista, a lo cual Joan Manuel le contestó negativamente con cierta aseveración. Acto seguido ella le manifestó: “Papá, ¿estás seguro? ¿Has visto cómo está la casa?”. A lo cual el bueno de Joan Manuel no tuvo más remedio que ofrecerle un silencio infinito como respuesta.
Es posible que Joan Manuel no sea de los compradores compulsivos que destinan esfuerzos, tiempo y dinero para tal finalidad, pero también es verdad que de bien seguro en su casa se encuentran infinidad de objetos ofrecidos y regalados por su extenso entorno, lo cual, en los momentos finales de la vida de un tintinólogo, es la mayor y mejor colección que uno puede atesorar y de la que uno nunca se debe desprender. La que te han ofrecido las personas más próximas como reconocimiento a tu pasión, ocio y dedicación al entorno de la lectura y disfrute de dichos libros tiene que permanecer hasta el último momento a tu lado ya que es la que forma parte de tu más íntima historia vivida.
Y es que siempre estamos dispuestos a tener la puerta abierta para ser agasajados con lo que más nos gusta. En nuestro caso nuestros seres más queridos ya lo saben. Y por suerte… ¡siempre nos quedará Tintín!





Palante Enric.
Y van ya unos cuantos de artículos, a cual mejor.
A por el siguiente, que nos entretiene y mucho.
Un gozoso y entretenido buen rato de sana y sabia lectura en compañía de Tintín y Enric. Gracias.