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‘La gran ruta a China’: El cine como aventura

‘La gran ruta a China’: El cine como aventura

El cine se convirtió en el arte del siglo XX —slogan, tópico y gran verdad— en buena medida por el deslumbramiento social de sentarse en una sala a oscuras a ver imágenes en movimiento. Pero también porque en esa sala a oscuras se renovaba la inmortal alianza del hombre con el hombre para contar y escuchar historias. Finalmente el éxito de las películas plasmadas en el inflamable celuloide se debió a su habilidosa astucia para tornarse en un medio sincrético, capaz de absorber las herencias riquísimas de otras artes o sus desarrollos, como la pintura, la fotografía, la música —que acompañaba al piano a las imágenes hasta que éstas se convirtieron milagrosamente en sonoras—, el teatro, la ópera y sin duda la literatura. Muy singularmente, el venero de la literatura popular, la de los grandes narradores, folletines incluidos precursores del cine por episodios y ahora las series, que anticipaban el invento de los géneros cinematográficos que los estudios de Hollywood usaron con especial destreza.

High Road to China (La gran ruta a China, 1983) fue saludada como un epígono más de la recuperación del cine clásico de aventuras, el de Las minas del Rey Salomón, King Kong, El tesoro de Sierra Madre, Hatari!, Mogambo, El tesoro de los incas, El viento y el león, El hombre que pudo reinar, merced a la pasión cinéfila de George Lucas y Spielberg al crear a Indiana Jones, un afortunado cruce de modelos como El Tesoro de los Incas, Tintín, Terry y los Piratas y mil y uno libros de aventuras, Conrad y Salgari, Stevenson y Verne. Cine físico, sin más reglas que divertir con una acción trepidante que combinara ligero romance, suspense, exotismo, humor y una cierta vena moral inexcusable a cualquier aventurero nada burgués y con un punto libertario y canalla.

"La credibilidad es elemento esencial en cualquier película, pero en las de aventuras y en las comedias es conditio sine qua non"

Ese saludo a La gran ruta a China no dejaba implicar cierta condescendencia hacia la película como un producto menor. A mi juicio, craso e injusto error. Uno: la película tiene una base literaria estupenda en la novela de Jon Cleary, aquí titulada China espera, un reputado novelista australiano del que el cine sacó provecho con otras de sus novelas en Tres vidas errantes, un buen melodrama familiar de esquiladores de ovejas, de sesgo fordiano, dirigido por Fred Zinnemann e interpretado por Mitchum y Deborah Kerr. Dos: aunque la película se la ofrecieron a John Huston, quizás pensando en su renovado espíritu de cineasta aventurero tras El hombre que pudo reinar, que acabó saliendo del proyecto, la dirigió Brian G. Hutton, un muy competente artesano, un excelente especialista en cine de acción, del que ya he hablado en El cofre del pirata a cuenta de El primer pecado mortal, un muy buen noir con Sinatra al mando de la producción e interpretación. Tres: casualidades de la vida, La gran ruta a China la protagoniza Tom Selleck, el original Indiana Jones según los deseos de Lucas & Spielberg, que hubo de renunciar por su contrato con la exitosa serie televisiva Magnum. Cuatro: una película que combina Estambul, años 20, una rica heredera muy flapper que pilota aviones, conduce coches rápidos, no tiene muchas inhibiciones y es tan temeraria y valiente como guapa —esto es, una candidata clara a la banda Hawks—, un piloto bohemio y en quiebra, un padre y millonario atrapado o secuestrado en un lío entre señores de la guerra chinos y un viaje en precarias avionetas desde Turquía a la mentada China… es un plan que promete, y acaba ofreciendo, suculentos dividendos de diversión y acción. Puro cine de siempre. Cinco: estupendos secundarios, de esos que steal the show, sean inefables compañeros del héroe, como aquí Jack Weston, o sinuosos financieros canallas de perfil tipo Sidney Greenstreet, como aquí el orondo y peligroso Robert Morley. Seis: una evocadora banda sonora obra del maestro John Barry.

La credibilidad es elemento esencial en cualquier película, pero en las de aventuras y en las comedias es conditio sine qua non. Pues en La gran ruta a China Tom Selleck está en modo excelencia; la chica, Bess Armstrong, idem; la química entre ambos, nuevo ítem en estos géneros, comedia y aventura, funciona admirablemente. Hutton dirige la película con gran competencia, dominando el ritmo de la narración dejando espacio para el desarrollo de la relación Selleck-Armstrong, dos intérpretes directos, sinceros y sin complejos. En este tipo de películas filmar bien la acción no es menos esencial de cuanto he dado cuentas, y eso les corresponde, como profesionales cumplidos, a los equipos de segunda unidad, esos tipos que ruedan o ayudan a rodar, arriesgadamente, de manera física, persecuciones, combates, y en este caso secuencias aéreas formidables.

Vean La gran ruta a China, si les gusta el viejo cine de siempre, el que se cuenta en plan sujeto, verbo y complemento, el que te lleva a soñar en que por qué diablos no has vivido una vida así o conocido a tipos y chicas tal cual, a desear subirte a una avioneta camino de un rescate imposible en la exótica China, llena de villanos, y a lamentar que acaben tan pronto estas películas tan políticamente incorrectas de un tiempo más joven y libre, más soñador, menos asquerosamente realista, ese tipo de películas que nunca cotizan en culturales a la violeta o en festivales de lustre crítico pero que se paladean siempre, como una buena copa, una amistad sin palabras, que la recuerdas con una sonrisa para ti mismo.

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High Road To China (La gran ruta a China, 1983). Dirigida por Brian G. Hutton. Guion de Sandra Weintraub y S. Lee Pogostin. Fotografía de Ronnie Taylor. Montada por John Jympson. Música de John Barry. Interpretada por Tom Selleck, Bess Armstrong, Jack Weston, Wilford Brimley, Robert Morley, Brian Blessed, Sima Jarinac. Duración: 105 minutos.

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