Quiero comenzar con una reflexión extraliteraria. En el panorama editorial contemporáneo, las portadas son ya una forma de lectura previa. Las editoriales han aprendido que el lector reconoce un territorio no solo por el nombre del autor o el título, sino por el código visual que se establece en las mesas de novedades: tipografía, color, textura, fotografía. Las colecciones “literarias”, las que buscan un público minoritario, suelen adoptar cubiertas sobrias, con blancos amplios, con una ilustración simbólica o una imagen velada que tiende al minimalismo. Las destinadas a un público amplio —las de Plaza & Janés, por ejemplo— optan por un lenguaje visual más directo, fotográfico, narrativo, que anuncia la acción y la trama. No son solo estrategias comerciales: son pactos de lectura. Aprender a leer una portada es también aprender a situarse en el contrato que la editorial propone entre el libro y su lector, entre el placer inmediato y la exigencia literaria.
Con un planteamiento clásico de novela negra, La hija del juez despliega una historia que, en su primera capa, toca una de las zonas todavía prohibidas de la España de 1983, la época en la que está ambientada: la homosexualidad masculina, los chaperos, el chantaje sexual. En aquellos tiempos, apenas unos años después de la derogación de la Ley de Peligrosidad Social, el deseo entre hombres seguía siendo un territorio de vergüenza y secreto, un veneno social que podía arruinar carreras, matrimonios o reputaciones. A menudo nos hemos acostumbrado a creer que el Madrid de aquella época, el de la Movida, era más libertario de lo que en realidad era.
Jacobo Delgado sitúa su intriga precisamente en ese límite: un joven chapero aparece brutalmente asesinado en un barrio marginal de Madrid y la investigación se conduce por esa vía: la prostitución que alcanza a las élites y, por lo tanto, exige silencios. La trama se construye como un thriller de apariencia convencional, y lo primero que late debajo es la radiografía moral de un país que aún no había aprendido a mirar de frente el deseo. Ese veneno es el que enciende la historia y le da su verdadera densidad desde el inicio.
El autor —hay que decirlo— es un reputado guionista, entre otras series, de Cuéntame. ¿Por qué es importante saberlo? Porque su precisión de miniaturista en la reconstrucción histórica es espléndida. Jacobo Delgado nació en 1978, no vivió en la época sobre la que escribe, pero yo, que sí la viví, leo la novela como si hubiera una fotografía de decorado, una reconstrucción exacta de aquella luz, aquellos espacios gais, aquellos silencios. No hay falsedad ni nostalgia impostada, no hay pastiche: hay un conocimiento intuitivo del aire que se respiraba entonces, de las sombras que aún proyectaba el franquismo sobre la vida cotidiana. Incluso en algunos detalles del lenguaje: la protagonista no es la inspectora Liébana, sino la inspector Liébana.
Matilde Liébana representa el cambio moral y social de una época. Pertenece a la primera promoción de mujeres incorporadas al Cuerpo Superior de Policía, y su mera existencia en ese espacio simboliza una fractura: la de un país que intenta abandonar sus viejos reflejos autoritarios sin saber todavía cómo hacerlo. Delgado no la presenta como heroína ni como víctima, sino como una mujer consciente de que su vida se libra en un terreno hostil. Su lucha no es solo policial, sino simbólica: cada gesto, cada decisión, cada claudicación tienen el peso de lo que ella representa. En Liébana se condensan la fragilidad y la resistencia de lo que todavía era la época de la Transición. Al mismo tiempo, su relación con la familia —con sus padres, que desaprueban su oficio y su independencia— hurga en el conflicto entre el deber y la intimidad, entre la fidelidad a uno mismo y la lealtad a los otros. Matilde, más que resolver un crimen, intenta comprender el mundo que está naciendo.
Conviene, sin embargo, advertir al lector: La hija del juez no es solo la novela policial al uso que parece al principio. Bajo la superficie del crimen y la pesquisa, se esconde una reflexión política sobre el poder y sus herencias, sobre las zonas oscuras de una democracia recién estrenada que aún convive con los fantasmas del régimen anterior. Jacobo Delgado utiliza el género negro como un caballo de Troya: mientras seguimos la investigación, el relato va revelando un país que se resiste a cambiar, unas instituciones contaminadas por el miedo y la obediencia, un orden moral que protege a los suyos y castiga a quienes se salen del guion. Sin desvelar nada, basta decir que la novela —que guarda escalofríos y sorpresas, fiel al género— se ensancha hacia un territorio más ambicioso, donde el crimen deja de ser un hecho aislado para convertirse en el síntoma de una enfermedad colectiva. Es ahí donde La hija del juez alcanza su verdadero sentido.
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Autor: Jacobo Delgado. Título: La hija del juez. Editorial: Plaza y Janés. Venta: Todos tus libros.


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