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La justificación de lo abyecto

La justificación de lo abyecto

Degenerado (Anagrama, 2019) es una máquina verbal que expone las zonas más oscuras de la conciencia y, a la vez, de la lectura. Se trata de una confesión fragmentada y contradictoria que nos coloca en la mente de un hombre acusado de abusar de una niña y de asesinarla. Desde esa posición de ambigüedad, Ariana Harwicz lanza una provocación que no busca redimir ni escandalizar, sino pensar el mal desde su fisura más íntima: el deseo.

“Todo amor es un crimen, pero cómo podría vivir sin eso” (p. 6).

La obra se construye como un monólogo sin red. La prosa, salpicada de imágenes líricas y asfixiantes, en lugar de seguir un orden cronológico o argumental gira como una obsesión. La voz narrativa oscila entre la justificación del deseo, el juicio social y legal, la tensión entre normalidad y monstruosidad, la subjetividad del mal y la imposibilidad de redención, obligando al lector a asumir una postura ética en cada página. Esta tensión se vuelve más explícita cuando el narrador se interroga:

“Cómo se controla lo sexual. Cómo se controla lo que sea verdaderamente humano” (p. 30).

"El cuerpo de la mujer es el campo de batalla donde se escribe una declaración pública"

La figura del “degenerado” funciona como categoría social, como construcción mediática y como ficción judicial. No importa la prueba: importa el relato. Y en ese sentido, Harwicz subvierte el pacto clásico de la novela criminal (prueba, verdad, resolución) para entregarnos una versión más inquietante: el crimen como narrativa colectiva, el juicio como espectáculo. En su gesto narrativo, Degenerado también se aleja de la tradición clásica del relato criminal, donde la intriga se resuelve, el culpable se expone y el orden moral se restituye. Aquí no hay detective ni expiación, sino un flujo de conciencia que recuerda más a la novela confesional rusa —Dostoievski, sobre todo— o a ciertas formas contemporáneas de autoficción oscura, donde el yo se convierte en campo de batalla. La novela no responde a la pregunta “¿quién lo hizo?”, sino a una mucho más incómoda: “¿cómo narrar el deseo cuando el deseo es el crimen?”.

Como apunta Rita Segato (2016), el violador actúa como quien deja un mensaje. El cuerpo de la mujer es el campo de batalla donde se escribe una declaración pública. En esta lógica, el deseo no aparece como impulso individual sino como construcción simbólica, marcada por el género y el lenguaje. Lo que Harwicz pone en escena es precisamente lo que Teresa de Lauretis (1984) ha nombrado como el “espacio excéntrico” del sujeto: aquel donde el deseo se forma en los márgenes del discurso normativo, entre el goce y la ley, entre la posibilidad de hablar y la imposibilidad de ser escuchado.

"Lo inquietante de Degenerado es, más que el acto, la imposibilidad de delimitarlo"

La perturbación no se produce solo en el plano temático, sino también en el formal. La escritura de Harwicz es violenta en su propia materialidad: fragmentaria, sin puntuación estable, con una sintaxis que roza el desgarro. No hay respiro ni consuelo. Esa forma, que parece escrita desde el borde mismo del colapso psíquico, no busca representar el delirio: lo performa. El lector no observa al monstruo desde afuera; lo habita, lo padece, lo articula en una lengua que se descompone a medida que intenta comprender.

Lo inquietante de Degenerado es, más que el acto, la imposibilidad de delimitarlo. El protagonista se posiciona como alguien que “no supo parar” ante un impulso, que percibe en su entorno la ceguera selectiva de una sociedad que juzga por reflejo. No se considera un criminal, de manera que la literatura instala la duda sobre los límites de lo normal y lo monstruoso.

"En el corazón de la novela hay una pregunta latente: ¿puede la literatura alojar la voz de un abusador sin volverse cómplice?"

En este terreno inestable, la figura del narrador adquiere un espesor particular. Como ha planteado Wayne C. Booth (1983), el narrador no fiable es aquel cuyas palabras no pueden tomarse como equivalentes de la verdad del texto. En Degenerado, esa desconfianza no proviene de una contradicción puntual o una mentira evidente, sino de un uso sostenido del lenguaje como fuga: el relato está hecho de quiebres, de autodefensas ambiguas, de asociaciones mentales que desdibujan toda cronología. No sabemos si el protagonista miente o delira, si recuerda o fabula. Y esa indecibilidad fuerza al lector a ocupar el lugar del tribunal, más que para juzgar el hecho, para evaluar el valor de una voz que, a la vez, se denuncia y se absuelve.

En otro momento, el narrador enreda aún más los límites entre pulsión, violencia y afecto desafiando la lógica moral del juicio:

“La pederastia, el asesinato, es otra versión del amor o es lo mismo que el amor que me proponen. Ustedes se están riendo en mi juicio, oigo los quejidos y las muecas, los animo a hacerlo sin pudor, la risa populista y preparada” (p.50).

En el corazón de la novela hay una pregunta latente: ¿puede la literatura alojar la voz de un abusador sin volverse cómplice? Degenerado responde con una negación frontal a la comodidad. No hay pedagogía ni moraleja. Harwicz no escribe desde el lado del monstruo. Escribe desde el lugar donde el lenguaje fracasa en su intento de comprenderlo. Y en ese fracaso, incómodo, doliente, nace una forma de literatura que se atreve a incomodar incluso a quienes creen tener la razón.

Leer Degenerado es exponerse al límite de lo representable para ver qué necesita la sociedad proyectar en el monstruo más allá de comprenderlo.

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Booth, W. C. (1983). The Rhetoric of Fiction. University of Chicago Press.

De Lauretis, T. (1984). Alice Doesn’t: Feminism, Semiotics, Cinema. Indiana University Press.

Harwicz, A. (2019). Degenerado. Anagrama.

Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

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