Manuel Rico es conocido como un hombre de letras, que compagina la creación poética y novelística con la crítica y la gestión cultural. Esta actividad, además, está claramente dedicada a la defensa del escritor como colectivo, una perspectiva no sólo necesaria sino incluso imprescindible en tiempos de grandes cambios culturales como los que supone la irrupción de la IA en un sector ya vapuleado por la hegemonía del populismo mediático y la hiperproductividad. Dichas características en ocasiones velan el hecho de que Manuel Rico es un escritor de talento y calidad sostenidos, cuya versatilidad y destreza se ha desplegado a lo largo de décadas. La reciente reedición de dos de sus libros iniciales Quebrada luz (1996) y El muro transparente (1992) confirma que su obra poética no sólo logra resistir y enriquecerse al paso del tiempo, sino que supuso asimismo una importante aportación en un momento en el que se pugnaba por un nuevo lenguaje que pudiese ser apropiado para los lectores de una España que recuperaba la democracia: una palabra que consiguiera comunicar, representar y emocionar respetando la literariedad y la inteligencia de sus interlocutores.
Fiel a este ojo que se proyecta al exterior para contemplar mejor lo interior, Quebrada luz despliega un tour de force, a la manera de una indagación lírica en torno a la luz como símbolo cuya plasticidad lo abarca todo. Concilia así el virtuosismo impresionista —explícito en el homenaje en el epígrafe a Wallace Stevens— con esa melancolía que cubre como un manto a la urbe y que, finalmente, será la que de origen al canto —que se estructura en la línea de un libro pionero por su organicidad y enfoque como La ciudad de Diego Jesús Jiménez, que Rico ha estudiado con precisión—. De este modo, el autor fusiona dos impulsos aparentemente antagónicos: el de una poesía realista, de cierto compromiso social, con el virtuosismo y la trascendencia más asociados con poéticas esencialistas como las de Juan Ramón Jiménez y José Ángel Valente.
En otros términos, ya desde su planteamiento, Quebrada luz confirma que el reduccionismo dicotómico impuesto en la poesía de aquellos años era falaz, tangencial e interesado. No obstante, antes que la propia propuesta discursiva destaca la fidelidad al impulso lírico, el mismo que articula la exploración formal: ese impulso permitirá indagar en temas que se harían luego recurrentes como la memoria, el padre y la actividad artesanal. Mas todo este despliegue introspectivo emana desde la convicción de que el mayor logro y primer requisito será siempre escribir poesía. En este sentido, el poeta continua el oficio del padre, trabajando las palabras con una destreza y una humildad similares a las de quien trabaja la madera.
Este principio, que es tanto ético como estético, es el que sustenta la predilección de Manuel Rico por una poesía de un lirismo cotidiano, tenue a la par que sensato, sin megalomanías de ningún tipo o apoyo en lo esotérico. Surge de este modo el espacio íntimo y secreto de un poeta que escribe desde un tiempo marcado por el descreimiento pero que nunca cede ante él: un poeta que habla para sí mismo pero que confía en la universalidad de la palabra iluminada como posibilidad de reconciliación. Algo que se observa en el poema que cierra el libro en el que el autor rememora su nacimiento como una manera de reconocer su destino de poeta (´Porque hubo un día, 1952´):
Porque hubo un día —habita en el principio,
en ese territorio
que solo prueban cartas, juramentos,
fríos certificados— parecido
a la noche.Porque hubo un instante
en el que, acaso sin quererlo fuiste
sombra o palabra casi amanecida.
La infamia y la belleza eran parte del mundo.
En justa proporción te dieron casa.[…]
Consignando el afán de fuentes entonces poco transitadas para la renovación del lenguaje poético, ya el libro inmediatamente previo, El muro transparente, se abre con una cita de William Carlos Williams, el rapsoda de lo cotidiano y la epopeya urbana de Paterson. En esta misma línea, unas páginas después dedicará un poema a Raymond Carver y su dirty realism: “El poeta que huye de la vida / y escribe cuentos / a la vida”. Afinidades que, fuera del anhelo de superar la alienación urbana desde la poesía, confirman que ya en sus inicios Manuel Rico buscó una equilibrada asimilación de ciertos recursos de la poesía estadounidense para adaptarlos a otros modelos más cercanos como los poetas españoles del cincuenta. Es decir, en una muestra irrefutable de modernidad, la poética personal será asumida como una reconfiguración de distintas tradiciones literarias y lingüísticas.
No obstante, una vez más, la potencia evocadora de los versos en su transcurso hace de la poesía un manto —sea de luz o de noche— que cubre la realidad y que da voz al impulso melancólico. Así, la experiencia amorosa, el temor a la pérdida, la incertidumbre o la inestabilidad del deseo son situaciones que se reconocen como necesarias para el surgimiento del poema, como en “Técnicas de la nostalgia”:
Hubo un tiempo —flotábamos
en claridades engañosas,
en la tregua
del tacto sin gobierno—
en el que el amor tenía
cuestas embriagadoras,
vaguadas de inconsciencia
y era el día y el brillo y la mañana
—aunque fuera la noche
su refugio— sinónimo
de encuentro de la piel y la palabra.[…]
Pese al dolor, la desilusión o la derrota abrirá insospechadamente una vía al autoconocimiento a través del fiel escrutinio de obsesiones y debilidades. Manuel Rico convierte así dichas sensaciones en temas y símbolos predilectos: el tren, la ciudad y la lluvia. Obsérvese la sutileza y la sofisticación para la expresión lírica, eminentemente personal, en un momento en el que se pretendía una renovación estilística generacional (un proceso en el fueron clave los cantautores y su crítica a la dictadura), dejando atrás el culturalismo novísimo y su proyecto de modernidad internacional nivelador y grandilocuente. En consecuencia, en la poesía de El muro transparente la intimidad apela a una voz más exacta y adecuada para otro tipo de ciudadanía: una que pretende articular y reflejar la experiencia individual situándola en un escenario concreto.
La voz del poeta sostiene entonces una escritura que delata, que tímidamente reconoce un afán de trascendencia que persiste, pese a no ser ya propiamente una creencia. Por consiguiente, la poesía será aquello que se impone con la fatalidad de una vocación cuando consigue atrapar los instantes. O, si se prefiere, cuando acontece la luz apropiada.
El motivo de la luz vuelve a ser crucial, como se aprecia, revelando cierta afinidad con lo pictórico, aunque no con su objetividad realista sino con una potencia evocadora que alimenta la memoria. De este modo, el joven Manuel Rico propugna una poesía del conocimiento que no renuncia a la exploración del mundo sensible ni apela a ninguna metafísica: un ejercicio verbal que se entrega al poder evocador de la melancolía.
Mas así, mientras podría plantearse si cierta incertidumbre corresponde al temperamento del autor o a la propia naturaleza inasible de la realidad, los poemas de El muro transparente nos invitan a un denso recorrido introspectivo, como en la evocación del arquetípico verano de la juventud, tan indefinido como su ocaso casi imperceptible. De alguna manera el poeta nos sugiere que, pese a todo, esta sensación es compartida, que no es excepcional ni ilusoria.
Y dicha propensión de elevar lo lírico a un nosotros deviene uno de los rasgos más característicos de la poesía de Manuel Rico. Desde tal perspectiva cobran otro sentido la constatación de los límites y el reconocimiento de los sueños defraudados, esa luz de lo perdido que lo impregna todo. Es decir, aquel recuento cifrado de las imposibilidades que definieron a una generación o el reconocimiento de un estado de impotencia y decepción que, paradójicamente, equipara a los jóvenes con sus mayores, como en el emblemático “Chaqueta de pana”:
Te asedian las preguntas. Te someten:
¿qué buscas? ¿qué gozo o qué desaire,
qué traición o qué manos, qué perfume
o canción intentas retener mientas contemplas
su tono de melaza algo apagado
por tiempo y abandono?[…]
Después de más de tres décadas, al regresar a estos libros reconocemos que el aprendizaje expresivo de Manuel Rico supuso una depuración que le permitió transformar la introspección en símbolo: un discurso factible de ser objetivado y compartido. Y este lenguaje, oblicuo y sottovoce, sorprendentemente, coincide en buena medida con las inquietudes cívicas de Antonio Gamoneda en Descripción de la mentira.
El reto tanto del pasado como del presente consistiría, entonces, en transformar en materia verbal una experiencia marcada por el sinsentido, el misterio o la incertidumbre. Obtener para la escritura ese necesario grado de indeterminación o sugerencia requerido por el lenguaje poético desde la modernidad: una veladura que no impide la comunicación sino que, por el contrario, la torna más potente. El hacer tangible, al menos de forma tentativa, aquel muro transparente que envuelve y limita lo real dejando como heredad una luz quebrada en la que debemos aprender a desenvolvernos, a la manera de murciélagos que ajustan sus ojos a la oscuridad de la noche.
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Autor: Manuel Rico. Título: Quebrada luz y El muro transparente. Editorial: Olifante. Venta: Todos tus libros.


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