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La noche que gané el Premio de novela Fernando Lara contada en tres flashbacks

La noche que gané el Premio de novela Fernando Lara contada en tres flashbacks

Jardines del Real Alcázar de Sevilla. Exterior noche. El portavoz del jurado, Fernando Delgado, se acerca al micrófono principal del escenario. Anuncia el ganador del premio Fernando Lara 2023. La novela elegida por el jurado es La rebelión de los buenos. Una vez abierta la plica, detrás del pseudónimo “Marcelino Havertz” está el escritor… Roberto Santiago.

Al oír aquellas palabras, trato de sonreír, aunque en realidad lo que quiero es gritar. Demasiadas emociones concentradas en unos pocos segundos.

Subo al escenario con una mezcla de emoción, felicidad y profundo agradecimiento. Estrecho manos, doy y recibo abrazos y felicitaciones. Le dedico el premio a tres mujeres genuinamente buenas, que me han dado alas y calor para poder alumbrar este libro. Palmira Márquez, María Zabala y Julia Santiago. A las tres les estoy eternamente agradecido. Pero, además, en mis recuerdos aparecen tres imágenes fugaces (tres flashbacks) de tres hombres que han marcado mi relación con la escritura.

"Como todo lo que hizo en su vida, Umbral le dio ya para siempre al Fernando Lara un sello de calidad literaria eterno, iridiscente"

Primer flashback. Los mismos jardines del Real Alcázar. Una noche de mayo de 1997. Un hombre elegante, pelo canoso, gafas recias, sube al escenario a recoger ese mismo premio. Su nombre está grabado a fuego en la historia reciente de nuestra mejor literatura: Francisco Umbral. La novela triunfadora aquella lejana noche, La forja de un ladrón, es una delicia hedonista salida de uno de los mayores talentos en lengua castellana. Durante esos años, ya desde mucho antes, estuve obsesionado con la escritura de este hombre sabio. Seguía sus columnas con avidez. Husmeaba las publicaciones de la época buscándole. Devoraba sus novelas. Como todo lo que hizo en su vida, Umbral le dio ya para siempre al Fernando Lara un sello de calidad literaria eterno, iridiscente. Honrado, abrumado, de que mi nombre figure a su lado, o más bien debajo del suyo, muy por debajo, en esa lista maravillosa.

Segundo flashback. De nuevo mayo. Año 1982. Marcelino Havertz, profesor de Lengua y Literatura, se acerca a la salida de un pequeño colegio de Chamartín a un niño tímido. Le regala un extraño y exquisito lote de libros. Tal vez son lecturas impropias para la edad de ese chico de trece años que, como todo preadolescente, está lleno de inseguridades, dudas y complejos. El lote incluye novelas de Camus, Delibes, Simenon, Highsmith y el primer Cela. Ese niño, el joven Roberto, se esfuerza durante todo el verano para entender y, sobre todo, disfrutar aquellas lecturas que le cambiarán para siempre, y que le hicieron preguntarse por vez primera: Pero entonces… ¿se puede escribir así? En aquel momento no sabía, claro, que cuarenta años más tarde le tomaría prestado el nombre a mi profesor para presentarme a un premio literario y, mucho menos, que terminaría ganándolo.

"Constantino Bértolo me ayudó a pronunciar las palabras mágicas, “preferiría no hacerlo”, a darme cuenta de que escribir sin obsesionarse por gustar a los demás"

Tercer y último flashback. Mayo de 1992. Graduación en la extinta Escuela de Letras, en la calle Factor, en pleno centro de Madrid. Despedidas. Promesas. Deseos. Supe entonces, y sigo teniendo la certeza ahora, de que aquellos tres años marcaron para siempre mi hambre por la lectura y la escritura. Me abrazo a mi tutor, mi maestro en el sentido más amplio de la palabra: Constantino Bértolo. Con perdón, el mejor crítico literario que ha tenido este país en los últimos cincuenta años. Añadiría que ha sido también uno de los mejores editores por estos lares. Constantino me ayudó a pronunciar las palabras mágicas, “preferiría no hacerlo”, a darme cuenta de que escribir sin obsesionarse por gustar a los demás (tarea casi imposible) es una de las pocas cosas que merece la pena, a conjugar palabras como implícito, subtexto, correlato y mucho, muchísimo más.

Regreso al escenario del Real Alcázar. Hay aplausos. En mi rostro una sonrisa que me va a durar mucho tiempo. Y recuerdos para las personas que me han mostrado el camino. La rebelión de los buenos también es suya. Ojalá estén, hubieran estado, orgullosos.

Pronto todas esas emociones quedarán borradas por el paso del tiempo y de otros ganadores que también vivirán esa noche como si fuera la primera y la última. Lo que quedará, espero, será un libro.

He escrito una novela negra muy personal en la que me he volcado durante seis años de trabajo intenso. La trama recorre la cruzada de un pequeño grupo de personajes “buenos” que tienen la osadía de enfrentarse a una gran corporación farmacéutica para intentar cambiar el sistema. La encrucijada moral a la que se ven abocados marcará para siempre sus vidas y la de quienes les rodean.

Hoy llega a las librerías, su destino natural. Ojalá muchos lectores decidan hacer este viaje.

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