Coincide Getafe Negro —que estos días celebra su décimo octava edición— con el centenario de Ana María Matute. Dadas las circunstancias, el festival de novela policiaca de Madrid, que cada año tiene una concepción más ecléctica del género, quiso rendir un tributo a la autora barcelonesa reuniendo a dos de sus lectoras más entregadas, las también escritoras Noemí Trujillo y Ana Merino, en uno de los encuentros con todos aquellos que se sintieran concernidos por el tema, que, año tras año, celebra la cita getafense en la Fundación Mutua Madrileña. Matute Noir era el lema de la convocatoria, aunque de entrada se hace raro apreciar esa pulsión negra en una escritora en cuya obra menudean los elementos simbólicos como andamiaje de un mundo que, si no es plenamente fantástico, sí está mucho más allá de ese realismo común al noir en todas sus vertientes y formatos.
Y en ese cainismo, tan consustancial a la sociedad española como exacerbado en nuestros días de polarización política, reabrir heridas y contar muertos, Noemí Trujillo ve una característica propia de la novela negra. La verdad sobre el caso Harry Quebert (2012), de Joël Dicker, bien podría ser un ejemplo de esos fratricidios. “El cainismo esta en toda la obra de Ana María Matute porque es algo muy nuestro, por eso es tan importante leerla”.
“Una de las cosas que más me han dolido y dañado desde niña es la injusticia. La injusticia está siempre en todos mis libros, sale por ahí como una herida incurable. Me inspiro en la injusticia, en la angustia de vivir en un mundo donde se da valor a unas cosas que son falsas y se desprecian otras que son auténticas”, comentó la propia Matute en unas declaraciones leídas por Merino en la velada de la Mutua. Y al punto fue a profundizar en la importancia de la injusticia en toda la literatura de Matute. Esa injusticia cuya denuncia, de un modo más o menos sutil, también es consustancial al noir clásico.
“Esa injusticia es el poso que obliga a Ana María Matute a reflexionar y a crear situaciones que nos hagan reflexionar —explicó Merino—, porque la suya es una literatura de la reflexión, que a mí me gusta mucho, porque te obliga a detenerte y pensar”.
Un crimen por resolver, un asunto familiar, “el secreto es otro de los elementos comunes a la novela negra”, observo Barrachina.
“En Primera memoria, que es una de las novelas que yo conozco mejor —recordó Trujillo— los dos protagonistas van robando a la madre de Borja y a la abuela de Matia en secreto. Les roban el dinero, les roban el tabaco… Son dos niños hurones, y esto es muy negro: robar a tu propia familia. Y sin embargo, creo que la proeza de Ana María es hacer que nos pongamos de parte de los niños, por mal que se comporten”.
“Nunca estamos de parte de los adultos, porque los adultos son lo peor”, apostilló Merino.
Y entonces, en esas aventuras de los pequeños hurones, en esos tesoros sustraídos a la familia que guardan en una barca, se nos descubre que la madre de Borja está enamorada de otro hombre y todo un entramado familiar que no va a la zaga de La maldición de los Dain (1929), de Dashiell Hammett.
Ya hablando de la Ana María Matute lectora, Ana Merino consideró que el interés de la autora de Primera memoria (1960) estaba “en el alma humana. Cuando hace un homenaje está pensando en Peter Pan, está pensando en Alicia en el país de las maravillas, está pensando en conflictos y lugares de cuando no poníamos referencias a las lecturas”.
Leídos ahora, las referencias a los cuentos clásicos son abundantes. Relatos “a los que alude de la forma más trágica y negra”, matizó Trujillo. “Con el tiempo, hemos cambiado muchas versiones de los cuentos para que políticamente sean correctos. Ana María siempre vuelve a las originales. En Olvidado rey Gudú hay una ondina. Ahora solemos tener a las ondinas como seres amables, como ninfas de los lagos. Pues ella convierte a su ondina en una asesina, que va matando a muchachos, jovencitos, para coleccionarlos en el fondo del lago”.
“La mitología es muy cruel”, sostuvo Merino. “Tenemos que pensar que en los posos de la oratoria popular el cuento popular es cruel… En los mitos los dioses se comen a sus hijos. Lo que pasa es que hay un momento en el que la infancia se convierte en un espacio a proteger, que construye la burguesía. Pero esa infancia a proteger es un concepto muy nuevo. Ella era de una generación que en las casas, en las cocinas, se le retorcía el cuello a la gallina… La muerte estaba presente no solo en una guerra terrible, también en la vida cotidiana. Los niños se morían de enfermedades y se pegaban violentamente. Ella recoge en sus historias toda esa violencia sobre la que, a lo mejor, ahora podríamos reflexionar”.
Total, que aunque las protagonistas de Ana María Matute nunca responden a ese canon de belleza de las mujeres fatales del noir clásico, al menos así lo estimaron sus colegas, lectoras y rendidas admiradoras que se dieron cita ayer en el salón de actos de la Fundación Mutua Madrileña. Pero quien sabe leer entre líneas en sus páginas, puede detectar unos secretos y una violencia que hubieran hecho felices a los grandes del hard boiled.


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