La suerte, serie disponible en Disney+, cuenta una historia asimilable a la fotografía del primer lince ibérico blanco captada en Jaén estos días. Dejando aparte coincidencias geográficas, es algo que no debería haber pasado, un destello casi prohibido, una casualidad imprevista. La serie de un igualmente inesperado en estas lides Paco Plaza (Rec, Verónica) y Pablo Guerrero nos hace testigos del encuentro casual entre un torero, “Maestro”, y David, un conductor de taxis que oposita a procurador. El matador podría ser el lince, una especie humana en peligro de extinción, y el ojo de la cámara el punto de vista del afable taxista. Lo que sigue es un retrato sin condescendencia del mundo del toreo y un intercambio vital entre dos personajes brutalmente antagónicos sin que la comedia devenga parodia, el drama telefilm de baratillo.
Podríamos encuadrar La suerte: Una serie de casualidades, con esos seis capítulos de media hora que se degustan casi como una película, en el género de la comedia. Ahí están excelentes secundarios como Carlos Bernardino o Pedro Bachura para corroborarlo y garantizar un buen nivel de risas, pero da la impresión de que la creación de Plaza y Guerrero vibra con otra intensidad. Una vez que un sencillo ciudadano de a pie, detractor de los toros, y un enigmático matador pasan tiempo juntos, se diluye la extrañeza inicial (¿entre lo antiguo y lo nuevo, entre una España y otra?). Y da la impresión de ese reloj de arena que se nos agota a todos almidona sus diferencias, restaurando de paso, o al menos visualizando con serenidad, cierta simbología nacional.
Al final, La suerte es una comedia de amigotes contrapuestos con un aire tremendamente enigmático que se aleja del habitual trasiego de gags y cameos (y de ambos tiene), un aspecto que Óscar Jaenada, con su privilegiada efigie, está perfectamente capacitado para proporcionar. Se trata de una serie que no tiene necesidad alguna de ahondar en la política y la ideología y, a cambio, sustituye lo obvio y el ruido por imágenes de un poder sin igual. David (Ricardo Gómez, sí, el Carlitos de Cuéntame) enfrentado a un toro en Benidorm, o su mirada silenciosa al delicado encuentro de “Maestro” con el animal al que indultó en su finca. El blanco y negro del capítulo 4 dirigido por Plaza es de una belleza sin igual y quizá uno de los mejores segmentos televisivos del año en curso, capaz de mirarse en otro registro con las Tardes de soledad de Albert Serra. Aquí y allá el realizador de cintas de terror de primera calidad en el cine español como la saga Rec demuestra que sabe infundir tensión de la buena al relato si este lo pide (ver el inevitable desenlace).
Pero… ¿qué ven el uno en el otro dos individuos como David y Maestro? Lo que inicialmente se inicia con la mirada ingenua y externa del primero va basculando poco a poco hacia el segundo, un sujeto sobrenatural, excéntrico y a la vez afable, capaz de reforzar todos los prejuicios al mundo del toreo, de lo andaluz, y, a la vez, demolerlos. Un lince albino en peligro de extinción que contrasta con lo ordinario del taxista opositor, su mediocridad cotidiana, que es la de todos nosotros, y que está contextualizada en la serie con el mismo respeto que el torero, sin parodia o condescendencia.
La suerte: Una serie de casualidades pasa por ser una de las mejores series del año, para seguidores de los toros y también para detractores. Es, como Los domingos, un espejo donde mirarnos y hacerlo con afecto, cachondeo e inteligencia, que vive en otra dimensión paralela a los titulares de la prensa diaria, a la batalla cultural de todos los días, pese a moverse con la facilidad esperada en el realismo pintoresco. La textura envejecida de sus imágenes digitales refuerza con estilo un tono sincero, afable, divertido e intenso que refrenda algo que dice Maestro en algún momento: que la gente del cine es tan rara como la de los toros.



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