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La tentación y la norma

La tentación y la norma

En 2012, Aro Sáinz de la Maza inició la serie de novelas negras protagonizadas por el inspector Milo Malart. A El verdugo de Gaudí, le siguió El ángulo muerto (2016) y Dócil (2020). Y ahora llega el final de la tetralogía por la que ha sido comparado con clásicos del género como Jo Nesbø y Philip Kerr.

En este making of, Aro Sáinz de la Maza explica el método seguido en Malart (Destino) para terminar con la serie.

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Malart es la cuarta entrega de la serie Milo Malart, pero también la que cierra la tetralogía de los elementos. Esto me supuso el primer desafío: no me la podía plantear como una novela “normal”. En mi cabeza tenía que ser rompedora, un fin de fiesta por todo lo alto, una original vuelta de tuerca. Como es lógico, el protagonista es la columna vertebral de una serie, quien soporta el peso central de cada entrega ―tal y como se encargan de señalar la mayoría de reseñas y críticas―. Pero la lógica no siempre rima con mi naturaleza y subvertir esta norma fue una tentación muy grande. Quitar a Milo de en medio, y hacer recaer el protagonismo en su compañera ―la subinspectora Rebeca Mercader―, me supuso un reto muy atractivo. Además de un riesgo colosal. De acuerdo, me dije, lo harás desaparecer, pero con una condición: que Malart esté presente en cada página. ¿Y cómo lo conseguirás? A través de Mercader. Con una trama ingeniosa.

"El diseño de la estructura es lo que me supone mayor dificultad. Es la clave para la maquinaria de una novela, la parte más compleja y crucial"

El primer paso era saber qué tema quería tratar, dónde me interesaba poner el foco. Lo resolví con la elección de las víctimas ―un matrimonio de la alta burguesía― y del antagonista ―uno potente para que pudiera poner en jaque a la investigación―. Como ya tenía el elemento que iba a usar como arma del crimen, el agua ―pues había empleado el fuego para la primera entrega, el aire para la segunda y la tierra para la tercera―, el paso a continuación era esbozar el caso. Para ello, me apoyé en la realidad al igual que hice en las tres anteriores. Me valgo de casos reales ―tengo la costumbre de coleccionarlos, tanto de la prensa escrita como de la digital―, y busco y rebusco hasta dar con varios que me puedan ser útiles para desarrollar la trama. Hasta aquí todo transcurría en penumbras, sumido en un mar de posibilidades. La cosa empezó a adquirir forma al trazar los perfiles de víctimas y antagonista ―cada uno con su correspondiente historia detrás―, y hacerlos encajar con el esbozo. De este modo, la trama fue surgiendo y, con ella, el suceso ―básico para diseñar las dos líneas de la investigación que iban a transcurrir en paralelo hasta confluir en un punto―. Sin embargo, en esos momentos seguía caminando a tientas, con muchas incertidumbres. Para despejarlas, era imprescindible decidir la estructura ―la relación de las partes con el todo―, el tono ―cómo iba a narrar la historia, el tratamiento que quería darle― y el subtexto ―todo lo que circula por debajo―. El diseño de la estructura es lo que me supone mayor dificultad. Es la clave para la maquinaria de una novela, la parte más compleja y crucial. Y como no soporto repetirme ―cada entrega tiene una diferente―, es lo que me provoca más quebraderos de cabeza. Aquí fue cuando decidí subdividirla en tres partes ―jueves, viernes y sábado―, el mecanismo de relojería ―la acción transcurre en sesenta horas―, el giro final ―uno que pudiera alterar la interpretación de toda la serie y que abriera un nuevo camino para la quinta―, los distintos puntos donde iba a situar la cámara, etc…

"Último paso: abrir un archivo y comenzar a contarme la Historia a fin de creérmela. Y no parar hasta lograrlo"

Siguiente paso: la documentación, otra pieza necesaria antes de arrancar una novela. Para Malart tuve que averiguar cosas tan dispares como qué tipo de pesca hay en la costa barcelonesa, cómo funciona Facebook en Barcelona, en qué consiste un grupo corporativo y, lo más arduo, encontrar en Internet los planos de un yate de casi 40 metros de eslora ―que al final eran incorrectos, lo que me obligó a diseñar mi propio yate―. Sin olvidar, claro está, toda la información que surge sobre la marcha y que no habías tenido en cuenta. ¿Y cómo es esto posible si habías perfilado un plan de ruta, con los diferentes ejes y subtramas? Porque una novela es un ser vivo, una criatura cambiante, que evoluciona a medida que avanzas en su creación. Y si además Milo tiene entre sus rasgos característicos la cualidad de ser impredecible, prepárate porque te va a desbaratar cualquier plan que determines, tomando la dirección que menos te esperes y abocándote a una desesperación anunciada… en caso de aparecer, claro. Con el tiempo he aprendido a cederle el mando en momentos puntuales y no llevarle la contraria, sino confiar en que sus intuiciones son más acertadas que las mías.

Último paso: abrir un archivo y comenzar a contarme la Historia a fin de creérmela. Y no parar hasta lograrlo. Las veces que sean necesarias, así como las páginas ―como media, suelo triplicar el número de la extensión final―. De forma torrencial, pormenorizada, incorporando diálogos para ensayar las voces. En esta fase descubro lo que no había previsto o lo que no encaja, y un sinfín de detalles a ajustar. Es un proceso lento, pero muy útil para cogerle el pulso a la Historia, hacerla mía y poner a prueba la verosimilitud. Una persona de la editorial lo califica como “la enciclopedia” de la novela. Y tiene razón. Todo este trabajo me sirve para desechar escenas, condensar unas, esponjar otras, afinar voces, pulir, podar, suprimir, incorporar… Y, como ya he señalado, lo más importante: creerme la Historia. Una vez conseguido, solo faltaba decidir el prólogo ―la única información que no veo otra manera de dar al lector y que, además, genere intriga―, el arranque y el cierre ―sigo la fórmula de Mamet: “Entrar tarde y salir pronto”―. Entonces, ya completamente metido en la piel de todos los personajes tras un año largo de preparación, conociendo hasta el milímetro los pormenores del caso, creyendo a pies juntillas la Historia que iba a narrar, y con la trama elaborada casi de cabo a rabo ―digo “casi” por si a Milo le daba por irrumpir en plan elefante en cacharrería haciéndola estallar por los aires―, solo quedaba lo más fácil: escribir la novela.

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Autor: Aro Sáinz de la Maza. Título: Malart. Editorial: Destino. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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