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Lawrence Durrell en cuatro Alejandrías

Lawrence Durrell en cuatro Alejandrías

Give us the language of diamonds or
The speech of the little stones.

Lawrence Durrell, The Death of General Uncebunke [1]

La arquitectura de una novela es un sistema complejo: sirve para edificar un mundo entero que pueda ser una sublimación o la contracara de la realidad. Otorga la posibilidad de enfrentar el afán de un creador para representar a quienes habitan en su imaginación. Una novela puede ser parte de una serie, no en el sentido capitular que la conocemos hoy en día, en que se rinde la imaginación y se prolongan los detalles inútiles y casi insostenibles pensando en una audiencia (que es unos de los grandes problemas de la literatura actual, poner a husmear a un lector posible la trama antes de ofrecerla). Me refiero a otra estirpe de novelas, definitivamente más libre, contundente y honesta que aquella que lleva a un supuesto público sobre sus espaldas. Ese linaje trae consigo la fundación monumental de una heráldica que es el desentrañamiento de un mundo propio donde conviven la historia, las emociones y los encadenamientos que forman y deforman, que hacen y deshacen. Es la mirada que descubre nuevos signos y blasones en una época que va cambiando de traje y de piel. Eso fue lo que se propuso el escritor Lawrence Durrell con su Cuarteto de Alejandría [2], formado por las novelas Justine, Balthazar, Mountolive y Clea. Durrell incluso se atrevió a explicar el juego de su novela, fuera y dentro de la misma como un testigo experto de su propia obra, muy pendiente de orientar al lector. Frente a estas guías de lectura que algunos autores se han dado en ofrecer, es mejor siempre ponerlas en duda y a un lado.

"Desde el punto de vista político, detestó el comunismo, al cual se empeñó en conocer bien para que pudiese enseñarle lo que no le gustaba"

Lawrence Durrell (1912-1990) fue un descendiente de angloirlandeses e hijo a su pesar del Imperio Británico, no obstante que algunas entradas biográficas llegan a dudar de que alguna vez tuviera la nacionalidad británica. Pareciera difícil que alguien que ocupó posiciones en el Foreign Office y el British Council pudiese carecer de la nacionalidad aunque, en honor a la verdad, con las restricciones legales a los nacionales del Commonwealth en los años sesenta se vio expatriado, en su sentido más lato, porque se negó entonces a realizar los trámites burocráticos para registrarse como inglés. Lo cierto es que a la familia le sucedía como a muchos otros compatriotas: sentían cierta incomodidad viviendo en su isla, y tal vez ese desajuste con sus connacionales fue lo que llevó a Durrell a hablar de la “enfermedad inglesa”, una patología de raigambre cultural, incómoda para ser sufrida por los cosmopolitas. Nació en Jalandhar, India, al pie de los Himalayas donde su padre, un ingeniero que también vio la luz en la India, era el jefe de los ferrocarriles del Himalaya. Después de la muerte del padre en 1928, la familia se estableció en Corfú, la legendaria isla de Próspero que fue del dominio veneciano hasta 1864. Sostenía que quiso ser escritor desde los 7 años y a los 18 pensaba que escribir como Aldous Huxley era una aspiración máxima. Tuvo por hermano a Gerald Durrell, el conocido naturalista y zoólogo. No fueron muchos los años que Durrell vivió en Inglaterra. No se avino a la típica vida de molde británico: ni se matriculó en Eton ni vistió las almidonadas togas negras de Oxford o de Cambridge. Visitó un colegio en Canterbury pero su vertiginoso espíritu lo hizo llevar una vida bohemia en los bares de Londres, donde se ganó la vida como pianista, a ratos alternándolo con el empleo en un estudio fotográfico. Comenzó como poeta. El profesor y crítico Kenneth Allott lo incluye en su antología de poetas ingleses, y abunda en que si bien es conocido mayormente por su obra en prosa, es como poeta que ha alcanzado sus máximas realizaciones, a pesar de que le endose un descuido en hacerse comprensible [3]. El servicio exterior fue la vía para escapar de la enfermedad inglesa y vivió en Egipto, Yugoslavia, Argentina, Chipre y la Provenza francesa como última estación de paso antes de su muerte en 1990. El Cuarteto registra su paso por Alejandría, Limones amargos por Chipre, El Quinteto de Avignon (Monsieur, o el príncipe de las tinieblas, Livia o enterrado en vida, Constance o las prácticas solitarias, Sebastián o el dominio de las pasiones, Quinx o el relato del asesino) tiene como trasfondo a la ciudad de los papas cismáticos.

"Estuvo en contacto con buena parte de los intelectuales y creadores de su época, como T.S. Eliot, Cyril Connolly, Anaïs Nin, pero el encuentro más extraordinario de su vida fue haber conocido a Henry Miller"

Curiosamente, al comenzar a leer el Cuarteto, o más propiamente Justine, (la serie iba a llamarse Justine pero luego Durrell le cambió el nombre), se cree que la ciudad fue un lugar muy especial para el escritor, pero quién sabe si su propia enfermedad inglesa [4], la que también llevaba indiscutiblemente a cuestas, le hizo despreciar muchos de los sitios donde vivió, en especial Alejandría [5], donde ocupó el cargo de agregado de prensa de su embajada. Quiso establecerse en Chipre y se propuso comprar una casa. Los problemas políticos terminaron sacándolo de allí. No se acostumbró a la vida en Yugoslavia y tal vez el sitio donde más detestó vivir fue en Córdoba, Argentina, en la que ni siquiera llegó al año como director del British Council. De modo que no resistió mucho el extranjero, como no fuesen las islas griegas o el sur de Francia, donde finalmente parece haberse arrellanado. De alguna forma, como Cyril Connolly, veía en Francia un modelo civilizatorio alterno al de Inglaterra, o al de su lejana Irlanda, a la que tal vez sólo se debió en su distancia de protestante emigrado. En materia de mujeres también tuvo varias, y se dice que una de ellas, Eve «Yvette» Cohen, fue la inspiración para Justine y todo lo que deriva de ella como personaje y como novela. Desde el punto de vista político, detestó el comunismo, al cual se empeñó en conocer bien para que pudiese enseñarle lo que no le gustaba. Entendió a la perfección lo que representaba [6].

Estuvo en contacto con buena parte de los intelectuales y creadores de su época, como T.S. Eliot, Cyril Connolly, Anaïs Nin, pero el encuentro más extraordinario de su vida fue haber conocido a Henry Miller, con quien mantuvo una copiosa y prolija correspondencia que comenzó con una carta admirativa que Durrell le escribe a Miller a propósito de su Trópico de Cáncer. En particular, Durrell sostenía que las obscenidades de la novela le habían parecido “esencialmente saludables” y no tiene empacho en admitir que su gran influencia literaria sea la de Miller. Tal vez esto sea cierto para una obra como la novela El cuaderno negro, que vino a ser publicada con muchísima tardanza en Inglaterra en los años setenta, pero que en el propio Cuarteto Durrell da cuenta de una voz autónoma y desligada del maestro Miller en rigor. De hecho, el escritor no sigue la línea obscena que se traza Miller y, más que el sexo en sí, lo que le interesaba era la actitud liberadora que se derivaba de este [7]. Tal vez lo que Miller le indujo a hacer fue a verse de frente y encarar su destino como escritor y como un creador libre sin ataduras de ninguna naturaleza. Durrell por cierto mentía cuando decía despreciar las conversaciones literarias [8]. No en balde la correspondencia que sostuvo con Miller (que al principio tiene el tono del alumno hacia el maestro y con los años se produce un cambio de roles en que Durrell funge finalmente como maestro) no es más que una ininterrumpida conversación literaria. Esa fructífera relación de amistad hizo que el propio Durrell realizara una selección antológica de lo mejor de Henry Miller [9].

"El amor es un lenguaje divino intervenido por unos dioses que se divierten con ser humanos en este Olimpo recolocado en el norte de África, de modo que existe una intemporalidad en ese mismo dialecto escogido, mezcla de lo beatífico y lo mundano en el que el hombre es un medio investido por lo supremo"

Hay muchas formas de leer el Cuarteto de Alejandría. Siendo cuatro novelas en una, podemos dar con cuantas claves nos impongamos según la condición de perdigueros que ufanemos. Puede pensarse como una conspiración geopolítica atravesada por la Segunda Guerra Mundial, puede trazarse como la relación del Imperio Británico con sus tributarios, como una historia de ingleses inconformes, como una historia de coptos enfrentados a egipcios, como una metáfora de la resistencia copta frente a egipcios e ingleses, la historia de una guerra destructora de ilusiones. Como un homenaje a la poesía y a Cavafy. La interacción de Alejandría con Palestina, Grecia y el Mediterráneo es otra milla náutica de la serie. Podría también admitirse bajo el prisma de una biografía o un manifiesto literario [10] de un alter ego de Durrell que sería Ludwig Pursewarden. Otra consideración mayor es una forma de acercamiento al amor bajo todas sus posibilidades en las que el sexo nunca es evidente ni se utiliza como munición de escándalo. Al contrario, existe amor heterosexual, homosexual, transgénero, incesto, pero sin que el lector sea obligado a asomarse tras la ventana donde se producen esos encuentros. Es también un firme homenaje a las posibilidades fundacionales de la creación artística. De modo que la gran literatura que fragua Durrell en sus cuatro novelas responde a un idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades, como solicitaba Ezra Pound en El arte de la poesía. Difiero con Alcott sobre que la obra poética de Durrell encierre sus más grandes realizaciones. Esto lo encuentro en sus novelas, pero en ellas Durrell viaja acompañado del poeta que también ha sido, y es por ello que el idioma cargado hasta el máximo con el que dispara también es el de la poesía. En consecuencia, la lectura de esta tetralogía desbordada de las pasiones y requiebros humanos, morales y emocionales (otra de las formas de abordaje) se realiza de modo múltiple. Hay muchas escalerillas y todas conducen al mismo terraplén con la magnífica y policultural ciudad bisagra y fronteriza de Alejandría, en la que convergen Occidente y Oriente como dos nodos civilizatorios. Es la historia de varios personajes que utilizan el amor para relacionarse: Justine Hosani, Nessim Hosani, Darley, David Mountolive, Ludwig Pursewarden, Balthazar, Clea, Melissa. En la primera de las novelas se asoma inequívocamente todo lo que sucederá. Incluso, el nombre del posible protagonista de la primera, Darley, no lo conoceremos sino hasta la próxima novela, Balthazar. En las restantes se desenvuelven los acontecimientos anunciados en Justine. Durrell intenta engañarnos [11] con que la novela final, Clea, representa una resolución y una epifanía, cuando se trata de un regreso al punto de partida, ya desde la distancia de una historia que ha dejado sus marcas en el lector. El lector nunca abandonará Alejandría: seguirá viviendo en esta ciudad [12] a pesar de Durrell y la última de sus páginas que cierra.

Tomemos el amor y el arte como los polos magnéticos hacia los cuales nos conduce la brújula de esta novela (al hablar de “esta novela” lo hago de las cuatro novelas que forman el Cuarteto). El amor es un lenguaje divino intervenido por unos dioses que se divierten con ser humanos en este Olimpo recolocado en el norte de África, de modo que existe una intemporalidad en ese mismo dialecto escogido, mezcla de lo beatífico y lo mundano en el que el hombre es un medio investido por lo supremo, un instrumento adjetivo de su propia mismidad, una articulación postrera del idioma de la creación. Y esta frase durrelliana que nos corta el aliento, a continuación, forma parte de ese convencimiento que nos hace pensar que este grupo novelístico se hace un espacio propio y decidido entre las grandes creaciones literarias de Occidente en el siglo XX:

“¿Sabes, Justine? Creo que los dioses son hombres y los hombres dioses; se inmiscuyen unos en las vidas de los otros, tratando de expresarse por medio de los demás, de ahí la aparente confusión de nuestros estados espirituales humanos, nuestros indicios de poderes que están dentro o más allá de nosotros… Y además (atención), muy pocos comprenden que la sexualidad es un acto psíquico y no físico. El torpe acoplamiento de los seres humanos no es sino una paráfrasis biológica de esta verdad, un método primitivo de poner los espíritus en contacto, de comprometerlos. Pero la mayoría de las gentes se detienen en el aspecto físico, y no tienen conciencia de la armonía poética que con tanta torpeza el acto trata de mostrar» [13]

El eje del amor discurre estampando el camino a lo largo del Cuarteto. Se trata de un acto mágico ultimado desde una ficción [14] que le hace un guiño a la realidad. Queremos habitar sin cesar en la invención: abandonar la burda inejecución de la realidad con ánimo de conquistar una Alejandría prometida, para legitimar nuestras fantasías, para no recibir el reproche de nuestras quimeras y ultimar el deseo de acoplamiento inevitable en el tándem de mortales y eternos. Sólo en un domicilio literario de esta entidad es que construye Durrell el proyecto de lo duradero. Ingresando a la puerta secreta de esa ciudad. Los personajes del Cuarteto parecen jugar con sus sentimientos. La (¿ninfómana [15]?) Justine finge querer a Darley como una forma de llegar a amar a Pursewarden, pero para complacer a Nessim [16]. Darley no acepta el fingimiento de Justine, rescata a Melissa y pretende a Clea, que ha amado también a Justine. Los actores se ambicionan inútilmente con el amor, y quién sabe si su condena sea buscarlo sin saber que lo llevan dentro. Pursewarden es el factor central de la trama, porque todos aspiran a parecérsele: Darley como escritor, Justine como fetiche amatorio. Pursewarden adora lo prohibido, viene del territorio condenado del incesto, y esa será su sentencia, y de alguna forma la de estos protagonistas que nunca terminan de comprender el proyecto de felicidad [17]. Estos silogismos que se empeñan por una conclusión no se resuelven en la lógica sino en el deseo. Lo que parece obedecer a una manifestación de voluntad no es más que apariencia. La ciudad tal vez sea un espejismo con intérpretes que se engañan, se eluden y se atraen entre sí. Al final, todos han vivido una suerte de amor colectivo en secreto en medio de su corrupción purificada. Hay un sello que los une en medio de fiestas, chóferes, hoteles de lujo, champaña, automóviles de lujo, opulencia, baile [18], vida y muerte. Todos quieren escapar de Alejandría y la evasión última se convierte en permanencia. Nadie romperá el pacto secreto que los ata. El amor se convierte en arte o el arte es la etapa final del amor, como el mismo Durrell sostenía. El empeño final es que el amor sea parte de la creación artística, no sólo estética sino como transformación permanente, que el amor atraviese todo tiempo y todo espacio [19] como realización conclusiva del encuentro con el universo. En algún momento, Pursewarden acabará con su vida buscando convertir el suicidio en el “acto más romántico de la vida de un artista”. A pesar de ello, continuará con vida entre los demás. Las fronteras entre ser y no ser no están muy claras, al igual que el sufrimiento se convierte en una reiterada forma de conocimiento. Los personajes de nuestro Cuarteto van siempre catequizando el silencio, transformándolo en palabra con la que se inicia y ordena un mundo, llevando su propia semilla de futuro. Durrell ha logrado atrapar el tiempo expedido, lo ha recobrado desde los cuatro ángulos simultáneos de una ciudad que nos persigue, con sus personajes que van y vienen fingiendo que nadie abandona la escena. Porque todo está a punto de recomenzar.

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[1] «Danos el lenguaje de los diamantes o el habla de las pequeñas piedras”. Allot, Kenneth. The Penguin Book of Contemporary Verse 1918-60, Penguin Books, 1972, p. 269. (La traducción es mía)

[2] “A Word continuum”, lo llama el crítico Kenneth Allot. Allot, Kenneth. Op. Cit., p. 267.

[3] Apunta Allot: “Lawrence Durrell´s work, in which the evocation of the Landscapes of the Aegean Islands and of the Near East plays an important part as a background to feeling, has a sensuousness nicely kept in control by wit and satirical temperaments. I find this combination exhilarating and satisfying. His weaknesses are occasional carelessness about making his meaning clear and, in some of the earlier poems, a kind of undergraduate brashness”. La obra de Lawrence Durrell en la que la evocación de los paisajes de las islas del Egeo y el Cercano Oriente juegan un papel importante como trasfondo del sentimiento, tiene una sensualidad gratamente mantenida en control por su ingenio y temperamento satírico. Encuentro esta combinación estimulante y satisfactoria. Tiene una debilidad ocasional en cuanto a hacerse entender y algunos de sus poemas tempranos poseen una suerte de descaro estudiantil. En: Allot, Op. Cit., Ibídem. (La traducción es mía).

[4] “No soy más que un refugiado de ese interminable dolor de muelas que es la vida inglesa”. Durrell, Lawrence, Balthazar, Random House Mondadori, DeBolsillo, Bogotá 2009, p. 137 […] “Pero por lo menos eso le explicará por qué soy mal vu —dijo— y por qué siempre me alegro tanto de salir de Inglaterra para ir a países donde no siento responsabilidad moral ni deseo de elaborar tan deprimentes formulaciones”. Durrell, Lawrence,  Mountolive, Random House Mondadori, DeBolsillo, Bogotá 2009, p. 73. […] “… Pursewarden decía que era una especie de neurosis compulsiva provocada por el aburrimiento suicida de la vida inglesa”. Durrell, Lawrence,  Clea, Random House Mondadori, DeBolsillo, Bogotá 2009, p. 51.

[5] Durrell le escribe a Henry Miller desde Alejandría en la primavera de 1944: “Como niña pobre, hija de padres judíos-tunecinos (madre griega de Esmirna, podre judío de Cartago) ha visto a Egipto por dentro hasta la última capa de escoria, putrefacción, y obscenidad. Durrell, Lawrence y Miller, Henry, Correspondencia privada, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1964, p. 199.

[6] Habla Pursewarden: “…le pregunté a un viejo en Kiev si Rusia era un lugar feliz. Inspiró profundamente y después de mirar a su alrededor me contó que allí decían que una vez Lucifer tuvo buenas intenciones; deseaba cambiar. Decidió realizar una buena obra, una sola. Así nació el infierno en la tierra, que por nombre le pusieron Rusia Soviética”. Mountolive, Op. Cit., p. 72. En julio de 1949, Durrell le escribe a Miller desde Belgrado, Yugoslavia: “El comunismo es algo mucho más horrible de lo que puedas imaginarte: una sistemática corrupción moral y espiritual por todos los medios disponibles”. Correspondencia privada, Op. Cit., p. 266.

[7] “Cuando una cultura anda mal sexualmente, está invalidada para toda especie de sabiduría”. Mountolive, Op. Cit., p. 131.

[8] Se lo pregunta en Clea: “¿Será posible que los escritores  no puedan hablar de otra cosa que de su negocio? Clea, Op. Cit., p. 146.

[9] Lo mejor de Henry Miller, selección de Lawrence Durrell, Sur, Buenos Aires 1962. Durrell escribirá sobre Miller en la introducción a esta selección: “… está en verdad de parte de los ángeles, y que su obra, considerada en su totalidad (como él desea que lo sea) constituye simplemente una de las grandes confesiones liberadoras de nuestro tiempo y ofrece a sus lectores la posibilidad de purgarse ´por la piedad y el terror´, de un modo aristotélico” […] ”En verdad, es antes un visionario que un mero escritor. Sospecho que ocupará entonces un lugar entre aquellas señeras anomalías de creación, como Whitman o Blake, que no sólo nos dejaron palabras artísticas sino un cuerpo de ideas que originó todo un mundo cultural” […] “Miller optó por avergonzar al diablo y decir la verdad…” […] “Lo que intentó hacer fue aceptar, para transformarlos, los elementos en pugna en la vida secreta del hombre, y su obra constituye un registro de la batalla en cada una de sus fases. Éste es el mensaje central de Miller. Gran vagabundo de la literatura, no le faltarán lectores entre nuestros nietos”. Op. Cit,, Introducción.

[10] “¿Nos contentaremos siempre con la vieja ensalada envasada de la novela pasada de moda? ¿O el cansado sorbete de poemas que se lloran a sí mismos hasta adormecerse en los refrigeradores de la mente?”. Clea, Op. Cit., p. 149.

[11] El narrador se da el lujo de teorizar a través de Pursewarden sobre su concepto estructural del Cuarteto (y además banalizando su fondo de “chica que encuentra a chico”): “No, pero en serio, si quisieras ser, no digo original sino tan sólo contemporáneo, podrías ensayar un juego con cuatro cartas en forma de novela con un eje común, por así decir, y dedicando cada una de ellas a los cuatro vientos. Un continuum, por cierto, que comprendiera no sólo un temps retrouvé sino también un temps delivré. La misma curvatura espacial te proporcionaría el relato estereoscópico, mientras que la personalidad humana vista a través de un continuum, ¿podría tal vez tornarse más prismática? Quién puede saberlo. Yo te regalo la idea. Puedo imaginarme una forma que, si se realiza plenamente, pueda plantear en términos humanos de la causalidad y de la indeterminación…Nada demasiado recherché, tampoco. Una historia común, de la Muchacha que Encuentra al Muchacho. ¡Pero tomada en esta forma no necesitarías, como lo hacen la mayor parte de tus contemporáneos, trazar la soporífera línea de puntos!”, Clea, Op. Cit., p. 159. El relato estereoscópico es el que viene desde un ángulo diferente para cada ojo.

[12] “La ciudad que odiaba, ahora lo sabía, tenía otro significado, una nueva valoración de la experiencia que había dejado en mí sus huellas indelebles. Debía regresar todavía una vez para poder abandonarla para siempre, para liberarme de ella”. Ibídem,  p. 17.

[13] Balthazar, Op. Cit., p. 136. Para luego cuestionar: “… ¿de qué sirve la fidelidad del cuerpo si el espíritu es infiel por naturaleza?” Ibídem, p. 137.

[14] “Nos ofrecemos el uno al otro elaboradas ficciones de nosotros mismos”. Clea, Op. Cit., p. 65.

[15] “… la ninfomanía puede ser considerada como otra forma de virginidad: por lo que toca a Justine, quizá jamás haya conocido el amor.” Durrell, Lawrence, Justine, Random House Mondadori, DeBolsillo, Bogotá 2009, p.90. […] “Los hombres prefieren a la ramera auténtica… como Justine. Sólo una ramera es capaz de herirlos. […] Como todos los seres amorales, está en el límite de la Diosa…” Ibídem, p. 83.

[16] Justine está casada por una conveniencia propuesta por su marido, Nessim. Conveniencia que irá mutando hasta convertirse en un acto de amor: “Lo que irritaba a Justine de una manera inesperada era descubrir que el contrato de esposa firmado con tanta lucidez, como una transacción comercial, era en cierto modo más coactivo que un anillo de bodas. Una mujer no piensa dos veces antes de engañar a su marido (si la pasión sanciona su acto); pero ser infiel a Nessim era como robarle dinero de su gaveta. Balthazar, Op. Cit., p. 110. […] “Con la institución del matrimonio se ha legitimizado la desesperanza”. Justine, Op. Cit., p. 233.

[17] “Este mundo constituye la promesa de una felicidad única que no estamos suficientemente preparados para comprender”. Clea. Op. Cit., p.28

[18] “Recuerda, si a una chica no le gusta bailar y nadar, jamás sabrá hacer el amor”. Ibídem, p. 20.

[19] “El casamiento del Espacio y el Tiempo es la historia de amor más importante de nuestra época. A nuestros biznietos les parecerá una unión tan poética como lo es las bodas de Cupido y Psique para nosotros”. Balthazar, Op. Cit., p. 156.

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