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Los hijos del fuego, o la eterna apuesta por el bando equivocado

Los hijos del fuego, o la eterna apuesta por el bando equivocado

Esa es la historia de España, la de su eterna obstinación en escoger siempre el bando equivocado. Y, en nuestra infinita pasividad, la misma que a lo largo de los últimos siglos nos ha mantenido el perfil bajo, permanentemente servil y casi siempre sumiso, nosotros, los gallegos, hemos venido dejándonos arrastrar por esa inercia española. Bueno, tal vez no siempre. Puestos a ser completamente honestos, he de decir que la apuesta gallega no siempre fue la equivocada, que en alguna ocasión también nos hicimos valer, jugándonoslo todo al color correcto. El problema está en que, para compensar, cada vez que apostamos por el bando legítimo, este acababa convirtiéndose, indefectiblemente, en el perdedor de la contienda. Sirva como ejemplo aquella vez en que la historia nos puso en la tesitura de tener que escoger entre Isabel La Católica, y Juana La Beltraneja, legítima heredera del trono de Castilla. ¿Por quién dirán ustedes que apostamos los gallegos? Pues por la Beltraneja, claro está. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, la que acabó haciéndose con la corona no fue nuestra candidata, sino esa otra chica que sale tan mona en las series de televisión.

"El desarrollo mercantil experimentado por aquel Vigo corsario y, por ende, el crecimiento económico que las actividades impulsadas por hombres como Buenaventura Marcó del Pont, industrial, alcalde y corsario."

Así pues, y dejando por ahora nuestras diferencias a un lado, no es poco cierto que, en materia de errores, la historia de Galicia corre fuertemente pareja a la de España. Y, de entre todos esos errores, uno de los más lamentables es aquel que tiene que ver con nuestra lucha contra los franceses en la mal llamada Guerra de Independencia. ¿Que por qué digo “mal llamada”? Pues sencillamente porque lo es, que la cosa jamás fue de eso. O desde luego no por estas latitudes. En realidad, aquella guerra en la que se vio envuelto el país entre 1808 y 1814 no fue otra cosa que la suma de los diferentes conflictos regionales, y la única “independencia” común a todos ellos fue la evidencia de que, a decir verdad, todos aquellos conflictos resultaron ser notoriamente independientes entre sí. Ya fuera en Andalucía, en Galicia o en Cataluña, el origen de todas aquellas contiendas venía estando en el hecho de que, sintiéndose desamparado por el poder central, cada paisano comprendió que no le quedaría más remedio que hacer la guerra por su cuenta. Así, y no de otra manera, fue como se inició en los primeros días de 1809 la Guerra de Galicia.

La historia a su paso por Vigo

Además, se da una curiosa circunstancia: no sé si estarán ustedes al tanto o no, pero lo cierto es que, entre otras muchas razones, Vigo ha pasado a la historia por ser la primera plaza europea liberada del “yugo” francés (hay que ver, cómo nos gusta echar mano a la primera de cambio de todas estas expresiones guerreras). En efecto, el 28 de marzo de 1809 la plaza viguesa se convertiría en la primera en ser recuperada por sus vecinos tras haber sido tomada previamente por el ejército de Napoleón Bonaparte. Vigo supone pues, en cierto modo, un punto de inflexión en la trayectoria militar de uno de los hombres más poderosos de la historia. Y, si quieren que les diga la verdad, creo que algo así imprime carácter. Porque, al fin y al cabo, ¿de qué estamos hablando aquí, en realidad? Hagamos una pequeña composición de lugar.

Por una banda tenemos un país todavía anclado en el pasado, si bien no tan atrasado como el tópico nos podría hacer pensar. O, por lo menos, todavía no. Observemos el caso vigués, si no: a todos les sonará la típica estampa marinera, pequeñas embarcaciones de bajura recogidas en las arenas del Berbés, por excelencia el barrio pescador de la plaza. Pero de lo que pocos historiadores están al tanto es de la existencia de otro Vigo, también marinero y coetáneo de esa misma comunidad, pero, sin embargo, profundamente diferente: al amparo de las abundantes patentes de corso concedidas por los distintos monarcas españoles desde 1740 hasta 1808, no fueron pocos los barcos que en los fondeaderos del Arenal vigués se armaron en corso para salir al azote de toda cuanta embarcación inglesa se cruzase en su derrota, desde las Rías Baixas primero, hasta las aguas del Caribe más tarde. El desarrollo mercantil experimentado por aquel Vigo corsario y, por ende, el crecimiento económico que las actividades impulsadas por hombres como Buenaventura Marcó del Pont, industrial, alcalde y corsario, es un tema que hoy todavía no ha sido estudiado por nuestros historiadores como en realidad merece.

"A estas alturas, la respuesta ya es más que evidente: que volvimos a poner en marcha nuestra impagable capacidad para escoger siempre el bando equivocado, apostando esta vez por la vía que acabaría conduciéndonos, como al resto del país, al absolutismo más feroz y reaccionario."

Por otra banda, tenemos la llegada de las tropas francesas, a España en la primavera de 1808, a Galicia en enero de 1809. Bien es verdad que una cosa es la Razón, y otra muy distinta lo castrense. Que el fuego de cien cañones de la Grande Armée no ilumina tanto como una sola página de la Encyclopédie, y que aunque ambos eran franceses, Revolución y Napoleón nada más compartían que una rima ligeramente consonante. Obviamente, es más que probable que no fuera sobre Diderot y D’Alembert sobre quienes los soldados gabachos vinieran conversando desde Francia. Dudo mucho de que el Diccionario Filosófico de Voltaire fuese la lectura empleada por los dragones de Napoleón para prender el sueño antes de irse a dormir, y estoy plenamente convencido de que la carga de un grupo de húsares no era el mejor momento para ponerse a discutir con ellos conceptos como libertad, igualdad o fraternidad. Por supuesto que no. Pero, lo que es igualmente indiscutible es que tarde o temprano ese sería el camino por el que todo aquel fuego de razón y progreso, base de nuestra posible modernidad, que ya se había extendido por Europa acabaría llegando y consolidándose entre nosotros. ¿Qué fue lo que ocurrió, pues, para que tal desarrollo no se produjera? A estas alturas, la respuesta ya es más que evidente: que volvimos a poner en marcha nuestra impagable capacidad para escoger siempre el bando equivocado, apostando esta vez por la vía que acabaría conduciéndonos, como al resto del país, al absolutismo más feroz y reaccionario. El mismo que, esta vez sí, dejaría al país sumido para siempre en el atraso y la ignorancia. Pero, ¿cuáles fueron los motivos para optar, entonces, por semejante despropósito?

"Ese es el conflicto sobre el que trata de arrojar un poco de luz esta novela, Los hijos del fuego, un relato en el que, siguiendo las pautas de la novela de aventuras y el thriller histórico, se intenta desenmarañar el pasado a partir de una trama ambientada en el presente."

Mientras en España las razones para tomar tal decisión atendían a otro tipo de argumentario, en Galicia la reacción vino dada por la necesidad más apremiante: desatendida, abandonada por la corona, a la Junta Suprema del Reyno de Galicia no le quedó más remedio que proclamarse soberana contra el poder central, en principio legítimo, sí, pero con un Fernando VII nada más preocupado por poner a salvo sus reales posaderas y ganarse a pulso el sobrenombre de “Felón” con el que pasaría a la historia. O, dicho de otro modo, al paisano gallego no le quedó más remedio que arreglárselas por su cuenta. Y como todo el mundo sabe, considerar la idoneidad de adoptar el ideario ilustrado resulta ligeramente complicado cuando el único estímulo que uno tiene frente a sí mismo es el de ver cómo un soldado francés está apuntando a tu familia con un mosquetón. Dígame una cosa: usted… ¿qué haría?

Ese es el conflicto sobre el que trata de arrojar un poco de luz esta novela, Los hijos del fuego, un relato en el que, siguiendo las pautas de la novela de aventuras y el thriller histórico, se intenta desenmarañar el pasado a partir de una trama ambientada en el presente, donde el asesinato del actual alcalde de Vigo acabará revelándose como el último eslabón de una cadena de episodios relacionada con las historias de aquellos otros hombres, personas como Vázquez Varela, el último alcalde de la villa durante la ocupación napoleónica, o Buenaventura Marcó del Pont, uno de los primeros alcaldes de un Vigo que todavía estaba estrenando su título de ciudad. Al final y al cabo, el conocimiento de nuestra historia es de todo punto necesario para comprender nuestro presente. Porque pocas actitudes hay más peligrosas que la del pueblo que se empeña en vivir de espaldas a su memoria, obstinado tanto en celebrar aquello que nunca sucedió, como en hacer gala y bandera de sus propios errores. Y es que, a punto de volver a lanzar los dados al aire, esa sigue siendo una apuesta equivocada…

Autor: Pedro Feijoo. Título: Los hijos del fuego. Editorial: Ediciones B. Venta: Amazon y Fnac

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