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Madre mujer muerta: el arte de lo inesperado

Madre mujer muerta: el arte de lo inesperado

Decir que Adolfo García Ortega es uno de los mejores novelistas actuales parece una obviedad pero sigue siendo necesario, pues cada nueva novela que publica es una apuesta totalmente diferente respecto a sus ambiciones narrativas anteriores y abre un camino que se cumple con plenitud durante el recorrido de unos centenares de páginas. Se podría decir que García Ortega es un novelista donde convergen tantos narradores como novelas publica, y quizá solo les une la originalidad de un cirujano que sabe operar con idéntica destreza en cuerpos que tienen voces y padecimientos (psíquicos o físicos) de muy distinto origen.

Si, por mencionar algunas de las últimas, El evangelista buceaba en los equívocos entre el fanatismo y la espiritualidad a propósito de las figuras evangélicas, Una tumba en el aire diseccionó el secuestro y el asesinato despiadado (aún oigo las balas que leí en el libro) de tres amigos a manos de ETA. Si en La luz que cae nos adentraba en la biografía de un sintoísta herético en una novela totalmente insólita en nuestro país, Madre mujer muerta nos invita a presenciar la quest de un médico homosexual en la Castilla siglo XIX, que busca la justicia que nunca ha podido hallar para sí mismo y que pone al servicio de otra persona.

El reto a priori era mayúsculo, pues Madre mujer muerta se inserta en el marco aparente de la novela decimonónica, o mejor dicho, de esa novela realista que se modernizaba a finales del siglo XIX con las obras maestras de Flaubert y, en el caso de España, con las de Clarín o Galdós, cuyo guante recogía a su manera el universo novelístico de Pío Baroja.

"Como en la mejor novela del XIX, los desfavorecidos, los marginados son los protagonistas de esta novela"

De hecho, Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la ciencia, se despierta en el recuerdo del lector cuando, al comienzo de Madre mujer muerta, conocemos a Luis Selva, médico rural que asiste al parto de una misteriosa viajera que llega al pueblo castellano donde comienza la acción. Pero, como se podía esperar de Adolfo García Ortega, sus personajes van mucho más allá de lo que sus lectores, a priori, podamos prever. Luis Selva, en absoluto, se limita a ser un testigo que cuestiona su sociedad desde el escepticismo y la inmovilidad, a la manera de Hurtado. Luis Selva va a poner esa sociedad al límite de sí misma.

Y lo hace a través de la investigación que emprende para descubrir la identidad de esa joven misteriosa que ha sido abandonada a su suerte por aquellos que rompieron sus promesas, de manera que acompañamos a Luis Selva a lo largo de una novela construida a través de numerosos recursos (cartas, diarios y un también misterioso narrador omnisciente), en los vericuetos de una aventura progresivamente desesperada en busca de la verdad y de una reparación ya imposible.

Pues Galia, la mujer que ha dado a luz, es una Penélope imposible de alcanzar y, como ella, vampirizada por los pretendientes que se han alimentado de su vida. Este héroe extraño, Luis Selva, sin más lazo con ella que el reconocimiento de su propia fragilidad, continúa su viaje a la manera de Ulises, a quien nombra en su diario, a lo largo  de Castilla y hasta llegar a Francia. Pero Luis Selva no pretende regresar a ningún hogar perdido, todo lo contrario. Solo la necesidad íntima de hacer justicia —como en los últimos capítulos de la Odisea— es el verdadero motor de sus pasos.

"Esta es una novela sobre la imposibilidad de ser uno mismo y el empeño heroico de hacerse otro"

Como en la mejor novela del XIX, los desfavorecidos, los marginados son los protagonistas de esta novela, donde una sociedad obtusa intenta deshacerse de todo lo que le incomoda. Pero, a diferencia de estas novelas (algunas de las cuales leen los personajes de Madre mujer muerta como novedades literarias de su tiempo), los desheredados aquí son los que entonces eran invisibles: cierto tipo de homosexual y de mujer, los no acomodaticios, los que están dispuestos incluso a morir por llegar a ser ellos mismos.

El personaje de Luis Selva es fascinante porque ha decidido relegar la propia vida, que ha sido amargada por una mentira obligatoria, a cambio de redimir la existencia de una mujer que lo ha perdido todo y que, como a él, se le ha impedido realizarse en una España donde los pobres son silenciados por los ricos, y las personas libres por las que están cómodas en el encadenamiento moral o económico. Alcanzando la totalidad del enigma de otra persona, se expresa el enigma irresoluble de la propia identidad.

Esta es una novela sobre la imposibilidad de ser uno mismo y el empeño heroico de hacerse otro. Luis Selva abandona todo lo que parece sensato para preguntar por todo lo que está prohibido, agrietando aquellas mentes y estamentos sociales que se resisten a entregar la verdad para seguir protegiendo sus privilegios. Así recorremos la sociedad española de la época, en cuyas inquietudes y visiones del mundo encontramos la España que vino después y que, en parte, cimienta la de hoy.

"La propia novela guarda un secreto hasta el final, un zarpazo de conciencia del narrador omnisciente que conduce a todos los personajes frente a un espejo"

Adolfo García Ortega —vallisoletano, buen conocedor de la ciudad y pueblos donde transcurre el relato— la presenta al lector en una cotidianidad de costumbres y objetos perfectamente documentados y sutiles, con los recursos de una novela contemporánea que, además de actualizar las formas de narrar el infortunio, expone la transformación de un personaje que se va volviendo desconcertante, dispuesto a romper cualquier escenario previsible.

La propia novela guarda un secreto hasta el final, un zarpazo de conciencia del narrador omnisciente que conduce a todos los personajes frente a un espejo donde el lector puede contemplar contradicciones, anhelos y cobardías. Entre ellos (apenas puedo mencionarlos sin descorrer los velos de una trama magnética), destaca Sixto, donde Adolfo García Ortega explora la figura de un antihéroe que, en algunos aspectos, recuerda al Lord Jim de Conrad.

"Adolfo García Ortega lo vuelve a conseguir con una maestría que ofrece al lector constantemente lo inesperado"

Y este es otro de los aciertos de esta novela: la puesta en pie de un mundo -tan cercano, tan de hoy- donde unos personajes están abocados a la imposibilidad de ser ellos mismos; y otros a la renuncia de serlo a cambio del beneplácito social. Una amarga heroicidad mueve los acontecimientos de esta historia, donde combaten ferozmente las elecciones valerosas y las cobardes.

Como escribe Luis Selva en una de sus cartas: «quienes dan el paso de cruzar el umbral del miedo, a la larga no se arrepienten de haberlo dado, y son felices.» Es una invitación que sigue siendo revolucionaria, y en cuya respuesta pueden evolucionar las personas y las sociedades.

También es una invitación a la valentía en el arte de la novela, donde toda narración relevante debe cuestionar y desequilibrar el marco de referencias y expectativas en el que nacen. Adolfo García Ortega lo vuelve a conseguir con una maestría que ofrece al lector constantemente lo inesperado.

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Autor: Adolfo García Ortega. Título: Madre mujer muerta. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.  

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