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Manuel Vicent: «A la cultura de los nativos del mundo digital la comparo con los monos de un zoo»

Manuel Vicent: «A la cultura de los nativos del mundo digital la comparo con los monos de un zoo»

El escritor y periodista publica La regata (Alfaguara, 2017), un esperpento donde conviven el mar, el dinero y la corrupción.

 

La última novela de Manuel Vicent (Villavieja, 1936) bien podría tomarse como, perdonen la brocha gorda, una revisión marinera de una canción de Calamaro. El músico cantaba a la «basura de la alta suciedad» y el escritor, en La regata (Alfaguara, 2017), presenta a una tropa desnortada por la pasta; que vive en un mundo cuasi paralelo al terrenal; que, a veces, toma por natural lo bizarro. En este esperpento mediterráneo y viajero no hay moralinas ni condenas explícitas —se agradece—. Sí que encontramos ironía, mala leche, ternura e, incluso, cierta piedad. También una oda a una geografía luminosa, a un mar bello y traicionero, a una naturaleza que sobrevive, a una comida que casi filosofa. Con prosa fina y ritmo. Navegando a placer.

Conversamos en la sede de la editorial, entre libros de Bolaño y los de Yo fui a EGB.

 

P: Señor Vicent, ¿en qué consiste la vida con ajo y la vida sin ajo?

R: El ajo es un bulbo maravilloso. Si haces caso a los dietistas, es bueno para el corazón, contra el cáncer… Por otra parte, es lo contrario al amor por la pestilencia que sueltas. Sin embargo, todos los griegos —Sócrates, Platón, Aristófanes, Aristóteles…— olían a ajo. La filosofía griega, tan exquisita, olía a ojo. El mar Mediterráneo se divide en con ajo y sin ajo. Normalmente, los turistas nórdicos que vienen odian el ajo, incluso es casi un insulto. Por otro lado, para los que viven en el Mediterráneo, el ajo es casi una filosofía. 

P: Al principio de la novela, cuenta cómo la tropa se acerca a un empresario condenado por estafa, a un exconsejero imputado por cohecho y a un banquero que se libró, por los pelos, de sentarse en el banquillo. «Parecía que todo el mundo pugnaba por darle la mano a un ladrón». ¿Robar es —o no— pecado en función del estatus del ladrón?

R: Esto es una novela, eh, no el informe de un fiscal ni nada de esto (Risas). Por experiencia, las veces que vas a esas fiestas del Mediterráneo, donde toda la gente está feliz bajo la luna, pues hay personas de todas clases. Normalmente, la gente corrupta, sobre todo, los mafiosos, los mafiosos del Mediterráneo son muy simpáticos. La corrupción valenciana es muy fallera, exterior, espectacular. Y yo lo he visto: hay gente imputada muy simpática que se rodea de tipos que les dan palmadas en la espalda. Así lo he visto y así está descrito. Sin pretensiones moralistas, insisto. 

"Hay unos niveles de vida obscenos en los que, para acceder a ellos, has tenido que robar, has tenido que matar. Todo el capitalismo más puro se ha hecho sobre la sangre de los demás."

P: ¿Cree, como el santo, que todo rico es ladrón o hijo de ladrón?

R: No. De hecho, en el calvinismo, ser rico es casi un don de Dios. Otra cosa es que hay placeres, y situaciones, y suits de grandes hoteles y barcos de dos palos en los que, para navegar en ellos, hay que matar a alguien. Hay unos niveles de vida obscenos en los que, para acceder a ellos, has tenido que robar, has tenido que matar. Todo el capitalismo más puro se ha hecho sobre la sangre de los demás. Se habla de los millones de muertos que ha generado el comunismo, es algo evidente y claro; las muertes que ha generado el capitalismo son más difusas. 

P: Señala que la libertad es la mejor cirugía, la que mantiene «la piel más tersa, fresca y saludable». ¿El dinero nos hace libres?

R: Según qué entiendas por libertad. El dinero te da derechos. El dinero no es más que un papel que te da acceso a todos los bienes que produce una sociedad. Desde entrar en un supermercado, en un concierto, etcétera. Si crees que ese dinero te da acceso a ese bienestar y a esos productos y crees que eso es la libertad, pues te hace libre; si crees que la libertad consiste en desear menos cosas para no tener tantas necesidades, pues, a lo mejor, de la austeridad, de la renuncia sale la máxima libertad posible. A lo mejor, alguien que no desea nada, que tiene lo imprescindible, es más libre que el que tiene mil millones. Luego, hay un punto en que el dinero no se convierte en riqueza, sino en poder, en arma agresiva. 

P: ¿Cuántas veces puede una persona cambiar de máscara?

R: Cuando se dice esa cosa de que a partir de los treinta años uno es responsable del rostro…, hombre, el rostro puede cambiar muchísimas veces: un rostro alegre, uno triste, uno colérico. Pero todas tus frustraciones, tus caídas, tus renuncias, no hablo de pecados, porque eso es otra cosa, se incrustan en la piel, que es evidente, más que cambiar de máscara, creo que el rostro humano se va poniendo, lentamente, en la situación que tienes por dentro. Si tu interior es limpio, el rostro queda limpio; si es sucio, eso sale a la superficie. 

P: En un momento dado, dos protagonistas van a hablar sobre Dios pero, en cuanto aparece una tortuga boba en el horizonte, la conversación termina. ¿Han perdido el interés las preguntas del tipo de dónde venimos, hacia dónde vamos…?

R: Eso es muy importante. En alta mar, bastante hay con la inmensidad del mar, la profundidad del abismo, como para que te plantees encima cosas tan importantes. Imagino que esas preguntas tan serias están mejor tierra adentro. El mar es un espejo cóncavo que puede ser esperpéntico si no estás a su altura. Y el mar lo único que te pide es naturalidad. El mar puede humillar a un osado en un segundo, y, a un tímido, darle la oportunidad de ser un valiente. (Piensa) Literariamente, el mar es una complicación. Poetas naufragados hay muchísimos. Más que marineros y que dioses. Enfrentarse literariamente al mar es muy arriesgado. En el mar, lo único que necesitas es naturalidad. 

"A un mono le haces así y mira, asá y mira. La diferencia evolutiva del mono y del ser humano es cuando uno de aquellos monos se ensimismó. Hizo una introspección y nació la conciencia."

P: ¿Padece el hombre contemporáneo déficit de atención?

R: Sí. La gente de hoy, sobre todo, los jóvenes, y no digamos ya los niños, tiene una cantidad de estímulos externos alucinante. A la cultura de hoy, la de los nativos del mundo digital, la comparo con los monos de un zoo. Estos están alterados. A un mono le haces así y mira, asá y mira. La diferencia evolutiva del mono y del ser humano es cuando uno de aquellos monos se ensimismó. Hizo una introspección y nació la conciencia. Entonces, hoy hay demasiados estímulos. Hacen que navegues en una superficie banal, y no te da tiempo a reflexionar. En el mar, esto es como muy simbólico: basta con que aparezca una tortuga boba y encima se ponga una gaviota para dejar de hablar de Dios. No hay ni que pensarlo ni un segundo: te vas a la tortuga (Risas). 

P: Escribe: «Pese a que era un periodista moderno, Ismael consideraba que vivir ese verano sin que el telediario le contaminara constituía la mejor obra de arte». En primer lugar, ¿qué entiende usted por periodista moderno?

R: Un periodista que no es moderno no es periodista. Si eres un periodista que da por hecho que lo que vas a ver ya lo has visto, ya no eres periodista. Un periodista es un señor que se levanta y ve el mundo como si se estrenara para él todos los días. Con la mirada virgen. Y cualquier cosa para ti es una novedad. Aunque tengas 80 años, eres un periodista joven. Ahora, si tienes 25 años, el redactor jefe te manda a tal sitio y tú dices “bah, ya lo he visto”, eres viejo. Por otra parte, el periodista tiene que hablar menos de sí mismo. Sobre todo, los literatos que acceden al periodismo. En España se dice mucho lo de escritor y periodista. Todo periodista quiere escribir una novela, y todo escritor piensa que en el periódico tiene más resonancia. Normalmente, cuando el escritor accede al periodismo, el ego no se lo puede quitar de encima, y al revés. 

P: Y, en segundo: ¿cómo contaminan los telediarios?

R: El telediario es la suciedad máxima. Las noticias son mercancía. La realidad la crean las cámaras y estas van de la sangre a la mierda y de la mierda a la sangre. Cuando se hartan, se van a otro sitio. Esa mierda y esa sangre permanecen, pero tú ya no la ves. Hoy, la información, que es un derecho a saber lo que pasa, está manipulada. La información es comunicación y la comunicación es espectáculo y el espectáculo es negocio. Es todo una cadena. Además, hay una sobreinformación. Es un basurero general. La televisión la imagino como esos nidos donde los polluelos están con la boca abierta y viene la mamá con el gusano, y pum, te mete el gusano. Los telediarios te meten el gusano. Lo de San Petersburgo, por ejemplo. Para empezar, ves qué mal está la cosa fuera y lo bien que se está en España. Luego, estas noticias te consuelan porque no has sido tú ni nadie de tu familia. Hay gente peor que tú. Después, te permite ser compasivo. Primero te salvas y después compadeces. 

P: En La regata hay un canto constante a la naturaleza. Destaco las siguientes líneas: «Cuando uno se pone tierno con la naturaleza, cualquier pájaro o la hierba más humilde le devuelve la suavidad al corazón, y de pronto salta de alegría al contemplar un acebuche o una sabina, un espliego o un simple matojo, un liquen, un alga que nunca había amado porque no los conocía».

R: Eso es mística, religión. Los naturistas son así, gente que entra a un herbolario como quien entra en una iglesia. Si tú tienes la forma de mirar, que eso es un ejercicio casi sufí, en primer plano… Hay gente que mira siempre en plano general, pero si acostumbras la mirada a un primer plano siempre, a una concepción próxima de las cosas, cada día el mundo es distinto, la vida es distinta. La cola del supermercado, cada día, parece la misma. Pues no es la misma. Cambia. 

"Hubo un momento en que la especulación se unió con una dictadura y con una corrupción endémica. El Mediterráneo es un paraíso que hemos vendido baratísimo."

P: ¿Ha cambiado en algo este Mediterráneo del que, por ejemplo, aparecía en Son de Mar?

R: El de Son de Mar ya estaba jodido (Risas). El Mediterráneo está jodido desde los sesenta. La gente quería olvidar toda la tragedia de la guerra y aprovechar aquella primera expansión: llegaban los turistas, Valencia exportaba cosas… Ahí se rompió el Mediterráneo. Hubo un momento en que la especulación se unió con una dictadura y con una corrupción endémica. El Mediterráneo es un paraíso que hemos vendido baratísimo. Si en esa primera expansión, el Mediterráneo se hubiera concebido como una empresa turística, para que tú y tus nietos estuvierais bien, genial, pero se concibió como una empresa constructora, y esa destrucción fue a más. Cuando ya en el 82 llegaron los socialistas, creíamos que eso se iba a parar, pero fue una adelantada por el capó. Ahora se ha parado por la crisis. Las grúas se han ido a Rumanía, Albania o Polonia. Pero esas van a volver en cuanto se salga de la crisis. En la ciudad pasa lo mismo. Los que mandan no son los alcaldes, sino los tiburones. 

P: La novela es crítica y muy divertida, tiene un mucho de esperpento, pero se torna seria y cruda cuando se menciona la tragedia humanitaria del Mediterráneo.

R: Hay una pequeña pincelada. El Mediterráneo, que es el símbolo del placer y la felicidad, es un mar ensangrentado desde sus orígenes. Tres dioses monoteístas se han matado entre ellos en él. Ahora sigue igual. En la novela hay un pequeño apunte de unas pateras. A unas pijas les permite ser bondadosas y después son protagonistas en las reuniones: “Buah, hemos salvado a tal…”. 

P: Para finalizar, señor Vicent: ¿ha naufragado la humanidad?

R: Son palabras casi shakespearianas (Risas). La migración es una sustancia del ser humano. Nosotros hemos sido negros como el zapato de un camarero. Toda América se ha hecho con inmigrantes, incluidos los Trump. La inmigración es la esencia. Lo que sucede ahora en el Mediterráneo, más que político, es un problema biológico. Ahora está el lío de los estibadores. Antes, colocar la carga dentro de un barco, era de una especialidad increíble. Un corrimiento de carga implicaba que el barco se hundiera. Yo creo que el mundo está mal estibado. África se está volcando sobre Europa, es como una carga que está naufragando. Eso no hay forma de pararlo si no admites que estás ante un problema biológico. Sudamérica se vuelca sobre Norteamérica. Esto, mínimamente, aparece en la novela representado en el tipo que naufraga.

 

Autor: Manuel Vicent. Título: La Regata. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon y Fnac 

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