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Marta Robles: “Amada Carlota es una novela para dar voz a las mujeres silenciadas”

Marta Robles: “Amada Carlota es una novela para dar voz a las mujeres silenciadas”

La periodista y escritora Marta Robles publica Amada Carlota (Espasa, 2025), una novela que combina memoria y crítica social. Ambientada en la España reciente, la historia parte del secuestro de una recién nacida en 1985, en una clínica vinculada a viejas estructuras de poder. Años después, la jueza Carlota Aguado encarga al detective Tony Roures investigar su propio pasado, descubriendo un entramado de abusos y silencios heredados.

Con esta obra, Robles retoma su saga protagonizada por Roures, abordando temas como la violencia patriarcal, la impunidad y la búsqueda de identidad.

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—¿Cuál es la motivación central de esta novela?

—Esta es una novela muy de mujeres silenciadas. Lo que quiero es dar voz a las mujeres silenciadas de todos los tiempos. Hay tres estadios temporales en la novela que complejizan y a la vez enriquecen. Porque lo que yo quería concretar era que en esos tres tiempos (años del franquismo, años ochenta y la actualidad) —curiosamente— sigue habiendo una línea de manipulación y de abusos a las mujeres. Y además esos abusos siempre están relacionados con las apariencias y con la honra. Es decir: la mujer que se sale del carril inmediatamente está señalada y eso le cuesta muy caro en su vida.

—¿Y qué implica “salirse del carril”?

"Estos dos temas tienen una línea en común: el abuso y la manipulación de las mujeres"

—Pues que una chica se quede embarazada o que una mujer casada tenga una relación clandestina, o cualquier circunstancia… o que unas chicas se crean el rollo de un profesor y acaben en un vídeo que luego les suponga un señalamiento brutal por parte de quien lo vea. Y más cosas. Luego está el robo de los bebés. El robo de los bebés es el tema central. Hay dos tramas principales en la novela: una es el robo de bebés, y la otra el abuso de un profesor a sus alumnas. Estos dos temas tienen una línea en común: el abuso y la manipulación de las mujeres. En el caso de los robos de bebés partimos de la supremacía ideológica y moral que sirvió de justificación para robar niños en los regímenes totalitarios.

—Es un planteamiento muy potente.

—Sí. Como sabes, igual que en las guerras la violación es un arma contrastada contra las mujeres, en tiempos de paz el robo de bebés inflige un dolor a los vencidos. Es una forma de prolongar la derrota. Además, permite adoctrinar a los hijos de los vencidos, quitarles el bebé y “volverlos” de tu bando. En la Guerra Civil Española ocurrió lo mismo. Los nacionales ganaron en un momento en que en Europa se desarrollaban teorías de eugenesia y supremacía. Ese caldo de cultivo fue el preludio de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los pilares que me interesaban era el pensamiento del doctor Vallejo-Nájera, a quien muchos conocemos como escritor, pero pocos saben que sus libros tratan sobre eugenesia. Él defendía la teoría del “gen rojo”: según él, quienes se acercaban al marxismo eran degenerados social, moral e intelectualmente. Con esa justificación absurda se permitían quitar los hijos a las madres republicanas y entregarlos a familias “bien”. Las monjas hacían lo mismo con las hijas de las mujeres “descarriadas”, y como la Iglesia controlaba la educación y la sanidad, lo tenían muy fácil.

—¿Cómo has planteado los personajes femeninos?

"Como decía Luis Landero, empiezas pensando que una trama es secundaria, pero acaba creciendo y tomando el mismo peso"

—Son muy de carne y hueso, absolutamente reales. La novela nació de una conversación con la hermana de una compañera del colegio. Me contó que a su hermana le habían robado un bebé y que su madre había tenido una relación clandestina. Años después, preparando un reportaje sobre violencia de género, supe que una amiga mía, Sonia, había sido asesinada por su expareja. Todo eso me hizo darle vueltas a la historia, hasta que decidí escribir Amada Carlota. Me cuadraba muy bien dentro del universo de Carlota Aguado, la jueza que aparece junto al detective Roures en La chica a la que no supiste amar. Todo encajaba así, clac, clac, clac, como un cubo de Rubik. La trama del robo de bebés me llevó a introducir otra: la del abuso. No es creíble que un detective actual se dedique solo a un caso, y menos cuando la persona que le encarga el trabajo es alguien con quien tiene una relación íntima complicada. Así que decidí entrelazar varias líneas: el caso del robo de bebés, las universitarias, y los casos de infidelidad que investiga su agencia. Como decía Luis Landero, empiezas pensando que una trama es secundaria, pero acaba creciendo y tomando el mismo peso. Ambas reflejan lo mismo: el sometimiento de las mujeres, esa idea de que si cumples con la honra eres buena y si no, eres mala.

—¿A quién va dirigida esta novela? ¿Piensas en un lector concreto cuando escribes?

—No. Nunca pienso en los lectores. Me gustaría hacerlo, quizá me iría mejor, pero necesito que la historia se apodere de mí. Si no me posee la historia, no podré atrapar a nadie. Vivo en un mundo paralelo mientras escribo, y me vuelvo bastante insoportable.

—¿Y qué ha supuesto tu experiencia como periodista para escribir esta novela?

—Mi trabajo siempre ha sido contar historias, reales o ficticias. No he hecho otra cosa. Incluso cuando doy una conferencia, cuento historias. He tenido la suerte de dedicarme a esto. Y bueno, al menos no me ha ido mal. De cada historia intento llevarme algo, sobre todo empatía, tanto para el periodismo como para la vida.

—¿Cómo es tu proceso creativo para una novela tan compleja en estructura temporal y temática?

"Trabajo rodeada de libros abiertos, fuentes, notas… y con la cabeza llena de la historia"

—Primero necesito pensar mucho la historia, saber de dónde parto y a dónde quiero llegar. En ese proceso puede pasar cualquier cosa: una conversación, una frase, algo que me cuenten. Me gusta que la literatura esté viva, no tenerlo todo programado desde el principio. Soy más de brújula que de mapa, aunque sé de dónde vengo y hacia dónde voy. Luego voy tendiendo puentes, como decía Borges. Cuando escribo, necesito seis horas seguidas al día. A veces no escribo nada, pero tengo que estar ahí. Si no, pierdo el hilo. Trabajo rodeada de libros abiertos, fuentes, notas… y con la cabeza llena de la historia.

—¿Qué libros has leído para esta novela?

—Cuando escribo evito leer ficción parecida, para no contaminarme. Leí sobre eugenesia, supremacía, robos de bebés: ensayos, informes. También libros sobre esos temas en clave contemporánea. He leído mucho sobre Vallejo-Nájera, sobre la ideología del franquismo, y obras sobre bebés robados, como la de Clara Sánchez o la de Gloria García. Por salud mental, también me doy permisos: en verano me releo a Chandler —tengo sus obras en Mallorca; abrir Adiós, muñeca me desengrasa— y a Dickens, tanto biografías como novelas, buscando huellas del oficio. Mis raíces lectoras están en Enid Blyton, Los Cinco, Los Siete Secretos… aquellas novelas de infancia llenas de enigmas. Después llegó Poe a mi vida, digamos, y mis redacciones escolares se llenaron de sangre. Los profesores incluso llamaron a mis padres, escandalizados, porque yo había escrito algo sobre un destornillador clavado en el ojo de un personaje. Y también leí a Hammett, Patricia Highsmith y Simenon. Todo eso deja poso. Y de aquellos posos estos libros. Esta vez, para Amada Carlota, la verdad es que he leído mucho ensayo.

—¿Algunos títulos de esos ensayos que recomiendes para los lectores?

"Durante la escritura procuro no leer ficción que se parezca a lo que hago"

—Uf. Ahora mismo, así… pues he leído sobre la conversación (el libro de Rubén Amón, que me ha encantado), también ensayos sobre la palabra, la religión, incluso recorridos por la Biblia para entender el imaginario moral y la culpa. Claro. Es que yo tengo formación católica, estudié en un colegio de monjas, pero soy más bien atea, cosa que me cuesta, porque mi marido es creyente. En todo caso, durante la escritura procuro no leer ficción que se parezca a lo que hago.

—¿Y autores contemporáneos que te acompañen sin contaminar?

—Pues picoteo ensayo actual. En narrativa busco cosas distintas a lo que escribo, para que la novela respire sola. Este verano, por ejemplo, leí a Cărtărescu, Theodoros, que me gustó muchísimo.

—Háblanos de tu protagonista de novela negra: Roures.

—Roures es un excorresponsal de guerra convertido en detective de infidelidades, que siempre acaba metido en casos más grandes. Quise que fuera corresponsal porque quienes han pasado por la guerra regresan tocados: ya no juzgan igual, saben que entre el blanco y el negro hay infinitos grises. Es un hombre con cicatrices, migrañas (como yo misma, que he sufrido migrañas casi toda mi vida, y también algunos de mis hijos), que fuma demasiado (lo cual en la novela clásica era glamuroso pero ahora es un poco asqueroso, la verdad), y tiene dos bálsamos: la literatura y la música. De la novela hay una lista ahora mismo en Spotify; cada canción acompaña un momento emocional del personaje. Es adicto a la lealtad; por eso le perdonamos los defectos. Y sí, tiene algo de mí. Yo diría que bastante. Me hace gracia porque siempre buscan a la autora detrás de las mujeres de mis novelas, pero yo estoy más detrás de Roures. Para eso se llama como yo: Robles, Roures.

—El resto de los hombres de esta novela son bastante malos ¿no?

—Hay monstruos, claro, pero no podemos destripar la historia. También hombres buenos: Roures, Manos, Prieto, Gabriel, algún médico. No todo es oscuro.

—Hablando de oscuridad, ¿te consideras una escritora de novela negra?

"La negra contemporánea no trata solo de buenos y malos: habla del mal en su conjunto"

—De negra negrísima. Pero es que, vamos a ver: la negra contemporánea no trata solo de buenos y malos, habla del mal en su conjunto, lo explica, lo denuncia. Viene de la tradición de los años veinte, de una sociedad corrupta, donde el detective es un Quijote que se enfrenta a los molinos del sistema.

—¿Podríamos decir que eres una Hammett contemporánea?

—No tanto, no tanto. En todo caso, siempre digo que me gustaría ser una “Chandler española”, aunque quizá me acerque más a Simenon.

—¿Tu método de trabajo?

—Soy más de brújula que de mapa. Sé de dónde parto y hacia dónde voy, pero me gusta que pasen cosas por el camino. Necesito disciplina: seis horas diarias, silencio y concentración. Trabajo, como te decía, rodeada de muchos libros, informes, recortes… y con la historia latiendo.

—¿Qué te gustaría que se llevara quien lea Amada Carlota?

—Empatía y comprensión. La lectura no nos hace mejores personas, pero nos da herramientas para ponernos en el lugar del otro. Y ojalá una conciencia más clara de esas violencias silenciosas que se heredan.

—Muchas gracias, Marta.

—Gracias a ti.

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