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Mary Shelley, narradora, ensayista y editora (Primera parte)  

Mary Shelley, narradora, ensayista y editora (Primera parte)   

Lizzy Mc Innerny interpretando a Mary Shelley en la película Remando al viento (1988) de Gonzalo Suárez.

En agosto de 1823, el Lyceum Theatre de Londres estrenó una obra titulada Arrogancia o el destino de Frankenstein. Se inspiraba en la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, escrita por una joven de veintiún años llamada Mary Shelley y publicada bajo la autoría de “Shelley” por la editorial Lackington’s el 1 de marzo de 1818.

Semanas más tarde, recién llegada de Italia tras enviudar, Mary acude a ver la obra y comprueba con sorpresa que tiene poco que ver con la novela que ella escribió. De su complejo y cuidado relato solo queda la anécdota del científico loco, Frankenstein y el monstruo: un muerto viviente creado por aquél que se dedica a aterrorizar a los vivos. Esta circunstancia se repetirá durante dos siglos en innumerables adaptaciones de la novela al teatro, el cine y la televisión. Por desgracia, jamás cobrará ni una libra de derechos de autor, por publicar su novela con el nombre de su marido.

Tras morir ahogado Percy B. Shelley en la costa toscana, Mary había decidido continuar viviendo en Italia junto al crítico Leigh Hunt y al poeta Lord Byron. Su objetivo, aquel verano de 1822, era sacar adelante la revista literaria El Liberal, un proyecto concebido por todos ellos poco antes de la tragedia.

"Mary utiliza la técnica de incrustar una historia dentro de otra y muestra al lector tres visiones distintas de la misma secuencia de acontecimientos"

Mary se había convertido en la editora de Byron, quien le mostraba sus poemas nada más escribirlos y aceptaba sus correcciones antes de publicarlos en El Liberal, junto a las reseñas de Leigh Hunt, los poemas póstumos de Shelley y los cuentos de Mary.

Pero El Liberal no generaba ingresos para mantener a Mary y a su hijo Percy, de modo que ella resolvió volver a Inglaterra, donde reside ahora, decidida a convertirse en escritora y vivir de la literatura. Es un sueño que acaricia hace tiempo. Desde mucho antes de aquella noche tormentosa en Ginebra, cuando Lord Byron les propuso a todos escribir el relato más terrorífico que pudieran imaginar y a ella se le ocurrió la idea de Frankenstein.

He vuelto a leer Frankenstein o el moderno Prometeo en la nueva edición de Lunwerg, con ilustraciones de Fernando Vicente, y me ha parecido una novela genial por su audaz empleo del punto de vista. Mary utiliza la técnica de incrustar una historia dentro de otra y muestra al lector tres visiones distintas de la misma secuencia de acontecimientos.

El narrador que relata es un explorador inglés llamado Robert Walton. En una exploración por el océano Ártico, ve sobre una placa de hielo a una criatura monstruosa perseguida por un hombre exhausto que se desmaya frente a su barco. Tras recuperar el sentido, el hombre desvela a Walton que su nombre es Victor Frankenstein y le cuenta la historia de su vida, la cual refiere Walton al lector como si de una novela se tratara. Ejerce, por tanto, de falso narrador omnisciente. Frankenstein le relata cómo, llevado de su ambición científica, unió los miembros de varios cadáveres y dio vida a un ser monstruoso que le desobedeció, se escapó y ahora vaga por el mundo haciendo el mal para vengarse de su creador.

El último punto de vista, el más metaliterario de todos, es el de Margaret Walton, la hermana de Robert, a quien éste escribe desde el Polo, de suerte que toda la novela es un conjunto de cartas dirigidas a ella.

"El Monstruo puede pensar, hablar y expresarse, pero la autora no se pone a favor de éste ni de su creador, se muestra equidistante"

Mary Shelley se aparta de la novela de tesis de la generación anterior, lo cual le permite crear un relato mucho más complejo y exigente con el lector que si hubiera escrito una simple fábula contra los riesgos de la ciencia médica.

El Monstruo puede pensar, hablar y expresarse, pero la autora no se pone a favor de éste ni de su creador, se muestra equidistante y genera una ambigüedad moral en la que pierden importancia las preguntas convencionales: ¿Quién es el bueno? ¿Quién es el malo? ¿Quién tiene razón?

Además de los puntos de vista de Frankenstein y del Monstruo, el de Walton nos permite ver lo que Frankenstein nunca reconoce: que se equivocó al no darle amor ni educación a su criatura. “Los monstruos los creamos nosotros: los seres humanos”, afirma Mary Shelley. Frankenstein es un canto al amor frente a la ambición y al narcisismo.

La relación de Frankenstein con el monstruo es también un trasunto de la relación de Mary con su padre, el filósofo ateo William Godwin, que dejó de hablarle cuando a los diecinueve años ella decidió escapar a Suiza con Shelley, un hombre casado. Mary no comprendía cómo su padre, que siempre había defendido el amor libre y lo había practicado con su madre, la escritora feminista Mary Wollstonecraft, ahora lo rechazaba contra sus principios. Frankenstein, entre otras muchas interpretaciones posibles, es el llanto de una hija que no se siente querida.

Mary escribió la novela junto a Shelley, quien leía y corregía el manuscrito cada noche: escribía comentarios al margen, reformulaba frases, incluso añadió párrafos enteros con reflexiones políticas o religiosas. Los expertos consideran que Shelley escribió cuatro mil palabras de las setenta y dos mil de la novela. Pero quince años después de su muerte, Mary hizo una revisión a fondo y volvió a cambiar cosas en la versión que hoy leemos. Ella tenía ideas propias más que suficientes como para no necesitar en absoluto a su marido. Incluso podría afirmarse que las reflexiones de Shelley están hoy pasadas de moda y estorban a la narración, la cual, en cambio, se mantiene vigente.

"Frankenstein fue destrozada por la crítica, que la tachó de inmoral, sacrílega, zafia"

Otro aspecto que subyace en Frankenstein y su criatura es la sociedad inglesa y su odio hacia las madres solteras y los hijos ilegítimos, que Mary padeció en sus carnes y reflejó en su relato.

Al fin, en marzo de 1817, en una casa rodeada de invitados, con seis niños pequeños que corrían por todas partes, Mary terminó de escribir Frankenstein o el moderno Prometeo. Shelley siempre alentó la obra literaria de Mary, pero jamás hizo una sola tarea doméstica. Como genio ejerciente, entraba y salía de casa cuando le daba la gana. Jamás estaba a la hora de comer y cuando llegaba comía pan y pasas de pie en la cocina. Su jornada laboral consistía en ir a los parques a escribir y a los estanques a remar, y labraba poemas en griego en las cortezas de los árboles. Pese a su origen aristocrático, volvía a casa sin dinero porque, horripilado por la pobreza, regalaba todo lo que llevaba en el bolsillo a los pobres que se encontraba. Incluso en una ocasión regaló sus zapatos y volvió a casa descalzo. Otro día se presentó en casa con una huerfanita llamada Polly y le pidió a Mary que la adoptaran de inmediato. Con emoción, Polly recordaría años más tarde cómo Shelley cogía a sus hijos —a los de Mary y a los de su primer matrimonio—, a la hija de Lord Byron y su cuñada Claire y a ella misma y los subía a todos sobre una mesa de ruedas para lanzarlos a toda velocidad por el pasillo, con riesgo evidente de que se abrieran la cabeza.

Todas las grandes editoriales rechazaron Frankenstein pese a las recomendaciones de Shelley. Al final lo publicó Lackington’s, editorial de poco prestigio con escritores desconocidos, que tiró quinientos ejemplares en papel de la peor calidad.

Mary no se sintió defraudada, sino que comenzó de inmediato a escribir su siguiente libro, pese a estar embarazada y dirigir un hogar con seis niños. La nueva obra se titulaba Crónica de un viaje de seis semanas y era el relato de su periplo con Shelley por Francia y Suiza cuando se escaparon juntos de Inglaterra. Seguía el modelo del libro de su madre, Mary Wollstonecraft, Cartas escritas durante una corta estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca. Utilizó sus diarios, las misivas a sus hermanas y varias cartas de Shelley, de quien incorporó también el poema “Mont Blanc”. Fue publicado por Charles Ollier durante la lactancia de su hija Claire. Como Frankenstein, también este libro se editó bajo la autoría de “Percy B. Shelley”. Hacerlo a nombre de Mary equivaldría a que ningún crítico la tomara en serio, por ser mujer. Hay una bella edición de Crónica de un viaje de seis semanas editada en español por Jus al inicio del estado de alarma, en marzo de 2020.

Pese a ello, Frankenstein fue destrozada por la crítica, que la tachó de inmoral, sacrílega, zafia… Solo sir Walter Scott lo alabó, y Mary se lo agradeció por carta desvelándole orgullosa que la novela la había escrito ella.

Ahora, cuando sale del Lyceum Theatre de ver la primera adaptación de Frankenstein, recuerda con amargura a su suegro, el baronet sir Timothy Shelley, que la considera corruptora de su hijo y se niega a recibirla y a conocer a su nieto Percy; a pesar de que, tras la muerte de Shelley, Mary es una mujer sola, hija de un padre arruinado al que debe mantener con los escasos ingresos que obtiene de la literatura.

En realidad, ha vuelto a Inglaterra con la secreta esperanza de que sir Timothy, hombre rico, le conceda una pensión digna; pero éste solo les ofrece doscientas libras al mes, sujetas a la condición de que no citará nunca a su hijo, ni editará ninguna obra suya. Mary acepta la propuesta de su suegro. De no hacerlo, se encontraría en la indigencia. No tendría dinero con que pagar el minúsculo apartamento que acaba de alquilar para ella y Percy. En él, sueña a diario con vivir de la literatura. Gracias a los conocidos de su padre ha conseguido que London Magazine le compre algunos artículos y cuentos.

"Mary dejó una obra amplia: cinco novelas precursoras de la ciencia ficción, ensayos y libros de sus viajes, agudas biografías..."

De estos últimos, Hermida editores acaba de publicar una magnífica edición bajo el título de Amar y revivir. En el prólogo, Gonzalo Torné afirma que Mary dejó una obra amplia: cinco novelas precursoras de la ciencia ficción, ensayos y libros de sus viajes, agudas biografías, cuentos y nouvelles anticipatorios, inquietantes diarios, bellísimas cartas de amor, ediciones de los poemas de Shelley y de Lord Byron…

Torné apunta dos ideas que han guiado su quehacer: ofrecer una selección significativa y manejable de las mejores piezas de la autora y, en segundo lugar, matizar o discutir la adscripción de las mismas a la literatura gótica, ya que dicha asociación puede predisponer al lector a encasillar a Mary sin someterla a una nueva visión, a una interpretación de sus narraciones en clave actual.

Aboga el autor de la edición por “desconfinar” a Mary de lo gótico para verla con nuevos ojos. Más allá del atrezzo propio de la época —mansiones misteriosas, fantasmas encadenados, ruinas medievales, panteones familiares, laboratorios con probetas burbujeantes, doncellas en camisón…— lo que debemos ver en la literatura de Mary es “el auténtico miedo, que apela al pensamiento, se nos mete en las ideas, retuerce prejuicios, alimenta emociones inesperadas y nos expone a riesgos que no se desvanecen necesariamente cuando cerramos el libro”.

La mitad de los relatos de la antología tiene por tema explotar las consecuencias de un avance científico o un fenómeno sobrenatural como la vida eterna, los viajes en el tiempo, la posibilidad de volver a empezar, los sueños premonitorios… La otra mitad de los relatos abordan el amor sexual, la amistad, la fascinación o el cariño fraterno. Incluso hay un cuento que, según Torné, prefigura a Henry James: “La novia de la Italia moderna”.

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