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Milagros para rozar la vida

Milagros para rozar la vida

Es solo ese instante en el que desaparecen las paredes del tiempo y se observa la infinitud con apacible ligereza, como si todo en ella fuese relevante y afirmativo, como si no hubiese significados por descubrir en las duras consejerías del sueño y la verdad se desenvolviera con dulzura. Un instante extenso y perfecto. Un instante en el que la palabra vehicula las frágiles diatribas del deseo, de la explicación penitente y de la rabia por amoldarse a la cuadratura de la contradicción. Un instante en el que se funda lo que el mundo material tacha de ilegible. La suma de todos ellos nos convence de que el tiempo, para ser perenne, debe romper sus estructuras, debe reabrir aquellas organizaciones de la memoria que mueren a diario sin dejar rastro, libres e indignas en ese larguísimo aulario en el que un día especulamos con lo posible y que hoy, o quizá ayer, cierra sus puertas para entregarse a la carne viva, al pragmatismo de lo que no es profundo ni incompleto. Roberto Juarroz los definió como “sitios sin luz, ni oscuridad, ni mediaciones ni espacios libres, donde podríamos no estar ausentes”. Sitios en los que, como bien expresa el poeta madrileño Jorge Cappa, en el poema que abre La deshora (Olé libros, 2025), solo cabe la espera:

Si ya no queda nada

y si cada vez que la nada renace

tiembla en la cornisa del tiempo

que dejó su tiempo atrás.

De la espera, de la ciega germinación de ese tiempo inabarcable en el que pronto se desvanecerán las certezas más inapropiadas, nace la virtud del poeta. De su talento para construir una realidad que se deje permear por las muchas aristas de la fragmentación, sin que esta sucumba al movimiento y el ruido de esas esferas que inflaman los minutos para destruirlos en el aire, nace la verdadera poesía, aquella que se apropia de los espacios colectivos cuya anatomía, por ser imperceptible, es objeto de rechazo.

Y lejos de ser el de Jorge Cappa un poemario en el que la abstracción surgida de ese análisis temporal, en el que todo destino, incluso el del propio verso, responde a la intuición, a la fugacidad de lo absoluto y a ese impulso común por reapropiarse del equilibrio, La deshora es un ejemplo de lucidez, de concreción verbal, de virtuosismo en la construcción de imágenes que, lejos de conducirnos hacia una conclusión que justifique nuestra búsqueda, abonan la sospecha de que en la inmediatez, siempre blanca, ya solo sobrevive el desierto.

Más allá de las fronteras

que cobijan su ruleta

en el fondo de la noche

gira la escalera

con su lumbre desatada,

gira y desarma el tiempo

para nombrar las palabras sin pulso

y hacer latir en su deshora

esa vida pendiente que me ronda

y asoma a su brújula indomable

en la penumbra de mi voz.

En el prólogo de la obra, el autor señala que los 42 textos de La deshora (38 poemas y dos letras de canciones) se escribieron entre 2020 y finales de 2022. Más allá de los temas recurrentes que enhebran los distintos poemas (el paso del tiempo, la memoria, el amor convertido en un atavismo contra el que solo cabe el aprendizaje, la abnegación), se advierte un principio común, casi titular, del que se extrae una percepción unitaria de la obra que no solo la embellece, sino que afianza su lectura. Es esa sensación, a veces irrespirable, en la que la incertidumbre se instala en lo corpóreo, en ese perímetro oscuro dentro del cual, así lo escribió la poeta mexicana Elisa Díaz Castelo, “vivimos como si en nuestro esqueleto nos dudara la vida, asimétrica, desfasada”. Duda que para Jorge Cappa no impide, así lo sabrá el lector, que “el milagro del instante asome su revuelta para rozar al fin la vida”.

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Autor: Jorge Cappa. Título: La deshora. Editorial: Olé Libros. Venta: Todos tus libros.

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