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Moliner & Neuman

Coincido con Andrés Neuman en una admiración y un puñado de propósitos. La admiración va dirigida hacia una mujer española, filóloga, bibliotecaria, tozuda y valiente llamada María Moliner. Los propósitos apuntan al entendimiento que Neuman atesora acerca de ese cosmos interminable llamado literatura. Me refiero a la intención con que construye sus libros, siendo digno de alabanza y gratitud que el hispano-argentino trabaje por y para la literatura por encima de otros intereses, como los que actualmente aúnan demasiados autores de libros —no exactamente escritores— más renombrados y mediáticos.

Neuman materializa con éxito sus proyectos para que otros, agradecidos destinatarios, nos beneficiemos de su trabajo y buen ojo. El último ejemplo lo tenemos en el material que ha dado a la imprenta recientemente, una hermosa novela-biografía —género que según cuentan por ahí está a la moda— en torno a la figura de María Moliner. Todo un jocundo reto para el lector. El libro se titula Hasta que empieza a brillar, y ha sido publicado por Alfaguara. Sepamos que este título esconde la admiración que María Moliner sentía por la poeta Emily Dickinson, quien escribió: «A veces escribo una palabra y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar».

Cuando lo inventado es el escritor surge la pasión por las palabras. ¿O será al revés?… Yo mismo comencé inventando palabras para un país inventado, un idioma en ciernes para una patria in albis, lo que me permitió matar felizmente los tiempos perezosos de la infancia y acabar atrapado en las redes de la sintaxis, la fantasía o, quién sabe, el palabrerío sin más.

Acabé siendo la sombra de un escritor.

"Con María Moliner como guía, el léxico como leitmotiv y el apasionado oficio de Neuman, las palabras conforman una amalgama selvática y lírica"

Con María Moliner como guía, el léxico como leitmotiv y el apasionado oficio de Neuman, las palabras conforman una amalgama selvática y lírica, no solo desbordada por los significados y los significantes, sino también susceptible de dar paso a la imaginación, la poesía, el cuento… O sea, la novela. Porque en este libro pesa más la historia de una mujer heroica, en un tiempo por desgracia apropiado para los adalides, que la información basada en datos acerca de la vida de esa mujer heroica. Una vida alrededor de las palabras, y el néctar que estas esconden, con el objetivo y el reto de confeccionar un nuevo, extraoficial y nunca sobrante diccionario.

La novela y la semblanza, que unidas vienen a derivar en la sinfonía más hermosa del referido cosmos, aquí llamado literatura, pues lo primero que un lector busca en una novela se ciñe a la biografía, completa o parcial, de los personajes (reales o ficticios, qué más da: son personajes, son vidas al servicio de una técnica de escritura).

Doña María le dice a Dámaso Alonso, de visita en casa de la lingüista, que nació en el año cero, y así fue. Lo hizo en Paniza (Zaragoza) en el año de 1900. Pero la guasa parece esconder una interpretación estrictamente especulativa: el año cero es el año donde todo tiene su principio, también las palabras y sus imágenes indisociables, de ahí que todos nos sintamos tentados a afirmar que el año de nuestro nacimiento es, al menos para uno mismo, el verdadero año cero. Donde todo tiene su comienzo, hasta que las cosas empiezan a brillar: la Historia, los sentimientos, el sonido y el sentido de las palabras, el mundo entero… Todo. Incluso esas rutinas inevitables que apuntalan nuestra existencia. Como cuando, siendo niña, doña María disfrutaba haciendo cada día el mismo recorrido de camino al colegio, pues ella pensaba que hacer eso era algo parecido a releer, una y otra vez, el mismo libro: siempre se saca algo nuevo.

Hábilmente, Neuman ilumina su narración con una serie de diálogos intercalados que, apócrifamente, constituyen un alarde de verosimilitud, haciéndonos creer que escuchamos a la propia doña María y sus interlocutores, así dialogue con Dámaso Alonso —principalmente acerca de su fallido ingreso en la Real Academia Española—, con su esposo Fernando, que se estaba quedando ciego, o con sus hijos cuando éstos aprendían a balbucir, en esa lengua de trapo característica de los niños, palabras cual aspirantes a usuarios del lenguaje y sus misteriosos recodos, y de paso mostrándole a su mamá los entresijos seminales de los vocablos. La niñería al servicio de una fijación capaz de urdir pensamientos de esta índole: «Alguna gente escribe, pero todo el mundo habla».

Oh, sí; hablar es la obra, dando por hecho que solo Adán y Eva se habrían expresado correctamente (nos dice Neuman que dijo Moliner).

A propósito de la obsesión por el lenguaje, el empeño llevaba a doña María hasta los detalles más insospechados de aquél. Como cuando valoró métricamente su nombre en tanto verso, tal vez suelto. «María Moliner» es un heptasílabo con el que bien podría arrancar —esto lo añado yo— una seguidilla o formarse el hemistiquio de un alejandrino.

Cuando la Guerra Civil española, doña María, en Valencia, mimaba más que nunca los libros de la biblioteca pública que dirigía, protegiéndolos frente a los bombardeos con lo que ella misma dio en llamar el «refugio de papeles», a lo que añade Neuman: «Como si los libros fuesen personas. Y lo eran».

"Entregada al magno proyecto de su Diccionario de usos, trabajaba desde las cinco de la mañana hasta que salía para acudir a su puesto de trabajo"

Ya en Madrid, doña María, entregada al magno proyecto de su Diccionario de usos, trabajaba desde las cinco de la mañana hasta que salía para acudir a su puesto de trabajo, y lo hacía humildemente en la mesa del comedor de su casa en la calle Don Quijote. Manejaba lápiz, pluma estilográfica heredada y finalmente una Olivetti Pluma 22. Poco a poco fue invadiendo el hogar de fichas y registros de palabras y sus formas de uso. Como apoyo en la tarea, contaba con los diccionarios de la Real Academia, el de Casares y el etimológico de Corominas. Y a menudo también aprovechaba el incentivo de las visitas amables de Dámaso Alonso, quien acabó llevando el manuscrito de doña María a la editorial Gredos, donde, tras no pocas reticencias y discusiones, acabó viendo la luz, materializado en dos volúmenes.

No se hizo esperar el sorprendente éxito de la obra, hasta el punto de conseguir que su verdadero título, Diccionario de uso del español, fuese sustituido popularmente por el nombre de la autora: el María Moliner, dando origen a una cómoda metonimia que aún hoy manejamos. Una cosa es el diccionario de la RAE y otra distinta es el Moliner.

Aunque algo tarde, de repente llegó la notoriedad. La primera persona que se preguntó acerca de los misteriosos entresijos que permitían que un libro de palabra, un diccionario de usos, llegase a alcanzar semejante eco e implantación fue, sin duda alguna, la autora. El María Moliner se convirtió en una realidad independiente cuando doña María ya era abuela y se veía abocada al atento cuidado de Fernando, su marido ciego. Y es que «últimamente vivía despeinada».

«—¿Cuántos años tienes, abuela?

—Todos».

Había nacido en el año cero. En la Real Academia por fin ingresó la primera mujer —no fue doña María, sino Carmen Conde—. Y finalmente llegó la arteriosclerosis, esa puta burla que desbarata las palabras.

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Autor: Andrés Neuman. Título: Hasta que empieza a brillar. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros

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