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Mr. Sherlock Holmes recuerda

1947. Un nonagenario Sherlock Holmes regresa a su granja, sita en los Downs, en el sur de Inglaterra, en la que se dedica, desde que se retiró tras el fin de la Primera Guerra Mundial, al cuidado de las abejas. Holmes regresa de un viaje al Japón, del que vuelve con unas misteriosas cenizas de extractos de sansho, fresno espinoso, con la esperanza de que le ayuden a recuperar la memoria. Le obsesiona un caso, del que le vienen neblinosos retazos a su no menos brumosa memoria: el caso de un tal Thomas Kelmot, quien le pide que investigue el errático comportamiento de su esposa tras la muerte de sus dos hijos recién nacidos, un caso que puso fin a su carrera como consecuencia de su fracaso al solucionarlo. El buen Watson, que había abandonado Baker Street tras casarse por segunda vez, y que no participó en la aventura, escribió un relato, The Adventure of the Dove Grey Glove, en el que falseaba los hechos, incapaz de reconocer el fracaso de su héroe y amigo. Holmes es una figura severa y solitaria, huraña incluso con su ama de llaves, la viuda Mrs. Munro, y su hijo Roger, que ayuda a Holmes con su apiario y curiosea el escritorio del detective, en el que descubre un manuscrito inacabado en el que Holmes ha decidido contar la verdad sobre su postrero caso, pura y simplemente porque el pasado se bloquea en sus recuerdos.

"Holmes, al filo ya del final, desarchiva el oscuro hilo de su misantropía, de la frialdad de su lógica deductiva al juzgar la vida, los pecados, las pasiones ajenas"

Es el pasado quien lo lleva a Japón, con la promesa de esos extractos de plantas que le ofrece Tamiki Umezaki para su castigada memoria. Este último también desea que el exdetective le diga por qué su padre, tras una visita a Holmes en Inglaterra, jamás regresó a Japón, abandonando a su esposa e hijo. Holmes y Umezaki viajan hasta el devastado paisaje postatómico de Hiroshima. El detective le cuenta que jamás se encontró con su padre, y que lógicamente lo que sucedió es que encontró otra mujer y les abandonó.

Holmes se debilita; tras una caída se queda prácticamente inválido. Mrs. Munro, harta de la frialdad humana de Holmes, decide aceptar un empleo en Portsmouth para que su hijo, que se opone, cada vez más intrigado y vinculado con Holmes, encuentre otros horizontes distintos del aislado mundo de la granja. Todo se derrumba alrededor de Holmes, que persiste en penetrar en la niebla dolorosa de los recuerdos. ¿Por qué fracasó? ¿Por qué le contó eso, sin certeza, a Umezaki? ¿Por qué cada día es más fría, más solitaria, su vida? ¿Por qué el joven Munro se pega a él, le insta a escribir, a recordar? ¿Por qué todo, los recuerdos, la vida, Mrs. Munro, se apartan de su camino condenándolo a su soledad? Holmes, al filo ya del final, desarchiva el oscuro hilo de su misantropía, de la frialdad de su lógica deductiva al juzgar la vida, los pecados, las pasiones ajenas. Su egoísmo, su incapacidad para compartir soledades, como le pidió y suplicó Mrs. Kelmot, sentados ambos en el banco de un jardín rebosante de vida y primavera; su renuncia, cautelosa, tan taimada como misteriosa, al compromiso de amar y ser amado, de cambiar, de trocar lógica por corazón.

"Condon nos lleva en volandas a ese mundo real que inventó Conan Doyle, a sabiendas de que algunos de nosotros negaremos que Holmes sea un ser de mera ficción"

Mr. Holmes es una bellísima, muy hermosa película, la mejor —junto con La vida privada de Sherlock Holmes, según Billy Wilder— que se haya filmado sobre el gran detective del 221b de Baker Street. La que desentraña el retrato íntimo, muy privado, no se si freudiano o simplemente humano, demasiado humano, que Conan Doyle disfrazó tras una pipa, un gesto distante, una prodigiosa mente inductiva, una amistad con reservas con su fiel Dr. John H. Watson; tras su soledad sin ataduras, su pasión por resolver los hilos deshechos de las vidas ajenas sin mirar los propios. Un guión perfecto de Jeremy Thatcher, adaptando una buena novela de Mitch Cullin que juega prodigiosamente con el peligroso instrumento narrativo del flashback; en este caso insertado con precisión matemática en la investigación a la que Holmes somete a los retazos de sus recuerdos. Una puesta en escena maravillosa de Bill CondonDioses y monstruos—, que domina ese fragmentado retrato a base de una planificación poética, comprometida, por precisión clásica, dominio de miradas y silencios, ejecutor impecable del doble ritmo de la trama exterior del relato y de la interior de ese Holmes que recuerda y sufre, de esa máquina perfecta que no se detiene ante la dolorosa verdad, ayudado por una escalofriante actuación de Ian McKellen como Holmes, junto con esa actriz sutil, intimista que es siempre Laura Linney, y la frescura de Milo Parker como el joven Munro. Merced a la fotografía y a la ambientación y vestuario, Condon nos lleva en volandas a ese mundo real que inventó Conan Doyle, a sabiendas de que algunos de nosotros negaremos que Holmes sea un ser de mera ficción. Eso, jamás.

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Mr. Holmes. Producida por Ai Films. Dirigida por Bill Condon. Guión de Jeffrey Thatcher, adaptando la novela A Slight Trick of Mind, de Mitch Cullin. Fotografía de Tobias A. Schliesser. Música de Carter Burwell. Montaje de Virginia Katz. Diseño de producción, Martin Childs. Vestuario, Kattie Madden. Interpretada por Ian McKellen, Laura Linney, Milo Parker, Hiroyuki Sanada, Hattie Morahan, Patrick Kennedy, Roger Allam, Frances de la Tour, Colin Starkey, Nicholas Rowe. Duración: 104 minutos.

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