Nace Man Ray

París no es solo la Ciudad de la Luz, también es la Ciudad de las Sombras. El tanatoturismo —que no es otro que aquel que lleva cuantos lo practican a lugares relacionados con la muerte y las distintas tragedias que conforman la Historia— tiene en la capital francesa uno de sus principales destinos. En efecto, igual que se visita el Louvre o la Torre Eiffel, quien así lo desee puede descender a las catacumbas: un entramado subterráneo que en verdad impresiona. Antiguas minas de piedra caliza, cuando los cementerios a la intemperie empezaron a quedarse pequeños, allá por el siglo XVIII, las otrora galerías comenzaron a guardar los restos de los parisinos que emprendieron el viaje sin regreso. Es un lugar inmenso, aunque al público sólo se le permite transitar por un camino de kilómetro y medio que discurre entre calaveras y fémures.

Visita obligada para los mitómanos de cualquier tipo es el cementerio de Père Lachaise, donde, relativamente cerca de los restos de Oscar Wilde, Balzac o Jim Morrison, aún se alza el Muro de los Federados. Fue allí donde, en mayo de 1871, los comuneros riñeron su última batalla y, cuando la perdieron, les pasaron por las armas los infames versalleses. Destino fundamental para el tanatoturismo, acaso sea el cementerio del Père Lachaise la necrópolis con más protagonistas de la Historia de todo el planeta.

"Sí señor, Man Ray fue un maestro de lo irracional, lo incongruente, un poeta cuyas palabras no pretendieron trasmitir información alguna"

Pero Man Ray, el fotógrafo Man Ray, surrealista de primera hora —André Breton, vigía de la ortodoxia de aquella vanguardia, le incluyó en el grupo en 1924— duerme el sueño de los justos en el cementerio de Montparnasse, no muy lejos de la tumba de Brâncuși y a unos pasos de la de Jean-Paul Sartre. Sea el viajero tanatoturista o no, que se encomienden a esa fosa cuantos hoy visiten aquel camposanto porque un día como el nuestro, el 27 de agosto de 1890, hace 135 años, muy lejos de allí, en Filadelfia, venía al mundo Emmanuel Radnitzky. Estadounidense de nacimiento, estaba llamado a ser parisino y vanguardista. Dadaísta primero, surrealista después, su obra fue a la razón una sombra, como la novela gótica al Siglo de las Luces.

Ya con el nombre de Man Ray —empezó a usarlo en 1914—, fue fotógrafo —un fotógrafo que a veces fabricaba extraños objetos solo para fotografiarlos—, pintor, cineasta, artista polivalente… Sí señor, Man Ray fue un maestro de lo irracional, lo incongruente, un poeta cuyas palabras no pretendieron transmitir información alguna. Concibió sus clichés más que como un experimento, como una aventura. Pionero de los solarizados, y en el retoque de los positivos mediante la manipulación del papel sin negativo ampliado sobre él, definió sus imágenes como “cenizas intactas de un objeto devorado por las llamas”.

“El surrealismo se reconoció por primera vez en el espejo negro del anarquismo”, escribe André Breton en La llave de los campos (1953). Y Buñuel, don Luis Buñuel, siempre recordó que “el surrealismo fue un movimiento poético, revolucionario y moral”. Lástima que para Paul Élouard —que yace en el Père Lachaise—, Louis Aragon y el propio Breton —desde 1927 miembros del Partido Comunista Francés—-, la revolución acabase siendo la estalinista: el comunismo fue el verdugo del anarquismo desde la retaguardia; el fascismo, desde la vanguardia.

"Sí señor, el del gran Man Ray, nacido un día como hoy, fue el tiempo de Alfred Stieglitz, quien, bajo el lema de “el mundo es bello”, exhortaba a los fotógrafos a partir con la pintura"

Man Ray ya era anarquista desde antes de llamarse Man Ray. Corría 1909, el mismo año en que el estado español fusilaba al pedagogo anarquista Francisco Ferrer Guardia, el futuro creador de objetos extraños integraba un círculo anarquista neoyorquino llamado como el creador de la Escuela Moderna. Cuatro años después, en 1913, se instala en una comuna de los sin amo de Nueva Jersey y en ella conoce a la que será su primera “compañera”, que dicen los sin Dios: la escritora libertaria Adon Lacroix. Con los años, compañeras suyas serían Lee Miller —la antigua modelo y gran fotógrafa de guerra— y Alice Prim. Esta última, más conocida como Kiki de Montparnasse —aquella que posó para él en Les violons d’Ingres (1924), uno de los más célebres retratos de Man— fue la gran musa del París de las vanguardias.

Sí señor, el del gran Man Ray, nacido un día como hoy, fue el tiempo de Alfred Stieglitz, quien, bajo el lema de “el mundo es bello”, exhortaba a los fotógrafos a partir con la pintura y cultivar un nuevo arte genuinamente fotográfico. Man colaboró en 1921, en la galería Anderson de Nueva York. Pero como anarquista que era —que viene a ser como decir hombre sin dogmas, sin amos y sin dioses—, el tiempo de Man Ray también fue el tiempo de Marcel Duchamp, junto al que fue dadaísta. El tiempo de Man Ray fue el de La revolución surrealista (1925), en cuyo primer número colaboró.

Sí señor, el tiempo de Man Ray fue el París de las vanguardias. Una antigua gloria que, a falta de un recorrido por la Ciudad de la Luz —que en su tiempo la acogió—, hoy, que todo es el manido realismo mágico, la siempre infausta política y las constantes mentiras que se desprenden desde las alturas, parece más próxima al tanatoturismo de la Ciudad de las Sombras.

4.7/5 (31 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios