Netflix ha estrenado la serie El cuco de cristal, una nueva adaptación de los libros de Javier Castillo, que en este thriller narra la historia de Clara (interpretada por Catalina Sopelana), una médico residente que tras ser recibir un trasplante de corazón se traslada a un pequeño y enigmático pueblo para descubrir quién fue su donante. Allí conocerá a Marta (Itziar Ituño), la madre del joven donante, Juan (Alfons Nieto), fallecido en un accidente de tráfico, pero también a Rafael (Iván Massagué), compañero en la Guardia Civil de Miguel, el marido de Marta, desaparecido casi 20 años atrás.
La ficción transcurre en dos ejes temporales: 2023, con la visita de Clara (momento en el que también desaparece una niña), y 2005, cuando se muestra el pasado de Miguel, que intenta salvar a una mujer de un incendio y se obsesiona con demostrar la culpabilidad del marido. A través de seis episodios, los espectadores descubrirán los hilos que unen estos hechos y los claroscuros que esconde cada personaje. “Al final de la serie los personajes se relacionan con su lado salvaje de un modo u otro: algunos luchan contra él e intentan alejarlo, pero otros lo abrazan, lo aman y lo aceptan”, concreta Alvea.
Por su parte, Sopelana describe la ficción como un “thriller emocional” protagonizada por personajes “muy rotos”. “Cada personaje tira de un hilo y arrastra con él muchas cosas sorprendentes. Es una serie impactante, con giros de guion y cosas que te sorprenden. Habla de venganza, traición, amor, de cosas escondidas, de presencias que remueven…”, subraya Massagué.
Para ambos actores es importante contentar a los adeptos de las novelas de Javier Castillo, que ha vendido más de dos millones y medio de copias de sus libros. “Los fans están muy pendientes del estreno y hay nervios. Eres consciente de que hay que hacerlo bien y estar a la altura”, apostilla Sopelana.
Sobre si El cuco de cristal tendrá una segunda parte, como tuvo La chica de nieve, Castillo apunta que cuando escribió la novela la concibió como una historia cerrada, pese a que el final parezca abierto: “Me gusta que la gente piense cómo continuaría, no darlo todo masticado”.



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