Hace algunos días, durante un rato sin mayor quehacer, leí un post en medios sociales que sacudió el suelo digital de la plataforma X. El seísmo venía dado por un usuario bravo y descocado, que lanzó un alegato en favor de los yankees y su mirada hacia el patrimonio español ¡para bien! ¿Pero qué demonios? En efecto, su publicación era una afrenta, porque los norteamericanos han sido y son unos bárbaros que nos tienen la misma estima que la que le yo le brindo al brócoli salpicado en salsa de soja. Al menos eso piensan infinidad de personas que, a las puertas del 2026, prefieren seguir sentados plácidamente sobre un mullido sofá de tópicos, provenientes de una especie de 98 continuo que apenas ha tenido tregua —Clinton bailando la “Macarena”, quizá— y hoy sigue tan vigente y provocador como cuando gobernaba McKinley. Pues ha llovido un poquito, a decir verdad. Y aunque Hollywood siga siendo una herramienta vigorosa para las perogrulladas, ancha es Castilla para saber contestarlas. Contestarlas con el fundamento de los hechos y, por tanto, alejándose de narrativas simplistas y delirantes sentimientos de boicot, porque otra cosa no, pero ¡cómo nos gusta un drama!
En esa fotografía política, también cultural, nos topamos con figuras que merecen mucho más que un simple saludo retrospectivo. Y tranquilos todos, que no os voy a vender —y mira que podría— al “miura” de Macharaviacha, don Bernardo de Gálvez, el hombre blockbuster de ese teatro en gran angular levantado por las trece colonias. Prefiero, sin embargo, dedicar mis dotes comerciales para hacer lo mismo con otros personajes que resolvieron, con igual convicción, pelear por la independencia de los futuros Estados Unidos. De entre esa pléyade de nombres surgen, por ejemplo, Diego Gardoqui y Juan de Miralles. El uno comerciante y el otro casi que también. La ocupación de ambos les hizo dominar y deslizarse por amplias capas sociales, picoteándolas con un catálogo de destrezas más propio de los mejores espías. De hecho, Miralles llegó a serlo, y junto a Luis de Unzaga, gobernador de la Luisiana, orquestaron una red de información que ni el MI6 en su versión —digámoslo así— James Bond. Gracias a ellos los chicos de Washington pudieron sostener “la fiesta” durante años, toda vez que se blindaron con el capital crediticio del pueblo cubano. De lo contrario, ¿cómo habrían ganado los patriotas en Yorktown? Pues eso: plata refulgente y gansa. ¡Ah!, y a fondo perdido, que por algo es antológica la generosidad española. Aunque, eso sí, no tan conocida es la intrahistoria de todo ese dinero, ¿verdad? Logrado, como si de un milagro se tratase, por comisionados como Francisco de Saavedra o el general de Cuba, Manuel Cajigal, sin olvidarnos de otro detalle: la férrea voluntad de la élite femenina de La Habana, mujeres tan afines a la revolución como la mismísima Betsy Ross. Por el contrario, esta no fue la única dádiva —suena muy menor para lo que realmente era— enviada desde la perla antillana como centro neurálgico de otras entidades imperiales. En consecuencia, por mediación del virrey Martín de Mayorga, salió hacia las arcas insurrectas del Tea Party lo que la historiografía ha dado a conocer como “el donativo universal”. Ni más ni menos que 40 millones de pesos, a petición expresa de Carlos III.
A todo esto, el citado Cajigal terminó por ser premiado con la capitanía general de Cuba, porque tardó, exactamente, lo que yo en comerme un donut en mandarle a Gálvez la élite militar del Caribe: pardos y morenos que demostraron sus quilates en la toma de Mobila, penúltima etapa antes de que Pensacola fuera el tie-break del conflicto. Claro que aquí, tratándose este artículo de la Guerra de Independencia norteamericana y la inestimable ayuda de nuestro país a la causa, la pregunta conveniente es si hubo algún español allí que no fuera determinante. En tierra nos seguirán surgiendo nombres, Fernando de Leyba, sin ir más lejos, o Francisco Cruzat, predecesor de este último al frente del gobierno de la Alta Luisiana que, así como se apuntó un tanto por el triunfo en Baton Rouge, alzó tiempo más tarde el pabellón rojigualda en lo que ahora es Chicago. En el mar, tres cuartos de lo mismo: ahí está José Solano y Bote, dique para la contención británica en las Antillas, además de ese viejo lobo, torero de coso salado, José de Córdova, autor de una estocada a la pinche flota del rey Jorge, que sigue poniendo los pelos de punta de sólo evocarla.
Tan marineros nos hemos puesto que la cosa quedaría fea sin aplaudir a nuestros ingenieros navales, ya que con el diseño de sus navíos consiguieron que la Armada Real desquiciase a la Royal Navy en su afán por socorrer a las fuerzas realistas. ¡Glory to the Spanish ships!, que en castellano viene a decir “se me quiten el sombrero ante el San Juan Nepomuceno”. Este friso de amistad, tan naval y tan velero, bien haríamos en cerrarlo con Jordi Farragut, natural de Menorca, que pasó a ser parte, prácticamente fundacional, de la novísima US Navy, al cristalizar desde la embrionaria Marina Continental. Estaréis conmigo en que, con semejante alfombra roja, no es descabellado sostener que a la firma del Tratado de París, en 1783, el sabor de la victoria era mucho más nuestro que anglosajón. ¡Vale! No vamos a decir que Washington y compañía se sintieran más españoles que los vinos de puntapié, pero es un hecho que lo hispano pesaba, y mucho. A propósito, el citado presidente se haría con un ejemplar del Quijote pocos años después de rubricar la Independencia y, en un momento coincidente, se da esta cita de Jefferson, en la que el Padre Fundador le expresaba a su yerno que “nuestra conexión con España ya es importante y lo será mucho más”, sumado a que “los orígenes de la historia de América están escritos principalmente en español”.
No le faltaba razón a Jefferson. A lo largo del siglo XIX, un amplio abanico de viajeros, escritores y estudiosos se dejaron enamorar por España, tanto por su presencia contemporánea, romántica, como por su caleidoscopio histórico, aún más romántico. Entre los que se dejaron seducir tenemos a Prescott como hispanista, a Irving como novelista, a Huntington como coleccionista y arquitectos como Mizner en un Spanish Revival que sembró Estados Unidos de Giraldas y portadas pétreas de esencia manierista. Para entendernos: como las de Gil de Hontañón. Curiosamente, era tal la fiebre por la vieja Iberia que mientras el estilo colonial copaba los estados costeros del país, en la gran Nueva York, otro arquitecto español, Rafael Guastavino, hilvanaba el futuro de la “Gran Manzana”.
¿Qué os ha parecido? Únicamente hemos abierto una ventana o, más concretamente, las páginas de un buen libro. Un libro que no es de viajes pero funciona como tal. Que no es de historia pero la cuenta muy bien. Que no es de relatos pero sí muy cercano. Un libro excepcional: 1776: We the hispanics, de Eva García.







Magnífico artículo. Estados Unidos le agradeció a España sus auxilios decisivos para ganar su Guerra de Independencia contra Inglaterra con otra guerra: La Guerra Hispano-Americana de 1898.
El proverbial racismo de los blancos anglosajones de Estados Unidos de América, hoy exarcebado con el MAGA del demagogo Donald Trump, no se dirige contra los españoles, quienes son mayoritariamente blancos europeos, se dirige contra los hispanoamericanos o latinoamericanos (para incluir a los brasileros y haitianos) que ellos llaman “latinos” o “hispanos”, clasificaciones raciales de origen policial de los años 20 del siglo XX (cuando la policía usaba también las palabras “negro”, “indio” y “caucásico”, claro que en inglés) para identificar a supuestas víctimas y sospechosos. En Estados Unidos no se discrimina a los españoles se discrimina a los Hispanoamericanos, “latinos o hispanos”, porque somos el feliz y fecundo resultado de la mezcla genética de nuestras raíces españolas, indígenas y africanas, aunque en Estados Unidos el común cree que todos los hispanoamericanos somos “mexicanos”, ergo “indios mexicanos”.
El actual fenómeno de emigración masiva de latinoamericanos a Estados Unidos prueba dos cosas:
1) El virulento racismo de la mayoría blanca de Estados Unidos, con su reacción inhumana contra gente desvalida, porque no le tienen la mano de solidaridad cristiana y, al contrario, desatan la furia de sus perros de presa.
2) Que muchos países de Latinoamérica viven el fracaso de sus sociedades y forzan a sus habitantes al éxodo masivo, a buscar el pan o la libertad en tierra extranjera. El fracaso puede ser político o económico o en ambos planos. Y tales fracasos son culpas propias.
También es pertinente reflexionar sobre el deseo de tantos mexicanos de convertirse en “ciudadanos americanos” (hasta una famosa presentadora de noticias de un canal de televisión hispana en Estados Unidos dijo en un programa de homenaje por su dilatada trayectoria profesional que el día más importante y feliz de su vida fue el día que “juró como ciudadana”, es decir, que ella, mexicana de nacimiento, se nacionalizó “Americana”), porque la emigración masiva de mexicanos a Estados Unidos es una “tradición histórica” y cada tantas décadas los gobiernos gringos ejecutan expulsiones masivas. México está hoy en crisis por el poder del crimen organizado y ya el partido gobernante cambió de la nefasta política de “Abrazos, no balazos” y a quejarse ante Washington en defensa de capos del narcotráfico (aunque nunca un Presidente de México se queje ante el trato humillante que reciben los humildes mexicanos por la policía de migración de Estados Unidos), una vergüenza para todos los hispanoamericanos, a la aceptación de tropas de Estados Unidos en Veracruz, bajo el disfraz de “realizar ejercicios militares”.
Quizás una solución posible a las olas migratorias de latinoamericanos en Estados Unidos y de africanos y asiáticos en Europa sea imitar al valiente y radical Don Quijote de la Mancha del genio español Miguel de Cervantes (Narrador Predilecto de Costromo, mi patria hispanoamericana) en mi relato “Don Quijote contra los Modernos Endriagos”, atacar el mal en su nido, en sus raíces. Aunque en Estados Unidos “radical” es una mala palabra. !Cosas veredes Sancho!
A pesar de lo dicho por la famosa cantante de salsa “La India de Nueva York”, que a los latinos “nadie va a corrernos”, lo cierto es que periódicamente los gobernantes de Estados Unidos “nos corren de ese país” y organizan campañas de deportaciones masivas de inmigrantes latinoamericanos, la mayoría mexicanos (quienes creen que “el sueño americano” es para ellos y no para “los americanos”, los gringos, quienes excluyen de sus sueños a “los mexicanos”, para ellos todos los latinoamericanos). Hasta mediados del siglo XX eran comunes en muchos comercios de Estados Unidos los avisos que decían, en inglés, expresiones cómo estas: “No se admiten negros, indios, perros ni mexicanos”. Y en la Historia Contemporánea de Estados Unidos están documentados con detalle las vergonzosas expulsiones de mexicanos de los años 20 y de los años 50 del siglo XX, después de terminadas la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, porque durante dichas guerras se permitió la entrada masiva de mexicanos para cubrir las necesidades de trabajadores agrícolas y obreros en la construcción y en las industrias por la participación de los hombres en dichos conflictos bélicos.En tales expulsiones también participaron fuerzas militares de Estados Unidos por decisión de los Presidentes de la época y también abundaron los abusos y fueron expulsados ciudadanos americanos de padres mexicanos porque las autoridades rompían los documentos de quienes eran étnicamente “mexicanos, aunque hablaran inglés y mostraran sus certificados de nacimiento en Estados Unidos. El racismo contra los mexicanos era normal en la sociedad anglosajona de Estados Unidos y los blancos pobres aplaudían mayoritariamente estas expulsiones masivas de “mexicanos” porque los veían como sus competidores laborales y una causa que desmejoraba los salarios de los trabajadores. A “La India de Nueva York” no pueden correrla de Estados Unidos porque es puertorriqueña, boricua, por tanto goza de la ciudadanía americana, aunque también de la brutal discriminación racial contra los puertorriqueños. Y si aún en Estados Unidos discriminan a artistas tan portentosas y bellas como la actriz de teatro, cine y televisión, cantante y bailarina Rita Moreno (ganadora del Oscar, del Tony, del Grammy y del Emmy) y “La India de Nueva York”, monumental cantante,
?Cómo tratarán a los simples mortales latinoamericanos?
En 1902 el Congreso de Estados Unidos decidió regalarle la Independencia a Cuba, ganada como botín de guerra a España en 1898, porque se impuso una mayoría en el Senado que no quiso anexarse Cuba no como “Estado Libres Asociado” porque Cuba era mayoritariamente “un país de negros”. Así consta en los Diarios de Debate del Senado de la época. El racismo en Estados Unidos es antiguo y cíclicamente retorna a la escena pública con virulencia. Y los abusos policiales de los agentes de ICE solo es la punta del iceberg.
También existe la tesis que explica la histórica emigración masiva de mexicanos a Estados Unidos como la respuesta a la apropiación por parte de los Estados Unidos de la mitad del territorio original de México en el Siglo XIX, por fuerza o por maña. En todo caso, imagínense cómo estaría México sin las remesas de los trabajadores migrantes mexicanos en Estados Unidos y sin la válvula de descompresión demográfica que significa que durante décadas cada año migran miles y miles de pobres mexicanos, la mayoría de zonas rurales y pequeños poblados de provincia, a Estados Unidos. Sin el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos ya México estaría en crisis final y sí los gobernantes de Estados Unidos decidieron auxiliar económicamente a México, la actual crisis de seguridad ciudadana resultante de la incapacidad de los gobernantes mexicanos de enfrentar a las organizaciones mexicanas de delincuencia organizada determinó que Estados Unidos exigiera y lograra que sus fuerzas militares operen desde bases mexicanas y la nueva Presidenta de México estará obligada a abandonar la nefasta y fracasada política de “Abrazos, no balazos” que erradamente impuso su antecesor López Obrador, y seguramente cederá ante las nuevas exigencias de Estados Unidos, cuyos gobernantes se cansaron de la permisividad de las autoridades mexicanas con los carteles del narcotráfico y demás pandilleros que viven del tráfico de drogas, de personas, de la extorsión, de la prostitución y demás crímenes.
Ante los obstáculos constitucionales para privar de la nacionalidad “americana” a los hijos de extranjeros que ingresaron ilegalmente al país. El gobierno de Donald Trump estudia la opción, de fracasar su errada interpretación restrictiva de la nacionalidad automática por derecho de nacimiento que se ventila ante la Suprema Corte de los Estados Unidos, de presentar una Propuesta de Enmienda Constitucional que sustituya el criterio de derecho de nacimiento (“Jus Soli”, en latín) por el derecho de sangre (Jus Sanguinis, en latín) para el otorgamiento de la nacionalidad o ciudadanía. Esta Propuesta será lanzada después de expulsar a los extranjeros ilegales en el país, después de revocar la nacionalidad a quienes mintieron en el proceso de naturalización y de aplicar la revocatoria de nacionalidad como sanción por cometer delitos conforme a las leyes de Estados Unidos. Se buscará revocar la nacionalidad de quienes nacieron en Estados Unidos de padres extranjeros que estaban ilegalmente en el país en las fechas de sus nacimientos y no contaban con la condición mínima de residentes legales. Después se buscará establecer que solo los ciudadanos “americanos” pueden transmitir la nacionalidad o ciudadanía americana a sus hijos sin importar el lugar del nacimiento, copiando la legislación de países de nacionalismo excluyente como Japón y la antigua Alemania. Sí parece algo exagerado, una desmesura en un país de inmigrantes, debemos recordar que la inmigración aceptada históricamente con alegría en Estados Unidos es la inmigración blanca europea y que en una época prohibió toda inmigración de chinos y negros africanos, incluso en la Historia de Estados Unidos, incluso después de la abolición de la esclavitud, existieron esfuerzos por lograr la salida de población de negros rumbo a África, hasta compraron territorios en África, al Imperio Británico, para enviar allá a grandes contingentes de población afroamericana, como fue el experimento que originó Liberia. No olvidemos que el tradicional racismo de los blancos anglosajones en Estados Unidos tiene más de dos siglos enfocado contra los negros, los indígenas americanos, los chinos y otros asiáticos del extremo Oriente, y nosotros, los hispanoamericanos, que ellos llaman, despectivamente “hispanos” o “latinos”. Y todo este fulgor “de deportaciones masivas” nació de un análisis estadístico: En cosa de tres décadas la población blanca de orígenes europeos de Estados Unidos será minoría ante el crecimiento exponencial de minorías como la afroamericana, la de orígen indio (de la India) y la “latina o hispana”, que designa a la población mestiza de raíces indígenas, españolas y africanas, que forma la mayor parte de la población de las repúblicas hispanoamericanas, especialmente de México, con una tradición migratoria de siglos y con la mayor presencia en Estados Unidos. La población blanca de Estados Unidos teme perder el poder político y que los inmigrantes latinoamericanos reproduzcan las tareas políticas que han determinado el colosal fracasado de muchas repúblicas hispanoamericanas. No es solo racismo, es el temor de perder el orden político republicano (no en sentido partidista) que impulsó el regreso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos a pesar de todas sus fallas. Se impuso el temor “al extranjero que cambiará al país”. Esto explica la expulsión masiva de inmigrantes y las nuevas y agresivas políticas para mantener el control en manos de los anglosajones en Estados Unidos.
Escribí “…La población blanca de Estados Unidos teme perder el poder político y que los inmigrantes latinoamericanos reproduzcan las tareas políticas que han determinado el colosal fracasado de muchas repúblicas hispanoamericanas…” y el corrector ortográfico de mi teléfono portátil o celular cambió “taras” por “tareas”, oscureciendo el significado de lo escrito.
Ya quedó claro que la política anti-inmigrantes del actual gobierno de Estados Unidos es racista: Se privilegia para otorgar asilo a la minoría blanca de Sudáfrica (descendientes de colonos británicos y holandeses) y se excluye su otorgamiento a las personas no blancas. Esto ratifica nuestra opinión inicial: En Estados Unidos no sé discrimina a los españoles, la mayoría blancos europeos, se discrimina a los “hispanos” o “latinos” la categoría racial que inventó la mayoría blanca anglosajona para englobar, en la jerga policial, a todos los hispanoamericanos, quienes somos fruto de la fecundidad de nuestros antepasados indígenas, negros y españoles y por nuestras raíces indígenas y negras somos discriminados en una sociedad que discrimina a su propias minorías indígena (nativa americana) y negra (afroamericana) y tiene en su idioma palabras despectivas para nombrar el mestizaje.