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Ocumare

Playas de arenas nacaradas y aguas de primorosas gamas de azul. Las palmeras cocoteras se comban y proyectan una sombra grácil. En torno, la montaña de pelaje ríspido. Vastas plantaciones de un cacao con el que se hace el que es, probablemente, el mejor chocolate del mundo, de regusto frutal y vetas de madera. El mar, dadivoso, ofrece a los pescadores su entraña preñada de atunes, sardinas, bacalaos, langostinos, cazones. Ocumare de la Costa, estado de Aragua, edén caribeño. Más que una ciudad, un símbolo: símbolo de un país que Dios hizo paraíso y el hombre convirtió en infierno. O sea, Venezuela. Ocumare, como Macondo, como Comala, uno de esos lugares cuya existencia es ya más literaria que real: por mucho que los mapas insistan en su existencia física, existe con más intensidad en el mundo de las letras que en la inhóspita realidad material. Por la gracia de La hija de la española, de Karina Sainz Borgo.

La hija de la española describe un país en días de furia guerracivilista y en plena eclosión de miseria: el país que forjaba el Comandante Eterno, Hugo Chávez. Las protestas contra el gobierno eran reprimidas por el ejército y por comandos convenientemente armados por el gobierno. Los comandos detenían, torturaban, asesinaban con la misma impunidad y tanta o mayor saña que el propio ejército. Ocupaban casas, dejando a los legítimos propietarios en la mismísima calle. La inflación, de tres y hasta de cuatro dígitos, hizo el dinero inservible. En todo caso, no importaba el dinero: no había qué comprar.

"En lo temático, la novela emparenta con el noble linaje de obras que abordan alguna de las autocracias, tan terribles como sórdidas, que en Sudamérica han sido"

Con tal crudeza —con tal franqueza— describe Sainz la situación, que el lector tiene la impresión de estar ante una obra de la tradición apocalíptica. La lucha diaria por la supervivencia, la violencia cotidiana, la rapiña como modo de vida, la desconfianza universal no difiere tanto de la que uno se encuentra en La carretera, de McCarthy. Pero no es un libro para venezolanos, no para los venezolanos de ahora, para quienes esta historia es su historia. Para ellos, de un lado o del otro, el libro es una ampolla. Casi un improperio. Pero sí es un libro para los venezolanos del futuro y para nosotros, para quienes esta historia no es sino una noticia más del telediario, para quienes apreciamos incluso, que Dios me perdone, lo exótico que en ella hay. Porque, confesémoslo, desde la placidez de la democracia liberal se aprecia una punta de exotismo en que las calles huelan a gas pimienta, a contenedor en llamas, a sangre derramada.

En lo temático, la novela emparenta con el noble linaje de obras que abordan alguna de las autocracias, tan terribles como sórdidas, que en Sudamérica han sido, linaje en el que se inscriben algunos de los más célebres nombres de la narrativa latinoamericana y que se da en llamar ‘novela de dictador’. Karina Sainz remoza esta tradición y muestra, como si de una Francis Bacon o una Kokoschka de las letras se tratara, cómo se puede hacer buena literatura a partir de la fealdad más furiosa: los asfaltos andrajosos, los estómagos vacíos, los muertos en las calles, el miedo y la desesperación. La protagonista debe adquirir el tratamiento para la quimioterapia de su madre en el mercado negro, sin saber nunca muy bien qué le están vendiendo. Uno de los grandes méritos de la obra, no obstante, consiste en su despliegue no como una crónica —ni tan siquiera como una crítica, mucho menos como una mofa— de un país en demolición, sino como novela de tinte negro y policíaco, con su aderezo de suspense y tensión sostenida. Y no hay mayor suspense ni tensión que la pregunta que flota, como nube de tormenta, sobre todas las páginas: ¿qué se hizo de aquel país al que tantos españoles marcharon en los años 50 y 60 y del que regresaban ricos?

"Han pasado ya unos años desde la aparición de La hija de la española y su éxito furibundo. Como diría el poeta, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos"

En lo formal, la obra despliega esa prosa ubérrima tan propia de los autores sudamericanos en la que aún resuenan las maneras del boom. Eso sí, rejuvenecida a fuerza de comedimiento: frase corta como latigazo, repudio de toda forma de manierismo, renuncia al adverbio, adjetivación concisa y sugerente. Metáforas brillantes: el hombre que habla con «labios apretados como un ano». El asfalto mojado que brilla «como un tenedor recién pulido». Caracas en la noche como «el nido caliente de un animal que aún me miraba con ojos de culebra brava en medio de la oscuridad».

Ocumare no figura en la novela sino de forma tangencial. Ese paraíso de cacao, de blancas arenas y aguas turquesas, ciudad natal de la recién fallecida madre de la protagonista, aparece como una ciudad remota y de buenos recuerdos. Como un fantasma. Pues eso: Venezuela.

Han pasado ya unos años desde la aparición de La hija de la española y su éxito furibundo. Como diría el poeta, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Karina Sainz, desde luego, no lo es: los de un lado y los de otro consiguieron que no quiera hablar más de su novela ni de su país, al que asegura que no volverá. Quiere hablar de su recién alumbrado La isla del doctor Schubert. A fe que lo haremos. Permanezcan atentos a sus pantallas.

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Autora: Karina Sainz Borgo. Título: La hija de la española. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Raoul
Raoul
10 meses hace

Hombre, la metáfora de los labios y el ano muy brillante no es…