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Pascual García Arano: «Una de las ventajas de que los personajes cuenten la historia es la credibilidad que aportan al relato»

Pascual García Arano: «Una de las ventajas de que los personajes cuenten la historia es la credibilidad que aportan al relato»

Periodista de dilatada experiencia, la memoria laboral de Pascual García Arano se remonta al Diario de Noticias de Navarra. Después llegó El Día de Tenerife. En El Mundo integró la primera redacción, la de octubre del 89 y la calle Sánchez Pacheco. Siguió en este periódico en los años de la calle Pradillo —los mejores— y los primeros de la avenida de San Luis. Ya en la segunda década del presente siglo, con la revolución de los diarios digitales, fue una firma habitual de la web Cuarto Poder. Cuando aquello también se acabó, como García Arano es periodista porque es un letraherido —lo que significa que no puede vivir sin escribir—, cambió la información por la creación. Delincuenciario (Ediciones Eunate) es su última ficción.

En realidad, su actividad como novelista ya viene de antiguo. Entre otros, ha discurrido por títulos como Carta de ajuste (2006), Doble cero (2009) o La metralleta nacional (2010). En base a ellos puede decirse que estamos ante un autor que escribe sin contemplaciones. Como leemos en la solapa de Doble cero, porque “habrá que inventar algo para cuando la Parca venga a ponernos el cañón de su pistola en la sien con la intención de volarnos la cabeza”

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—Habida cuenta de tu condición de periodista, cabría esperar que construyeses tu relato como un reportaje. Sin embargo, has optado por hacerlo a la manera de un texto teatral o un guión cinematográfico. ¿Es una invitación a que el lector termine de construir tu universo?

"Respecto a lo del reporterismo, hace tiempo que no lo reconozco, que apenas lo encuentro por alguna parte, que no sé lo que es ni dónde se ha metido"

—En mis novelas anteriores el punto de vista del narrador era más convencional. El formato de Delincuenciario viene dado por su origen, ya que nace de una mini obra de teatro que yo tenía escrita y publicada como relato breve en Radio Paraíso (2014). Se titulaba Historia de amor en tres actos y creo que solo tenía nueve páginas, esto es, seis páginas más que actos. Iba sobre un viejo poeta tramposo y un muchacho involucrado en un caso de tráfico de drogas, que inician una conversación en la celda de una prisión. El chico, Ramón, quiere que el otro preso, Lucas, le escriba un poema para su novia. De hecho, ese es el principio de Delincuenciario. En otro cuento que también tenía publicado, un policía interroga en una comisaría a un joven acusado de un doble asesinato. Las historias no tenían nada en común, no tenían nada que ver, y me propuse que lo tuvieran. Supongo que es una motivación muy prosaica como punto de partida para una novela, sea negra o de cualquier otro color, pero es lo que hay. Respecto a lo del reporterismo, hace tiempo que no lo reconozco, que apenas lo encuentro por alguna parte, que no sé lo que es ni dónde se ha metido.

—¿Podemos ver en Ramón un prototipo de los nuevos hippies? Por mucho que él, textualmente, niegue serlo, es uno de esos jóvenes que cifran su felicidad en vivir en chanclas —es decir, en un lugar donde siempre haga buen tiempo—, sin atender a nada más que al riego de sus plantas de marihuana, “para el consumo doméstico”, y a los besos a su chica…

—Ramón es la representación del “no jipi”. Él mismo lo reconoce durante uno de los duros diálogos que mantiene con su padre, un viejo sindicalista. “Tener principios está bien”, le dice en un momento, “pero es mejor tener finales, bonitos finales, sobre todo cuando son los tuyos”. Por muchas tomateras y semillas de maría que plantes, si no hay amor ni empatía no hay nada que hacer.

—¿No hay algo de moralina en eso de que por defender el hedonismo frente a un futuro incierto se delinca y se acabe en la cárcel?

"Las cosas tienden a mejorar cuando los jóvenes se animan a dar un puñetazo sobre la mesa"

—El formato dialogado de la novela hace imposible que el autor/relator emita juicio alguno, porque su único papel es el de situar a los personajes en un determinado contexto físico al inicio de cada escena. No hay opiniones, no hay valoraciones morales. Cada personaje se retrata a sí mismo con las cosas que hace o que dice. Este formato obliga también a presentar los puntos de vista de todos los personajes, y no todos dicen lo mismo sobre las mismas cosas. Por eso, solo después de haberlos escuchados a todos te puedes hacer una idea cabal respecto a los hechos… Y sobre el perro mundo que les ha tocado vivir a los jóvenes, supongo que hay muchas formas de reivindicar el derecho a pasártelo bien, incluso en circunstancias inquietantes como las actuales. Desde luego, la realidad incierta y llena de brechas de todo tipo en la que vivimos les da motivos para rebelarse y para montar los pollos que consideren necesarios. De hecho, las cosas tienden a mejorar cuando los jóvenes se animan a dar un puñetazo sobre la mesa. El 15M representó algo de eso. La opción de Ramón, el protagonista de la novela, es otra: participar en una operación de tráfico de cocaína para sacar una pasta. Explica por qué lo hace en otro momento de la conversación que mantiene con su padre. “Yo no quiero salvar al mundo, me quiero salvar yo. Los demás, que se salven ellos”.

—Se diría que condenas la retórica y que, para ti, retórica es todo lo que no sea ir al grano con claridad y concisión…

—También tiene que ver en eso el formato teatral. Apenas si hay espacio para la descripción. En ese sentido, y espero que no suene como una patochada, la novela es pura acción. Más que ver al personaje —que también— debes escucharle, reconocer su voz, que te hable. Una de las ventajas que tiene que sean los propios personajes los que te cuenten su historia es la credibilidad que aportan al relato.

—Por un lado, se percibe un afán de comunión con el hard boiled, la esencia misma de la novela negra, que no deja de ser un ejercicio nostálgico; por el otro, atiendes a crímenes tan reales como el maltrato a las mujeres. ¿Por qué esa inclusión de la triste y rabiosa actualidad? ¿Es un afán de denuncia? ¿Cómo se conjugan estos dos impulsos?

"La violencia contra las mujeres contamina, con diferentes grados de intensidad, todas y cada una de las historias que se entrecruzan en la trama"

—La violencia contra las mujeres contamina, con diferentes grados de intensidad, todas y cada una de las historias que se entrecruzan en la trama. Lo realmente inquietante es lo sencillo que resulta presentar este tipo de comportamientos en los escenarios más diversos de forma verosímil. La sufre la novia adolescente de un presidiario, la mujer de un consultor financiero, la esposa de un agente de policía, la hija del dueño de un bar que va a llevar una comanda al local de al lado… Nada que no encontremos a diario en nuestro entorno o en las páginas de los periódicos. Por eso la cita que abre la novela y que falsamente nos remite a los Evangelios Apócrifos (“Los hombres que maltratan a las mujeres son unos malditos cabrones”) no es baladí, ni por supuesto apócrifa. Si yo hubiera participado en la escritura de los Evangelios Apócrifos la habría incluido, sin duda.

—Corrígeme si me equivoco, pero Delincuenciario, el título, suena como a repertorio, como a catálogo de los crímenes y delitos. ¿Estoy en lo cierto?

—Estás en lo cierto. Es exactamente eso, un catálogo de personajes que cometen crímenes y delitos. Y no todos están en la cárcel, porque también hay delincuentes al otro lado del Pecos. Los policías que detienen a los golfos de poca monta que dan origen a la trama son, al menos, tan delincuentes como ellos. Pero la novela pretende ser algo más que un listado de malos y maldades, y yo me he esforzado mucho para que no falten ni la ternura ni las sonrisas, aunque se te queden congeladas cuatro páginas después.

—Por tu estilo, por esa ausencia de retórica, divagaciones y circunloquios, se diría que, a diferencia del común de los autores de relatos criminales, en general hijos, nietos e incluso biznietos de Raymond Chandler, tú lo eres de Dashiell Hammett. ¿Me equivoco?

—Ninguno de los dos renunció a contar las contradicciones de su época: el culto al dinero, la ambición de poder, la violencia. Siendo diferentes ambos fueron críticos. La novela negra siempre lo ha sido. Socialmente crítica y con atmósfera. Es tan importante la forma que tenga el protagonista de encender los pitillos como el móvil del tipo que apretó el gatillo. Tan relevante es el modelo del coche que conduce el detective como la extracción social del asesino. Estoy hablando de una mezcla, de una combinación entre el puro cliché y los principios. Como Bogart en Cayo Largo. Yo, por lo menos, entiendo la novela negra de ese modo.

—Háblame de tus escepticismos. Empezando por el desprecio al amor con el que arrancas, cuando, estando en la cárcel, Ramón le pide a Lucas que le escriba un poema para mandárselo a su novia, y acabas descubriéndote como un auténtico nihilista.

"El amor es fundamental, es la sal de la vida, y sin él todo parece más chato"

—Los únicos nihilistas que conozco se las tuvieron con El Nota (el protagonista de El gran Lebowski) y salieron mal parados. A la novia de uno de ellos incluso le cortaron el dedo meñique del pie. El amor es fundamental, es la sal de la vida, y sin él todo parece más chato. De hecho, lo es. En Delincuenciario también hay amor, aunque hay que buscarlo.

—Eres todo un nostálgico de los primeros años 70. Evocas a los Creedence de Bad Moon Rising ni más ni menos. Uno de los grupos señeros de aquellos días…

—La novela, como no podía ser de otra manera, tiene también su punto de frenopático de Mondragón. La que se encarga de pinchar las canciones es Marga, una periodista veterana con una voz quebrada y una buena colección de vinilos, que se cuela cada noche con sus historias disparatadas en la prisión, a través de los transistores de los presos. Sus programas son un punto de fuga para los reclusos empadronados allí. Les cuenta historias increíbles no para que se las crean, sino para sacarlos un rato de ese maldito lugar. Incluso les suelta el cuento del día que Neil Armstrong llegó a la luna y se encontró con el Tommy Lee Jones de Space Cowboys apoyado en una roca, esperándole allí mientras el «Fly Me to the Moon», que interpreta Frank Sinatra, se abre camino en el escenario a través del pequeño transistor de Amador.

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