Estas máximas, tan penetrantes como llenas de humanidad, emoción y tristeza, forman un conjunto armonioso en su variedad. Fueron destiladas a lo largo de una sosegada vida en el campo, en una región del sur de Francia desde la que París se veía como algo ajeno, bullicioso y frívolo, que, sin embargo, se reconocía como fuente de todo prestigio.
A continuación, reproducimos un fragmento del epílogo titulado “Como hablaría y sonreiría una sombra”, de Berta Vias Mahou, y una selección de 16 “pensamientos salvajes” de Augusta Amiel-Lapeyre.
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Al embarcarse en la lectura de estos pensamientos breves escritos hace poco más de un siglo por una mujer en un remoto pueblo del sur de Francia, tiene uno la sensación de sostener entre las manos y de libar con el alma un tesoro encerrado en unos sencillos cuadernos. Una colmena que rebosa de ideas zumbantes, a veces delicadas, otras burlonas, a veces tristes, otras incisivas, pero siempre rubricadas por el sentido común, sin amargura y sin ilusiones. El lápiz roza el papel sin hacer apenas ruido, como la propia autora dice en uno de sus apuntes: «La pluma charla. El lápiz cuchichea». Y, al parecer, Augusta Amiel-Lapeyre escribía así. Siempre con lápiz. Como no queriendo dejar casi huella. Ni llamar la atención. Siempre rozando el silencio. Como la alemana Gertrud Kolmar o el español Pedro Casariego Córdoba, dos de los poetas más discretos de todos los tiempos. Fantasmas de la vida. Enemigos del ruido. Sus palabras, las de Augusta Amiel-Lapeyre, justas, concisas, tampoco lo hacen, apenas levantan la voz, pero despacio, con su tenue acento y de puntillas, van habitando nuestro espíritu. Y lo renuevan. Elevándolo.
Casi cada uno de los Pensamientos salvajes encierra, en una síntesis admirable, un universo. En ellos es constante la dicotomía entre extremos. Como ya hemos visto, la de la naturaleza, digamos salvaje, frente a la cultura o la civilización. Pero también: muerte/vida, alegría/pena, palabra/silencio, cualidades/defectos, luz/tinieblas, ciudad/campo, París/provincia, dulzura/fuerza, cuerpo/espíritu… Y es que entre los rasgos del género lapidario, como bien dice el poeta español José Luis Gallero —un gran experto en este tipo de literatura entrecortada— en un artículo aparecido en el diario El País el 11 de enero de 2020 («La edad de oro del aforismo»), aparte de la voluntad de autonomía formal, es decir, que las frases no estén entresacadas de textos más amplios, sino que sean verdaderos pensamientos breves o aforismos, están los siguientes: «brevedad, plasticidad, preocupación ética y un gusto por la paradoja propio de su condición centaura: mitad filosofía, mitad poesía». Características que comparten en mayor o menor medida con máximas, sentencias, reflexiones, adagios, observaciones o greguerías, por poner sólo algunos ejemplos de la enorme variedad dentro de esta categoría literaria.
Por su parte, Andrew Hui en su libro Teoría del aforismo. De Confucio a Twitter señala: «La ironía reside en que el aforismo, siendo la forma que menos tiempo lleva leer, es la que más tiempo lleva entender». No en vano Gilles Deleuze afirmó que todo aforismo debe leerse dos veces. Y Augusta Amiel-Lapeyre en uno de sus apuntes confiesa: «Como un objeto frágil algunos pensamientos no resisten el transporte». Tal vez pensara en la traducción, que no es más que otro transporte. No olvidemos que, como afirma José Luis Gallero en ese estupendo artículo que acabamos de citar, «un pensamiento breve puede requerir muchas horas, incluso muchos kilómetros de gestación».
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Son estos «pequeños» libros, estas recopilaciones del más breve de los géneros o la más elemental de las formas literarias, como los Pensamientos salvajes de nuestra autora o las Meditaciones de Marco Aurelio (traducidas al francés unas veces bajo el título de Pensées pour moi-même y otras bajo el de Pensées pour soi-même), los que nos ensanchan el espíritu, dándonos la oportunidad de que nuestra vida sea un poco mejor. «Pensar noblemente», escribe Augusta Amiel-Lapeyre, «es situar nuestro espíritu en un entorno de élite».
Y también: «Las almas elevadas son como las altas vidrieras de nuestras catedrales, que dejan pasar la luz a través del obstáculo». Por su parte, en el pensamiento número 57 del libro VIII de las Meditaciones, Marco Aurelio compara el movimiento del intelecto humano con el de la luz del sol, que se difunde por todas partes y se extiende en línea recta, iluminando todos y cada uno de los obstáculos que encuentra, asimilándolos. Es decir, haciendo que dejen de ser obstáculos. Una excelente metáfora de cómo debería ser nuestro temperamento para los que inútilmente aspiramos a alcanzar la imposible perfección del sabio estoico. La vida filosófica. Con benevolencia y serenidad.
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16 “PENSAMIENTOS” DE AUGUSTA AMIEL-LAPEYRE
- Un pensamiento profundo es un fragmento de alma.
- Nuestra vida sólo vale por lo que da de vida a los demás.
- Huid de la gloria popular. Tal vez os siga.
- “Yo”. ¡Es bien pequeña esa palabra para contener nuestro egoísmo tan grande!
- ¿Qué es la tierra? Un vasto jardín en el que, a cada poco, una mano divina ha escrito estas palabras: no destruyáis nada, no os detengáis, pasad.
- El amor en lágrimas. El odio en júbilo. Eso es la guerra
- La pluma charla. El lápiz cuchichea.
- Los minutos son largos y los años breves.
- Cuanto más vacío está un corazón, más pesado es.
- El hombre tiene tal necesidad de un maestro que a veces acepta a un tirano.
- Ser inteligente es comprender todos los sufrimientos.
- Ama la tierra. Témela también.
- Se puede dar la felicidad que uno no tiene.
- Cuando todo no es nada, es porque hay algo que lo es todo.
- Cuando el corazón se llena, el tintero se vacía.
- Como un objeto frágil, algunos pensamientos no resisten el transporte.
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Autor: Augusta Amiel-Lapeyre. Título: Pensamientos salvajes. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros.
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