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Pequeño homenaje a Juan Muñoz Martín, creador de Fray Perico

Pequeño homenaje a Juan Muñoz Martín, creador de Fray Perico

Ha muerto Juan Muñoz Martín, padre del Pirata Garrapata y de Fray Perico y su borrico. En recuerdo a un escritor que construyó sus novelas con materiales simples y nobles (la risa popular, la figura del hombre de bien) me gustaría recuperar algunas palabras de un texto un poco más largo, escrito hace algunos años. En él se intentaba describir la naturaleza estética de su primera obra, aquélla que ha pasado de mano en mano, sin interrupción, por generaciones de pequeños lectores. Descanse en paz quien movió con bondad alegre la sonrisa.

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Esta risa franciscana, que encuentra en la alegría pura, mansa, su forma de enfrentarse al mal, atrajo a los artistas modernos. Una pareja de ellos, cineastas, el director Roberto Rosellini y el guionista Federico Fellini, supieron explotarla perfectamente en su película Francisco, juglar de Dios. En España, esta comicidad dio pie a la novela de José María Sánchez-Silva Marcelino, pan y vino, llevada a la pantalla por Ladislao Vajda, donde se afianzaba la relación entre las figuras de los Hermanos menores y la risa del niño. La simpleza se manifiesta como valor, y la imitación se revela como un conducto estético fruto de un acto de la comprensión risueña.

"El éxito de una buena caricatura radica en su simpleza. Esta simpleza significa comprensión de un espíritu. Fray Perico es bueno"

Como tal acto, fruto de la comprensión (un esfuerzo interpretativo) y de la risa, debe tenerse a la caricatura. De la misma forma que Junípero es una caricatura de Francisco y Francisco es una caricatura de Cristo, el Fray Perico de Juan Muñoz Martín será una caricatura infantil de esta saga. Desde esta perspectiva debe entenderse su novela y el éxito de su personaje, convertido en protagonista de toda una serie. El niño ama la caricatura porque lo pone en contacto con la realidad de una forma alegre, porque le habla del mundo con su lenguaje de valores claros y exuberantes. La caricatura le permite comprender sin renunciar al gozo. El niño goza porque la imitación es su forma de conocer el mundo (y Fray Perico será un niño grande que trata de imitar con menor éxito que su propio burro los oficios de los frailes y aprender el alfabeto, la lengua escrita de los adultos) y porque la risa aflora en cada fiasco, en la forma imperfecta del cumplimiento del deseo bienintencionado. En la caricatura la crueldad es inocua, se ve redimida por el final feliz del conjunto. El éxito de una buena caricatura radica en su simpleza. Esta simpleza significa comprensión de un espíritu. Fray Perico es bueno y conquistará el corazón de los frailes porque les hace reír, porque los devuelve a una imagen alegre e igualitaria de la existencia. La novela de Juan Muñoz Martín hace reír a los niños porque su imitación es feliz.

"No es casual el efecto que Fray Perico provoca en la estatua de San Francisco, olvidada en un rincón del convento: sonrisa"

Los rasgos que demuestran el carácter caricaturesco de Fray Perico y su borrico y que trasladan la materia originaria al espacio infantil son la estilización, mediante repeticiones, comparaciones, rimas internas y enumeraciones cómicas (el más evidente lo proporciona el nombre de los propios hermanos franciscanos: Fray Nicanor, el superior; Fray Olegario, el bibliotecario; Fray Bautista, el organista; Fray Cucufate, el del chocolate; Fray Pirulero, el cocinero, Fray Mamerto, el del huerto… ), así como la imitación de modelos previos: en el sencillo argumento de la novela (una sucesión de pequeños capítulos, “florecillas” que recogen la vida de un aprendiz de fraile en un convento franciscano) se acumulan episodios que repiten punto por punto las andanzas de Francisco y los suyos (Fray Perico le corta el rabo a una vaca, domestica a un lobo, sana a un leproso, provoca una batalla de tomatazos, prepara un guiso donde las avellanas participan con su cáscara…), que recuerdan la relación del niño con la estatua en Marcelino, pan y vino o incluso Platero y yo. El propio Fray Perico, en su fisonomía y proceder (“rústico, gordo y colorado”) parece un retrato simpático de Junípero. La sencillez e inocencia de Fray Perico acabará ganando el cariño de los frailes, por encima de los desastres ridículos. No es casual el efecto que Fray Perico provoca en la estatua de San Francisco, olvidada en un rincón del convento: sonrisa. La risa es el valor máximo de esta novela, construida sobre el principio tradicional de la indeterminación en el tiempo (que sólo se acotará posteriormente, en los siguientes episodios de la serie) y la abundancia: “Así iban pasando los años por el convento. Fray Perico era cada vez más inocente y más bueno”.  Asimilado a un niño (dormilón y analfabeto) y capaz de conversar con los animales (el burro, el lobo), Fray Perico devuelve la risa a un mundo igualitario especializado en oficios (el bibliotecario, el cocinero, el hortelano…), su torpeza resalta el principio de una laboriosidad alegre, que infantiliza el convento, devolviéndolo a la gracia. Fray Perico y su borrico sustituye el milagro por la irrupción de la risa. La flor da paso al capítulo risueño.

"Que la novela es una caricatura se comprende al ver la célebre florecilla franciscana del discurso a las aves"

Que la novela es una caricatura se comprende al ver la célebre florecilla franciscana del discurso a las aves (donde los pájaros quedaron fijados al suelo, ajenos al roce del hábito de San Francisco al pasar entre ellos) convertida en un guirigay de gallinas revoloteando dentro de los muros del convento de Fray Perico. El carácter de dicha caricatura, su comprensión entera del modelo, alcanza su dimensión justa al final, cuando dicho guirigay cristaliza en una descomunal puesta de huevos (el bien crece). El sentido último de esta novela queda puesto en evidencia en su última escena, que no tiene por protagonista a Perico. Un fraile visitador llega al convento, apercibido del desorden al que éste se ha entregado (“una gran alegría comenzó a reinar en el convento”). Llega dispuesto a sancionar a los hermanos. Comprueba el desorden (los frailes han sustituido la rigidez  por el gozo) y los castiga. Pero en la ejecución del propio castigo (izar una enorme campana hasta lo alto del campanario), de nuevo la torpeza de Perico promueve el disparate y la risa, incluida la del propio fraile visitador. Cuando dicho fraile llega hasta la Asamblea de superiores para informar sobre el caso de heterodoxia en el convento, tropieza en los escalones provocando la risa de buena gana de los religiosos. “¡Si supieran que lo he hecho aposta!” se dice para sus adentros, risueño, el visitador. Acaba de completar la caricatura.

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