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Ninfómanas y pichabravas

El lenguaje es una trampa elegante, una máquina de poder disfrazada de diccionario. Lo dijo un fulano con acento francés y barba de catedrático: quien nombra, manda. Porque las palabras no solo describen, sino que deciden a quién aplaudir y a quién llevar al paredón. Y en esa tómbola del idioma español pocas palabras son tan significativas de lo que somos, fuimos o nunca dejamos de ser, como ninfómana y pichabrava. Las dos calcan con precisión quirúrgica nuestra moral sexual de toda la vida. La primera viene del griego —nýmphē, ninfa; manía, locura—. O sea, una ninfa loca. El término viajó con toga romana, pasó por los conventos medievales y aterrizó en el siglo XIX, donde los médicos de entonces, entre cigarro y cloroformo, diagnosticaban ninfomanía a cualquier mujer que demostrara más apetito sexual del que su esposo estaba dispuesto a conceder. Era el tiempo en que la histeria femenina se curaba con masajes pélvicos y duchas de agua fría, y el deseo femenino se clasificaba como patología nerviosa. Freud hizo negocio con eso. Si goza, está reprimida; y si no goza, también, dijo el muy cabrón. Ciencia moderna, la llamaban.

La ninfómana fue la gran invención médica: una excusa elegante para decir «no es que le guste la candela, es que está enferma». Así, la sociedad podía ir tranquila a misa de ocho. Pero el varón no necesitó diagnóstico. Cuando un pavo mostraba idéntico apetito no lo medicaban, sino que lo felicitaban. Se inventó para él otro mito más simpático: el sátiro, criatura del bosque. En los libros de mitología, el sátiro era un sinvergüenza adorable; en los de medicina, ni salía. Su exceso de deseo era prueba de buena salud. En la América hispana tuvo su versión criolla: pichabrava. Maravillosa palabra, de las que se sueltan entre risas y con una palmada en la espalda. El pichabrava es un campeón, un héroe de cantina. El término no insulta, admira. Es vocablo de potencia, virilidad, éxito, elogio fálico con denominación de origen. Y qué ironía: ambas palabras —ninfómana y pichabrava— nombraron lo mismo, el deseo desbordado. Pero uno venía con camisa de fuerza y otro con medalla de oro y la próxima copa la pago yo.

El lenguaje popular, en su infinita sabiduría, siempre ha sabido a quién fusilar en la cuneta. A las mujeres, adjetivos punitivos: ninfómana, histérica, desvergonzada, ramera. A los hombres, epítetos de campeones: donjuán, conquistador, castigador, burlador, semental. Y aunque el castellano se moderniza, ni el diccionario que lo observa se libra: la virgen es virtud; el donjuán, seductor; la ninfómana, insaciable. Lo divertido es cómo cambia la forma y se conserva el fondo. Durante el XIX, la cosa pasó de los consultorios a los salones. Los novelistas inventaron señoras que morían de deseo mal encauzado. Luego la cosa cambió a diagnóstico psiquiátrico. Sólo hace poco se suavizó en los manuales, sustituida por el más aséptico trastorno hipersexual. Mismo perro, otro collar. El lenguaje cumpliendo la vieja función social de policía.

Y mientras, el jacarandoso pichabrava siguió feliz, riéndose en los casinos y los bares. Ningún comité médico le metió mano. El deseo masculino, naturalizado; el femenino, fiscalizado. Así estuvimos siglos: ellos con licencia para picotear, ellas con obligación de justificarse. Y así seguimos, a pesar de los que ahora, ellos, ellas y elles, se dicen rompedores, los tiñalpas, echando la culpa al diccionario que, por fortuna, levantó acta notarial de todo. Como si eliminar un sustantivo desmontara treinta siglos de estructura mental.

Las verdaderas revoluciones femeninas no las hicieron los lingüistas espontáneos de Twitter, sino las mujeres que sin hashtag ni pancarta se jugaron el cuello desde siempre. Ahí están Rahab, Tamar, Judit, Betsabé, María Magdalena y compañía, esas pecadoras bíblicas que torearon leyes divinas y humanas a fuerza de inteligencia y coraje, haciendo feminismo antes de que la palabra existiera. Después, Cervantes las metió en la literatura: Marcela, Dorotea, Preciosa… Mujeres que no se pintaban la cara de morado ni alardeaban de idiotas sin complejos, pero tenían más dignidad que todo un Parlamento español. Porque todavía hoy (2025) enarcamos una ceja ante el deseo de una mujer y miramos al macho de turno —hasta que pierde los papeles como Errejón— con la misma indulgencia que al torero. El lenguaje no cambia si no cambia la mirada, que es más vieja que las palabras. Así que deberíamos sobar menos el diccionario y mirar más la Historia. Ahí están las auténticas rebeldes, las que amaron y sobrevivieron mientras les poníamos crueles etiquetas: ninfómanas, rameras, pecadoras. Cuando sólo eran mujeres libres. Y todavía hoy, en esta España más falsa que un euro de mortadela, ser de verdad libre sigue siendo lo más grave.

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Publicado el 14 de noviembre de 2025 en XL Semanal.

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26 ddís hace

Genial el artículo, don Arturo. Una descripción lingüística, semántica, muy exacta. No sólo eso, también exacta social y hasta políticamente.

Bueno, lo único que disiento es la simplificación que ha hecho usted sobre mi admirado Freud que, siento decirle, no decía eso exactamente. Además, estaba el pobre inmerso en una de las sociedades europeas con una moral social más pacata, reprimida e hipócrita de toda la historia: la Viena de entre siglos. Creo que realmente decía lo contrario: las mujeres que reprimían su deseo sexual, como impulso natural del eros, caían en la histeria y las neurosis.

Pero, ahí tenemos a Gregorio Marañón, uno de nuestros mejores médicos, tristemente olvidado, el cual puso a los donjuanes en su sitio real. Por que, al final, lo ha insinuado usted muy bien, para los pichasbravas, los puteros y los donjuanes, lo fundamental es alardear. Alardear es consustancial a estos elementos. Y, alardean por lo que usted ha dicho, porque está bien visto socialmente. Ya lo dice el refrán, alardea y échate a follar.

Deberían hacer unas olimpíadas para todos estos fulanos. España quedaría la primera. Todas las medallas de oro. Quizás así no se dedicarían a la política.

Sobre lo de que tenían más dignidad que todo un Parlamento español… bueno, creo que hoy cualquiera tiene más dignidad que un Parlamento español, cualquiera, tristemente. Aquí, siento decirle, se ha equivocado totalmente. Es un Parlamento sin dignidad. Fíjese usted en sus parlamentarios. Precisamente los nombran por pichasbravas. Usted ha nombrado a uno de ellos, precisamente representante de los tiñalpas antidiccionario. Los que sueltan por la boca mientras palpan los culos disponibles. Además los hay de todos los signos políticos. Algunos se dedican al flirteo extemporáneo, aprovechando el carguito, mientras el personal se ahoga.

Y, es que, los “dignos” políticos son los que más pichasbravas son. Hasta en los mítines cambian de ropa para marcar paquete. Poderío gonadal, que se dice. La erótica del poder.

Puteros, asaltacamas y acosadores. Además de otras muchas cosas. Realmente creo que debería usted haber dicho que todas las extraordinarias mujeres que nombra tienen más dignidad que Rigoberta Menchú, que Begun Shaista o que Carolina Marín, Hipatia de Alejandría… pero hay muchas más para poner de ejemplo.

Saludos a todos.

basurillas
basurillas
26 ddís hace

Infomanás: dícese del sujeto o persona, sin adscripción de género, que consigue ser alimentado gratuitamente, como si la manduca cayera del cielo, traficando con noticias, bulos e información supuestamente privilegiada, y todo ello sin dar palo al agua. En algunos lugares pijos, especialmente restaurantes, a estas personas caraduras y “simpas” también les pueden llamar “influencers”.

Pisha-Bravas: dícese del gaditano, entusiasmado en un bar o tasca madrileño, que reclama del camararero una ración de esta especialidad de patatas, sabiamente aderezadas con una salsa picantona, cuya fórmula o composición es un secreto del establecimiento mejor guardado que la de cierta bebida de cola de norteamérica.

Ya sin bromas, tanto en un caso como en el otro, ninfómanas y pichabravas son conceptos asociados a una necesidad -insatisfecha normalmente- de acentuada actividad sexual. Vulgar y genéricamente ambas palabras, sin distinción ni valoración de géneros, podrían ser sustituidos por la expresión “desde que amanece…apetece”.

John P. Herra
John P. Herra
26 ddís hace

No siempre es tan blanco y negro; a veces, repito, a veces, salen peor parados los hombres cuando a ellas se las llama “devorahombres” y a ellos, “cabrones”.

John P. Herra
John P. Herra
26 ddís hace
Responder a  John P. Herra

Tampoco es cosa de hombres y mujeres, a veces, lo que juega es la envidia. A cuantos hombres y mujeres no veremos apresurarse a la lapidación y al señalamiento de la paja (con perdón) en el ojo ajeno.

ricarrob
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26 ddís hace

Da para mucho su artículo de hoy, don Arturo. Aunque no sea más que por asociación de ideas. Técnica freudiana, vamos (por meterle a usted un poco el dedo en el ojo).

Después de un café en vena y un poco de ejercicio, parece que tengo las ideas un poco más claras, si es que las tengo claras alguna vez.

Hay otro término, a nivel popular, que aunque no lo refleje la RAE (está muy mal que no lo haga y ya que es usted miembro, debería proponer su inclusión), que es “pichafloja”. Este me gusta más y es más descriptivo. La RAE debería decir que es aquel que no es capaz de controlar sus instintos. Lo contrario de un estoico, vamos. Descerebrados, vamos.

Si se les llamara pichafloja (despectivamente) en lugar de pichabrava (admirativamente) quizás empezaría a cambiar algo esta sociedad.

Y, hablando de pichaflojas y, hablando de dignidad, todo por asociación de ideas, me he olvidado de mentar a una mujer excepcional, reina por nacimiento, reina por casamiento, reina por derecho propio y reina de la dignidad. Muy poca gente pone y tiene la dignidad a tan altísimo nivel. Como he dicho, excepcional.

Ustedes se imaginan ya a quien me refiero. Quería hacerle desde aquí un humilde homenaje. Por supuesto, me refiero a Sofía, la Reina, su Majestad. Porque hablando de dignidad, es su paradigma. No hay suficientes palabras para expresarlo. Mi admiración más sentida. Toda una mujer.

Dignidad. Una sociedad sin dignidad es una sociedad decadente, una sociedad de pichabravas y de pichaflojas. Dignidad. Por ella, algunas autobiografías exculpatorias se deberían quemar.

Dignidad.

Saludos a todos.

Aguijón
Aguijón
26 ddís hace

Paradojas, don Arturo

Las pedorras y salidos
Aparecen, sin pudor,
Laborables y festivos
Dentro del televisor.

En pleno horario infantil
O cerrando la emisión,
Las cadenas que hay aquí
No distinguen situación.

La llegada de “igual da”
Hace que lo que antes fue
Sin dudarlo, de verdad,
Una ofensa a la mujer

No se pueda sostener,
Pues en los tiempos de hoy
Quien ostenta ese poder
No es ni Franco ni Rajoy.

Por eso hace mal usted
Recordando ese dolor
Cuando es moda el entender
Que ahora ya triunfa el amor.

¿Cómo se va a denigrar
Una chica por tener
Muchas ganas de follar
Si es lo propio en la mujer?

¿A caso no quiere ver
Que se ha inventado un cartón
Para que meen de pie
Y, ya puestos, a su vez,
Le prescriben opinión
Para que se siente usted?

No, don Arturo, no es
Una cosa baladí…
Primero, porque es joder,
Segundo, porque es así.

Saludos.

Javier
Javier
26 ddís hace

Satiriasis, efectivamente es la ninfomanía masculina. Es el apetito sexual exacerbado en el varón.
Hoy ambas posturas son declaradas como adicción al sexo. El pajilleo del que ve porno por Internet, también.
La historia está plagada de grandes ninfómanas, que lo fueron y no fueron molestadas por ello. Ahí tiene usted a nuestra Isabel II, de la cual se dice que tenía un apetito sexual exacerbado, el cual heredó sin duda de su augusto padre, Fernando VII, que a su vez lo heredó de su augusta madre, Maria Luisa de Parma.
Como ve, a lo largo de la historia los satiriásicos y las ninfómanas se fueron sucediendo en el poder, sin que nadie los metiera en un manicomio por tal apetito sexual.
Esos, y las hogueras de la inquisición estaban destinadas al pueblo llano, al cual se le exigía una absoluta corrección de costumbres, de la que no gozaba su Augusta realeza, o la aristocracia que la rodeada.
No era por ser mujeres, era por ser pobres….
Saludos

Aguijón
Aguijón
26 ddís hace
Responder a  Javier

A doña Isabel la casaron con “Paquito Natillas”… Normal que buscase fuera lo que no tenía en casa… Que busco mucho, pues sí.
Espero que la lección esté aprendida para el futuro casi inmediato.
Saludos.

Frank
Frank
26 ddís hace

Bravo D. Arturo, y sin ningún compromiso decíamos ( soy víctima reformada de mis tiempos) farol de la calle, quinqué en la casa….. cuando poniendo piso y manteniendo querida eras un cabrón y si la esposa, tratando de compensar su insatisfacción se atrevió a algún devaneo extra marital……puta. Conociendo de cerca donde nos rascámos, todo para, o mejor, disfrazar, nuestra propia ineficacia, impericia o egoísmo por decirlo suave. Gracias Maestro

José Prats Sariol
José Prats Sariol
26 ddís hace

Y el choteo se ensaña aún en las mujeres, se les dice “De cadera inquieta y moral distraída”, cuando son libres; mientras que a los hombres nada, silencio aquiescente.

Julia
Julia
25 ddís hace

Magnífico artículo Sr Pérez Reverte, como siempre.

Ahora bien, cierto es que la mujer ha estado sometida desde el Paraíso al hombre, pero fue ella la que hizo pecar a Adán.
Siempre ha habido mucha mojigatería en torno a la sexualidad femenina, pero la mayoría de las veces sólo es apariencia.

Los científicos, todos hombres, se encargaron de diagnosticar los males de las mujeres que ellas aceptaron sumisamente mientras hacían lo que deseaba en la intimidad.
En todas las épocas han existido también los adulterios femeninos, en este caso penalizados.
Las Lucrecias, Mesalinas , Catalinas, Marquesas de Pompadour, las Bellas Otero y protagonistas de novelas como La Regenta, La Dama de las Camelias hicieron de su femineidad y sexualidad un arma invencible.

La mujer no es débil, conoce su poder y lo utiliza sin que los hombres sean conscientes y siempre ha sido así, incluso en la actualidad.
El hombre, siempre fanfarrón, trata con desdén a la mujer fácil, hasta que se rinde a sus encantos y la convierte en su esposa, pero sucede por la gracia sandunguera y manipuladora de la susodicha.

La astucia de algunas mujeres es superior a la de cualquier hombre y no resulta entendible que ellas, madres y educadoras de sus hijos varones a lo largo de los siglos, no hayan sabido inculcar en sus vástagos la debida consideración, el respeto y el lugar para la mujer que le correspondería ocupar en la sociedad. Será que en el fondo la mayoría no lo desea?
No soy feminista, soy femenina.

Un saludo.

Rubén Robledo
Rubén Robledo
24 ddís hace

Buenas noches. Menciona a mujeres del antiguo testamento. Una de las bases de la comunidad judía entonces era la protección a viudas y huérfanos.
Durante siglos, salvo en los conventos, una mujer no podía llevar una vida digna sin la tutela de un varón (ya fuera el padre o el marido).
Asegurar la descendencia en la sociedad judía era fundamental. Tamar tiene un hijo de su suegro (Judá), porque este faltaba a su obligación de casarla con el siguiente de sus hijos (los dos anteriores fallecieron siendo esposos de Tamar)
Si Tamar no hubiera podido demostrar que Judá había sido el padre, hubiera sido quemada viva por prostitutirse.
Coincido con Pérez Reverte en que Tamar fue una mujer libre. Y se jugó la vida en ello. Saludos

Javier
Javier
21 ddís hace

Una tía que folla mogollón para mí es una heroína y le pido un autógrafo.

José Carlos
José Carlos
21 ddís hace

Resulta paradójico que de una manera u otra, a lo largo de la historia o en la actualidad, trátese de hombres o mujeres, siempre se culpabiliza el deseo. Tanto las religiones como cualquier forma de moral laica suelen mirar el deseo como algo inconveniente, molesto e incluso peligroso, cuando es un instinto natural propio de todos los seres vivos, fruto de las hormonas que regulan nuestro comportamiento. No defenderé las conductas que atentan contra la libertad y la dignidad de las personas, ni tampoco la falta de empatía y autocontrol, pero nunca está de más recordar que somos mamíferos altamente evolucionados que compartimos con los demás seres vivos el instinto reproductivo.
Luego, claro está, aspiramos a ser algo más que simples animales y seguramente lo seamos, pero con un cuerpo físico y todas las consecuencias que eso conlleva.
No seamos hipócritas y admitamos que el deseo es normal y natural, que se vive con intensidad y se manifiesta de mil maneras. En nuestras manos está encauzarlo para no hacer daño a nadie, pero cargarlo con el estigma de la culpa, además de un error, es fuente también de múltiples injusticias.

Última edición 21 ddís hace por José Carlos