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Perros de ficción: De Rin-tin-tín a Caramelo

Perros de ficción: De Rin-tin-tín a Caramelo

Alucinaba en colores, aunque las imágenes fueran en blanco y negro. Como todos los niños de los sesenta, asistí maravillada al prodigio de la magia catódica: ver películas en el salón de tu propia casa sin pasar por taquilla, o en la de una amiguita pija, pues la tele era todavía un lujo, aunque en una pantalla pequeña que a veces se rayaba o se cubría de nieve. Entre los programas de aquella época recuerdo especialmente Las aventuras de Rin-tin-tín, por el carisma de su protagonista, un perrazo de carne y hueso, de carne y pelo, a diferencia de los remilgados dibujos animados de Disney. A mediados del pasado siglo no se veían tantos por las calles como ahora, y debías evitar a los chuchos de los pueblos cuando ibas en vacaciones, porque te podían arrancar la mano de un mordisco y contagiarte la rabia, advertían los mayores. Y con los peludos animados los críos babeábamos como las cobayas de Pavlov.

Ignoraba que el original astro canino había muerto hacia tiempo, en 1932, así como su novelesca historia, pero eso no me impedía disfrutar de sus aventuras de ficción. Para quien le dé pereza buscar en Google, resumo las increíbles peripecias del pastor alemán más famoso del mundo. Fue encontrado por Lee Duncan, un soldado estadounidense, junto a su madre y hermanos en unas instalaciones alemanas, en 1918, al final de la Primera Guerra Mundial.  Duncan adoptó al cachorro, y una vez en su país no tardó en descubrir sus aptitudes para la interpretación. Rodó numerosas películas de cine mudo en competencia con otra estrella canina, Strongheart, y se hizo tan famoso que los pastores alemanes se pusieron de moda en Estados Unidos, lo que no deja de ser algo irónico, tras haber vencido a Alemania en la guerra.

"Ha pasado más de medio siglo desde que disfruté con las hazañas de Rin-tin-tín y el mundo ha cambiado radicalmente"

Doblada en castellano neutro, la serie llegó a España en 1959. Recuerdo los personajes humanos, el teniente Rip Master, el sargento O’Hara y el cabo Rusty, pero si tuviera que contar el argumento de un episodio debería inventármelo, lo que no sería muy difícil, pues respondían a la clásica estructura de western descafeinado para público familiar ambientado en Fuerte Apache, rodeado de empalizadas y asediado por indios emplumados más malos que un dolor de muelas. A pequeña escala y de plástico, esas rústicas fortalezas militares del Salvaje Oeste eran el juguete soñado por los chicos de la época, con figuritas de soldados, indios y vaqueros, caballos incluidos.

Ha pasado más de medio siglo desde que disfruté con las hazañas de Rin-tin-tín y el mundo ha cambiado radicalmente, aunque siga habiendo guerras e injusticias y las desigualdades sociales se acentúen. Pero los restos de aquella niña que todavía habita en mí disfrutó también a lo grande con otro can de ficción, Caramelo, protagonista total de la película brasileña de Diego Freitas que ha enamorado al mundo por su gracia y simpatía. Nada más cumplir su sueño de ser chef en un lujoso restaurante, Pedro adopta a un chucho callejero y al poco tiempo le diagnostican una grave enfermedad. En el proceso de curación, su mascota tendrá un papel clave. Algo sensiblera y predecible, dictaminan algunos críticos. Puede ser, pero solo por la cálida mirada, las orejas tiesas y el nervio vibrante de ese perrito vale la pena verla, aparte de otros elementos, como la música, la fotografía y divertidas escenas desencadenadas por la vitalidad de Caramelo, que irrumpe en la cocina del restaurante de lujo y destroza sin contemplaciones el apartamento de su salvador.

"Más de medio siglo separa a estas dos estrellas de cuatro patas, y cada una representa su tiempo, marcando profundas diferencias"

Más de medio siglo separa a estas dos estrellas de cuatro patas, y cada una representa su tiempo, marcando profundas diferencias. Espejos que reflejan distintos momentos de la historia. Incluso sus nombres suenan distinto, a toque de corneta y a algo dulce que se deshace en la boca. Tenemos a Rin-tin-tín, un can de pura raza, perfectamente adiestrado como actor, que interpreta a un guerrero y soldado, un arma de batalla como las bestias que llevaban al Nuevo Mundo los españoles. Tranquilo y obediente. Un emblema del imperialismo yankee, con toques racistas, machistas y todo lo que ya sabemos. Y luego está Caramelo, un mil leches gamberro y alocado que derrocha ternura y posee un sexto sentido para sobrevivir en la jungla de asfalto que es una gran metrópoli como Río de Janeiro, donde dicen que los callejeros viven tres años como máximo. Muchos me parecen. Caramelo es el exponente de lo mejor de nuestro mundo multicultural y sin fronteras por géneros, donde se valora el cuidado al otro y los hombres pueden llorar sin ser acusados de maricones. El mundo cambia a velocidad cada vez más vertiginosa, aunque no sabemos si se encamina hacia el abismo o a las estrellas. En todo caso, aunque guardo cariño hacia el Rin-tin-tín de mi infancia, prefiero que el futuro siga la estela de Caramelo.

Entre ambos ha habido decenas de perros graduados en arte dramático. Aunque Hitchcock aconsejaba no rodar con niños ni animales, muchos directores se han atrevido con los perros, y en el show audiovisual los hay de todas las razas, pelajes y ocupaciones: policías, mascotas familiares o exploradores en los Polos. Se han contado también historias reales, entre ellas la increíble muestra de fidelidad del perro Akita, Hachiko en el filme Siempre a tu lado, una de las más conmovedoras que recuerdo, con una fugaz aparición de Richard Gere. No voy a hacer un listado completo, que sería cansino y redundante.

"¡¿Y qué pasa con los gatos?! Por su temperamento indomable e independiente, no han tenido tanto protagonismo como los perros en el séptimo arte"

A la vista de la creciente presencia perruna en las calles barrunto que nuestros mejores amigos van a tener cada vez mayor presencia en el cine. Un ejemplo reciente es un éxito de Netflix, la serie española con sabor gallego Animal, dirigida por Víctor García León y Alberto del Toro, ambos cineastas con nombres de animales en sus apellidos, por cierto. Curiosa casualidad. En ella Luis Zahera se mete en la piel de un agradecido personaje, después de interpretar a tipos adustos y canallescos: un veterinario cuya vocación es aliviar los sufrimientos de vacas, corderos y cabras, que por cuestiones económicas debe adaptarse al pijerío ñoño e hipercapitalista de una tienda boutique de animales con desfogadores a no sé cuántos euros. Me alegro de que la serie tenga una segunda temporada, pues retrata con verismo el contraste que existe en el trato que se da a los irracionales en dos universos paralelos: el rural y el urbano.

¡¿Y qué pasa con los gatos?! Por su temperamento indomable e independiente, no han tenido tanto protagonismo como los perros en el séptimo arte. Solo aparecen como dibujos animados o como detalle ornamental, por ejemplo en el regazo de Marlon Brando en El Padrino, o de algún malvado oponente al Agente 007, cuyo nombre no recuerdo. O víctimas de un psicópata, como el minino que adopta Mikael Blomkvist en Los hombres que no amaban a las mujeres, dirigida en 2011 por David Fincher. Si en un relato de ficción de género negro aparece una mascota, hay que prepararse para que unas páginas o minutos más adelante la descubran muerta o atrozmente mutilada. Perros y gatos funcionan como aperitivo del plato fuerte. Y hoy día hay quien sufre más por la muerte del bicho que por la de los humanos. Los comprendo muy bien.

Los mininos son los reyes de las redes y de los hogares, tan mimados y consentidos como los chuchos. Incluso los destinados a la dura vida callejera gozan hoy de cierta protección gracias a entusiastas voluntarios que se encargan de alimentarlos. Sin embargo, en el inconsciente colectivo siguen inspirando cierto recelo. Frente a la nobleza y lealtad del mejor amigo del hombre, se les considera egoístas, ingratos, algo taimados y traicioneros. Estereotipos falsos.

"Otro autor japonés, el eterno candidato al Nobel, Haruki Murakami, les hace cobrar vida en sus libros"

Como compensación a su ausencia en las alfombras rojas, los michis pueden jactarse de su papel protagonista en magníficas novelas, como Yo, gato, del japonés Natsume Soseki, en la que, a través de la sagaz mirada de un pequeño felino petulante, el autor japonés retrata a la sociedad de su tiempo, los años cincuenta, que se debate entre el influjo de las modernas corrientes y su cultura ancestral. También otro autor japonés, el eterno candidato al Nobel, Haruki Murakami, les hace cobrar vida en sus libros y cuentos como símbolos del misterio y la soledad y como guías entre el mundo de la vigilia y de los sueños. Aquí también tuvieron, a otro nivel, sus paladines literarios: Fernando Sánchez Dragó y Antonio Burgos los convirtieron en personajes de sendos libros: Soseki, Inmortal y tigre y Gatos sin fronteras.

Mi idea no era hablar de libros, que merecen un artículo aparte y muy extenso, pero antes de poner punto final mencionaré un puñado de títulos que me vienen a la cabeza, pues aúnan buena literatura con una fiel síntesis del alma humana y el ánima animal. Flush, un delicioso relato en el que Virginia Woolf recrea la vida de una cocker spaniel de la poeta Elisabeth Barret; Los perros duros no bailan, de Arturo Pérez-Reverte, una historia de camaradería canina con el trasfondo de las terribles peleas de perros, o el último premio Lumen, Fosca, de Inma Pelegrín, primera novela de esta poeta murciana, en la que una perra cataliza un intenso drama familiar.

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