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Pícaros en la literatura (VII): Mariano Pecado, el pícaro infantil triturado por la realidad

Pícaros en la literatura (VII): Mariano Pecado, el pícaro infantil triturado por la realidad

En La desheredada (1881) de Benito Pérez Galdós, el joven Mariano Rufete –apodado irónicamente «Pecado»– se erige como una versión extrema y oscura del pícaro tradicional. La novela realista galdosiana retoma la figura del niño marginado y buscavidas propia de la picaresca clásica, pero la despoja de cualquier atisbo de romanticismo o humor benevolente. Si en la tradición picaresca (desde Lazarillo de Tormes hasta El Buscón) el protagonista infantil, huérfano y pobre, lograba sobrevivir a base de ingenio en una sociedad hostil, en el Madrid decimonónico de Galdós ese ingenio ya no basta: la infancia de Mariano no sobrevive gracias a su astucia, sino que es aplastada por la miseria y la violencia estructural que lo rodean. Galdós fusiona así la herencia picaresca española con el crudo determinismo naturalista, dibujando un anti-Lazarillo cuyo destino no es la picaresca triunfante, sino la tragedia social.

Un pícaro degradado y radicalizado. Desde su primera aparición, Mariano Pecado exhibe los rasgos clásicos del pícaro: perillán de trece años, huérfano de madre y abandonado a su suerte en los bajos fondos madrileños, rehúye la escuela y el trabajo formal, vive de triquiñuelas y pequeñas raterías, y sueña con enriquecerse sin dar palo al agua. Como tantos pícaros, detesta la autoridad y ansía libertad absoluta para «ir a lo suyo». La crítica ha señalado que Mariano “sigue un designio […] de héroe picaresco”, marcado por su innata propensión a la vagancia y el deseo de dinero fácil. Sin embargo, Galdós lleva estos rasgos a un paroxismo trágico: lo que en un Guzmán de Alfarache era picardía satírica, en Mariano deviene encanallamiento acelerado –una caída moral en espiral–. Su rebeldía infantil, lejos de ser entrañable o ingeniosa, toma la forma de conducta antisocial violenta. Mariano no es el pícaro que burla a sus amos con gracia, sino un niño semisalvaje que acaba convirtiéndose en delincuente juvenil. Ya no estamos ante el simpático sobreviviente que esquiva la aniquilación social, sino ante un muchacho realmente aniquilado por esa sociedad hostil, una sociedad que lo ha maltratado hasta límites insospechados.

"En este punto, Galdós desmonta cualquier resto de romanticismo pícaro: la inocencia infantil ha sido aniquilada, aplastada por un entorno que no perdona ni a los más jóvenes"

Explotación infantil y brutalización. Galdós presenta a Mariano como víctima de la injusticia social decimonónica, dibujando un crudo cuadro de explotación infantil. Tras la muerte de sus padres, el chico malvive al cuidado de su tía Encarnación –apodada la Sanguijuelera, significativo nombre–, quien lo obliga a trabajar jornadas interminables en una cordelería (soguería) para ganarse el jornal. En el memorable Capítulo III, titulado significativamente “Pecado”, Isidora (la hermana protagonista) encuentra a Mariano en el taller de sogas: un local oscuro y malsano, casi un túnel infernal cubierto de polvo de cáñamo, donde el niño pasa el día girando la rueda de torcer hilos en un esfuerzo repetitivo y embrutecedor. Galdós subraya así la deshumanización de Mariano: se ha vuelto una pieza más de la máquina, un autómata de fuerza bruta sin infancia ni educación. La propia voz narrativa describe a Mariano con la mirada vacía y la torpeza casi mecánica de quien ha perdido la chispa infantil. Como apunta la crítica, Pecado simboliza a todos aquellos niños obreros del siglo XIX cuyos cuerpos y mentes eran triturados por el trabajo tempranero: “explotado en una soguería […] repetía día tras día la tarea de dar vueltas a un torno en un esfuerzo inútil que lo destruía como ser humano”. Esta imagen de un Sísifo infantil encadenado a la rueda del trabajo resume la denuncia social galdosiana: Mariano es la infancia esclavizada por la necesidad, alejada de la escuela y de cualquier oportunidad de progreso.

Infancia sin inocencia: de la picaresca al crimen. Aislado de todo afecto y referente moral –“no conocía los lazos de ningún cariño; rechazado por todos”, dirá Galdós de otro niño desdichado en su obra–, Mariano deriva rápidamente hacia la delincuencia. Sus diabluras infantiles escalan a acciones violentas: riñas callejeras, pequeños robos e incluso homicidio involuntario. En un arranque trágico, Mariano mata accidentalmente a un chico de su barrio (Zarapicos) durante una pelea, acto que lo llena de pavor y culpa. Galdós narra la huida del muchacho, escondido en las alcantarillas de Madrid –literalmente entre las cloacas de la sociedad–, donde el niño asustado monologa consigo mismo. Es una escena sobrecogedora: Mariano, apenas un adolescente, se considera irremediablemente “culpable” y “merecedor de castigo”, reflejo distorsionado de la moral religiosa de la época. Hambre, miedo y soledad aprisionan su mente igual que los muros del desagüe que lo acoge. Como señala un análisis, el chico se comporta como “un animal acorralado incapaz de creer que merece compasión; lleva grabada la idea de culpa y no se atreve a pensar que quizá la culpa sea de quienes lo persiguen”.

En este punto, Galdós desmonta cualquier resto de romanticismo pícaro: la inocencia infantil ha sido aniquilada, aplastada por un entorno que no perdona ni a los más jóvenes.

"La denuncia de Galdós y el guiño a Andersen. A través de Mariano, Galdós lanza un alegato feroz contra la situación de la infancia pobre en su tiempo"

El desenlace de Mariano Pecado lleva esta radicalización de la picaresca hasta sus últimas consecuencias. Lejos de reformarse o hallar refugio, el muchacho se hunde más en la marginalidad violenta. Seducido por malas compañías del lumpen (la “alta vagancia” galdosiana), Mariano participa en actos subversivos de mayor calibre. En un gesto desesperado de venganza contra la sociedad que lo ha maltratado, llega incluso a involucrarse en un atentado regicida contra el rey. Aquí Galdós ficcionaliza un hecho real (el fallido atentado de 1878 contra Alfonso XII por un joven desarraigado) y convierte a Mariano en símbolo de una infancia empujada al terrorismo por la opresión. Tras este crimen político, el destino de Pecado se sella trágicamente: es capturado y condenado a muerte, ejecutado probablemente garrote en mano (como sugiere el título de un famoso grabado de Goya, “El agarrotado”, que Galdós parecía tener en mente). La novela cierra así el arco del personaje con una imagen potentísima: la niñez marginada que, en lugar de burlar a sus opresores como haría un pícaro clásico, termina estrangulada –literal y metafóricamente– por la sociedad. Mariano Pecado muere ajusticiado, consumando la metáfora de un niño devorado por el “pecado” colectivo de la negligencia social.

La denuncia de Galdós y el guiño a Andersen. A través de Mariano, Galdós lanza un alegato feroz contra la situación de la infancia pobre en su tiempo. El autor –influido por las ideas regeneracionistas y conocedor de los incipientes debates pedagógicos en la España post-68– veía en la educación la única tabla de salvación para estos niños desheredados. No es casual que en la novela varios personajes bienintencionados insistan en “poner a Mariano en la escuela” cuanto antes. Pero la dura realidad, nos dice Galdós, es que para chicos como Pecado esas oportunidades llegan tarde o nunca. El narrador advierte explícitamente que el auge de la delincuencia juvenil no es innato a los niños, sino resultado del abandono y la desprotección que sufren. En este sentido, Mariano Pecado encarna una denuncia social que trasciende la novela: es el rostro literario de miles de niños explotados sin “amparo gubernamental, familiar ni religioso” en la convulsa sociedad decimonónica.

"Galdós, pintor de la sociedad con tintes tanto críticos como compasivos, traza en Mariano un destino que es a la vez singular y colectivo"

Resulta inevitable recordar aquí, siquiera con un guiño, a “La niña de los fósforos” de Hans Christian Andersen, publicada pocas décadas antes. Aquella pequeña cerillera danesa, tiritando de frío en la noche de Año Nuevo, ofreció al mundo una imagen imborrable de la infancia sumida en la miseria y el abandono. El cuento de Andersen buscaba conmover y enseñar compasión hacia los niños pobres que “sufren hambre y dolor sin nadie que los auxilie”, denunciando la responsabilidad de una sociedad que los deja morir de frío. Galdós comparte esa compasión y esa denuncia, pero no concede a Mariano ni siquiera el consuelo poético que Andersen dio a su heroína (quien al menos “ascendía” con su abuela en una visión celestial). En el Madrid de La desheredada, no hay fuegos fatuos de fósforos que alivien el final: Mariano se apaga de manera brutal, sin milagros ni ensoñaciones, frente a la indiferencia de los poderosos. La breve sombra de la Niña de los Fósforos planea sobre Pecado como un contraste: ambos son criaturas sacrificadas en el altar de la pobreza, pero Galdós, fiel a su realismo, nos niega toda dulzura o redención. El resultado es aún más escalofriante.

En suma, Mariano “Pecado” Rufete destaca como una de las creaciones más desgarradoras de Galdós y una reformulación radical de la picaresca en clave realista. Bajo su apariencia de pilluelo callejero se revela el símbolo de una infancia destruida: un Lazarillo de Tormes que en vez de burlar al ciego, acaba arrollado por las ruedas de la fábrica y de la historia. Galdós, pintor de la sociedad con tintes tanto críticos como compasivos, traza en Mariano un destino que es a la vez singular y colectivo. Singular porque asistimos a la tragedia personal de un niño al que apodan “Pecado” quizás para expiar en él las culpas ajenas; colectivo porque su caída resume la de tantos niños olvidados del XIX. La tradición picaresca, con su ingenio y su “socarronería española”, queda aquí desfigurada y sin gracia, reemplazada por una potencia analítica implacable: la novela expone los mecanismos sociales (pobreza, falta de educación, explotación laboral) que llevan al pequeño pícaro a devenir víctima y verdugo al mismo tiempo. Mariano Pecado no sobrevive a su época, pero en su corta vida literaria ilumina –como un fósforo triste– las vergüenzas de una sociedad que permitía la muerte moral y física de sus niños. Galdós nos lega así una lección de humanidad: la verdadera desheredada es la infancia cuando la arrebatan el ingenio, la inocencia y el futuro, dejándola a merced de la violencia social.

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Jorge Juan 65
Jorge Juan 65
2 meses hace

Magnífico artículo. Mariano Pecado no es un personaje especialmente conocido de Galdós, y sin embargo Rosa Amor del Olmo lo rescata con gran lucidez en estas páginas de Zenda. La lectura muestra cómo el pícaro clásico se transforma aquí en víctima absoluta de la miseria y la violencia social, un niño triturado por la realidad. Gracias por traer a la luz a este personaje olvidado y devolvernos su fuerza trágica.

Amaia Miralles
Amaia Miralles
2 meses hace

La profesora Amor es la gran especialista en la obra galdosiana, no solo lo avalan sus 20 años de revista Isidora. Tuve ocasión de escucharla debatir contra especialistas norteamericanos con los que se las tiene tiesas en uno de los últimos Congresos. Es una persona sencilla pero metida en debate es única. Me dijo que “no quiere volver a esos congresos de Museo de cera” literal, pero creo que la esperan para el del 26. Genial artículo.

Daniel Gautier
Daniel Gautier
2 meses hace

Hola. Por casualidad he encontrado que Rosa Amor escribe en Zenda, siempre la he leído en francés pero veo que el castellano sin duda es su lengua. Me he leído la saga picaresca. Está muy bien. Me parece un enfoque distinto y moderno. Fuimos compañeros en una universidad francesa.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
2 meses hace

Éste extraordinario artículo es otra prueba de la calificación de la brillante Dra. Rosa Amor del Olmo como la máxima experta mundial en Benito Pérez Galdós y su obra literaria.

Ciertamente, la Dra. Del Olmo tiene el conocimiento erudito y la calidad pedagógica para explicar con sencillez la complejidad del significado polisémico de La Desheredada del gran novelista canario, español y universal que fue Benito Pérez Galdós, cuya obra deslumbró durante el siglo XIX y principios del siglo XX y hoy es considerado con justicia un clásico moderno de la Literatura.

Su personaje picaresco Mariano Rufete o “Pecado” es más crudo y realista que Lazarillo de Tormes porque nació como una directa sátira social sobre la infancia abandonada y explotada en la España del siglo 19 y no quiso limitarse al modelo un tanto ingenuo y folklórico del Lazarillo, quiso ser más terrible y trágico, más devastador y pesimista. Y Pérez Galdós lo logró con creces. En tiempos en los que leer extensas novelas no está en sintonía con el gusto de muchos lectores, la magnífica y prolífica obra literaria de Benito Pérez Galdós puede ser adaptada al cine y a la televisión (en series) y seguramente lograrán grandes éxitos de audiencia, como lo prueban las adaptaciones cinematográficas y de televisión de “Fortunata y Jacinta”, “Doña Perfecta” y “Tristana”.

Leer a Pérez Galdós es un placer y leer a Rosa Amor del Olmo también lo es.