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¿Qué fue de Suzanne y Louise?

¿Qué fue de Suzanne y Louise?

Han Gan fue un artista chino de origen muy humilde, que vivió entre los años 706 y 783. Sus especialidades eran las plantas y los animales, pero con los caballos alcanzó tal grado de destreza que durante siglos se le consideró su mejor traductor a imágenes. Su fama le llevó a vivir en la corte de la dinastía Tang, donde voluntariamente se recluyó en los establos, para poder estar más cerca de sus cómplices favoritos, a los que ya por aquel entonces consideraba sus verdaderos maestros, quizás incluso los considerase su verdadera y única familia. Antes de desterrarse con los caballos, había pintado uno con un realismo nunca antes visto. Cuando al día siguiente de acabar la pintura, el animal comenzó a cojear, un oficial estudió con detenimiento el dibujo de Han Gan y se dio cuenta de que el gran artista se había olvidado de pintar uno de sus cascos. Hay quienes aseguran que en adelante ya nunca volvió a sostener un pincel y que las yemas de sus dedos ya nunca volvieron a impregnarse de color.

Se conservan pocas obras de Han Gan, gracias a Dios conocemos muchas otras a través de copias hechas por discípulos y admiradores. De modo que quizás debamos asumir cierta cercanía entre su vida y la leyenda, entre lo que sabemos e inventamos, al mismo tiempo que quizás debamos asumir cierta capacidad en sus dibujos para conjurar los asuntos de la vida. Algo así podríamos decir de Hervé Guibert, un escritor a quien en su momento se le concedió cierta atención por ser uno de los primeros en escribir sobre el SIDA y también por ser una de sus primeras víctimas célebres. Hace décadas su importancia, al menos en España, era literaria; a poca gente le interesaba si, además de escritor, era guionista, fotógrafo, cineasta o periodista. Eso explica su progresivo olvido, a medida que se normalizaba la enfermedad que aumentó su notoriedad de una manera significativa y que finalmente acabó con su vida, a la edad de 36 años. Podemos entender su obra como una crónica de una muerte anunciada, porque de algún modo siempre se expresó desde el lado de los fantasmas, de vivos a quienes él condujo al mundo de los muertos, de mortales a los que llevó al territorio de la inmortalidad.

"No se trataba de huir de la imprecisión de las palabras, en busca de la precisión de las imágenes; tampoco de mezclarlas y ver cuál podía ser el producto resultante"

Su recuperación, tres décadas después de su muerte, no se ha producido de una manera simultánea a la recuperación de sus obras literarias sino más bien por la publicación de sus obras mixtas en Los Tres Editores y Ediciones Comisura. En ellas se mezclan texto e imágenes, con resultados hasta cierto punto inéditos. No se trata de simples libros, son también hermanos de la obra de Marcel Broodthaers, Vito Acconci, Duane Michals o Sophie Calle. Como todos ellos, Guibert notó desde el comienzo de su carrera que el mundo literario estaba cada vez más limitado para expresar ciertas cosas, pongo por caso el Holocausto o el efecto de las bombas atómicas en Hiroshima o Nagasaki, sin olvidarme de los miedos engendrados por la Guerra Fría, la retransmisión casi en directo de la primera guerra de la historia: Vietnam, la irrupción de los terrorismos que golpearon el mundo sobre todo entre finales de los sesenta y principios de los ochenta, o enfermedades como el SIDA (a la que en principio se la caracterizó con los tintes de una maldición bíblica). Dicha sensación de incapacidad expresiva dio pie a una sensación de orfandad, produciendo un éxodo de la literatura a las artes plásticas, aunque en general nadie abandonase del todo la escritura y lo que hiciese fuera abrir un diálogo entre ella y la pintura, la escultura o la fotografía. No se trataba de huir de la imprecisión de las palabras, en busca de la precisión de las imágenes; tampoco de mezclarlas y ver cuál podía ser el producto resultante. Era, en cualquier caso, un viaje de la ficción a la realidad, sin abandonar del todo el origen ficticio del arte. Era dejar el libro que escribes y convertirte en uno de sus protagonistas, pero sin olvidar nunca que en definitiva sigues siendo también la persona que lo está escribiendo. Es solo que te has convertido en dos.

En libros como Suzanne y Louise, Hervé Guibert no era un simple creador, era además uno de los protagonistas de la creación. Al acercarse a sus dos tías abuelas, primero lo hizo con intención de hacer una película. Seguramente pensaba en El crepúsculo de los dioses, ¿Qué fue de Baby Jane?, La leyenda de Lylah Clare o Fedora, que no tratan sobre estrellas de Hollywood sino sobre muñecos rotos, sobre fantasmas en vida, sobre restos de imágenes, sobre ruinas. Su primer acercamiento a ellas en el libro fue más propio de un desconocido que de un familiar, las describió como «dos mujeres mayores y solas, recluidas, dos hermanas. Pequeñas, grises y encorvadas: para quien se cruza con ellas en la calle, banales». La primera fotografía del libro tampoco las muestra de manera directa, dando a entender algún tipo de relación entre ellas y el fotógrafo; la primera fotografía del libro muestra dos marcos con viejas fotografías familiares en las que los rostros de Louise y Suzanne se mezclan con los rostros de miembros de su familia. No es una imagen, es un monstruo de Frankenstein. Fotográfica y literariamente, el libro no trata sobre personas sino sobre el enigma que esas personas acabaron encarnando, acompañadas por un perro en el hôtel particulier donde vivían, en el distrito XV de París. Un hôtel particulier, que es como se conoce en Francia a las mansiones urbanas y a los palacetes, a los restos urbanos de un mundo privilegiado en vías de desaparición.

"Y la obra, escrita en tiempo récord, la leyó el propio Guibert en el Festival de Avignon de 1977 y muy poco después se grabó una versión teatralizada, leída por Michael Lonsdale y Michel Foucault"

Hervé tenía 22 años cuando, en 1977, decidió hacer una película sobre sus tías abuelas, a quienes ya llevaba un tiempo frecuentando, atraído por su carácter excéntrico pero sobre todo atraído porque ya no parecían vivir sus vidas sino escenificarlas. No parecían vivir la vida, parecían vivir una especie de acontecimiento cinematográfico que alguien debería registrar. Suzanne tenía 80 años y Louise, 70. Su no fue rotundo al oír la palabra «película». No iban al cine desde hacía mucho tiempo e imaginaban que los cambios operados en las películas las habían convertido a ellas mismas, como espectadoras o actrices potenciales, en desterradas del Séptimo Arte. Apenas salían de casa y allí Suzanne escuchaba la radio y Louise leía. De ningún modo: «el cine no entrará en esta casa», debieron de pensar. O sea que la posibilidad más plausible pasó a ser una obra de teatro, a lo que ellas no pusieron pegas. «Escribe lo que quieras y haz con ello lo que quieras, a nosotras déjanos en paz», seguramente pensaron. Y la obra, escrita en tiempo récord, la leyó el propio Guibert en el Festival de Avignon de 1977 y muy poco después se grabó una versión teatralizada, leída por Michael Lonsdale y Michel Foucault. De la obra de teatro quedan varias partes en el libro que ahora tengo en mis manos, la mejor y más obvia es el monólogo de Louise al contar una noche, en cuanto Suzanne se va a la cama, su vida en un convento de carmelitas donde estuvo recluida, de forma voluntaria, ocho años.

A pesar de todo lo anterior, la obra no se escenificó en un teatro ni entonces ni después, por eso Guibert regresó a su idea original de rodar una película, no en aquel momento, más tarde, cuando sus tías abuelas hubiesen muerto. Las interpretarían actrices profesionales. Para ello, resultaba necesario tomar fotos. Durante seis meses, cada domingo tenía lugar el mismo ritual: una cámara, dos o tres carretes y varias hojas de contacto, sin que se positivase ni ampliase ninguna imagen. Hasta que un día él les enseñó a ellas las primeras pruebas, las primeras fotografías. Ambas se sorprendieron. «Nos hicimos muchas fotos de jóvenes, luego ya te vuelves vieja y fea; la vejez no se enseña». Eso creían. Sin embargo, aquellas imágenes les mostraron algo desconocido sobre sí mismas, algo íntimo y misterioso. No era la vejez propiamente dicha, tampoco la posible fealdad; era más bien su singularidad. Una singularidad que no debía de estar muy lejos de aquel axioma que Tolstoi planteaba al inicio de Ana Karenina: «Todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada cual a su manera». De ahí es fácil inferir que quizás pensaron algo parecido a que «todos los jóvenes son bellos y se parecen, mientras que los viejos son feos y cada cual es viejo y feo a su manera».

"Incluso piensa en pedir permiso a sus tías abuelas para quedarse a vivir en la casa cuando ellas hayan muerto, con la promesa de dejarlo todo intacto, sin mover nada, sin añadir nada, sin quitar nada"

Hay que decir que, según nos cuenta Hervé Guibert, sus tías abuelas no se hablaban si él no está en la casa. Puede que se cruzasen monosílabos, nada más. Louise salía a hacer la compra y a oír misa en una iglesia cercana, también hacía el desayuno, la comida y la cena, fregaba los platos, se encargaba del orden y la limpieza de la casa. Suzanne era mayor, no hacía nada o muy poco; era ella quien tenía dinero, gracias a un buen matrimonio con un farmacéutico, muerto hacía ya tiempo. Su dinero les permitía vivir con holgura, sin temor, ajenas por completo a la vida en el exterior, salvo para lo esencial. Además, Suzanne era una persona enferma a quien Louise debía cuidar, lavándole el pelo, cambiándole la ropa de su cama, y ayudándola a moverse al sofá, al cuarto de baño o a la cocina. De algún modo, en su compañía Hervé debía de creer que habitaba la muerte de ellas y que se preparaba así para su propia muerte. En el libro imagina la muerte del perro y el hoyo que él mismo cavaría antes de enterrarlo. Incluso piensa en pedir permiso a sus tías abuelas para quedarse a vivir en la casa cuando ellas hayan muerto, con la promesa de dejarlo todo intacto, sin mover nada, sin añadir nada, sin quitar nada. «Me dan miedo las arañas pero no me asusta nada la presencia de los muertos.»

Aunque Suzanne y Louise es un libro sobre dos viejas, bien podría ser una pirámide donde viven dos faraonas de Egipto. Aunque finalmente Guibert lo definió con el término «fotonovela», bien podría leerse como una investigación sobre sí mismo. Saber cómo verlo y leerlo requeriría primero que fuésemos capaces de desmontarlo como quien desmonta un reloj para devolverlo al tiempo. Stephen Hawking usó una de las leyes de la termodinámica para demostrar de qué manera una taza hecha añicos al caer al suelo recompone sus pedazos si la situamos de nuevo en el pasado, mientras que al futuro solo llegarán sus fragmentos. El problema es cómo recuperar el pasado, la taza intacta. Buena parte de las narrativas actuales toman el camino del remake y el reenactment, la versión y la recreación, para invertir la fecha del tiempo y dirigirla hacia atrás, con mecanismos forenses que permiten regresar al lugar del crimen y ver cuál era la utilidad de las cosas que hoy hemos convertido en símbolos, aunque a veces no sepamos de qué.

"No son simples libros, son científicos locos: mezclan el carácter firme de las imágenes con el carácter caprichoso de la literatura, borran las fronteras entre lo real y lo ficticio a través de alguna forma de magia"

Hay en el libro de Hervé Guibert una fotografía magistral en la que vemos a Suzanne y Louise ante un espejo. Suzanne se observa sin miedo, sin desconfianza; da la sensación de que todo el proyecto de su sobrino nieto ha servido para enseñarle a asomarse al futuro y ser capaz de ver, convertida en una intrépida astronauta, la vida sin ella. Louise, más joven, todavía no se observa, tiene la mirada perdida en otra parte, en otro lugar; no se ve en el reflejo, tampoco ve a su hermana, quizás esté pensando en Dios. Hervé las ve de espaldas mientras ellas se muestran de frente. Ellas, tan reacias al principio a trabajar con su sobrino nieto, acabaron trabajando en este libro y en dos más: Le Seul visage (de 1984) y Vice (de 1991). Esos tres trabajos, pero sobre todo el que nos ocupa, al entrar en contacto con un nuevo contexto se renuevan, adquieren nuevos detalles, reparan y provocan desperfectos, se sitúan en un tiempo que no les pertenece y que, sin embargo, se abre a ellos y los acoge, actualizándolos. Actúan como si fuesen capaces de introducirse en el caótico mecanismo del tiempo, para acabar controlándolo o simplemente controlándonos. No son simples libros, son científicos locos: mezclan el carácter firme de las imágenes con el carácter caprichoso de la literatura, borran las fronteras entre lo real y lo ficticio a través de alguna forma de magia. Pero quiero dejar claro que a estas alturas del siglo, en lo que a mí respecta, la magia es ya la única ciencia en la que confío porque es la única capaz de obrar milagros.

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Autor: Hervé Guibert. Título: Suzanne y Louise. Traducción: Lydia Vázquez. Editorial: Los Tres Editores & Ediciones Comisura. Venta: Todos tus libros.

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